domingo, 25 de noviembre de 2007

La sex shop


Intenté olvidar la metedura de pata cometida con mi hermana por ser tan mal pensada y dejé que mi trabajo me abstrajera de otros pensamientos. Por fin no tenía planes para esa tarde y definitivamente tendría tiempo para darme el capricho de curiosear en la sex shop.

Salí del trabajo con paso ligero pero al llegar a la tienda ralenticé mi marcha. Sabía que era una tontería avergonzarse por entrar allí, pero no podía evitarlo. Miré a mi alrededor antes de entrar, deseando que nadie conocido me viera. El local era pequeño y algo oscuro, incluso yo lo describiría como tenebroso. Un hombre alto y desgarbado con lentes redondas y cabello largo y despeinado repasaba un libro en el que iba haciendo anotaciones con un bolígrafo. Saludé intentando demostrar seguridad y dominio de la situación y me puse a curiosear de forma acelerada todos los productos que había en los estantes. Al llegar a la zona de los consoladores paré en seco. Ese era el objetivo de mi visita. La variedad de nabos siliconados era infinita y no sabía cuál de ellos regalarme: ¿el grande o el gigante? ¿El de grosor mediano tipo zanahoria o similar al calabacín? ¿A pilas o manual? Todos me resultaban muy apetecibles, en la vida había tenido un cacharro semejante así que me decidí por uno supuestamente estándar: 22 de largo por dos y medio de ancho, era vibrador y estimulador del clítoris, muy completo.

Agarré la caja que lo contenía y fui al mostrador a pagar la mercancía. El vendedor metió el vibrador en una bolsa blanca, mientras me miraba con disimulo. El plástico era fino, demasiado y lamentablemente se trasparentaba el contenido. Al salir de la tienda intenté introducir el paquete en el bolso, pero era muy grande y por mucho que empujé resultó un esfuerzo inútil.

Estaba tan concentrada en la labor que sin querer resbalé con las miles de hojas caídas por el otoño. Tras las lluvias de días anteriores se había formado una especie de masa marrón con vida propia y caí lamentablemente al suelo. Denunciaría al Ayuntamiento por su dejadez en los servicios de limpieza. Mi bolsa salió despedida por los aires, haciendo aterrizar a mi flamante vibrador en medio de la acera a expensas de la vista de todo el mundo. El viento hizo volar la bolsa mientras yo me incorporaba del suelo e intentaba rescatar mi fuente de futuros placeres. Pero llegué tarde, alguien se había adelantado y cogido mi tesoro. No podía tener peor suerte, pues había sido mi vecino de al lado, Andrés, el agraciado con el premio pasando casualmente por allí.
-¿Te has hecho daño?
-No, no, no ha sido nada. Gracias.-
Le cogí mi paquete con el vibrador deseando que no se hubiera fijado de lo que se trataba, pero su maliciosa sonrisa me confirmaba de lo contrario. Metí la caja de pinote en mi bolso, intenté cerrarlo con la cremallera como si de una tripa de chorizo se tratara pero era imposible: un hermoso culo fotografiado en la caja asomaba de él. Me despedí precipitadamente de Andrés y salí en dirección contraria a mi casa, lo que menos me apetecía es que volviéramos juntos.

Las palabras claves de mi nueva vida no parecían ser separación o divorcio sino mala o peor suerte.

martes, 20 de noviembre de 2007

El alivio


Caminé como un león enjaulado por el pasillo intentando que el tiempo trascurriera lo más rápido posible y poder montar en cólera contra la traidora pareja cuando despertaran por fin. Es cierto que ya no estaba con Manolo, pero mi hermana me debía una fraternal fidelidad. No me lo podía creer, en mi casa, delante de mis narices y sin ningún tipo de reparo. Estaba rabiosa, sentía mi estómago encogido y no tenía siquiera ganas de desayunar. No me contenía en hacer todo tipo de ruidos intentando despertar a la feliz pareja de su nido de amor. Cerré varias veces la cocina dando sonoros portazos para intentar que se levantaran por fin. Se me estaba haciendo tarde, pero no podía irme sin ver la cara de ambos.

Algo tenía muy claro: a ninguno de los dos volvería a hablarle en la vida. No se merecían otra cosa. Intenté recordar las veces que Manolo coincidió con mi hermana en comidas y eventos familiares y llegué a la conclusión de que María siempre se había sentido atraída por Manolo. Mi cabeza intentaba atar cabos sueltos, entretejía extrañas historias de pasión y desenfreno y temí que se hubieran acostado juntos anteriormente sin que yo lo supiera. Tonta, tonta y tonta, repetía mentalmente como si de un mantra se tratara.

La hora se me echaba encima así como la bronca que me caería en el trabajo por llegar tarde. Empezaba a buscar excusas creíbles que contarle a mi jefe: un asesinato en el metro y los vagones parados, atasco en una acera por una campaña publicitaria donde regalaban paraguas... Algo que pudiera parecer verdad. En ese momento, mi hermana abrió la puerta del dormitorio sonriente.

-¡Buenos días Ninetta! He dormido como una reina.
-Ya... Habéis dormido, querrás decir... Manolo y tú.
-¿Manolo? Ni idea si habrá dormido bien o mal.
-María no te hagas la tonta que lo sé todo.
-¿Pero de que me hablas que no me entero?
-No te voy a explicar nada que tú no sepas, haz el favor de vestirte y largarte de mi casa, y dile a Manolo que se vaya ahora mismo también.
-¿Manolo? Al final decidió que se marchaba a su casa a dormir. No estaba convencido de que fuera una buena idea tal y como eres. Estás trastornada Ninetta.

No sabía si creerla, pero para cerciorarme, aproveché el instante en que ella se metió en el baño para entrar en el dormitorio de invitados. Miré debajo de la cama, en el armario y en la pequeña terracita exterior que había. Manolo no estaba.

Sentí dos cosas en ese momento: alivio y hambre.




sábado, 17 de noviembre de 2007

El intruso


Tras el primer momento de sorpresa y confusión y cuando noté que mi corazón volvía a su estado normal, sentí una ola de furia recorriendo todo mi cuerpo.
-¿Pero se puede saber Manolo qué puñetas estás haciendo en MI casa?
-Es que me sentía mal y necesitaba verte, llamé a la puerta y al final... decidí esperarte dentro.
-Pues no deberías haberlo hecho, es mi casa, vivo aquí sola y no tenías porque haber entrado. ¡Me dijiste que ya no tenías ninguna copia de las llaves!
-Eso es lo que creía yo, pero encontré una que yo creía perdida en un traje.
-Déjale Ninetta, tampoco hace nada malo, no es ningún ladrón.-Miré a mi hermana con más enfado si cabe, lo que menos podía hacer es ponerse de mi lado y más después de haber estado aguantando sus lloros y quejas toda la tarde.

Tras unos cuantos reproches más por mi parte, me resigné y cedí de mala gana. Lo que menos me apetecía esa noche era pasarla con Manolo y mi hermana. Mientras yo me ponía cómoda en mi habitación intentando sosegarme, la extraña pareja parecía tener una amigable conversación en el sofá. Pensándolo con calma, ambos tenían cosas en común como el hecho de haber sido abandonados y haber acudido al hogar materno en busca de cobijo. ¿Sentirían una mutua atracción?

Me senté de nuevo en el sofá deseando que por lo menos Manolo se marchara, pero no parecía tener intención de ello. Ni bostezar, ni mirar la hora ni las indirectas que soltaba cada dos por tres daban el menor resultado, mi ex marido era presa de una sordera selectiva. Tampoco mi hermana parecía tener la menor prisa en que se fuera, al contrario, le daba conversación y le había subido el ánimo.
-Oye Manolo, se te hace tarde, ¿no deberías irte ya? –Al final opté por ir al grano.
-Tienes razón Ninetta... Ya sé que te estoy pidiendo mucho, pero ¿no podrías dejarme dormir aquí hoy? Me entra pereza regresar ahora a casa.
-Pero bueno, ¡Qué esto no es ningún hostal! María se queda a dormir, ya no tengo cama para ti.
-No me importa dormir en el sofá, por favor Ninetta, me viene bien la compañía.
-¿Y tu madre no te hace compañía?
Manolo se abstuvo de contestar y de nuevo volví a ceder nada convencida. Por lo menos estaba segura de que Manolo no intentaría acostarse conmigo al estar María en casa. Así que me fui al armario encogiendo los hombros, le tiré una almohada y una manta y decidí que me iba a la cama mientras ellos seguían con su alegre charla. Lo peor de todo es que sabía que Manolo se haría el lastimero para obtener el respaldo de mi hermana y esa idea me ponía ciertamente bastante nerviosa.

Al levantarme por la mañana me llevé una desagradable sorpresa: el sofá estaba vacío y la habitación donde dormía María estaba cerrada a cal y canto. Sentí cierto mareo al intuir lo que podía haber pasado esa noche entre Manolo y mi hermana. Tenía que ser una pesadilla y yo aún estaba dormida...



martes, 13 de noviembre de 2007

El día después


Al día siguiente de la catástrofe amatoria intenté hacer lo posible por no cruzarme con Pepe ni una sola vez. Pepe no es que estuviera abochornado, es que si hubiera encontrado un agujero negro que le absorbiera por completo para siempre de mi presencia se hubiera lanzado a él sin dudarlo. Vi de lejos su rostro compungido y algo macilento y a pesar de todo sentí cierta lástima por él.

Lo cierto es que había aprendido la lección: por muy desesperada que estuviera podía llegar a estarlo más aún después de otra noche así. Debería empezar a cribar lo que me llevaba a la cama o acabaría acostándome con media ciudad y no precisamente la mitad buena.

Me ha llamado al trabajo mi hermana María con una crisis en toda regla. Las casualidades a veces nos castigan misteriosamente y a ella la habían maltratado sin piedad. Se había encontrado con su ex en plena calle acompañado de su joven adquisición. El encontronazo fue inevitable, sin posibilidad de escapatoria y María, respondió al saludo muy educadamente con un “hijo de puta” y “zorra” muy poco dignos de una señora.

María lloraba al otro lado del teléfono con rabia, frustrada por haber sido rechazada, agobiada por el paso del tiempo que parecía que había hecho mella en ella a velocidad de vértigo. Porque María, tras la separación, se había abandonado, en su aspecto, en su ilusión y en sus ganas de vivir. Eso no me iba a pasar a mí. Quedé con ella esa misma tarde para intentar animarla un poco y aconsejarle que abandonara el hogar materno al que había acudido como refugio tras la separación. No tenía sentido vivir en casa de nuestra madre cuando ella se había quedado con el enorme piso que compró con Fernando, su ex, nada más casarse.

Y es que nuestra madre era bastante absorbente, negativa en extremo y pesimista de nacimiento. Sus palabras favoritas eran “imposible”, “no” e “inevitable” Nada tenía remedio, “igual que la muerte” soltaba siempre al final de sus conclusiones. Vivir con ella era impregnarse de ese halo de pensamientos poco recomendables. Justo lo que le estaba pasando a María en estos momentos.

Al llegar a la cafetería me la encontré sentada en una mesa llena de vasos que hacía unos instantes rebosaban de cerveza, fumaba cerrando los ojos en cada chupada y miraba con aire distraído la gente que pululaba por el bar. Enseguida percibió mi presencia, me senté frente a ella y dejé que fuera soltando todo lo que tenía dentro.

-Y encima el muy imbécil se ha comprado ropa nueva. Parece un chulo de playa.
-Seguro que ha sido cosa de la chica con la que está. ¿Cómo se llamaba, por cierto?
-Lisa creo. Pero me da igual como se llame. No sé que habrá visto en ella. Aunque la verdad es que dudo que le sirva de mucho tener una peluquera a su lado, con esos cuatro pelos mal puestos que le quedan.
-Y encima alguno canoso.
-Si, su aspecto es totalmente lamentable, ja ja ja.-Sentenció María.

Estuve con mi hermana toda la tarde. No parecía tener mucha prisa porque nos fuéramos de allí, pero yo estaba deseando descansar y dormir. La noche anterior apenas había podido pegar ojo y mi cuerpo estaba resentido y agotado debido a la falta de costumbre.
-Ninetta, te quería pedir un favor.
-Dime María.-Yo me puse en guardia, nunca se sabía lo que María podía estar tramando. A pesar de ser mi hermana, no me fiaba demasiado de ella.
-¿Puedo dormir en tu casa esta noche? Tuve una discusión con mamá y hoy no tengo ninguna gana de verla.
Respiré aliviada al escuchar su petición.
-¡Hija espabila! Lo que tienes que hacer es largarte ya de ese mausoleo. ¡Con la casa tan bonita que tienes!
-Ya… no sé, quizás debería hacerlo.
-Anda vamos a casa, te dejaré un pijama.

Al llegar a mi casa y abrir la puerta me encuentro con una desagradable sorpresa: alguien ha entrado en ella. Empujo la puerta no sin cierto temor y miro con recelo al interior. Apenas ilumina la estancia la pequeña lámpara que está encima de la mesa esquinera del salón, pero vislumbro una figura masculina levantándose del sofá. Me pongo a gritar con fuerza mientras agarro a María del brazo hasta que consigo distinguir con claridad la silueta que se acerca…


jueves, 8 de noviembre de 2007

El revolcón


La noche es fría y Pepe me agarra del brazo en dirección a su casa. Al final le he dicho que sí, el alcohol no me da para pensar mucho más, me dejo llevar y vivo el presente. Estoy excitada y necesito calmar mi ansiedad. La cabeza me da vueltas y mi risa llama la atención de los transeúntes con los que nos cruzamos. Pepe acierta con dificultad a meter la llave en la cerradura y en el ascensor, me aplasta literalmente contra un lateral y me soba sin dejar un resquicio de mí por tocar. Siento que estoy en la gloria. Llegamos a su piso, vamos directos a su dormitorio y allí nos desnudamos torpemente por nuestra intoxicación etílica. No sé quien está más borracho, yo bebo despacio y creo que mientras yo tomaba dos copas el triplicaba la cifra. Apenas se sostiene y yo le ando a la zaga. Entre nubes, le veo desnudo, me fijo en su hermosa barriga cayendo sobre su cuerpo y en su miembro semi erecto. Bajo mi vista y contemplo con horror que se deja los calcetines negros puestos. La visión es espeluznante y una alarma me avisa de que salga de allí por pies, pero el alcohol ahoga las señales de peligro y continúo. Pepe me empuja a la cama y me devora con su boca. Sé que si acerco una cerilla a su aliento comenzaría a arder. Yo le regalo mis caricias, me olvido de sus calcetines y cojo su miembro entre mis manos. En ese momento sólo tengo una preocupación: quiero tener su pene en mi interior, sentir otro pene distinto al de mi marido, otros movimientos y otro cuerpo a mi lado. Mi subconsciente, pesado e insistente, me vuelve a avisar de otro peligro y esta vez le hago caso parando por un instante mis movimientos.
-Oye Pepe: supongo que tendrás preservativos…
-Sí, espera.

Saca un condón del cajón, lo abre y se lo intenta colocar, pero su pene ha perdido consistencia y la tarea resulta imposible. Yo, sin dudarlo, acerco mi boca y lo mimo con mis labios, lo beso, lo lamo e intento que despierte, pero creo que Pepe está superado por el alcohol y su miembro no responde a mis cariños.
-No sé que me pasa, es la primera vez…

Yo sigo intentándolo, cada vez con más ganas, pero mi paciencia finalmente se agota y mis mandíbulas me duelen. Miro a Pepe y compruebo con sorpresa que tiene sus brazos extendidos a modo de Cristo crucificado y que empieza a roncar. No puedo creer lo que me está pasando y dudo de mis artes amatorias.

Me visto con rabia y me marcho de allí. De mañana no pasa que me compre un consolador…


domingo, 4 de noviembre de 2007

Pepe


Mi compañero de trabajo, Pepe, está intentando ligar conmigo. Creo que no me equivoco en mi afirmación. Me invita a café cada dos por tres, aprovecha cualquier excusa para acercarse a mi mesa y sus miradas hacia mí varían entre descaradas e insinuantes. Estoy encantada de que se haya fijado en mí pero físicamente no me atrae demasiado. Sólo hay algo que me saca de mis casillas: sus ojos…no sé, algo tienen esos ojos que me despistan, emiten señales invisibles que hacen que no me resulten indiferentes. Y es que yo me pierdo por una mirada profunda, de las que se te clavan en el alma como un cuchillo y te hacen su esclava. Algo así siento cuando me mira.

Estoy nerviosa, tengo ganas de terminar la jornada de trabajo y pasarme por la sex shop, es una novedad para mí y me siento independiente y dueña de mí misma. Forma parte de mi autoterapia. Pero Pepe hoy está muy insistente y pretende que tomemos una copa después del trabajo. Me habla de su vida, de su grupo de amigos, unos separados y otros divorciados. A mí se me enciende una luz y veo una puerta abierta a conocer otra gente, nuevos hombres… Tampoco es tan mala idea salir con él.

Termina la jornada y Pepe y yo nos acercamos dando un paseo hasta su barrio, él conoce bares de copas, yo no he salido apenas en mi época de casada y soy virgen en este tema. Nos metemos en un pub al que se accede tras bajar unas escaleras, es oscuro pero agradable. Pepe no para de hablar, yo, de reír, estoy entre excitada y nerviosa. Siento estar en un mundo diferente en el que no me defiendo en absoluto, ni recuerdo como se ligaba. Ni siquiera sé si quiero ligar con él. Me siento como una científica despistada en un nuevo laboratorio haciendo extraños experimentos.

Tras tres copas veo cómo misteriosamente se mueve la barra del bar. Pepe ha mutado y me parece el hombre más sexy del mundo. Ya no le veo bajito y regordete, su estatura es perfecta y su cuerpo fuerte y musculoso. Cada vez se me arrima más, coge mi cintura con su mano y yo sigo riendo con mi copa en la mía. Ni sé lo que estoy tomando, es una bomba volcánica, siento que me arde todo el cuerpo, fundamentalmente la zona que se halla entre mis piernas. Noto que desliza una mano por debajo de mi blusa y de forma tímida toca uno de mis pechos. Yo me dejo ¿por qué no?

Siento como mi piel se eriza ante la incursión y Pepe, que lo nota, se acerca más a mí hasta pegar su cuerpo contra el mío, me besa ansioso y yo le respondo con la misma moneda. Dejamos las copas encima de la barra y sin preocuparnos de la gente que mora el bar en ese momento, nos desatamos en nuestra demostración de pasión. Yo le abrazo, él tienta mi deseo, acerca su pelvis y el abultamiento de sus pantalones casi me deja sin respiración. Cojo su culo entre mis manos, lo achucho y él hace lo mismo con mis pechos. Mi corazón se acelera, apenas entra el aire en mi interior. Acerca sus labios a mi oído y me susurra de forma provocadora:
-¿Te apetece tomar la última copa en mi casa?

Le miro y por unos instantes, noto que vuelvo a ser dueña de mis actos y sopeso mi respuesta. No sé que hacer, bebo un trago mientras medito unos segundos mi decisión…



jueves, 1 de noviembre de 2007

Preguntas y respuestas

Lo malo del hecho de divorciarse es que todos los que están alrededor desean conocer los motivos que te llevaron a esa drástica decisión. Esos interrogatorios iniciales suelen resultar más que molestos cuando no puedes decir el motivo principal y optas por un encogimiento de hombros, una escueta frase del tipo “así es la vida” y una media vuelta apresurada y torera intentando hacer comprender que no tienes intención de decir ni una palabra más. Porque explicar a las claras lo aburrida que estabas y lo soporífera que te parecía tu relación seguramente hubiera resultado una frivolidad para el interrogador y más cuando conocían a la otra parte contratante.

Y es que Manolo caía bien a todo el mundo, tenía fama de buena persona, trabajadora y responsable. Un marido modelo, detallista en todo momento y atento con sus amigos. Yo sabía que tras la ruptura en lo referente a los amigos, la que se iba a llevar la peor parte iba a ser yo. Yo era la de las dudas, la de la independencia y la alocada que tira todo por la borda. Y realmente no me equivoqué, dado que tras unos días de neutralidad con uno y con otro, nuestro grupo de amigos tomó posiciones y un buen día dejaron de llamarme y de responder a mis mensajes. Manolo era la supuesta víctima y yo era la mala de la película. Habían sacado sus propias conclusiones, quizás aderezadas con algún que otro comentario de mi querido ex.

Divorciada y sin amigos. Otra vez a partir de cero. Tampoco tenía el apoyo de mi familia, mi madre no entendía mi decisión y mi hermana María, un año mayor que yo y que acababa de ser abandonada por su marido el cual se había ido con otra mujer 10 años más joven que ella, me miraba con desprecio y de alguna forma me metía en el mismo paquete que su ex.

Viendo la situación desde fuera parecía que mi situación no era precisamente envidiable, pero yo, intentaba mantenerme a flote. Trabajar y no pensar demasiado, ese era mi lema. Comprobé que el onanismo diario me ayudaba a conciliar el sueño así que por las mañanas me levantaba tranquila y en paz conmigo misma.

Las noches se hacían largas, no me sentía centrada para hacer ningún tipo de actividad que requiriera una mínima concentración y lo único que me entretenía era encender el ordenador y conectarme a la red. Unas veces chateaba con desconocidos, pero no buscaba sexo cibernético, aunque no lo descartaba. Entre página y página aparecí sin querer en una tienda de productos eróticos que vendía sus artículos directamente en la red y en su tienda, ésta curiosamente no quedaba muy lejos de mi trabajo. Tenían artilugios de todos los colores y las clases, sentí como me revolvía pensando en sus posibles usos y decidí sin más que al día siguiente le haría una visita y me haría un regalo…

Iba a aprovechar mi soledad para cuidarme como merecía.