sábado, 27 de diciembre de 2008

Patas arriba

El blanco techo de yeso fue lo primero que vi cuando bruscamente recuperé la conciencia. Fue precisamente aquella loca la que, a base de cachetes y empujones hizo que volviera en sí. La silla estaba completamente tumbada en el suelo, mi nuca reposaba algo dolorida sobre el respaldo de tela y la postura de mis piernas lucía un aspecto entre lamentable y morbosamente sexual. Intenté incorporarme haciendo fuerza con ellas hacia arriba pero lo único que conseguí fue mostrar sin pudor alguno mis bragas de encaje azul.
-¡Hija de puta! ¿Pensabas que no me iba a enterar nunca? ¿Pero te crees que soy idiota?
-No tengo ni idea de lo que me estás hablando-dije yo algo aturdida.

La mujer no cesaba de pegarme y yo intentaba protegerme poniendo mis brazos en aspa tapando mi rostro. Lo único que me faltaba era acabar siendo una mujer marcada para siempre por aquella inmerecida paliza que no sabía a qué se debía. Grité socorro una y otra vez pero, a esas horas lo más posible era que la cafetería de enfrente rebosara plena de gente, la misma que había desaparecido del lugar de trabajo para deleitarse con el consabido café.

Cuando por fin pude posicionarme adecuadamente para pasar de la postura de defensa a la de ataque, la agresora abrió su bolso y metió su mano dentro. Pensé que era el fin, que iba a morir asesinada por una desconocida y que todo había acabado para siempre.

Toda mi vida pasó por mi cabeza en cuestión de dos segundos y no dudé incluso en olvidar mi agnosticismo y rogar a Dios que me ayudara.

Jamás volvería a disfrutar de nuevos cumpleaños.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Vegetando

Aún no recuerdo cómo fui capaz de sobrevivir tras el día de mi cumpleaños. Me he dado cuenta de que soy capaz de aguantar todo lo que me echen sin peligro de que me tiente tirarme desde el balcón de mi casa. Los días siguientes simplemente aprendí a sobrevivir funcionando con una especie de semi conciencia carente de todo tipo de emociones o sentimientos. Me levantaba como un autómata, desayunaba lo primero que pillaba y me iba al trabajo en el autobús con unos cuantos autómatas como yo. No soy la única que vive dejándose llevar, puedo reconocer a decenas de personas que como yo, hacen lo mismo día tras día sin plantearse ninguna razón para no hacerlo, sin querer buscar una salida a su rutinaria existencia y sin querer pensar en la solución a sus problemas, ya que el esfuerzo de pensar resultaba demasiado grande y agotador.

En el trabajo, mi jefe mantenía una prudencial distancia conmigo y se limitaba a entregarme los expedientes que debía de mirar sin hacer ningún otro comentario. Ni siquiera hizo referencia alguna al bajo rendimiento de mi trabajo en los últimos días, quizás temía que le pudiera comprometer de alguna forma al conocer de sus andanzas con la secretaría y tragaba sin más mi desidia laboral.

Pero el destino no dejaba de sorprenderme desagradablemente. Mientras reposaba mi barbilla sobre mis nudillos y miraba ensimismada la blanca pared de pladur de mi despacho buscando inspiración y fuerza de voluntad para terminar el expediente que tenía entre manos, entró sin llamar a mi despacho una mujer completamente sofocada vestida como si fuera a ir a misa de doce: zapatos de un charol negro impoluto, traje de chaqueta azul marino y chaquetón de pieles que tenían todo el aspecto de haber sido arrebatadas a alguien de cuatro patas que las necesitaba más. Se acercó a mi mesa y para mi sorpresa me pegó un sonoro bofetón mientras gritaba a los cuatro vientos.
-“Eres una hija de puta”

Antes de que pudiera siquiera decirle ni una frase y explicarle que seguramente estaba cometiendo una equivocación, se echó sobre mí y empujándome junto con la silla caí al suelo.

No recuerdo nada más. Creo que perdí el conocimiento.

martes, 23 de diciembre de 2008

Crisis

Estaba claro que ese día lo iba a recordar como uno de los más aciagos de mi vida, porque las sorpresas, casi todas ingratas, no se habían terminado todavía. Lo que menos me esperaba al llegar a mi casa y salir del ascensor era encontrarme con mi vecino entrando en su casa con una de sus rubias de bote, una hilarante pechugona minifaldera con patas de alambre y tacones de aguja a la que hubiera empujado escaleras abajo de no ser porque no tenía ni fuerzas para ello. Andrés y yo cruzamos nuestras miradas tan sólo un segundo, pero fue suficiente para entender que lo nuestro ya era agua pasada y que no tenía ningún derecho a reprocharle nada, igual que había hecho él mientras yo estaba con Juan Carlos.

Al entrar en casa y ver el aspecto lamentable en la que había quedado tras la fiesta sorpresa, se me cayó el alma a los pies. Estaba convencida de que Clara, que en ese momento ya estaba durmiendo plácidamente en la habitación de invitados, no me ayudaría lo más mínimo a recoger aquel desastre al día siguiente. A punto estuve de levantarla y decirle que se marchara en ese mismo momento pero tan sólo me quedaba batería suficiente para tirarme en mi cama e intentar olvidar, olvidar y superar cuanto antes el dolor del engaño.

Me desvestí con rabia tirando mi ropa al suelo y me tumbé completamente desnuda tapándome con el edredón. Las imágenes de aquel aciago día se agolpaban en mi cerebro sin pausa alguna y por más que intentaba relajarme y dejar la mente en blanco era incapaz.

Sentí frío y me di cuenta de que estaba tiritando a pesar de que dentro de la cama hacía calor. Probé a frotar mis piernas entre sí y comprobé que mi temperatura subía ligeramente, así que comencé a acariciar mi cuerpo vehementemente para apaciguar mi ira y calmar mis nervios. Últimamente la masturbación se había convertido en mi mejor aliada para conseguir desconectar de todos mis problemas.

Mientras lo hacía, los ruidos del muelle de la cama de mi vecino, que tan familiares me resultaban, alteraron la paz que estaba a punto de lograr. Oí los alaridos que la acompañante de Andrés daba en ese momento y sentí rabia y envidia por no estar en ese momento en su lugar.

Y yo también empecé a gemir. Esperaba que Andrés me oyera y se diera cuenta de que me lo estaba pasando igual de bien que él o más.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Encuentros en el portal

Al abrirse la puerta del ascensor vislumbré la silueta de un hombre metiendo una llave en la cerradura para entrar al portal. De inmediato me di cuenta de que no era otro que mi querido Juan Carlos. Al entrar y verme se pegó uno de los sustos más grandes de su vida, jamás le había visto tan pálido o a lo mejor era simplemente la débil luz que entraba del exterior procedente de las farolas.
-Ninetta… ¿Qué haces aquí?
-Eres un hijo de puta. ¿Pero tú que te piensas, que soy idiota? Acabo de llevar a tu madre unas flores… ¡al cementerio!
-No fue más que una pequeña mentira, no te tengo por qué contar toda mi vida. Ya sabes lo mucho que valoro mi independencia.
-Sí, sí, ¡lo entiendo hombre! –Dije yo de forma sarcástica- Creo que tu novia también lo entiende. Le acabo de contar nuestra pequeña relación de amistad, desde principio a fin. Ahora ya no tiene tan claro que seas el amor de su vida. ¡Qué lástima! Pero es lo que tiene caminar entre aguas cenagosas, que a veces te puedes hundir.

Esperaba que me dijera que era una mujer despreciable y ruin que había arruinado su vida para siempre, pero me equivoqué.
-La vida no es tan fácil como la pintan en esas películas que ves, Ninetta. Yo te quiero…
-Ya, tienes mucho amor que dar, ya lo veo. Pero mira, te puedes meter tu amor por donde te quepa. No quiero saber nada más de ti en toda mi vida. Eres un miserable.
-Lo siento.
-Y yo más. Ah por cierto, muchas gracias por no felicitarme. Hoy es mi cumpleaños, o mejor dicho dada la hora que es, ayer fue mi cumpleaños.

Me encaminé hacia la puerta y Juan Carlos me agarró del brazo para detenerme, pero me desasí de él y mirándole con todo el desprecio que guardaba en mi interior me marché caminando apresuradamente mientras llamaba por el móvil al servicio de taxis para que me sacaran de aquel lugar cuanto antes.

Ya en el taxi y de regreso a casa, conseguí desbloquear mis ganas de desahogarme y lloré, lloré durante todo el trayecto. Y se me hizo demasiado corto, mis lágrimas parecían no tener fin.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Silvia la dulce

Cuando vi a una mujer al otro lado de la puerta en vez de a Juan Carlos me quedé completamente turbada. No sabía ni qué decir, aunque más intrigada estaba ella al ver aparecer a esas horas intempestivas a una desconocida mujer que emanaba efluvios alcohólicos, que lucía un aspecto bastante lamentable y llevaba el rimel corrido por la cara. En ese preciso instante me vi reflejada en sus pensamientos y hasta sentí cierta vergüenza por ser tan espontánea de haber ido a cantarle las cuarenta a ese desgraciado que me había engañado.
-¿Te puedo ayudar en algo?-Dijo ella intentando averiguar la razón de mi extraña visita.
-Yo…-dije sin terminar la frase.

Era tan alta como yo, quizás algo más delgada y su pelo era rubio y liso. Llevaba gafas y eso le daba cierto aspecto intelectual. Su voz era tranquila y dulce, como un remanso de agua en un día caluroso. Estaba claro que no sabía quien era yo y que desconocía las actividades de su futuro marido mientras ella estaba pendiente de sus estudios y su proyecto. Miré al interior de forma disimulada e intuí que estaba sola. El salón estaba iluminado con una luz directa que incidía sobre el sofá. Papeles y libros se apilaban con minucioso orden encima de la mesa de centro de tal forma que apenas quedaba un pequeño resquicio para una botella de agua y un vaso de cristal. Aquellos detalles hacían vislumbrar una mujer metódica y cuidadosa.

Era muy fácil vengarse del desgraciado de Juan Carlos y dejarle compuesto y sin novia. Sin novia y por supuesto sin su estúpida amante. Sólo tenía que explicarle quien era, cómo nos enrollamos hacía casi un año y la cantidad de mentiras y verdades a medias que seguramente nos había contado a las dos. Si no le decía la verdad a aquella mujer seguiría adelante con sus planes de boda y se casaría con un hombre al que no conocía en absoluto. Estaba convencida de que si le había engañado una vez, le volvería a engañar en un futuro. El día que se diera cuenta ya sería demasiado tarde, hijos en común, una casa a medias, demasiados detalles que complicaban la vida para mandar con facilidad a la mierda a alguien. Ahora era el momento, aún no era tarde para que abriera los ojos, aún no era tarde para mandar a paseo a se capullo…
-Perdona que te moleste a estas horas.-Dije yo-Pero es que estaba buscando a Juan Carlos para saber si ya había elegido un libro. Soy del Círculo de Lectores.
-Juan Carlos vendrá tarde hoy, ha salido con sus amigos. Ya le diré que has venido.-Dijo ella evidentemente extrañada.

Cerró la puerta, me di la vuelta y llamé al ascensor. No sabía aún si había hecho una buena acción o una verdadera faena a aquella mujer. Tan sólo el tiempo lo diría.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Encuentros desafortunados


Hacía mucho que no iba a la casa de Juan Carlos, creo que desde el principio de la relación no había vuelto a ir. Al salir del taxi y despedir con viento fresco al taxista miré a mi alrededor para orientarme y me sorprendió la profusión de edificios que antes no existían. A esas horas, aquel lugar parecía una ciudad fantasma de torres sin habitar alumbradas por las escuálidas farolas que intentaban iluminar la vida que no tenían aquellos edificios. En aquel lugar se notaban con toda intensidad los efectos del parón inmobiliario. Decenas de pisos lucían en sus ventanas los carteles de “se vende”. Rivalizaban en tamaño, pero era evidente que allí nada se vendía, ni siquiera el que ostentaba el cartel de mayores dimensiones.

Busqué el portal y me encontré con la puerta abierta. No podía haber lugar mejor para robar sin que se enterara nadie, porque no creía que aparte de Juan Carlos hubiera muchos vecinos en el edificio. Al subir en el ascensor empecé a dudar. Era una estupidez decirle que sabía que era un mentiroso y que me había engañado. Si lo que me había contado Pepe era verdad, no podría más que asentir y decirme que amaba a Silvia más que a nada en el mundo y que yo simplemente había sido un capricho para suplir sus ausencias. No conseguía absolutamente nada con ello pero me sentía tan mal, insegura y nerviosa que a pesar de todo, necesitaba verle para desahogarme. No podía contener todo lo que mi corazón quería gritar tras haberle asestado unas cuantas cuchilladas. La palabra miserable se repetía en mi interior tanto como cobarde, cabrón, mentiroso e hijo de puta. ¿Por qué no me lo dijo al conocerme? ¿Acaso merecía la pena tanta mentira continuada para llevarse a alguien a la cama?

Llamé al timbre y esperé a que mi ex-nada me abriera. Lo que no me esperaba es que no me abriera él…

lunes, 8 de diciembre de 2008

Furiosa y con ganas de venganza

Creo que en mi vida me había sentido tan furiosa. Juan Carlos vivía en las afueras, así que cogí el primer taxi libre que se dio cuenta de mi presencia y me dirigí en su busca. No tenía preparado el guión de lo que le iba a decir, pero estaba convencida de que la fluidez verbal no me faltaría gracias a la sobredosis de adrenalina que circulaba por mi cuerpo amenazando con provocarme un paro cardiaco. Tenía tanta rabia que ni siquiera era capaz de llorar. ¡Cómo había podido ser tan tonta de no darme cuenta antes! ¡Cómo había podido ese hijo de puta ser tan desgraciado para jugar con mis sentimientos! ¡Y yo pensando que el problema era lo absorbente que era su madre! Bajo tierra era imposible que tuviera ninguna influencia sobre su hijo, lo más, sobre los gusanos que podría alimentar.

El viaje se me estaba haciendo eterno, mi furia no tenía paciencia para esperar en los semáforos rojos, ni frenar en los pasos de cebra para dejar pasar a los peatones. Creo que hice bien en dejar el coche en el garaje, dado mi estado, hubiera tenido con toda probabilidad algún accidente. Y es lo que me hubiera faltado para celebrar el día de mi cumpleaños por todo lo alto.

Lo cierto es que el taxista pareció percibir mi estado de nervios porque intentó darme conversación y no encontró mejor tema que el de la crisis económica. Si pretendía relajarme precisamente con eso lo llevaba claro. Es curioso ver como en épocas de bonanza la gente habla de todo: de cine, de bares, de sexo, de informática, de juegos…, de todo menos de economía, y en épocas de recesión nacen expertos economistas por todas las esquinas. El taxista, que hablaba con la seguridad de creerse conocedor de la verdad, me expuso con un detalle encomiable las recetas económicas que él tenía preparadas y que solucionarían definitivamente el hundimiento económico mundial. Yo le miraba sin mirar, le oía sin querer escuchar, en esos momentos, la crisis económica me daba igual, sus soluciones me resbalaban y sólo pretendía llegar a la casa de Juan Carlos y ver cara a cara a aquel mamón de agua dulce.

Mi cuerpo temblaba, pero no de frío, y mi corazón hacía tan sólo un rato que parecía haberse roto en mil pedazos. Mis 37 años me habían traído como regalo una desagradable sorpresa, me habían traído de regalo la verdad.

jueves, 4 de diciembre de 2008

3-La verdad de la mentira


De regreso a casa sentía que mi ánimo había mejorado considerablemente. No es que hubiera decidido todavía acudir a aquel mago sanador que podría cambiar mi vida, pero el hecho de saber que tenía la posibilidad de ver a alguien que podría ayudarme era suficiente motivo para encontrarme mejor.

Cuando abrí la puerta de mi casa a punto estuve de cerrarla de nuevo pensando que me había equivocado de piso, hasta que la voz de Clara asomó con fuerza entre aquella maraña de gente y serpentinas.
-¡Feliz cumpleaños Ninetta! –dijo Clara acercándose a mí y echándome sobre la cabeza toda una bolsa de confeti de colores.

Me quedé sin habla. Clara se había encargado de llamar a unos cuantos compañeros de trabajo con los que solía tener más contacto, incluido Pepe, al que vi más bajo y rechoncho que nunca, quizás debido al efecto de las luces multicolores que habían colocado a modo de ornamento en las paredes.

Por más que miré y remiré no vi sin embargo a Juan Carlos, del que pensaba mejor de lo que realmente se merecía dado que no había dado señales de vida en todo el día. El caso es que no iba a dejar que su ausencia me amargara el resto de mi cumpleaños, así que cogí la copa que me proporcionó Clara y brindé por la futura felicidad de todos los allí presentes.

Tras tres o cuatro copas en mis venas, todo volvió a ser de color azul, posiblemente porque la mayoría de las serpentinas eran de aquel puro color. Me acerqué a Pepe y le pregunté, intentando parecer lo más indiferente posible, por Juan Carlos. Me costaba articular cada palabra, notaba la lengua algo torpe dentro de mi boca, tanto como mi cerebro. Pepe no sabía nada de nuestra relación y no quería tampoco darle muchas pistas, mi vida no le incumbía a nadie más que a mí.
-¿Qué tal tu amigo Juan Carlos? Me acordé de él el otro día que pasé cerca de su casa. Creo que su madre andaba mal de salud ¿no? –pregunté con gran esfuerzo por mi parte.
-¿Su madre? ¿La madre de Juan Carlos? Supongo que seguirá bajo tierra. ¡Menudo susto si se levantara ahora! Lleva casi dos años muerta. Juan Carlos no se llevaba precisamente muy bien con ella.

No acababa de asimilar aquel comentario cuando Pepe, bastante alegre a causa del alcohol que había ingerido, me fulminó con una pregunta que en realidad era una terrible afirmación.

-¿Sabes que por fin se casa? Anda que no llevaba años con Silvia, ya era hora de que se decidiera a pasar por el altar. Menos mal que por fin ella terminó el proyecto y ha conseguido instalarse esta misma semana en la ciudad en un estupendo trabajo. La cantidad de veces que se ha quejado Juan Carlos por los continuos viajes que tenía que hacer y lo poco que la veía. Lo ha pasado mal el pobre, ¿sabes?

Las palabras de Pepe seguían resonando en mi interior hasta deformarse desagradablemente. Juan Carlos era un embustero con mayúsculas, me había mentido reiteradamente resucitando a su madre una y otra vez y encima había simultaneado la relación conmigo con un largo noviazgo con una tal Silvia con la que encima tenía planes de boda.

Di las gracias a todos los que me habían acompañado el día de mi cumpleaños, les insté a que se marcharan ipso facto empujándoles tanto verbal como físicamente y bajé las escaleras furiosa y con unas incontenibles ganas de acabar con alguien.

Mañana enviaré un correo a la Real Academia de la Lengua para sugerirles que pongan como sinónimo de hombre, la palabra mentiroso.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Cumpleaños feliz

Si me hubieran preguntado hace un año cómo celebraría mi trigésimo séptimo cumpleaños jamás hubiera contestado que lo haría prácticamente sola, eso a pesar de tener supuestamente dos amantes, o mejor dicho, un vecino que ni siquiera ha respondido mi mensaje de móvil invitándole a tomar una cerveza a mi salud en cualquier bar de la ciudad y un semi novio e hijo amantísimo de su madre que está tan estresado en el trabajo que ya no recuerda las veces que le he comentado que precisamente hoy era mi cumpleaños.

Nada he dicho a Clara, le estoy cogiendo tanta manía que creo que un día perderé los papeles y la empujaré por la ventana. No concibo otra solución más civilizada que aplaque mi ira por ser tan estúpida y no haberla echado ya con la conjunción de bellas palabras como “lárgate ya” o “no te aguanto más”.

Creo que soy víctima de un bloqueo emocional que me impele a la indecisión más absoluta y a la incapacidad para decir las cosas claramente. Esta no soy yo. La diaria tortura a la que me somete Clara de pensamientos negativos está haciendo mella en mí. Siento que mi interior grita “socorro” y no encuentra en el exterior auxilio alguno. A pesar de todo, encuentro fuerzas suficientes para arreglarme, coger el bolso y despedirme de mi compañera de piso cuya abominable imagen compuesta de bata guateada, rulos y una palangana de palomitas se sellan en mi mente como una terrible pesadilla. Le respondo con desgana diciéndole que voy a casa de mi madre y a pesar de su insistencia en que me quede, hago oídos sordos y cierro la puerta con fuerza.

Camino sin rumbo enlazando una calle con otra. Respiro el aire tibio del verano que se esfumó sin apenas darme cuenta, el sol ejerce un efecto acelerador del tiempo. Los días de calor pasan tan rápidos como las páginas de un libro abierto en medio de una ráfaga de aire. Mis esperanzas de cambio de principios de verano se han convertido con la llegada del equinoccio de otoño en decepción. Me adentro en el gran parque situado en la zona norte de la ciudad y me siento en un banco frente al lago. Observo comer con ansia a las ánades de mano de los niños que empachan sin compasión a los patos que se acercan a ellos. Me dejo resbalar en el asiento y estiro mis piernas mientras cierro por unos segundos los ojos consiguiendo relajarme con el sonido de las hojas que se agitan con el viento.

Al abrirlos, observo que encima del banco hay una tarjeta de visita que me había pasado desapercibida al sentarme. Leo y releo una y otra vez su contenido y me sorprendo tanto que miro en todas las direcciones por si acaso hay alguien cerca que me conoce y pretende investigar mis reacciones al descubrir el pequeño trozo de papel. Porque si no, ¿quién es el que me ha dejado una tarjeta de visita de una especie de sanador energético que se dedica a eliminar precisamente bloqueos emocionales?