lunes, 31 de diciembre de 2007

Un vestido para la ocasión

Aún no me puedo creer que haya aceptado la invitación de Pepe para ir a la fiesta de fin de año que va a hacer uno de sus amigos. Pero creo que puedo justificarme: estoy baja de ánimos y de energía, nadie más me ha invitado y no soporto la idea de quedarme viendo la televisión en Nochevieja cuando medio mundo está en la calle y baila feliz y contento.

He hecho prometer a Pepe que no me va a sorprender de nuevo con una bajada de pantalones o desapareceré de inmediato del sarao. La fiesta se va a celebrar en casa de Juan Carlos. He intentado que me cuente algo de todos ellos, pero sus descripciones dejan mucho que desear: “ni alto ni bajo, ni fuerte ni delgado, ni serio ni simpático”. Así que será una fiesta sorpresa, con unas quince personas aproximadamente, casados, solteros y algún que otro divorciado, como por ejemplo yo.

Esta vez iré más serena, me he jurado a mí misma no lanzarme sobre ningún varón hasta haberme cerciorado con calma de que su vida amorosa o sentimental no supone ningún impedimento. Otra fiesta haciendo el ridículo y me tiro de cabeza por el puente de la autovía.

Como el día lo tengo libre, he aprovechado para acercarme a las tiendas del centro en busca de algún vestido de fiesta para esta noche. He cogido manía al vestido negro, parece que cada vez que me lo pongo, una especie de maldición se apodera de mi persona, gafándome la jornada hasta que por fin me desprendo de él.

Es imposible transitar por las calles, pero es incluso peor estar dentro de las tiendas. Cientos de mujeres buscando precisamente lo mismo que yo se empujan sin mesura al acecho de las primeras ofertas de las navidades.

Tengo muy claro lo que quiero: un vestido muy corto, muy escotado y muy pegado a mi cuerpo, tal que si fuera mi segunda piel. Dos candidatos en mi mano y una larga cola de personas que conduce a los probadores. En breve sabré cual es el ganador: o el rojo con tirantes muy escotado aunque algo largo de falda o el de lentejuelas doradas, escote palabra de honor y suficientemente corto para que mis muslos luzcan sugerentes y apetitosos.

Por fin entro en uno de los estrechos probadores. Por más que miro, no veo ningún colgador para dejar mi abrigo, el bolso, la chaqueta, los pantalones, la blusa y el sostén, así que, intentando acordarme de mi época infantil en la que jugaba al baloncesto, intento encestarlo en la barra que sostiene la cortina de protección que me aísla de la muchedumbre. El cubículo no puede ser más pequeño, la luz es mortecina y el espejo se lo han ahorrado poniendo uno gigante y bien luminoso en el exterior al que irremediablemente hay que dirigirse para no comprar a ciegas. No puedo estar más sexy cuando salgo hacia él con mi vestido rojo y mis calcetines multicolores que llevo siempre que visto pantalones. Por lo menos, a pesar de todo, puedo presumir de buen tipo y no tengo que luchar contra ninguna cremallera rebelde como la mujer voluminosa que tengo a mi derecha intentando calzarse sin éxito un vestido de satén negro.

Al final decido contagiarme del espíritu hortera de las fiestas navideñas y me quedo con el vestido de lentejuelas doradas. Nueva cola para pagar, incluso aún más larga que la de los probadores. Cojo mi bolso y sorpresivamente lo encuentro abierto. Busco y rebusco dentro de él y compruebo asustada que me falta la cartera. Vuelo de nuevo al probador ante el griterío de las mujeres que siguen esperando en la cola y que piensan que me quiero colar. Me agacho y miro al suelo: dos pies desnudos, unos zapatos de tacón pero ni rastro de lo mío. Pregunto a la ocupante del lugar y ante su negativa y la de todas las mujeres con las que me voy cruzando, decido poner la correspondiente denuncia, no sin antes, pagar mi maravilloso vestido dorado con la única tarjeta que escondo en uno de los bolsillos interiores.

Camino a comisaría intento recordar mentalmente todas las tarjetas que debo anular, el dinero que tenía y todos los documentos importantes que hay que renovar. Todo un desastre para terminar el año.

Abrocho mi abrigo y busco en uno de sus bolsillos un pañuelo, tengo la nariz taponada y un alto porcentaje de probabilidades de haber sido víctima de un ataque de nuevas hornadas de jóvenes virus recién nacidos para fastidiar el nuevo año. Mi mano se queda paralizada cuando palpo precisamente la cartera que yo creía perdida. El susto ha desaparecido, pero a pesar de hacer memoria, no recuerdo haberla puesto ahí y estaba convencida de que en mi búsqueda yo había mirado todos y cada uno de mis bolsillos.

Di gracias a mi incipiente catarro por haberla descubierto justo antes de llegar a comisaría…


domingo, 30 de diciembre de 2007

Días de vino y espumillón


No me lo puedo creer. Mi madre ha invitado a Manolo a comer con nosotros el día de Navidad. Lo peor de todo ha sido encontrármelo ya sentado esperando mi llegada. Si lo hubiera sabido, ni aparezco. Aunque esté mal decirlo, no soporto a mi familia más de una hora seguida, pero si aderezamos el encuentro con la presencia de un ex marido entonces el tiempo de aguante se divide drásticamente a la mitad.

Así que sin poder evitar la situación, comí el pavo enfurruñada y echando chispas en cada tajada que metía en mi boca. Estaba deseando quedarme a solas con mi querida familia para soltar todo lo que ya no podía contener dentro de mí sin explotar.

Manolo se muestra aburridamente amable conmigo, empalagoso con mi madre y ocurrente con mi hermana. Ambas parecen entusiasmadas por su presencia y yo hago esfuerzos por no pensar mal de ambas en tan señaladas fechas. ¿Habrá sido una treta por parte de mi madre para vengarse del plantón en el restaurante?

La tertulia del café se me hace cuesta arriba y decido largarme de allí, escapando de la orgía alimenticia de los dulces y turrones. Me siento como una boa haciendo la digestión de un rinoceronte recién engullido, pero alegre por haber superado otra comida de Navidad.

A pesar de vivir lejos de mi madre, decido volver andando. El frío de la tarde alivia mi pesadez de estómago y reduce la temperatura de mi cuerpo. Las calles están llenas de gente, familias enteras paseando supuestamente en son de paz, parejas que se miran embelesadas tras haber pasado unas horas de separación obligatoria por los compromisos navideños, niños jugando con sus juguetes recién traídos.

La basura rebosa de los contenedores, cajas multicolores de los regalos de Nochebuena se apilan en los laterales. Todo lo que veo a mi paso me hace sentirme cada vez más sola, echo de menos ir de la mano de un hombre que me quiera, echo de menos no amar a nadie. Vuelvo a sentir la llamada de la selva cuando veo a las madres agarrando las manos de sus hijos.

Al llegar a casa me siento completamente hundida y desdichada, no tengo ganas de hacer nada y me refugio en mi cama deseando que pase pronto la Navidad.


sábado, 29 de diciembre de 2007

Mañana de resaca


Abrí los ojos, era ya de día. Una terrible jaqueca parecía querer aplastar mi cabeza contra la almohada. Intenté levantarme, pero las bochornosas imágenes de la noche anterior venían a mí una y otra vez y me impelían a volver a mi estado letárgico. Siempre he presumido de buena memoria, pero en ese momento hubiera pagado lo que fuera porque mis conexiones neuronales se tomaran unas cortas vacaciones y aprendieran a no ser tan puñeteras.

Miré el reloj: eran las dos de la tarde… ¿No era justo ese día cuando había quedado con mi madre y mi hermana a comer? Salté de la cama como pude, pasé por el baño fugazmente y me vestí apresuradamente. Había quedado a las tres en el restaurante y ya eran las tres menos cuarto. Sabiendo que tardaba media hora en hacer el recorrido en metro se imponía coger un taxi. Las relaciones con mi madre eran de todo menos buenas y la puntualidad para ella era una de sus terribles virtudes. Tras pasar aproximadamente una centena de taxis ocupados encontré por fin uno libre.

Le di la dirección y me relajé en el asiento trasero. En diez minutos llegaríamos a mi destino. Cerré los ojos intentando aminorar el intenso dolor de cabeza provocado por la resaca que arrastraba y reflexioné sobre la idea de acompañar a mi jefe en un viaje. Estaba casi convencida de que su proposición tenía bastante de indecente, y que, más que ampliar mis expectativas laborales lo que pretendía era abrir mis piernas. Tener un rollo con él podía ser un arma de doble filo y posiblemente, tras el affaire yo iba a tener todas las de perder. Vicente era un hombre casado y responsable padre de familia. Tras calmar sus deseos conmigo vendrían los remordimientos, el amor que profesaba a su querida esposa y a sus dos retoños. Verme cada día en la oficina aumentaría su desasosiego, las imágenes de cama que se hubieran desarrollado entre nosotros en el viaje palpitarían en su cerebro hasta que, irremediablemente, tomaría la decisión más drástica: prescindir de mis servicios y echarme a la calle. Desaparecer de su influencia aliviaría su congoja y se sentiría de nuevo feliz. ¿Y yo? ¿Qué sería de mí? Divorciada y en paro, no podía ser más terrible mi situación para el nuevo año.
-¡Vaya por Dios! ¡Hoy toca huelga de ganaderos! –Dijo el taxista liberándome bruscamente de mis pensamientos.

Miré el panorama que se nos venía encima. Una marabunta de gente con pancartas taponando la carretera, algún que otro animal de cuatro patas haciendo de comparsa, la policía delante de todos ellos y una ingente cantidad de resignados conductores viendo la película desde sus vehículos.
-¿No puede buscar un camino alternativo?
-Imposible, estamos rodeados.
Intenté llamar a mi madre desde el teléfono móvil, pero había olvidado cargar la batería. No me acordaba de su número de teléfono y menos del nombre del restaurante para pedir el favor a mi taxista y que llamara por mí.

Y allí me quedé, viendo como pasaba el tiempo mientras mi hambre evolucionaba de leve a desesperante. Pagué al taxi y salí del vehículo resignada a comer en cualquiera de los restaurantes de comida rápida que se amontonaban en aquella zona.

Los copos de nieve comenzaron a caer: por desgracia parecían anunciar oficialmente la llegada de la Navidad…


viernes, 28 de diciembre de 2007

La cena de Navidad III


Decidí cobijarme en la barra del bar y tomarme la última copa antes de irme a casa. La noche no podía haber sido más calamitosa. Mientras me servía la bebida miré mis piernas: una maravillosa carrera de un centímetro de grosor avanzaba por mi pantorrilla a gran velocidad. Imposible de disimular con nada así que opté por ir de nuevo a la zona de los baños evitando a Carlos, a Pepe y a mi jefe, Por fin estaba libre el baño de señoras. Me encerré a cal y canto, me quité con desprecio las medias y las tiré al cubo de la basura. El problema había desaparecido. Con la cantidad de alcohol que tenía en mi sangre dudaba que tuviera frío al salir de la fiesta.

Volví a la barra del bar donde me esperaba mi fuente de amnesia. Mientras bebía, mi jefe se acercó, mirando mis piernas desnudas con tal descaro, que tuve que apretar mis labios para no decirle lo que pensaba en ese momento.
-Necesitaba preguntarte algo.-Dijo de repente.
Lo sabía, sabía que no se iba a poder aguantar sin cerciorarse de lo que ya sospechaba, así que me inventé en ese mismo instante una pequeña historia.
-Verás Vicente, Pepe se cortó con algo y yo le acompañé al baño, le ayudé a limpiarse la herida, es que se marea con la sangre ¿sabes? Por eso me viste salir de allí.
Se quedó pensativo un segundo mirándome fijamente.
-No te iba a preguntar eso.
-¿Ah no?
-No. Lo que te quería preguntar es si no tienes ningún impedimento en acompañarme cuando pasen las navidades a un congreso en la capital. Dura tres días y puede ser bueno para tu expediente. Próximamente habrá algunos ascensos y tú estás entre los candidatos.

Le miré y no supe qué pensar. ¿Era realmente cierto lo que me estaba contando o mis piernas habían influido en su inesperada proposición?


jueves, 27 de diciembre de 2007

La cena de Navidad II

Tras las calabazas que me había dado Carlos me fui al servicio a refrescarme un poco y retocarme los labios. En esos instantes estaba ocupado y tuve que quedarme esperando en el pasillo donde se situaban. Pero la noche parecía que me iba a dar más sorpresas porque en ese momento, Pepe apareció, más ebrio que yo y con un rápido gesto, tiró de mi mano hasta que consiguió meterme, sin que me diera tiempo a reaccionar, en el servicio de caballeros.
-¡Pero qué haces! ¿Te has vuelto loco?
-Ninetta…yo…yo no he podido dejar de pensar en aquella noche en que viniste a mi casa. Siento que te debo algo y te lo voy a pagar ahora mismo.

Y Pepe, ante mi atónita mirada, se bajó pantalones y calzoncillos, se acercó a mí y me besó torpemente.
-¿Estás chalado? ¡Para ya!

Yo forcejeé, aunque no fue necesario emplear mucha fuerza pues enseguida se rindió y se apartó de mí.

-¡Qué vergüenza Ninetta! Cuando lo siento…Creo que estoy algo borracho.
Y Pepe, tras el ataque comenzó a llorar como un bebé. Su aspecto no obstante era aún más ridículo, seguía con el culo al aire y volvía a tener aquellos horribles calcetines, pero intenté no enfadarme y le consolé,
-Venga Pepe, que no ha pasado nada. Amigos de nuevo ¿vale?
-Si es que me siento tan ridículo.- Pepe seguía llorando y algún hipido se colaba entre sus sollozos.
-Anda, vamos a salir y bebes algo. Espera, salgo yo primero, no sea que nos vea alguien.

Salí del baño recolocándome el vestido con tan mala suerte que mi jefe, Vicente, en busca de alivio a sus riñones, se chocó conmigo en el estrecho pasillo que conducía a los baños, mirándome muy desconcertado al ver que había aparecido procedente del baño de caballeros. ¡Lo que me faltaba! Al ver a Pepe abrir la puerta del baño tras de mí sumaría dos y dos y sospecharía con toda seguridad que nos habríamos enrollado.

Una noche perfecta.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

La cena de Navidad I


La empresa en la que yo trabajaba “Díaz y Díaz SA” había cerrado el restaurante para todos sus empleados. Ningún miembro de la plantilla había faltado a tal acontecimiento, nadie podía desaprovechar la única cena gratis con que generosamente nos regalaba llegando tan entrañables fechas. No hubiera estado mal que, excepcionalmente, hubiera llegado además a cada una de nuestras casas una gran cesta de Navidad con todo lo necesario para atiborrarnos convenientemente y como Dios manda esos días. Pero no era el caso.

Me sentía mirada fijamente por más de un compañero que hasta ese momento ni siquiera había notado que existía en la empresa. En principio nada me ataba a mi vecino y la palabra fiel no tenía que formar parte todavía de mi vocabulario.

Con la vista de un ave rapaz en busca de presa conseguí encontrar algo que merecía la pena: un atractivo moreno, alto y delgado. Llevaba un traje gris marengo de corte moderno y una corbata rosa palo que se había aflojado hacía unos minutos por el extremo calor que se empezaba a acumular en el local. Fluyó mi ya sangre caliente a gran velocidad al ver aquel gesto que a mí me pareció tan sensual. No le conocía y no sabía como acercarme a él sin parecer una descarada. Tres copas más me dieron la valentía suficiente que necesitaba, aunque mi paso distaba mucho ya de seguir una línea recta.
-¡Hola, soy Ninetta! No te conozco.-le extendí la mano pero sólo para poder atraparle y plantarle dos sonoros besos en su cara.
-Hola, me llamo Carlos. Soy el nuevo asesor de relaciones interiores.

Eso es lo que yo necesitaba: un asesor íntimo y personal que se relacionara con mi ardoroso interior. De cerca me parecía aún más sexy y atractivo. Tenía unos labios potentes y definidos, sus ojos, a pesar de estar ligeramente hundidos, eran negros y muy expresivos. Yo bebía, hablaba sin parar y tocaba de vez en cuando su brazo tal y como me habían enseñado en unos cursos de comunicación interpersonal. Él se reía con mis ocurrencias y comentarios y parecía cómodo a mi lado. No vi ningún anillo en sus manos y además respondía mis preguntas trampa dándome las respuestas que yo deseaba: recién independizado de sus padres y viviendo de alquiler en un pequeño apartamento.

Mis recientes experiencias sexuales habían conseguido hacerme más atrevida y cuando sentí que él parecía acercarse físicamente a mí, fluyeron de mi boca todo tipo de proposiciones deshonestas dichas más o menos directamente.

Carlos me miró, sonrió de forma tierna aunque algo forzada y me dio un abrazo que yo traduje como una respuesta positiva a mi descaro. Nada más lejos de la realidad cuando llegaron a mis oídos dos palabras que martillearon mi interior repetidamente a modo de eco el resto de la noche: “soy homosexual”.

En ese momento, dejé que el alcohol bloqueara las neuronas para ser capaz de olvidar la penosa metedura de pata que acababa de tener.

martes, 25 de diciembre de 2007

Un poco de hambre tras el sexo


Tras hacer el amor, Andrés se repantigó en el sofá y yo me pegué una corta ducha. Me vestí y me senté a su lado. En ese momento sentía agotadas las piernas y un hambre feroz.
-¿Te apetece que prepare algo de cena?
-Claro. –Dijo Andrés sin desviar su mirada de la pantalla del televisor.
-No tardo nada, espera.

Y me fui a la cocina, contenta y feliz por agradecer culinariamente a mi vecino la maravillosa sesión de sexo con que me había sorpresivamente obsequiado. Mientras batía los huevos en el plato para preparar una tortilla, oigo a Andrés que me llama. Corro rauda al salón, me acerco a él y le beso.
-Anda chata, ¿no querrás traerme una cerveza y unas patatas fritas mientras espero la cena?
Y sin más que decir, me propina un pequeño azote en mis glúteos. Creo que en ese momento, si hubiera llevado una cofia, un delantal y una corta minifalda de camarera hubiera ido más a tono con el momento y con la forma de ser que parecía que tenía mi vecino, que con el camisón de satén rojo pasión que yo llevaba.

Lo cierto es que no le di mayor importancia, volví a prepararlo todo y pensé que al fin y al cabo, Andrés aún estaba en mi corta lista de candidatos a contemplar en mi vida amorosa.

Tras la cena, Andrés volvió a su hogar y yo a mi cama. Era una lástima que a la noche siguiente tuviera la cena de empresa, aquellas sesiones de sexo salvaje con mi vecino me dejaban el cuerpo realmente bien…



lunes, 24 de diciembre de 2007

Preparativos y sorpresas


Al día siguiente siento que no soy yo, sino un fantasma que vaga errante y dormido por la ciudad. No he podido pegar ojo en toda la noche. Pero tengo que hacer algo por mi aspecto dado que mañana se celebra la cena de Navidad de la empresa. Es una fecha que me temo cada año, no es la primera vez que me toca al lado en la mesa al típico compañero pesado y lastimero y me hunde para el resto de la noche con su optimismo y vitalidad.

Lo que sí es cierto es que es la primera vez que tengo una celebración tras mi divorcio. Pienso ir a ella sugerente, sexy, atractiva e irresistible, hay material humano para hacerlo posible. Mi vestido negro será la guinda perfecta para rematar el pastel.

He decidido olvidar a Andrés como un posible objetivo a tener en cuenta, es mi vecino sin más y un rollo pasado a relegar, juerga de una extraña noche y desenlace de un cúmulo de circunstancias que jamás volverán a repetirse.

Por fin llego a casa con mi botiquín de belleza. Lleno mi bañera de agua, dejo que el vapor inunde la estancia hasta que sentir que estoy en un baño turco. Creo que esta vez se me ha ido la mano dado que apenas veo donde he dejado la toalla y me he comido la esquina del lavabo con la rodilla, espero que no me quede marca para mañana. Me pongo una coleta alta, me desnudo y frente al espejo me hago una cuidadosa limpieza de cutis. El vapor moja mi piel, abre mis poros y destensa mi musculatura. Estoy relajada y me siento tranquila. Hoy cenaré a placer, sentada en mi sofá, mientras mareo los canales de la televisión con el mando a distancia.

En pleno ataque de mi rostro a cargo de una toallita limpiadora suena mi timbre. Imposible ser más inoportuno. Me pongo el albornoz, deshago mi coleta y en el pasillo voy pintando de memoria mis labios. Miro por la mirilla: ¡Es Andresito!

Atuso mi cabello nerviosa, ciño mi albornoz para darle un aspecto menos casero y abro cautelosa.
-¡Hola Ninetta! ¿Estás ocupada?
-Sí…bueno, no. Iba a darme un baño y a cenar.
-¿Me invitas a una cerveza?
Mi cabeza me decía que le mandara a paseo, pero mi zona púbica gritaba todo lo contrario, abrí más la puerta y le dejé entrar.
-¡Dios Ninetta! ¡Pero qué buena estás!
Y Andresito, sin cortarse lo más mínimo y sin previo aviso, me empuja contra la pared, abre mi albornoz y me hace tal recorrido con sus manos que llego a pensar que posiblemente tenga escondidas un par de extremidades superiores más. Sube mi calentura de 0 a 100 en una décima de segundo, el mismo tiempo que necesita para bajar sus pantalones y sacar su herramienta de placer. Me gusta la escena que veo en mi espejo imaginario: yo completamente desnuda siendo follada por mi vecino que ni siquiera ha tenido tiempo de desvestirse del todo dada la premura de su deseo por mí.

He vuelto a ascender a los cielos…



sábado, 22 de diciembre de 2007

Sospechas y nervios


He de hacer una visita a la boutique del detective. Necesito algo más sofisticado que lo que tengo en mis manos. Un vaso de cristal no es suficiente para poder oír lo que dicen al otro lado de la pared.

Estoy plenamente convencida de que Andrés no está solo en su dormitorio. Pero esta vez no es la escandalosa rubia de bote, sus gemidos le hubieran delatado. El muy capullo se acuesta conmigo un día y no tiene ningún reparo en acostarse con otra al día siguiente. No tiene vergüenza. Me siento despreciada y algo rabiosa. Vuelvo a pegar mi oreja al vaso pero me resulta imposible descubrir lo que andan haciendo. Es cierto que hay algún ruido que parece provenir del somier, pero no son nada rítmicos, eso me tranquiliza en parte.

Me levanto y voy a la cocina. Abro el frigorífico y veo lo vacío que está, necesito ir con urgencia a comprar o acabaré acudiendo de nuevo a algún teléfono de comida rápida. Caliento un poco de leche en el microondas y la sorbo pausadamente. Necesito relajarme y dormir. Vuelvo a mi lecho y me acuerdo del juguete que me compré en la sex shop y que aún no he estrenado. ¡A la porra Andresito! Hoy me dedicaré al onanismo puro y duro.

El juguete satisface con rapidez todos mis deseos, he perdido la cuenta del número que orgasmos que he tenido. Vuelvo a estar tranquila. Mis ojos se cierran y noto que mi enfado se ha diluido. No tengo pruebas de que estuviera en compañía, los tabiques son finos y quizás los ruidos procedían de otro piso. Pobre, con lo cansado que parecía y yo pensando mal de él… es lógico que estuviera agotado, la noche anterior había sido terrible.

Me invade el sueño por fin, el silencio vuelve a apoderarse de mi dormitorio hasta que, tras unos minutos, es bruscamente interrumpido por una serie de ruidos con un ritmo constante procedentes del colchón de mi vecino. Abro los ojos furiosa y la palabra “cabrón” fluye de mis labios sin poder evitarlo.

El sueño se ha esfumado y tengo los ojos como platos…


jueves, 20 de diciembre de 2007

Un día soleado


Ando por la calle de la misma manera que lo hace la Pantera Rosa en los dibujos animados, sonrío y miro el cielo. Está completamente azul. Tras unos días de terribles nieblas vuelve a brillar el sol. Me siento radiante, una mujer nueva, creo que hasta el pelo lo tengo más suave y brillante.

Acostarme con Andrés ha sido la mejor terapia que haya podido tener tras mi ruptura. He descubierto mundos nuevos, sensaciones que no podría describir con palabras, me siento plena y feliz.

Observo a Pepe en el trabajo, pero a pesar de que me concentro y me esfuerzo, no puedo evitar verle en mi imaginación desnudo, con los brazos en cruz y con sus calcetines negros puestos. Ahora me alegro de que se durmiera y no haber hecho el amor con él. Para eso ya tengo a mi vecino de al lado. Él se ocupará de satisfacer todos mis deseos cuando se lo requiera. ¡Y lo cómodo que resulta! Tenerle tan a mano en todo momento es una gran ventaja, se ahorra tiempo y más en una gran ciudad como ésta de grandes distancias.

Mi inquieta imaginación se desborda. Pienso en el tabique que podríamos tirar para poder unir los dos pisos y hacer nuestra amorosa mansión. Me he convertido en arquitecta, ya puedo ver a los obreros picando el muro que nos separa.

Al llegar a mi casa, me dirijo a su casa para darle un pequeño regalo que le acabo de comprar en un ataque romántico: una bolsa de bombones en forma de corazón. Llamo al timbre y espero que me abra. Tarda bastante para ser una casa tan pequeña. Pego mi oreja a la puerta y oigo algún que otro ruido. Vuelvo a llamar, no me corto y dejo mi dedo largo rato sobre el pulsador. Por fin sale Andrés casi desnudo, con una toalla alrededor de su cintura colocada con muchas prisas, seguro que si quita la mano que la sostiene conseguiría ver todo un primer plano de su miembro.
-Hola Andrés. ¿Qué tal? Iba a mi casa pero antes quería darte algo…
-Hola Ninetta.-Andrés apenas asoma su cara, tiene la puerta casi cerrada y está bastante serio y algo nervioso. –muchas gracias, mañana me lo das, me encantan los bombones. ¿Vale? He tenido un día duro y estoy agotado.

Me tira un beso al aire, me guiña un ojo y me da con la puerta en las narices.

Me voy a casa un poco ofuscada, abro la bolsa con los bombones rechazados y me como uno.

¿Estará con alguien?


sábado, 15 de diciembre de 2007

Madrugada de placer


No me he equivocado, Andrés está tan erecto como despierto. Me mira entre pícaro y sonriente, adivino su deseo, que es el mismo que reflejan mis ojos. Ni una palabra para fijar posiciones, las hemos fijado en silencio, dejamos que sean nuestros cuerpos los que hablen su propio lenguaje. Andrés me ha bajado el tirante del camisón y acaricia mis pechos. Estoy como una gata en celo, hipersensible a cualquier mínimo roce y le acaricio con necesidad. Me gusta su cuerpo, es delgado, tiene buen tipo y algún que otro músculo bien posicionado. No tiene barriga y eso es una grata novedad para mí. Me recreo dibujando la trayectoria de una serpiente imaginaria con mis dedos sobre su piel, me gusta sentir el calor que desprende, mis manos se han calentado, las yemas de mis dedos aprecian el más mínimo detalle del recorrido que le hago.

Andrés se incorpora y me ayuda a quitarme el camisón por completo, mira mi desnudez con tal detenimiento y concentración, que sin querer, empiezo a sonrojarme y disimuladamente pongo mis brazos sobre mi cuerpo. Pero Andrés mueve negativamente la cabeza, me aparta los brazos, quita las sábanas y comienza a saborear mi piel en sus labios. Es un dulce tormento, un escalofrío recorre mi cuerpo de arriba abajo, a veces he de reprimir una nerviosa risa, siento cosquillas a su paso, otras veces, no reprimo mis jadeos, las cosquillas han desaparecido y sólo percibo un maravilloso goce. Es tal el placer que me produce que suplico con la boca pequeña que no siga, no puedo resistir más sus labios. En esos momentos desearía que me penetrara.

Me da la vuelta y recorre mi espalda con su lengua en punta. A medida que va pasando por cada centímetro de mi piel mi vello se eriza como agradecimiento, todo un saludo marcial. Ataca mi cuello sin piedad, me mordisquea suavemente y yo me he rendido a él, estoy húmeda y excitada como nunca.

Me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con él, quiero darle las gracias como se merece, me pongo de rodillas y le pido que se tumbe. Recorro a base de besos su pecho y su vientre, juego con mi lengua, aleteo con ella hasta que llego hasta su miembro. Lo rozo con mi lengua, estiro su fina piel entre mis labios, lo lamo y lo chupeteo, juego con él. Me gusta su sabor. Mis manos acarician sus piernas, me acerco hasta sus nalgas y sigo con un dedo la unión de ambas.

Andrés me pide en un susurro que no siga, está muy excitado, se tumba sobre mí y tras unas pequeñas presentaciones, se lanza directamente al hoyo. Ya no veo la humedad del techo, ni el cuadro de la pared, estoy flotando entre sueños. Abro los ojos y entre jadeos, le hablo del tema de la planificación familiar. No puede haber mejor momento para plantearlo.
-Tranquila, lo tengo todo controlado.

Me lo creo o eso es lo que quiero. Con su comentario me basta y damos por zanjado el tema. Además, me he dado cuenta de una cosa: no tengo preservativos en mi casa, mañana sin falta voy a la farmacia a comprarlos. Sigo disfrutando e inesperadamente siento una oleada de espasmos que atacan todo mi cuerpo dejándolo laxo. ¡OH Dios mío, es la primera vez que tengo un orgasmo mientras hago el amor con un hombre! Señalaré este día para siempre en mi calendario, más importante que mi boda, mi primera comunión o el día en que malamente, perdí la virginidad con Manolo. Soy feliz.

Descansamos tras la fiesta. Andrés duerme abrazado a mí y yo sigo en mi nube. ¿Me estaré enamorando?


miércoles, 12 de diciembre de 2007

Sueños nocturnos

Como contraposición a la terrible noche que he pasado, mis sueños nocturnos son placenteros, me recuerdan a los que tenía en la adolescencia, cuando disfrutaba frecuentemente de orgasmos estando dormida. Sueño que hay un hombre a mi lado, siento su calor, su tacto. Mi piel se aviva con sus suaves caricias, mi sexo se despereza por fin. Froto mis piernas entre sueños, me doy media vuelta, extiendo mi brazo y noto con sorpresa que no es la almohada. No sé si abrir los ojos o permanecer en la ignorancia más absoluta. Opto por lo primero y veo que Andrés o un fantasma parecido a él, duerme plácidamente en mi lecho. Me incorporo bruscamente, abro la boca para decir unos cuantos exabruptos pero su aspecto me enternece, me acuerdo de la noche que ha pasado el pobre y me reprimo.

Me vuelvo a recostar, me pongo de lado y observo su sueño: no ronca, no emite ningún sonido, su sueño es tranquilo y pacífico, me gusta. Mi curiosidad me lleva a levantar las sábanas y ver de qué guisa se ha introducido en mi cama. La luz que entra por la ventana procedente de las farolas es suficiente para comprobar que mi vecino está completamente desnudo.

Siento como si un tsunami se apoderase de la parte más caliente de mi cuerpo, me doy media vuelta dándole la espalda intentando abstraerme de mi inquilino y me concentro en el cuadro que cuelga de mi pared y que tantas veces he mirado mientras hacía el amor con Manolo, tantas como la gotera del techo. En esos instantes yo no estaba sólo excitada, estaba más salida que el pico de la mesa de mi cocina…

Imposible dormir. Andrés a mi lado ha hecho saltar todas mis alarmas sexuales que me avisan de que llevo una precaria situación en dicho terreno. Siento mi clítoris inflamado, mi vulva está húmeda y no puedo dejar de imaginarme mi propia película: me quito el camisón, me arrimo a Andrés y el calor de mi cuerpo a su lado le hace despertarse. Me sonríe y me atrae aún más hacia él, acaricia mi cuerpo, se pega a mí y siento entre mis piernas como su miembro lucha contra la Ley de la gravedad. Nos besamos, nos revolvemos entre las sábanas y hacemos el amor el resto de la noche.

La película se repite en mi mente, cada vez es más detallada, la visto de colores, la adorno con flores y le añado algo más de morbo, sexo y orgasmos. Lo cierto es que sin querer, o eso es lo que yo quiero creer, me he pegado a él, he flexionado mis piernas y una de mis rodillas roza su miembro desnudo. El sólo hecho de sentir su tacto me hace enfermar de deseo, ahora sería una esclava perfecta, muero por un achuchón con mi vecino. Siento que en esos instantes el sexo es mi alimento, el aire que necesito para seguir respirando.

No sé si mis deseos me están provocando alucinaciones, pero siento que mi rodilla está tocando algo cada vez más duro…


sábado, 8 de diciembre de 2007

Volando hacia urgencias


Iba por las calles a toda velocidad, intentando apurar en las curvas y saltándome más de un semáforo en rojo. A esas horas las calles estaban prácticamente desiertas y apenas había tráfico salvo taxis y algún que otro cliente motorizado en busca de prostitutas.

Andrés a mi lado se retorcía sin parar, no abría la boca excepto para soltar algún gemido quejumbroso. Estábamos ya cerca del hospital cuando al ir a torcer en la penúltima calle veo de nuevo un semáforo acechando a cambiar a encarnado, acelero el motor, pero no me doy cuenta de que delante de mí hay otro vehículo más civilizado que frena bruscamente. Piso el pedal de freno a fondo, pero hace años que no hago un cambio de ruedas y patinan hasta que inevitablemente me empotro contra el trasero del otro vehículo. Andrés ha pasado de sus plañideros lamentos y de sus “¡ay!” a unos terribles alaridos que me dejan aturdida. Maldigo mi mala suerte en el idioma que domino.

Froto mis ojos e intento pensar que nada de lo que me está pasando es real. Los ojos se me nublan cuando veo que no hace falta llamar a un agente de la autoridad para que me ayude a rellenar los papeles que creo que tiré la última vez que limpié el coche. Precisamente he chocado contra un vehículo de la policía. El golpe no ha sido muy fuerte. Intento relajarme ante la llegada de los “amables” ocupantes del coche accidentado por mí. El daño material ha sido escaso, pero la multa que me va a caer va a ser de órdago. Intento explicar mi estado de nervios, la cara de dolor de mi acompañante me ayuda a que se crean toda la historia, o eso quiero creer. Me extienden el papel con el castigo, relleno los documentos del parte y firmo todo lo que me ponen por delante. Parecen satisfechos por fin y amablemente nos escoltan hasta el hospital. Creo que realmente han pensado que todo era una mentira y sólo se están cerciorando de lo contrario. El letrero luminoso de urgencias parpadea rítmicamente y se asemeja a un letrero de un prostíbulo de carretera. Los policías ayudan a Andrés a entrar en la sala de espera y les sigo.

Hemos tenido suerte y han atendido a Andrés antes que a nadie. Parece que ha sufrido un corte de digestión. Sale de la consulta con mejor cara, sabiendo que no es la última noche de su vida. Aún tiene dolores pero está más calmado.

Volvemos a casa, me mira con ojos de cordero degollado y me cuenta que no le apetece pasar el resto de la noche solo. Me pide titubeante que le deje dormir en mi casa. Tengo que revisar mi buzón, no sea que alguien haya cambiado el nombre de “Ninetta” por el de “Pensión Paqui”

Le he cedido la habitación de invitados, creo que tras muchos años de ser el cuarto de la plancha, por fin puedo hacer uso de dicho nombre.


martes, 4 de diciembre de 2007

Una visita inesperada


Unos golpes en la puerta me despertaron inesperadamente. El timbre sonaba imperativo y me asusté. Miré la hora: ¡Las tres de la mañana! Si era Manolo de nuevo con cara de pena lo asesinaría lentamente. Me puse el albornoz de mala gana y miré por la mirilla: era Andrés, mi vecino.
-Ninetta, ¿me puedes ayudar? –Dijo mi vecino siquiera antes de abrir.
-Ya voy, espera.

Abrí la puerta y le miré de arriba abajo. Iba descalzo y con unos boxers como único atuendo. Apoyaba una mano sobre la pared mientras con la otra se agarraba la barriga, con un gesto de profundo sufrimiento.
-Me encuentro fatal. Siento un terrible dolor en el estómago y me he desmayado dos veces.

Su cara era un poema. A pesar del frío que entraba procedente del portal, tenía el rostro lleno de gotas de sudor, su cuerpo temblaba y estaba tremendamente pálido. Realmente me asusté.
-Pero ¿qué te ha pasado?
-No lo sé, me he empezado a encontrar mal después de cenar y ahora no soy capaz ni de conducir. ¿Me podrías llevar en tu coche al hospital?
-Claro pasa, enseguida me visto y te acompaño.

Me puse lo primero que encontré en mi habitación: la ropa del día anterior: unos pantalones y una blusa. Por un día no pasaba nada que me olvidara de mi ropa interior.
-¿Tienes algo para ponerte Andrés? Hace un frío de muerte en la calle como para que vayas de esa guisa.

Mi vecino no podía articular palabra, depositó sus llaves en la palma de mi mano y aprovechó para retorcerse de nuevo en mi sofá.

Entré en su casa como una exhalación y busqué en su armario algo de ropa y unos zapatos. No pude dejar de fijarme en las fotografías de mujeres desnudas que había colgadas en la pared de su dormitorio. ¿Serían esas todas sus conquistas?

Ayudé a Andrés a vestirse. En ese momento ya ni me acordaba de mi encontronazo de aquella tarde con él. Cogimos el ascensor hasta el garaje y salimos a toda velocidad en dirección al hospital.
¿Cuándo volvería a mi cama de nuevo?


sábado, 1 de diciembre de 2007

De regreso al hogar


Por fin llegué a mi casa. Estaba aún algo abochornada por el traspié que me había dado en la calle y deseaba no encontrarme en una buena temporada con mi vecino de enfrente, pero no las tenía todas conmigo, dado que realmente pensé que alguien que me quería mal me había echado el mal de ojo ¿Sería acaso mi ex suegra?

Entré en mi dormitorio y contemplé la caja con mi nuevo juguete. Me desvestí con premura y lo saqué con cuidado. No había que tener muchas luces para saber su uso correcto: abrir tapa, coger pilas, meter pilas, cerrar tapa, dar botón, abrirse de piernas y hacerlo desaparecer poco a poco disfrutando lo máximo posible. Me tumbé en la cama, cogí mi nuevo amante y lo unté generosamente con el lubricante que acompañaba al mismo de regalo. Poco lo necesitaba, el hecho de tenerlo entre las manos había sido más que suficiente para hacer manar todo un manantial entre mis muslos.

Justo en el instante en que iba a atacar la fortaleza suena el teléfono. Miro la pantalla y veo que es mi madre la que llama en el momento siempre más inoportuno. Me olvido de él y vuelvo a lo mío: a mi castillo y a la puerta abierta para que entre el nuevo guerrero. Pero el teléfono vuelve a sonar, el sonido del timbre se mete en mis oídos desagradablemente, intento hacerle un vacío, me concentro en la labor, pero por tercera vez vuelve a sonar. Lo descuelgo malhumorada, espero que sea algo realmente grave lo que mi madre quiera decirme a estas horas.
-¡Hola hija! ¿Dónde te metes?
-Acabo de llegar a casa. Dime.
-Sólo te llamaba para ver como estabas.
-Muy bien, estoy cansada, mañana hablamos ¿de acuerdo?
-Es que estoy preocupada por María. No ha dormido en casa esta noche
-No le pasa nada, sólo necesita despabilar un poco. Ha dormido conmigo.
-Vaya... Yo pensaba que a lo mejor estaba con Fernando.
-¿Su ex? ¿Pero no te has enterado de que lleva tiempo liado con otra? Parece que no quieres entenderlo. Bueno, te dejo, que mañana madrugo.

Pero mi deseo de colgar se vio truncado por una madre persistente y con mucho tiempo libre. Era imposible cortar la conversación, daban igual mis repetidos silencios, o el hecho de que no contestara sus interrogantes. Yo sabía que no esperaba ni deseaba respuesta alguna por mi parte, sólo quería criticar, intentar sonsacarme información de mi vida, de la de María y de quien estuviera a nuestro alrededor. Estaba aburrida, con mi maravilloso pero aún virgen e inerte juguete en mi mano, deseando que cobrara vida. Me tumbé en la cama mientras mi madre continuaba con su apasionante sermón. Yo ya conocía cada detalle de su perorata y sin querer fui entrando en un estado de ensoñación, con el teléfono en una mano y el juguete en la otra hasta que por fin, la voz de mi madre entró en mis oídos suavizada, como una dulce nana ausente de todo reproche.

Me había quedado profundamente dormida.


domingo, 25 de noviembre de 2007

La sex shop


Intenté olvidar la metedura de pata cometida con mi hermana por ser tan mal pensada y dejé que mi trabajo me abstrajera de otros pensamientos. Por fin no tenía planes para esa tarde y definitivamente tendría tiempo para darme el capricho de curiosear en la sex shop.

Salí del trabajo con paso ligero pero al llegar a la tienda ralenticé mi marcha. Sabía que era una tontería avergonzarse por entrar allí, pero no podía evitarlo. Miré a mi alrededor antes de entrar, deseando que nadie conocido me viera. El local era pequeño y algo oscuro, incluso yo lo describiría como tenebroso. Un hombre alto y desgarbado con lentes redondas y cabello largo y despeinado repasaba un libro en el que iba haciendo anotaciones con un bolígrafo. Saludé intentando demostrar seguridad y dominio de la situación y me puse a curiosear de forma acelerada todos los productos que había en los estantes. Al llegar a la zona de los consoladores paré en seco. Ese era el objetivo de mi visita. La variedad de nabos siliconados era infinita y no sabía cuál de ellos regalarme: ¿el grande o el gigante? ¿El de grosor mediano tipo zanahoria o similar al calabacín? ¿A pilas o manual? Todos me resultaban muy apetecibles, en la vida había tenido un cacharro semejante así que me decidí por uno supuestamente estándar: 22 de largo por dos y medio de ancho, era vibrador y estimulador del clítoris, muy completo.

Agarré la caja que lo contenía y fui al mostrador a pagar la mercancía. El vendedor metió el vibrador en una bolsa blanca, mientras me miraba con disimulo. El plástico era fino, demasiado y lamentablemente se trasparentaba el contenido. Al salir de la tienda intenté introducir el paquete en el bolso, pero era muy grande y por mucho que empujé resultó un esfuerzo inútil.

Estaba tan concentrada en la labor que sin querer resbalé con las miles de hojas caídas por el otoño. Tras las lluvias de días anteriores se había formado una especie de masa marrón con vida propia y caí lamentablemente al suelo. Denunciaría al Ayuntamiento por su dejadez en los servicios de limpieza. Mi bolsa salió despedida por los aires, haciendo aterrizar a mi flamante vibrador en medio de la acera a expensas de la vista de todo el mundo. El viento hizo volar la bolsa mientras yo me incorporaba del suelo e intentaba rescatar mi fuente de futuros placeres. Pero llegué tarde, alguien se había adelantado y cogido mi tesoro. No podía tener peor suerte, pues había sido mi vecino de al lado, Andrés, el agraciado con el premio pasando casualmente por allí.
-¿Te has hecho daño?
-No, no, no ha sido nada. Gracias.-
Le cogí mi paquete con el vibrador deseando que no se hubiera fijado de lo que se trataba, pero su maliciosa sonrisa me confirmaba de lo contrario. Metí la caja de pinote en mi bolso, intenté cerrarlo con la cremallera como si de una tripa de chorizo se tratara pero era imposible: un hermoso culo fotografiado en la caja asomaba de él. Me despedí precipitadamente de Andrés y salí en dirección contraria a mi casa, lo que menos me apetecía es que volviéramos juntos.

Las palabras claves de mi nueva vida no parecían ser separación o divorcio sino mala o peor suerte.

martes, 20 de noviembre de 2007

El alivio


Caminé como un león enjaulado por el pasillo intentando que el tiempo trascurriera lo más rápido posible y poder montar en cólera contra la traidora pareja cuando despertaran por fin. Es cierto que ya no estaba con Manolo, pero mi hermana me debía una fraternal fidelidad. No me lo podía creer, en mi casa, delante de mis narices y sin ningún tipo de reparo. Estaba rabiosa, sentía mi estómago encogido y no tenía siquiera ganas de desayunar. No me contenía en hacer todo tipo de ruidos intentando despertar a la feliz pareja de su nido de amor. Cerré varias veces la cocina dando sonoros portazos para intentar que se levantaran por fin. Se me estaba haciendo tarde, pero no podía irme sin ver la cara de ambos.

Algo tenía muy claro: a ninguno de los dos volvería a hablarle en la vida. No se merecían otra cosa. Intenté recordar las veces que Manolo coincidió con mi hermana en comidas y eventos familiares y llegué a la conclusión de que María siempre se había sentido atraída por Manolo. Mi cabeza intentaba atar cabos sueltos, entretejía extrañas historias de pasión y desenfreno y temí que se hubieran acostado juntos anteriormente sin que yo lo supiera. Tonta, tonta y tonta, repetía mentalmente como si de un mantra se tratara.

La hora se me echaba encima así como la bronca que me caería en el trabajo por llegar tarde. Empezaba a buscar excusas creíbles que contarle a mi jefe: un asesinato en el metro y los vagones parados, atasco en una acera por una campaña publicitaria donde regalaban paraguas... Algo que pudiera parecer verdad. En ese momento, mi hermana abrió la puerta del dormitorio sonriente.

-¡Buenos días Ninetta! He dormido como una reina.
-Ya... Habéis dormido, querrás decir... Manolo y tú.
-¿Manolo? Ni idea si habrá dormido bien o mal.
-María no te hagas la tonta que lo sé todo.
-¿Pero de que me hablas que no me entero?
-No te voy a explicar nada que tú no sepas, haz el favor de vestirte y largarte de mi casa, y dile a Manolo que se vaya ahora mismo también.
-¿Manolo? Al final decidió que se marchaba a su casa a dormir. No estaba convencido de que fuera una buena idea tal y como eres. Estás trastornada Ninetta.

No sabía si creerla, pero para cerciorarme, aproveché el instante en que ella se metió en el baño para entrar en el dormitorio de invitados. Miré debajo de la cama, en el armario y en la pequeña terracita exterior que había. Manolo no estaba.

Sentí dos cosas en ese momento: alivio y hambre.




sábado, 17 de noviembre de 2007

El intruso


Tras el primer momento de sorpresa y confusión y cuando noté que mi corazón volvía a su estado normal, sentí una ola de furia recorriendo todo mi cuerpo.
-¿Pero se puede saber Manolo qué puñetas estás haciendo en MI casa?
-Es que me sentía mal y necesitaba verte, llamé a la puerta y al final... decidí esperarte dentro.
-Pues no deberías haberlo hecho, es mi casa, vivo aquí sola y no tenías porque haber entrado. ¡Me dijiste que ya no tenías ninguna copia de las llaves!
-Eso es lo que creía yo, pero encontré una que yo creía perdida en un traje.
-Déjale Ninetta, tampoco hace nada malo, no es ningún ladrón.-Miré a mi hermana con más enfado si cabe, lo que menos podía hacer es ponerse de mi lado y más después de haber estado aguantando sus lloros y quejas toda la tarde.

Tras unos cuantos reproches más por mi parte, me resigné y cedí de mala gana. Lo que menos me apetecía esa noche era pasarla con Manolo y mi hermana. Mientras yo me ponía cómoda en mi habitación intentando sosegarme, la extraña pareja parecía tener una amigable conversación en el sofá. Pensándolo con calma, ambos tenían cosas en común como el hecho de haber sido abandonados y haber acudido al hogar materno en busca de cobijo. ¿Sentirían una mutua atracción?

Me senté de nuevo en el sofá deseando que por lo menos Manolo se marchara, pero no parecía tener intención de ello. Ni bostezar, ni mirar la hora ni las indirectas que soltaba cada dos por tres daban el menor resultado, mi ex marido era presa de una sordera selectiva. Tampoco mi hermana parecía tener la menor prisa en que se fuera, al contrario, le daba conversación y le había subido el ánimo.
-Oye Manolo, se te hace tarde, ¿no deberías irte ya? –Al final opté por ir al grano.
-Tienes razón Ninetta... Ya sé que te estoy pidiendo mucho, pero ¿no podrías dejarme dormir aquí hoy? Me entra pereza regresar ahora a casa.
-Pero bueno, ¡Qué esto no es ningún hostal! María se queda a dormir, ya no tengo cama para ti.
-No me importa dormir en el sofá, por favor Ninetta, me viene bien la compañía.
-¿Y tu madre no te hace compañía?
Manolo se abstuvo de contestar y de nuevo volví a ceder nada convencida. Por lo menos estaba segura de que Manolo no intentaría acostarse conmigo al estar María en casa. Así que me fui al armario encogiendo los hombros, le tiré una almohada y una manta y decidí que me iba a la cama mientras ellos seguían con su alegre charla. Lo peor de todo es que sabía que Manolo se haría el lastimero para obtener el respaldo de mi hermana y esa idea me ponía ciertamente bastante nerviosa.

Al levantarme por la mañana me llevé una desagradable sorpresa: el sofá estaba vacío y la habitación donde dormía María estaba cerrada a cal y canto. Sentí cierto mareo al intuir lo que podía haber pasado esa noche entre Manolo y mi hermana. Tenía que ser una pesadilla y yo aún estaba dormida...



martes, 13 de noviembre de 2007

El día después


Al día siguiente de la catástrofe amatoria intenté hacer lo posible por no cruzarme con Pepe ni una sola vez. Pepe no es que estuviera abochornado, es que si hubiera encontrado un agujero negro que le absorbiera por completo para siempre de mi presencia se hubiera lanzado a él sin dudarlo. Vi de lejos su rostro compungido y algo macilento y a pesar de todo sentí cierta lástima por él.

Lo cierto es que había aprendido la lección: por muy desesperada que estuviera podía llegar a estarlo más aún después de otra noche así. Debería empezar a cribar lo que me llevaba a la cama o acabaría acostándome con media ciudad y no precisamente la mitad buena.

Me ha llamado al trabajo mi hermana María con una crisis en toda regla. Las casualidades a veces nos castigan misteriosamente y a ella la habían maltratado sin piedad. Se había encontrado con su ex en plena calle acompañado de su joven adquisición. El encontronazo fue inevitable, sin posibilidad de escapatoria y María, respondió al saludo muy educadamente con un “hijo de puta” y “zorra” muy poco dignos de una señora.

María lloraba al otro lado del teléfono con rabia, frustrada por haber sido rechazada, agobiada por el paso del tiempo que parecía que había hecho mella en ella a velocidad de vértigo. Porque María, tras la separación, se había abandonado, en su aspecto, en su ilusión y en sus ganas de vivir. Eso no me iba a pasar a mí. Quedé con ella esa misma tarde para intentar animarla un poco y aconsejarle que abandonara el hogar materno al que había acudido como refugio tras la separación. No tenía sentido vivir en casa de nuestra madre cuando ella se había quedado con el enorme piso que compró con Fernando, su ex, nada más casarse.

Y es que nuestra madre era bastante absorbente, negativa en extremo y pesimista de nacimiento. Sus palabras favoritas eran “imposible”, “no” e “inevitable” Nada tenía remedio, “igual que la muerte” soltaba siempre al final de sus conclusiones. Vivir con ella era impregnarse de ese halo de pensamientos poco recomendables. Justo lo que le estaba pasando a María en estos momentos.

Al llegar a la cafetería me la encontré sentada en una mesa llena de vasos que hacía unos instantes rebosaban de cerveza, fumaba cerrando los ojos en cada chupada y miraba con aire distraído la gente que pululaba por el bar. Enseguida percibió mi presencia, me senté frente a ella y dejé que fuera soltando todo lo que tenía dentro.

-Y encima el muy imbécil se ha comprado ropa nueva. Parece un chulo de playa.
-Seguro que ha sido cosa de la chica con la que está. ¿Cómo se llamaba, por cierto?
-Lisa creo. Pero me da igual como se llame. No sé que habrá visto en ella. Aunque la verdad es que dudo que le sirva de mucho tener una peluquera a su lado, con esos cuatro pelos mal puestos que le quedan.
-Y encima alguno canoso.
-Si, su aspecto es totalmente lamentable, ja ja ja.-Sentenció María.

Estuve con mi hermana toda la tarde. No parecía tener mucha prisa porque nos fuéramos de allí, pero yo estaba deseando descansar y dormir. La noche anterior apenas había podido pegar ojo y mi cuerpo estaba resentido y agotado debido a la falta de costumbre.
-Ninetta, te quería pedir un favor.
-Dime María.-Yo me puse en guardia, nunca se sabía lo que María podía estar tramando. A pesar de ser mi hermana, no me fiaba demasiado de ella.
-¿Puedo dormir en tu casa esta noche? Tuve una discusión con mamá y hoy no tengo ninguna gana de verla.
Respiré aliviada al escuchar su petición.
-¡Hija espabila! Lo que tienes que hacer es largarte ya de ese mausoleo. ¡Con la casa tan bonita que tienes!
-Ya… no sé, quizás debería hacerlo.
-Anda vamos a casa, te dejaré un pijama.

Al llegar a mi casa y abrir la puerta me encuentro con una desagradable sorpresa: alguien ha entrado en ella. Empujo la puerta no sin cierto temor y miro con recelo al interior. Apenas ilumina la estancia la pequeña lámpara que está encima de la mesa esquinera del salón, pero vislumbro una figura masculina levantándose del sofá. Me pongo a gritar con fuerza mientras agarro a María del brazo hasta que consigo distinguir con claridad la silueta que se acerca…


jueves, 8 de noviembre de 2007

El revolcón


La noche es fría y Pepe me agarra del brazo en dirección a su casa. Al final le he dicho que sí, el alcohol no me da para pensar mucho más, me dejo llevar y vivo el presente. Estoy excitada y necesito calmar mi ansiedad. La cabeza me da vueltas y mi risa llama la atención de los transeúntes con los que nos cruzamos. Pepe acierta con dificultad a meter la llave en la cerradura y en el ascensor, me aplasta literalmente contra un lateral y me soba sin dejar un resquicio de mí por tocar. Siento que estoy en la gloria. Llegamos a su piso, vamos directos a su dormitorio y allí nos desnudamos torpemente por nuestra intoxicación etílica. No sé quien está más borracho, yo bebo despacio y creo que mientras yo tomaba dos copas el triplicaba la cifra. Apenas se sostiene y yo le ando a la zaga. Entre nubes, le veo desnudo, me fijo en su hermosa barriga cayendo sobre su cuerpo y en su miembro semi erecto. Bajo mi vista y contemplo con horror que se deja los calcetines negros puestos. La visión es espeluznante y una alarma me avisa de que salga de allí por pies, pero el alcohol ahoga las señales de peligro y continúo. Pepe me empuja a la cama y me devora con su boca. Sé que si acerco una cerilla a su aliento comenzaría a arder. Yo le regalo mis caricias, me olvido de sus calcetines y cojo su miembro entre mis manos. En ese momento sólo tengo una preocupación: quiero tener su pene en mi interior, sentir otro pene distinto al de mi marido, otros movimientos y otro cuerpo a mi lado. Mi subconsciente, pesado e insistente, me vuelve a avisar de otro peligro y esta vez le hago caso parando por un instante mis movimientos.
-Oye Pepe: supongo que tendrás preservativos…
-Sí, espera.

Saca un condón del cajón, lo abre y se lo intenta colocar, pero su pene ha perdido consistencia y la tarea resulta imposible. Yo, sin dudarlo, acerco mi boca y lo mimo con mis labios, lo beso, lo lamo e intento que despierte, pero creo que Pepe está superado por el alcohol y su miembro no responde a mis cariños.
-No sé que me pasa, es la primera vez…

Yo sigo intentándolo, cada vez con más ganas, pero mi paciencia finalmente se agota y mis mandíbulas me duelen. Miro a Pepe y compruebo con sorpresa que tiene sus brazos extendidos a modo de Cristo crucificado y que empieza a roncar. No puedo creer lo que me está pasando y dudo de mis artes amatorias.

Me visto con rabia y me marcho de allí. De mañana no pasa que me compre un consolador…


domingo, 4 de noviembre de 2007

Pepe


Mi compañero de trabajo, Pepe, está intentando ligar conmigo. Creo que no me equivoco en mi afirmación. Me invita a café cada dos por tres, aprovecha cualquier excusa para acercarse a mi mesa y sus miradas hacia mí varían entre descaradas e insinuantes. Estoy encantada de que se haya fijado en mí pero físicamente no me atrae demasiado. Sólo hay algo que me saca de mis casillas: sus ojos…no sé, algo tienen esos ojos que me despistan, emiten señales invisibles que hacen que no me resulten indiferentes. Y es que yo me pierdo por una mirada profunda, de las que se te clavan en el alma como un cuchillo y te hacen su esclava. Algo así siento cuando me mira.

Estoy nerviosa, tengo ganas de terminar la jornada de trabajo y pasarme por la sex shop, es una novedad para mí y me siento independiente y dueña de mí misma. Forma parte de mi autoterapia. Pero Pepe hoy está muy insistente y pretende que tomemos una copa después del trabajo. Me habla de su vida, de su grupo de amigos, unos separados y otros divorciados. A mí se me enciende una luz y veo una puerta abierta a conocer otra gente, nuevos hombres… Tampoco es tan mala idea salir con él.

Termina la jornada y Pepe y yo nos acercamos dando un paseo hasta su barrio, él conoce bares de copas, yo no he salido apenas en mi época de casada y soy virgen en este tema. Nos metemos en un pub al que se accede tras bajar unas escaleras, es oscuro pero agradable. Pepe no para de hablar, yo, de reír, estoy entre excitada y nerviosa. Siento estar en un mundo diferente en el que no me defiendo en absoluto, ni recuerdo como se ligaba. Ni siquiera sé si quiero ligar con él. Me siento como una científica despistada en un nuevo laboratorio haciendo extraños experimentos.

Tras tres copas veo cómo misteriosamente se mueve la barra del bar. Pepe ha mutado y me parece el hombre más sexy del mundo. Ya no le veo bajito y regordete, su estatura es perfecta y su cuerpo fuerte y musculoso. Cada vez se me arrima más, coge mi cintura con su mano y yo sigo riendo con mi copa en la mía. Ni sé lo que estoy tomando, es una bomba volcánica, siento que me arde todo el cuerpo, fundamentalmente la zona que se halla entre mis piernas. Noto que desliza una mano por debajo de mi blusa y de forma tímida toca uno de mis pechos. Yo me dejo ¿por qué no?

Siento como mi piel se eriza ante la incursión y Pepe, que lo nota, se acerca más a mí hasta pegar su cuerpo contra el mío, me besa ansioso y yo le respondo con la misma moneda. Dejamos las copas encima de la barra y sin preocuparnos de la gente que mora el bar en ese momento, nos desatamos en nuestra demostración de pasión. Yo le abrazo, él tienta mi deseo, acerca su pelvis y el abultamiento de sus pantalones casi me deja sin respiración. Cojo su culo entre mis manos, lo achucho y él hace lo mismo con mis pechos. Mi corazón se acelera, apenas entra el aire en mi interior. Acerca sus labios a mi oído y me susurra de forma provocadora:
-¿Te apetece tomar la última copa en mi casa?

Le miro y por unos instantes, noto que vuelvo a ser dueña de mis actos y sopeso mi respuesta. No sé que hacer, bebo un trago mientras medito unos segundos mi decisión…



jueves, 1 de noviembre de 2007

Preguntas y respuestas

Lo malo del hecho de divorciarse es que todos los que están alrededor desean conocer los motivos que te llevaron a esa drástica decisión. Esos interrogatorios iniciales suelen resultar más que molestos cuando no puedes decir el motivo principal y optas por un encogimiento de hombros, una escueta frase del tipo “así es la vida” y una media vuelta apresurada y torera intentando hacer comprender que no tienes intención de decir ni una palabra más. Porque explicar a las claras lo aburrida que estabas y lo soporífera que te parecía tu relación seguramente hubiera resultado una frivolidad para el interrogador y más cuando conocían a la otra parte contratante.

Y es que Manolo caía bien a todo el mundo, tenía fama de buena persona, trabajadora y responsable. Un marido modelo, detallista en todo momento y atento con sus amigos. Yo sabía que tras la ruptura en lo referente a los amigos, la que se iba a llevar la peor parte iba a ser yo. Yo era la de las dudas, la de la independencia y la alocada que tira todo por la borda. Y realmente no me equivoqué, dado que tras unos días de neutralidad con uno y con otro, nuestro grupo de amigos tomó posiciones y un buen día dejaron de llamarme y de responder a mis mensajes. Manolo era la supuesta víctima y yo era la mala de la película. Habían sacado sus propias conclusiones, quizás aderezadas con algún que otro comentario de mi querido ex.

Divorciada y sin amigos. Otra vez a partir de cero. Tampoco tenía el apoyo de mi familia, mi madre no entendía mi decisión y mi hermana María, un año mayor que yo y que acababa de ser abandonada por su marido el cual se había ido con otra mujer 10 años más joven que ella, me miraba con desprecio y de alguna forma me metía en el mismo paquete que su ex.

Viendo la situación desde fuera parecía que mi situación no era precisamente envidiable, pero yo, intentaba mantenerme a flote. Trabajar y no pensar demasiado, ese era mi lema. Comprobé que el onanismo diario me ayudaba a conciliar el sueño así que por las mañanas me levantaba tranquila y en paz conmigo misma.

Las noches se hacían largas, no me sentía centrada para hacer ningún tipo de actividad que requiriera una mínima concentración y lo único que me entretenía era encender el ordenador y conectarme a la red. Unas veces chateaba con desconocidos, pero no buscaba sexo cibernético, aunque no lo descartaba. Entre página y página aparecí sin querer en una tienda de productos eróticos que vendía sus artículos directamente en la red y en su tienda, ésta curiosamente no quedaba muy lejos de mi trabajo. Tenían artilugios de todos los colores y las clases, sentí como me revolvía pensando en sus posibles usos y decidí sin más que al día siguiente le haría una visita y me haría un regalo…

Iba a aprovechar mi soledad para cuidarme como merecía.



lunes, 29 de octubre de 2007

El test de embarazo


Llevo dos días de retraso y me extraña, suelo ser como un reloj, bueno, tampoco lo recuerdo, llevo muchos años tomando la píldora, no sé como eran mis ciclos antes de casarme.

Estoy tranquila a pesar de todo. Lo que sea, será. Voy a la farmacia y espero resignada a que me atiendan. Está atestada de gente en busca de un alivio a sus males. Es otoño y la gripe empieza a brotar con ganas. A mi derecha hay una madre con sus dos niños, no calculo bien su edad, quizás unos 4 y 5 años, son revoltosos, cogen cosas de los estantes y lloran cada dos por tres y realmente no puedo evitar pensar que son un auténtico horror. Mi hijo no va a ser así, eso seguro.

Por fin es mi turno y pido dubitativa un test de embarazo. El farmacéutico no sé si se mofa de mí o simplemente está cumpliendo su trabajo, pero me pregunta la marca que quiero. ¡Y yo qué sé! Ni idea. Dejo que me aconseje y con muy bien criterio me dice que coja el más barato, que son todos iguales. Me lo extiende y lo meto casi furtivamente en el bolsillo sin esperar a salir de la farmacia. Cojo el metro y vuelvo a casa sacando de inmediato la pequeña caja rosa. Hay una especie de termómetro y un prospecto cuidadosamente plegado. Lo despliego con prisas y su tamaño es comparable al de las sábanas de mi cama. Creo que tendré lectura para toda la mañana. Leo como si tuviera el don de la memoria fotográfica y saco la conclusión de que es tan fácil como ir al servicio y acertar a echar el chorro en la punta del cacharro. Lo tapo tras la hazaña y espero ansiosa el resultado. No hay más que una raya, lo miro concentrada y tras unos minutos no veo variación. Significa que el test es negativo. Vuelvo a leer las instrucciones y encuentro una advertencia: el test es más fiable por la mañana y tras una semana de la primera falta. Son las 8 de la tarde y sólo llevo dos días de retraso. Siguen mis dudas.

Al día siguiente me viene la regla y me siento decepcionada. Ya tenía todo pensado para el pequeño retoño: a qué colegio le llevaría, el régimen de visitas con su padre y cómo organizaría las fiestas de cumpleaños. Todo se ha esfumado. Rebobino hasta el día en que me acosté con mi ex y de nuevo siento que tengo mucho camino por recorrer.


Lo peor de todo es que la ansiedad y el chocolate han ensanchado mi cintura, así que tendré que ponerme a hacer algo de ejercicio para adelgazar los dos kilos que me he cogido...




sábado, 27 de octubre de 2007

Dudas



Después del rato de pausada lujuria que tuve con mi ex marido me senté en el sofá a meditar. Ahí es cuando me di cuenta de que Manolo se había dejado los libros que tenía preparados para él encima de la mesa del salón. Tras acostarme con mi ex, la sensación de soledad fue aún más intensa, había sido un error, de eso no cabía la menor duda: yo no me sentía satisfecha y lo peor de todo era que Manolo se había ido de casa tan contento, pensando en una posible reconciliación. Creo que mi falta de sexo me está atontando las neuronas hasta producirme ceguera mental.

Fue de madrugada cuando me desperté sobresaltada pensando la tontería mayúscula que acababa de cometer. ¡Había hecho el amor con mi ex y no me había acordado que ya no tomaba la píldora! ¿Pero como he podido ser tan estúpida? Tardé en conciliar el sueño y tuve extrañas pesadillas el resto de la noche. No podía dejar de ver guerreros con una larga cola blanca que intentaban atacar las murallas de mi castillo. Y justo a dos semanas para que me venga la regla, en la fase más fértil de mi ciclo. ¿No te agobiabas por el hecho de no tener hijos? Pues mira...

Sentía que los días posteriores tras el desatino no trascurrían a la misma velocidad de siempre. Intentaba sentir los síntomas del síndrome premenstrual, tocaba mis pechos cada dos por tres intentando adivinar su posible hinchazón, me concentraba en notar algo de dolor en mis riñones, pero me descorazonaba al no percibir absolutamente nada. Me volvía a ver de nuevo con Manolo y con un hijo y, a pesar de que la idea de ser madre no me disgusta, no es el momento ni la persona adecuada con la que me gustaría tenerlo.

En esos momentos de dudas, las calles parece que maliciosamente se llenan de embarazadas, de cochecitos con bebés y de niños que juguetean a mi alrededor. Siento que tengo más hambre ¿será un síntoma de embarazo? Como con ansiedad y sobre todo necesito chocolate, devoro las tabletas y lo peor es que me ha salido un horrible grano en mi mejilla. Gorda y fea, ¡Oh Dios mío! No he querido decir nada a Manolo, seguro que a él le encanta la idea, vería en mi embarazo un motivo inevitable para volver a estar juntos. No, no, mi cabeza da vueltas y estoy confusa.

Llega el día D y la dichosa menstruación parece que no quiere dar señales de vida. Sigo con hambre, parece que hasta tengo más sueño y creo que me estoy haciendo a la idea de que el año que viene tendré un retoño entre mis brazos. La verdad es que me empieza a ilusionar la idea, veo las tiendas de ropa de bebés y pienso todas las cosas bonitas que le voy a comprar, aún tengo dudas con el nombre. Me toco la barriga, creo que ha aumentado de tamaño.


Si en dos días no me ha venido me hago un test de embarazo.


miércoles, 24 de octubre de 2007

El reencuentro


No puedo evitarlo, estoy nerviosa. Manolo viene esta tarde a por los libros de los que le hablé. Hace dos meses que no nos vemos y me apetece verle. La verdad es que le echo mucho de menos, me he dado cuenta que le sigo queriendo, justo ahora, cuando más sola me encuentro y empiezo a valorar más lo que tenía. He arreglado la casa, me he dado un baño de sales, he untado mi cuerpo con una crema que tiene un ligero olor a rosas que siempre utilizo en las ocasiones especiales y me he puesto el vestido que me compré hace una semana en un día de crisis y consumo compulsivo. Me he maquillado con mimo y he puesto en la minicadena un CD de música suave y sugerente. Miro el reloj y camino por el pasillo como una fiera enjaulada esperando que llamen a la puerta. Por fin, el timbre me hace pegar un salto y voy precipitada a abrir.
-Hola Manolo.
-¿Qué tal Ninetta?
-Pasa, anda, no te quedes en la puerta, vamos al salón.

Manolo parece un poco más delgado, creo que hasta el pelo lo tiene algo más canoso, tiene un aire triste que me inspira cierta ternura. Me siento algo culpable.
-¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza?
-Vale de acuerdo.

Voy a la cocina y le miro disimuladamente mientras abro el frigorífico. Estoy alterada, no sé ni a lo que he venido a la cocina... cierto, ¡la cerveza! Vuelvo al salón, me siento a su lado y le pongo el vaso en sus manos.
-Estás muy guapa Ninetta, veo que estar alejado de mí te ha sentado bien.
-No digas eso... No es verdad. Sabes que te echo de menos.
-Pues no lo parece, me sorprendió tu llamada el otro día. Creía que ya no iba a saber más de ti.
-Yo te quiero Manolo…
-Pues no te entiendo. ¿Me quieres y te divorcias de mí?
-Estoy confusa, sé que te quiero, pero también sé que necesito vivir por mi cuenta, independizarme, descubrir cómo soy. Yo no te puedo dar el 100% de mí. Te lo he dicho muchas veces, pero eso no quita para que te diga que te quiero y que te echo de menos...

Manolo es un hombre tranquilo y no le gusta discutir, se conforma con dar un trago al vaso de cerveza y mirarme con ojos inquisitivos. Yo no puedo aguantar esa mirada, me hace sentirme de nuevo culpable, siento que mi sensibilidad a flor de piel me va a jugar una mala pasada, intento tragar saliva, beber del vaso de agua que me he servido pero ya es inevitable. Manolo sigue recriminando de forma sosegada mi comportamiento, hace que me sienta como una chiquilla que ha cometido una travesura y ya no puedo más. Mis lágrimas comienzan a brotar irremediablemente de mis ojos, dejo el vaso y sollozo cubriéndolos con mis manos.

-Venga Ninetta, no llores, sabes que no lo soporto.

Manolo se acerca a mí, me besa en la mejilla, percibo placenteramente sus labios sobre mi piel, me abraza, me pego a él, puedo notar mi corazón en su piel y sorprendentemente me descubro a mí misma excitada, besándole con pasión y acariciando su cuerpo con mis manos. Estoy desatada y Manolo no parece rechazarme, al contrario, sigue mi juego, roza mi piel, pelea con la cremallera de mi vestido, busca un resquicio para atrapar mis pechos en sus manos. Yo le desabrocho con premura su camisa, bajo sus pantalones, nuestras respiraciones se agitan, mi boca se encuentra con la suya, mezclamos nuestras salivas. En ese instante quiero que me folle salvajemente, que me tire al suelo, que me destroce de placer, soy una gata salvaje que necesita desahogarse. Manolo me mira a los ojos:
-Vamos a la cama Ninetta, que el sofá es incómodo.

Adiós a la gata salvaje, adiós al amante descontrolado. Ninetta, no te equivoques, es tu ex marido, no ha cambiado...

Manolo se tumba encima de mí en la cama, sigue el protocolo perfectamente estudiado de besos, caricias y arrumacos, yo intento trasmitirle mi pasión pero no lo consigo, me invade la decepción y de forma rutinaria miro de nuevo la mancha de humedad que hay en el techo. Intento ponerle ánimo, me revuelvo, le muerdo, quiero jugar pero llego tarde, Manolo ya se ha derramado dentro de mí y descansa exhausto sobre mi cuerpo.

Pongo a Dios por testigo que jamás volveré a acostarme con mi ex marido.