lunes, 29 de octubre de 2007

El test de embarazo


Llevo dos días de retraso y me extraña, suelo ser como un reloj, bueno, tampoco lo recuerdo, llevo muchos años tomando la píldora, no sé como eran mis ciclos antes de casarme.

Estoy tranquila a pesar de todo. Lo que sea, será. Voy a la farmacia y espero resignada a que me atiendan. Está atestada de gente en busca de un alivio a sus males. Es otoño y la gripe empieza a brotar con ganas. A mi derecha hay una madre con sus dos niños, no calculo bien su edad, quizás unos 4 y 5 años, son revoltosos, cogen cosas de los estantes y lloran cada dos por tres y realmente no puedo evitar pensar que son un auténtico horror. Mi hijo no va a ser así, eso seguro.

Por fin es mi turno y pido dubitativa un test de embarazo. El farmacéutico no sé si se mofa de mí o simplemente está cumpliendo su trabajo, pero me pregunta la marca que quiero. ¡Y yo qué sé! Ni idea. Dejo que me aconseje y con muy bien criterio me dice que coja el más barato, que son todos iguales. Me lo extiende y lo meto casi furtivamente en el bolsillo sin esperar a salir de la farmacia. Cojo el metro y vuelvo a casa sacando de inmediato la pequeña caja rosa. Hay una especie de termómetro y un prospecto cuidadosamente plegado. Lo despliego con prisas y su tamaño es comparable al de las sábanas de mi cama. Creo que tendré lectura para toda la mañana. Leo como si tuviera el don de la memoria fotográfica y saco la conclusión de que es tan fácil como ir al servicio y acertar a echar el chorro en la punta del cacharro. Lo tapo tras la hazaña y espero ansiosa el resultado. No hay más que una raya, lo miro concentrada y tras unos minutos no veo variación. Significa que el test es negativo. Vuelvo a leer las instrucciones y encuentro una advertencia: el test es más fiable por la mañana y tras una semana de la primera falta. Son las 8 de la tarde y sólo llevo dos días de retraso. Siguen mis dudas.

Al día siguiente me viene la regla y me siento decepcionada. Ya tenía todo pensado para el pequeño retoño: a qué colegio le llevaría, el régimen de visitas con su padre y cómo organizaría las fiestas de cumpleaños. Todo se ha esfumado. Rebobino hasta el día en que me acosté con mi ex y de nuevo siento que tengo mucho camino por recorrer.


Lo peor de todo es que la ansiedad y el chocolate han ensanchado mi cintura, así que tendré que ponerme a hacer algo de ejercicio para adelgazar los dos kilos que me he cogido...




sábado, 27 de octubre de 2007

Dudas



Después del rato de pausada lujuria que tuve con mi ex marido me senté en el sofá a meditar. Ahí es cuando me di cuenta de que Manolo se había dejado los libros que tenía preparados para él encima de la mesa del salón. Tras acostarme con mi ex, la sensación de soledad fue aún más intensa, había sido un error, de eso no cabía la menor duda: yo no me sentía satisfecha y lo peor de todo era que Manolo se había ido de casa tan contento, pensando en una posible reconciliación. Creo que mi falta de sexo me está atontando las neuronas hasta producirme ceguera mental.

Fue de madrugada cuando me desperté sobresaltada pensando la tontería mayúscula que acababa de cometer. ¡Había hecho el amor con mi ex y no me había acordado que ya no tomaba la píldora! ¿Pero como he podido ser tan estúpida? Tardé en conciliar el sueño y tuve extrañas pesadillas el resto de la noche. No podía dejar de ver guerreros con una larga cola blanca que intentaban atacar las murallas de mi castillo. Y justo a dos semanas para que me venga la regla, en la fase más fértil de mi ciclo. ¿No te agobiabas por el hecho de no tener hijos? Pues mira...

Sentía que los días posteriores tras el desatino no trascurrían a la misma velocidad de siempre. Intentaba sentir los síntomas del síndrome premenstrual, tocaba mis pechos cada dos por tres intentando adivinar su posible hinchazón, me concentraba en notar algo de dolor en mis riñones, pero me descorazonaba al no percibir absolutamente nada. Me volvía a ver de nuevo con Manolo y con un hijo y, a pesar de que la idea de ser madre no me disgusta, no es el momento ni la persona adecuada con la que me gustaría tenerlo.

En esos momentos de dudas, las calles parece que maliciosamente se llenan de embarazadas, de cochecitos con bebés y de niños que juguetean a mi alrededor. Siento que tengo más hambre ¿será un síntoma de embarazo? Como con ansiedad y sobre todo necesito chocolate, devoro las tabletas y lo peor es que me ha salido un horrible grano en mi mejilla. Gorda y fea, ¡Oh Dios mío! No he querido decir nada a Manolo, seguro que a él le encanta la idea, vería en mi embarazo un motivo inevitable para volver a estar juntos. No, no, mi cabeza da vueltas y estoy confusa.

Llega el día D y la dichosa menstruación parece que no quiere dar señales de vida. Sigo con hambre, parece que hasta tengo más sueño y creo que me estoy haciendo a la idea de que el año que viene tendré un retoño entre mis brazos. La verdad es que me empieza a ilusionar la idea, veo las tiendas de ropa de bebés y pienso todas las cosas bonitas que le voy a comprar, aún tengo dudas con el nombre. Me toco la barriga, creo que ha aumentado de tamaño.


Si en dos días no me ha venido me hago un test de embarazo.


miércoles, 24 de octubre de 2007

El reencuentro


No puedo evitarlo, estoy nerviosa. Manolo viene esta tarde a por los libros de los que le hablé. Hace dos meses que no nos vemos y me apetece verle. La verdad es que le echo mucho de menos, me he dado cuenta que le sigo queriendo, justo ahora, cuando más sola me encuentro y empiezo a valorar más lo que tenía. He arreglado la casa, me he dado un baño de sales, he untado mi cuerpo con una crema que tiene un ligero olor a rosas que siempre utilizo en las ocasiones especiales y me he puesto el vestido que me compré hace una semana en un día de crisis y consumo compulsivo. Me he maquillado con mimo y he puesto en la minicadena un CD de música suave y sugerente. Miro el reloj y camino por el pasillo como una fiera enjaulada esperando que llamen a la puerta. Por fin, el timbre me hace pegar un salto y voy precipitada a abrir.
-Hola Manolo.
-¿Qué tal Ninetta?
-Pasa, anda, no te quedes en la puerta, vamos al salón.

Manolo parece un poco más delgado, creo que hasta el pelo lo tiene algo más canoso, tiene un aire triste que me inspira cierta ternura. Me siento algo culpable.
-¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza?
-Vale de acuerdo.

Voy a la cocina y le miro disimuladamente mientras abro el frigorífico. Estoy alterada, no sé ni a lo que he venido a la cocina... cierto, ¡la cerveza! Vuelvo al salón, me siento a su lado y le pongo el vaso en sus manos.
-Estás muy guapa Ninetta, veo que estar alejado de mí te ha sentado bien.
-No digas eso... No es verdad. Sabes que te echo de menos.
-Pues no lo parece, me sorprendió tu llamada el otro día. Creía que ya no iba a saber más de ti.
-Yo te quiero Manolo…
-Pues no te entiendo. ¿Me quieres y te divorcias de mí?
-Estoy confusa, sé que te quiero, pero también sé que necesito vivir por mi cuenta, independizarme, descubrir cómo soy. Yo no te puedo dar el 100% de mí. Te lo he dicho muchas veces, pero eso no quita para que te diga que te quiero y que te echo de menos...

Manolo es un hombre tranquilo y no le gusta discutir, se conforma con dar un trago al vaso de cerveza y mirarme con ojos inquisitivos. Yo no puedo aguantar esa mirada, me hace sentirme de nuevo culpable, siento que mi sensibilidad a flor de piel me va a jugar una mala pasada, intento tragar saliva, beber del vaso de agua que me he servido pero ya es inevitable. Manolo sigue recriminando de forma sosegada mi comportamiento, hace que me sienta como una chiquilla que ha cometido una travesura y ya no puedo más. Mis lágrimas comienzan a brotar irremediablemente de mis ojos, dejo el vaso y sollozo cubriéndolos con mis manos.

-Venga Ninetta, no llores, sabes que no lo soporto.

Manolo se acerca a mí, me besa en la mejilla, percibo placenteramente sus labios sobre mi piel, me abraza, me pego a él, puedo notar mi corazón en su piel y sorprendentemente me descubro a mí misma excitada, besándole con pasión y acariciando su cuerpo con mis manos. Estoy desatada y Manolo no parece rechazarme, al contrario, sigue mi juego, roza mi piel, pelea con la cremallera de mi vestido, busca un resquicio para atrapar mis pechos en sus manos. Yo le desabrocho con premura su camisa, bajo sus pantalones, nuestras respiraciones se agitan, mi boca se encuentra con la suya, mezclamos nuestras salivas. En ese instante quiero que me folle salvajemente, que me tire al suelo, que me destroce de placer, soy una gata salvaje que necesita desahogarse. Manolo me mira a los ojos:
-Vamos a la cama Ninetta, que el sofá es incómodo.

Adiós a la gata salvaje, adiós al amante descontrolado. Ninetta, no te equivoques, es tu ex marido, no ha cambiado...

Manolo se tumba encima de mí en la cama, sigue el protocolo perfectamente estudiado de besos, caricias y arrumacos, yo intento trasmitirle mi pasión pero no lo consigo, me invade la decepción y de forma rutinaria miro de nuevo la mancha de humedad que hay en el techo. Intento ponerle ánimo, me revuelvo, le muerdo, quiero jugar pero llego tarde, Manolo ya se ha derramado dentro de mí y descansa exhausto sobre mi cuerpo.

Pongo a Dios por testigo que jamás volveré a acostarme con mi ex marido.



lunes, 22 de octubre de 2007

Gemidos nocturnos


Hoy si no me hubiera levantado de la cama hubiera sido un día perfecto. He tenido atasco al ir a mi trabajo como todos los días, estoy resignada a ellos, pero no a los inútiles que van al volante contemplando el paisaje a esas horas intempestivas. Creo que el porcentaje de daltonismo es más alto en esta ciudad que en otra cualquiera. Porque si no ¿Cómo es posible que irremediablemente tenga que pitar al de delante para que al cambiar a verde inicie su marcha? No creo estar estresada pero no me gusta perder el tiempo por las mañanas.

Respecto a la jornada de trabajo no voy a contar nada, con decir que ha sido pésima, suficiente: sé que en mi despacho hay un agujero negro por donde desaparecen los más importantes expedientes y un lugar estratégico donde me van echando aquellos trabajos más engorrosos y que no los quiere nadie. Sospecho que la liga antivicio encabezada por Clara me está castigando sutilmente por salirme de mi ruta marcada y mandar a la basura mi alianza de casada. Es cierto, ¿dónde la puse? ¡Al fin y al cabo es oro y lo puedo reciclar! Si Clara supiera la vida monacal que llevo ahora… Pobre de mí, ¡hace siglos que no tengo sexo compartido…!

Y vuelta a casa por la noche. Nuestro señor alcalde es un encanto y ha decidido asfaltar la mitad de la calzada justo a la hora punta. Estoy cansada y tengo una herida en el talón que siento cada vez que piso los pedales del vehículo. Estos zapatos de tacón son una tortura pero hacen más largas mis piernas, una cosa por la otra.

Tras zapear repetidas veces con el mando de la tele me rindo y tras una frugal cena me voy a la cama con mi último libro, ese que lleva cogiendo polvo todo el verano. Dos hojas y media de forzada lectura y siento que Morfeo me quiere llevar a su lado, dejo el libro y apago la luz. Cierro los ojos y de repente un brusco portazo me saca de mi ensueño, es el vecino de al lado, Andrés, cuyo dormitorio linda con el mío. Risas y más risas, hoy Andresito parece que viene con compañía. No sé como es ella, pero sólo por su voz aguda y su esperpéntica risa me imagino su pelo rubio platino teñido de bote, sus pechos siliconados y su minifalda de cuero ceñida a sus caderas. Seguro que un piercing adorna su ombligo y un tatuaje negro engalana la parte inferior de su espalda anunciando sus nalgas.

Abro los ojos e intento aguzar el sentido del oído. No puedo remediarlo, pero soy curiosa y una aprendiza a voyeur. Escucho ensimismada y con atención e intento imaginarme las maniobras de Andrés con su rubia, camelándola con su labia y atrayéndola hacia su cuerpo buscando el fin para el que se la ha llevado a su piso: follar sin más pretensiones. Esa risa me es familiar y dudo si es similar a la de los pequeños primates que vi en el zoo la última vez que fui o a los ruidos que emite la cotorrita Carolina de mi abuela María. Los sonidos irremediablemente despiertan mi calenturienta imaginación y siento como me corroe la envidia. Yo no tengo mal aspecto, soy atractiva, inteligente y simpática, mi punto de vista nunca será objetivo, cierto. Pero ¿por qué yo estoy comiéndome los dedos en la cama mientras escucho a mi vecino pasárselo en grande? Injusticias de la vida…

Andrés y la rubia han pasado a mayores, lo sé por el ruido de los muelles, por los golpes del cabecero sobre la pared. La toco y la siento vibrar. Suben el volumen de su parca conversación mientras va disminuyendo paulatinamente el tamaño de sus frases: “Fóllame”, “así puta”, “ahhhh”, “oooooh”, “así así, sí”. Ella gime con desesperación, con fuerza, sus gemidos nocturnos me ponen los pelos de punta y siento que mi sexo atrae como un imán a mis manos. Me despojo del camisón y lo tiro al suelo, abro mis piernas y sigo el ritmo de mis vecinos. Intento seguir cada una de las embestidas de Andrés y ataco con firmeza mi coño desnudo. El silencio de mi orgasmo contrasta con el desgarrador gemido de la rubia de al lado.

Al contrario de lo que me pasa habitualmente tras darme placer, he perdido el sueño. Vuelvo a sentir de nuevo las sábanas frías y la ausencia de unos brazos que me arropen. Me acuerdo de mi ya ex marido y pienso si no habré sido demasiado injusta con él. Mañana le llamaré, aún tiene que recoger unos libros que son suyos…


sábado, 20 de octubre de 2007

En mi cama


Tengo toda la cama para mí sola. Es cierto que echo de menos a Manolo: ahora nadie me calienta los pies, ni me abraza por la noche, ni comenta conmigo los anodinos programas de la tele. Todos los inicios son duros, lo sé, y también sé que tendré momentos de soledad y de angustia, pero necesitaba tanto volver a tener de nuevo mi independencia…

Manolo se ha ido a casa de su madre. Parece que ésta se haya alegrado de nuestro divorcio y ve en mi decisión una confirmación de lo que ella siempre ha pensado de mí: que soy solamente una mala mujer que engatusó y engañó con malas artes a su querido y único hijo. No digo que Manolo haya sido un mal marido, era una línea perfectamente trazada en un folio en blanco, constante y eternamente igual. En mi vida me he dado cuenta de que yo no quiero una recta: quiero una línea en movimiento, con sus curvas y también con sus aristas, que sea a veces continua y a veces discontinua, con sus irregularidades también, ¿por qué no?, que me sorprenda en su recorrido y que me despierte del letargo en el que he vivido tanto tiempo.

Lo cierto es que mientras me abrazo a la almohada pienso en lo positivo de esta nueva situación: ahora duermo de un tirón, no tengo ronquidos que alteren mi paz, ni bruscos movimientos del colchón que me hagan sentir que estoy en una montaña rusa. ¿Por qué dejaría a Manolo elegir con su querida madre el colchón? Aquella gripe me salió demasiado cara, la bruja de Carmina eligió el colchón más parecido al que ella compró hace 40 años. Será lo primero que cambiaré cuando tenga dinero. El reparto de la sociedad de gananciales y el pago al abogado matrimonialista me ha dejado tiritando.

Hace una semana que he dejado de tomar la píldora y no sé si es este motivo o el hecho de pensar que el mundo se abre a mis pies, pero siento que mi deseo sexual ha aumentado vertiginosamente. Mis masturbaciones se han hecho diarias y el objeto de mi deseo fluctúa según sea lo que se me ponga por delante. Me fijo en los hombres y todos casi sin excepción me parecen deseables. Nada más salir de casa me encontré con mi vecino de enfrente, en el que jamás me había fijado. Hoy le he visto distinto: parecía más atractivo, quizás por el hecho de que me haya mirado y sonreído de otra forma, seguro que ya todo el vecindario sabe que estoy sola. Es como si llevara un cartel de “libre para follar” en mi pecho. En el metro, un ejecutivo con su mp4 ha echado un vistazo a mis piernas: desde hoy ya no me vuelvo a poner pantalones, esto es un mercado y tengo que exhibir y vender el producto que ofrezco, nada de chopped, que se vea que esto es jamón de bellota. He sentido que la sangre fluía por mi cuerpo y lo calentaba hasta hacerme arder en deseo. Me he agarrado a la barra mostrando mi mano desnuda, dejando ver que no llevo anillo de casada. He imaginado escenas morbosas con el ejecutivo y me he puesto como un animal en celo. Creo que si en esos momentos se acerca a mí y me levanta las faldas, me dejo hacer allí mismo, con público y todo. Pero he llegado a mi parada y nada ha sucedido. Otra vez será...

En mi trabajo ya he contado mi nuevo status civil. La pesimista de Clara me mira con pena y no entiende mi decisión. Ella ya está abandonada en el precipicio del hastío y no entiende que yo me haya agarrado a una piedra y que por mucho que se mueva no voy a caer al abismo. Me dice que vuelva con Manolo, que las crisis son normales en todas las parejas, que es peor la soledad. Yo dejo que hable pero me dan igual sus comentarios, mi decisión es firme. Habla de mis años y de mi reloj biológico, eso ha sido toda una estocada.

Ha venido Pepe, uno de mis compañeros de la planta séptima y me ha invitado a un café de máquina mientras me da ánimos. Clara ha conseguido hundirme con sus palabras. La próxima vez no voy a dejar que me diga ni una frase. Pepe se arrima a mí y me coge de la cintura... Es bajo y regordete, ciertamente nada atractivo, ¿pero quién sabe si es una bestia sexual en la cama? Su acercamiento vuelve a excitarme, hoy siento mis bragas encharcadas, como desde hace unos días. Esta noche al volver del trabajo le daré un buen revolcón a mis apetitos mientras escucho música. No me gusta oír el silencio de mi casa.

Aún siento mi sexo palpitar tras masturbarme, estoy relajada pero me siento algo triste. La paz de los orgasmos hace que mis ojos se cierren y me olvide de todo. Mañana será un nuevo día.


miércoles, 17 de octubre de 2007

Un nuevo comienzo

"The open window" H. H. Munro "Saki"


Esto se acabó. Me he cansado de observar las moscas volando sobre mi cabeza un sábado sí y otro no, de contemplar aburrida la mancha de humedad que jamás pintamos tras las continuadas lluvias caídas en otoño del año pasado y de masturbarme a escondidas para no ofender a mi querido marido, cariñoso, solícito, dulce y meloso pero un auténtico desastre en cuestiones sexuales. Con él he conocido en toda su intensidad el significado de la palabra aburrimiento. Sé que un sandwich de jamón y queso en un tostador ha tenido más temperatura que yo en el lecho y que una tortilla de patatas en una sartén ha dado más vueltas que yo con mi marido en estos dos trienios de soporífero matrimonio.

Me confieso: jamás he logrado llegar a tener un orgasmo con mi marido. Los diez minutos como máximo de nuestras sesiones amorosas eran un precalentamiento que sólo acababa produciéndome mal humor. ¡Qué equivocada estaba yo cuando Manolo me decía que mi falta de orgasmos era algo normal al principio de una relación! Yo veía que el tema le agobiaba, le hacía sentirse mal, pero tampoco intentaba solucionarlo, ni con técnica, ni con imaginación ni con nada. Mi clítoris adormecido intentaba despertarse mínimamente, pero la única forma de ponerle contento era gracias a mis artes amanuenses. Tenemos trato desde hace muchos años y yo le tranquilizaba, le decía que tuviera paciencia y que cuando Manolo por fin se derrumbara sobre mí, me pondría manos a la obra para mimarle como se merecía. Opté por hacerlo una vez que Manolo se había dormido, el saber que no era capaz de darme placer y que tenía que recurrir al onanismo le ofuscaba y yo no quería hacerle daño... Así que tras ver que mi sinceridad no mejoraba mi vida sexual, opté por fingir mis orgasmos. Reconozco que puedo ser una buena actriz y la gama de gemidos y alaridos que yo pegaba en mis sesiones dejaban bien contento a Manolo, que dormía posteriormente como un bendito, con una sonrisa en su rostro y con la sensación del deber cumplido.

Leo las revistas y veo la tele: sé que existen otros mundos y otros hombres y yo, desde hoy, voy a comenzar a buscarlos. Tengo 36 años, no he dejado que la paz de la vida conyugal aumente mi tejido adiposo y me veo atractiva cuando contemplo mi figura en los espejos de El Corte Inglés. Adiós a mi marido, adiós al fútbol de los sábados y adiós a las comidas de domingo con la bruja de mi suegra.

Hoy mismo comienzo una nueva vida: me divorcio.