sábado, 26 de enero de 2008

El viaje

Vicente ha llegado a mi casa con puntualidad británica. No me ha dado tiempo ni a desayunar, mi despertar ha sido torpe y lento, siento mis piernas pesadas, como si la fuerza de la gravedad hubiera aumentado precisamente justo debajo de mis pies. Bajo de mi casa sin ganas y veo a Vicente esperándome en su flamante Mercedes gris metalizado. Tiene un aspecto impecable: traje recién sacado de la tintorería, camisa blanca planchada y hasta yo diría que almidonada. El nudo de su corbata ronda la perfección absoluta. Parece la imagen de un anuncio de trajes de Emidio Tucci.

Vicente sale de su coche para guardar mi maleta en su maletero. Es tan caballeroso que hasta me abre la puerta para que entre y yo intento disimular mi sorpresa dado que no estoy acostumbrada a tales brotes de amabilidad por parte del sexo masculino.

Durante el viaje intento darle conversación, pero no encuentro más temas comunes que el congreso, mi exposición y el trabajo y tras cinco minutos de verbo fluido me quedo finalmente muda. Miro el paisaje que pasa veloz por la ventanilla y noto una incipiente modorra. Vicente enciende la radio, excusa perfecta para dar por terminada nuestra conversación y abandonarme al relajo. El cansino ruido del motor balancea mis neuronas y consigue que me duerma pacíficamente.
-Hemos llegado Ninetta.

La voz de Vicente se introduce bruscamente en mis oídos y despierto algo confusa. Me doy cuenta de que he estado durmiendo en una postura muy poco sugerente: mi cabeza semi ladeada a la derecha con una tendencia a caer hacia delante y mi boca abierta impúdicamente de par en par. Esta casera intimidad que he compartido con él me avergüenza y me hubiera gustado evitarla. Me rozo los labios y contemplo con alivio que están secos y que la saliva no se ha precipitado de mi boca mientras descansaba.

El hotel que ha reservado está en pleno centro de la ciudad. En el exterior se percibe que la contaminación ha hecho mella en su fachada avejentándola prematuramente. Por el contrario, la decoración minimalista de su interior apunta a que ha sido objeto de una reciente rehabilitación. El conjunto me gusta, sólo falta poner nota a las habitaciones.

Vicente se acerca al mostrador de recepción mientras yo me quedo a unos metros esperándole. Tengo ganas de llegar a la habitación, desnudarme por completo y disfrutar de la cama en el breve lapso que supuestamente disponemos antes de ir a comer. El Palacio de Congresos está relativamente cerca del hotel y es posible que podamos ir dando un paseo. Necesito despertarme por completo o la tarde será un infierno. El congreso comenzará con la comida de bienvenida en la cual la organización nos dará un saludo colectivo y nos proporcionará el programa del evento. Le seguirá la primera ronda de ponentes que durará hasta las nueve, hora de finalización. Como aperitivo para el primer día es más que suficiente.

Vicente por fin me indica con un gesto que ya tiene en su poder las tarjetas para abrir las habitaciones y ambos nos dirigimos al ascensor.
-¿Estamos alojados en la misma planta? –pregunté ingenuamente.
-A decir verdad, sí. –Admitió Vicente- La verdad es que sólo he cogido una habitación con camas dobles… Ya sabes Ninetta, nuestra política de gastos no admite derroches.

¿Así que darme una habitación propia era tirar el dinero? ¿Y mi intimidad? ¿Acaso no tenía precio?


sábado, 19 de enero de 2008

Vueltas y vueltas


Son las tres de la mañana y no consigo conciliar el sueño. La misma necesidad de hacerlo es la que provoca en mí un estado de nervios y agobio pensando que estoy perdiendo unas horas maravillosas para descansar. El congreso será agotador y es preciso que mi mente esté lo más clara y despejada posible. Es un alivio saber que mi exposición será el segundo día de tal forma que podré tomar un primer contacto con otros ponentes para que mi trabajo no desentone demasiado de la tónica general.

Juan Carlos se ha ido hace una hora. Me gusta mucho, ¿me habré enamorado de él? Lo cierto es que también lo he llegado a pensar en ocasiones respecto de mi vecino. Quizás sea un problema de semántica y donde yo utilizo la palabra “enamorarse” otros pondrían sin tapujos un término más fuerte y vulgar pero no por ello menos literario como “encoñarse”.

Rebobino cada minuto de la velada al lado de Juan Carlos. Me siento cómoda a su lado, nos entendemos a la perfección y a pesar de conocernos desde hace poco tiempo, tenemos un buen grado de compenetración. Tan sólo una pequeña pega. No me refiero al tamaño de su miembro, ni a su forma o peculiaridades. He de decir que si Andrés no hubiera pasado por mi vida y por mi cama, Juan Carlos sería merecedor, tras compararlo con mi ex marido, de la máxima nota en el terreno sexual. Pero no puedo remediar no hacerlo. Mi vecino me hace volar, consigue que pierda el control y que desaparezcan como por arte de magia todas mis inhibiciones. Juan Carlos no lo ha conseguido esta noche. Sé que soy demasiado crítica, que ha sido nuestra primera vez y que las estadísticas ponen de manifiesto que los primeros encuentros suelen ser desastrosos. Ese tiene que ser el motivo de que no nos pusiéramos ni una sola vez de acuerdo en los juegos y posturas que adoptábamos. Ha sido un caos de sábanas y extremidades, de enredos y desenredos.

El fin de semana nos volveremos a ver, tendremos una nueva oportunidad de conocernos. Iremos al cine y a cenar e incluso es posible que el mes que viene vayamos a la Ópera. Por lo menos, como relación me parece más normal que el extraño rollo vecinal de sexo y cenas que mantengo con Andrés. Vuelvo a fantasear, esta vez con Juan Carlos y me veo viviendo con un hombre como él: amable, tranquilo pero no aburrido y conciliador. Creo que podría ser feliz a su lado, ¿o no? Desde que he descubierto lo divertido que puede ser el sexo le doy más importancia en mi vida. A veces es mejor desconocer lo bueno para no añorarlo en un futuro…

Sigo desvelada. La coca cola que insensatamente bebí tras la cena para aplacar la sed aumenta mi sensación de falta de sueño, la dichosa presentación gira en mi cabeza como si de una maldición se tratara, la miraba de Andrés al verme con otro hombre se manifiesta como un interrogante en mi cabeza. Todo ello me hace revolverme entre mis sábanas, que aún huelen a Juan Carlos, como mi piel.

Mi cerebro decide torturarme un poco más aconsejándome sobre la oportunidad de filosofar a esas horas de la noche. Y le sigo la corriente, dejo que me arrastre por el fango mental que de vez en cuando tortura mi calma. Siento que tras el divorcio he puesto el listón demasiado alto, ya no me conformo con algo bueno, quiero lo mejor. Se supone que busco el verdadero amor de mi vida, ese que creí haber encontrado en Manolo cuando le conocí, y esa búsqueda romántica e incluso quizás ingenua es la que me pierde. A veces me asusto pensando que mis exigentes pretensiones lo único que van a conseguir es que la soledad sea mi futura y única compañera. Es miedo, lo sé. El miedo a una nueva ruptura y al fracaso en mis relaciones me amordazan en repetidas ocasiones. Necesito estar completamente segura de que las decisiones que tomo en el terreno amoroso son las correctas. Soy rehén de mi propia angustia.

Decido recurrir al tradicional método de recuento de ovejitas para conseguir dormir, pero los lanudos ovinos mutan en cada salto que dan y se convierten en los pobres trabajadores que despediré virtualmente en mi exposición.


martes, 15 de enero de 2008

Prisas y nervios

Aquella tarde salí como una exhalación del trabajo. Al día siguiente había quedado en que Vicente vendría a mi casa a las 9 de la mañana para recogerme y emprender juntos el viaje a Madrid. Tenía que terminar definitivamente la presentación y hacer la maleta. Estaba nerviosa y quería que todo saliera bien, me jugaba mi puesto, un posible ascenso y que Vicente siguiera confiando en mí.

Pero al llegar a casa recibí una llamada de Juan Carlos, su madre estaba mejor y tenía la tarde libre para vernos. De nada me sirvieron las justificadas excusas y realmente, creo que tampoco fui muy convincente en exponerlas dado que me apetecía quedar con él y rematar aquello que parecía que se nos resistía. Quedó en venir a las 10, así que tenía el tiempo justo para terminarlo todo y meter cuatro cosas en la maleta.

A punto de terminar el trabajo, llamaron a la puerta. Miré el reloj y vi que todavía quedaba media hora para la cita. Me levanté con fastidio por la anticipación con que se presentaba Juan Carlos, pero al abrir la puerta con quien me encontré fue con Andrés.
-¡Hola guapa! ¿Me invitas a una cerveza?
-No puedo, estoy muy liada. Tengo que terminar urgentemente un trabajo, salgo mañana de viaje con mi jefe.
-Venga mujer, que sólo van a ser cinco minutos. Además, te traigo un regalo -Andrés rodeó mi cintura y bajó sus manos hasta mis nalgas, achuchándolas levemente.
-Bueno, pasa, pero sólo cinco minutos -No tenía deseo alguno de presentar a mi vecino y a Juan Carlos y confiaba en que se fuera de inmediato.
-Mira, traigo las fotos que te hice el otro día.-Andrés me enseñó su pen drive a modo de trofeo-ven que te las enseño.
-No tengo tiempo ahora. Vuélcalas en el ordenador y después echo un vistazo a tu reportaje. Así voy haciendo yo la maleta mientras tanto.
-¿Te las dejo en la carpeta de “mis documentos”?
-¡Si! –Exclamé con decisión mientras salía.

Llegué a mi dormitorio y tras elaborar mentalmente una lista de cosas que debía meter en la maleta, las fui metiendo sin mucho orden. El estado de nervios en el que me encontraba me impelía a actuar como si viviera en un estado de excepción. Cuatro minutos me bastaron para volver al lado de Andrés, y él tenía un solo minuto de gracia para irse a su casa.
-Te tienes que marchar, tengo que hacer muchas cosas todavía.
-Bueno, puedes hacerlas después -Andrés me agarró y me llevó hasta el sofá, tumbándose sobre mí. Balanceó su pelvis sobre la mía e hizo amago de desabrochar mi blusa, pero fui más rápida que él impidiéndoselo.
-¡Qué no! ¡Hoy no puedo! Cuando regrese nos vemos, ¿de acuerdo? Que estoy muy liada, ¡vete!
-Vale, vale, ya me voy, pero tú te lo pierdes. Cuando veas las fotos me das tu opinión. Lo que me cuelga entre las piernas ya la tiene…
-Pero que burro eres a veces. Adiós, nos vemos a la vuelta.

Abrí la puerta para dejarle salir con tan mala fortuna que en ese mismo instante, Juan Carlos salió del ascensor y ambos se encontraron en el rellano. Andrés me miró sorprendido y sonrió maliciosamente mientras yo saludaba a Juan Carlos de forma no muy efusiva dado el espectador que nos contemplaba y que se tomaba con calma el hecho de entrar a su casa, haciéndose el remolón en la puerta. En ese momento no sé por qué, pero no me sentía bien, de alguna forma me veía como una traidora sin corazón. Sabía que nada le debía y más cuando seguía escuchando a través del tabique que separaba nuestros dormitorios, los ruidos de los muelles de su colchón y los gemidos de alguna que otra mujer con la que seguía acostándose. En ese instante me di claramente cuenta de la insensatez de mis hábitos sexuales. Cualquier médico adscrito a un centro de planificación familiar me daría una buena reprimenda por ser tan inconsciente. No sólo podía quedarme embarazada, riesgo que parecía asumir sin muchos problemas, sino que además podía coger cualquier enfermedad que portaran tanto él como sus conquistas. Me estaba portando como una adolescente.

Cuando Juan Carlos entró en mi casa, yo seguía teniendo cargo de conciencia, en ese instante incluso hasta deseé que Juan Carlos se fuera de inmediato, no tenía ganas de sexo y no podía dejar de pensar que me faltaba repasar toda la presentación de nuevo. Confiaba que, a pesar de los flecos que quedaban sin resolver, pudiera hacerlo en el momento de mi exposición.

La suave música de fondo que escuchábamos, la conversación con Juan Carlos y sus ojos mirándome hicieron que mis nervios lentamente se fueran apaciguando. Realmente teníamos muchas cosas en común, nuestra conversación era fluida y no decaía. Mi atracción por él aumentaba en cada uno de los encuentros que teníamos. Era culto, inteligente, dulce pero no empalagoso y con cierto aire canalla que yo intuía en su mirada. La lista de sus virtudes era muy amplia, tanto, que realmente pensé que por fin había tenido la suerte de encontrar al hombre de mi vida.

Las prisas me habían impedido hacer una cena digna y lamentablemente no pude lucir mis encantos culinarios al tener que acudir a una socorrida pizza congelada y una ensalada de bolsa para salir del paso. No obstante, Juan Carlos en todo momento alabó la cena y parecía disfrutar de mi compañía tanto como yo con la suya.

Tras la cena, iniciamos nuestra sesión de conocimiento carnal mutuo. Había desconectado mi teléfono para evitar cualquier tipo de inoportunas llamadas, entre ellas las de mi madre, había silenciado el timbre de mi puerta con una mordaza de algodón y tras desnudarnos, hábilmente retiré sus pantalones en los que guardaba celosamente su teléfono móvil.

Ahora llegaba la prueba de fuego: ¿Sería realmente Juan Carlos mi hombre perfecto en el plano sexual?

sábado, 12 de enero de 2008

Modelo ocasional

-¡Hola mi vecina favorita! –Me susurró excitantemente al oído una conocida voz.
-Hola vecino. Apareces en los momentos más insospechados.
-Ven a mi casa, te voy a enseñar lo que me he regalado de Reyes.

Entré detrás de él con algo de curiosidad. Su mirada pícara me intrigó y más cuando vi que me conducía directamente a su dormitorio.
-Te voy a vendar los ojos para que sea más divertido.

No sabía muy bien si fiarme de él y de sus ocurrencias, pero al sentir el pañuelo de seda sobre mis ojos y sus manos desplazándose voluptuosamente por mi cuerpo entregándose a él con sus caricias, quise entrar en el juego.

Andrés abordó una de mis partes más débiles de mi anatomía: mi cuello. Sentí su cálido aliento erizando mi vello, su lengua en punta resbalando por mi piel y sus manos librándome de la ropa, mientras susurraba a mis oídos su deseo por mí.

La sensación de oscuridad y la inquietud por no saber lo que Andrés me iba a enseñar provocó en mí una gran excitación. Estaba de pie, completamente desnuda, él me sorprendía con sus movimientos, avivando el resto de mis sentidos. Apretó su pelvis contra mis nalgas y mordisqueando la piel que cubría mi yugular, cogió mis pechos, masajeándolos incansable. Un ruido de cremallera me anunció la presencia de su impetuoso miembro que se arropó entre mis glúteos, aumentando salvajemente mi deseo por él.
-¿Cuándo me vas a enseñar el misterioso regalo? –susurré entre gemidos.
-Aún no, espera.

Mientras su pene encontraba un definitivo hueco entre mis muslos, una de sus manos se dedicó a mimar mi sexo con parsimonia, abriendo mi vulva y hundiendo varios dedos en el ya acuoso interior. Fue en ese momento cuando me empujó con suavidad hasta su cama y me tumbé en ella esperando obediente a que me poseyera. Pero me equivoqué. A pesar de tener mis ojos vendados, percibí claramente la brusca y repentina luz del flash de una cámara.

-¿Pero qué haces?-subí el pañuelo que cubría mis ojos y vi a Andrés desnudo concentrado en su cámara nueva.
-¿Te gusta?
-¿Pero quieres parar ya? No tengo ninguna gana de que me fotografíes, ¡ a saber el uso que vas a hacer de las fotos!
-Tan sólo alguna más. Mujer, el uso está más que justificado: es para masturbarme después con ellas, nada más.

Conociendo a Andrés estaba convencida de que contaba la verdad, pero mi intuición me decía que lo mejor era irse de allí, quizás mis fotos acabarían circulando casualmente por Internet. De nuevo, Andrés se encargó de convencerme de lo contrario. Se inclinó sobre mí, buscó mi placer en mi sexo mojado y cogiéndome la mano, la llevó hasta su miembro. Sentir su pene en la palma de mi mano me excitaba, me hacía sentir fuerte y poderosa, así que ni me moví. Andrés cogió el pañuelo de seda y agarrando mis muñecas, me ató a los barrotes de su cama. El deseo por él me empezaba a poseer y me rendí a sus requerimientos.

Mientras me fotografiaba, me iba indicando las posturas que debía adoptar. Así que por primera vez en mi vida hice de modelo erótica. Sorprendentemente descubrí que el hecho de ser fotografiada me excitaba, experimentaba una creciente confianza con él que me ayudaba a mostrar todo lo que yo creía que no existía en mí. Aquellas fotos inmortalizaban por primera vez mi sexo húmedo, sus manos tocándolo y mis oscuros pezones mostrando con su dureza toda mi excitación.

Andrés estaba tremendamente alterado y más a medida que paulatinamente, veía que me soltaba más e improvisaba morbosas posturas, cada vez más comprometidas. Me desató las manos e hicimos apasionadamente el amor. No recuerdo haberme portado de forma tan desinhibida en toda mi vida. Sin soltar su cámara, siguió ejerciendo de fotógrafo amateur, retratando nuestro salvaje encuentro.

Volví a mi casa agotada pero maravillosamente relajada. Me puse de nuevo con el ordenador para seguir con la presentación, pero fui vencida en dos asaltos por el cansancio y me quedé profundamente dormida.

El tiempo se me estaba echando encima.


jueves, 10 de enero de 2008

El dichoso proyecto


Aquel fin de semana me encerré a cal y canto en mi casa intentando adelantar trabajo para el congreso. Las Navidades se habían terminado gracias a Dios y los Reyes Magos me habían dejado, por intermediación de mi madre, una nauseabunda colonia cuyos efluvios producían en mí repentinos ataques de incontenibles estornudos, y que acumulé con las otras que año tras año me regalaba, a pesar de explicarle que yo siempre usaba la misma. Mi hermana me obsequió con un grueso libro de autoayuda titulado “Superar el divorcio sin odios, traumas o suicidios” el cual parecía que ya había sido objeto de una primera lectura por su parte. Como pisapapeles no tenía precio.

La presentación se me estaba haciendo cuesta arriba. Me era imposible volver a coger el ritmo tras los días de asueto y me fallaba la concentración. No conseguía definir la estrategia a seguir para que aquellos 200 empleados de mi empresa ficticia no se fueran a la calle. Cada uno de mis planes de reconversión, acababa casi con más de la mitad de ellos con pasmosa facilidad, incluyendo el setenta por ciento de sus inútiles directivos. Comenzaba a pensar que iba a ser incapaz de terminarlo y mi mente se esforzaba buscando la excusa perfecta que le iba a dar a mi jefe para justificar mi notoria incompetencia.

Una llamada de teléfono procedente de María interrumpió mis elucubraciones. Quería que tomáramos un café sin la presencia materna, supongo que por fin había reflexionado y se iba a disculpar conmigo por lo ocurrido en Nochevieja. Una buena dosis de cafeína en mis venas podía despertar mi lento cerebro e iluminarme en la presentación.

María, para variar, está de buen humor, sonríe y tiene buen aspecto. Ha sacado del bolso una lista de propósitos para el nuevo año en la que incluye, aparte de los imposibles de ir a un gimnasio y dejar de fumar, salir definitivamente de la casa de mi madre y volver al piso que había compartido con Fernando.
-He decidido que voy a arreglarlo, lo voy a tirar entero y lo decoraré a mi manera-Dijo firmemente.
-¡Pero si está prácticamente nuevo!
-Ya, pero todo me recuerda al cabrón de Fernando y no se lo merece. Año nuevo, vida nueva y piso nuevo.
-Tú veras, pero te va a salir muy caro, eso si encuentras a alguien que te lo haga pronto.
-Ya he hablado con un albañil que conoce un amigo mío. Precisamente uno de sus clientes le ha fallado y tiene un hueco libre para mí, empezaría con la obra en diez días. Esta semana rescataré tolo lo que necesite y llamaré a una empresa de recogida de muebles para que se lleven los enseres de allí.
-¿Y no le vas a ofrecer a Fernando antes los muebles por si acaso los quiere él?
-Ni hablar, que se joda. No se merece nada, antes prefiero tirarlos a la basura.

No quise intentar convencerla de lo contrario, ¿para qué? No hubiera servido de nada, algún día acabaría sintiendo indiferencia por su ex y no le resultaría tan doloroso hablar de él. Miraba a mi hermana mientras hablaba de sus planes, me sorprendía su repentina decisión y la claridad de sus ideas. El encuentro con su ex y su novia quizás le había servido como revulsivo.
-Me parece muy buena idea que te vayas, no haces nada en casa de mamá. Lo que me extraña es que no te haya dicho una palabra en contra, ya sabes como es ella de pesada y absorbente.
-Es que no le he dicho nada todavía...
-¡Pero María! ¡Qué rondas los 40 años! Tienes edad suficiente para enfrentarte a ella de una puñetera vez. ¿Acaso le tienes miedo?
-No, pero con ella es mejor actuar lentamente para que no me dé la tabarra. Se lo iré diciendo poco a poco. Por eso quería verte, para pedirte un pequeño favor-bebió un trago de su vaso de cerveza provocando el suspense y mi impaciencia-¿Puedo dejar en tu casa alguna cosilla de la mudanza?
-¡No sé donde lo voy a meter! Mi casa es diminuta y lo sabes.
-Mujer, serán sólo cuatro cosas: algo de ropa, zapatos, libros y Cds. Es algo temporal, anda por favor, que no te cuesta nada. Me ha dicho el albañil que en un mes está terminado todo.
-Te dejo que lo metas, pero con una condición: en quince días se lo dices a mamá y llevas las cosas a su trastero. Me parece una bobada tenerlo en mi casa cuando en la de ella hay espacio suficiente.
-¡Estupendo! Te prometo que se lo diré. Esta semana te iré llevando mis pertenencias.
-Lo que no te he dicho es que no voy a estar en casa, me voy tres días a Madrid.
-Bueno, mejor, así no te molesto. Me dejas las llaves y lo meto yo, así, te cuido el piso en tu ausencia.
No me hacía demasiada gracia dejar las llaves a María, conocía a mi hermana y sabía que no podría evitar inspeccionar mi casa de arriba abajo para satisfacer su innata curiosidad, culpable de que en repetidas ocasiones me enfadara con ella siendo niñas, pero asentí de mala gana, no quería empezar el año mal con ella.

Volví a mi casa con la intención de seguir con mi trabajo, pero nada más introducir la llave en la cerradura, sentí una mano por detrás agarrando mi brazo y pegándome un susto de muerte...


lunes, 7 de enero de 2008

Una cena caliente


Después del escueto mensaje de Juan Carlos anulando la cita pensé que realmente, el interés que había sentido por mí en Nochevieja se debía simplemente a la alegría de la fiesta y las burbujas del cava, ya que no sabía nada de él. Una llamada suya justo cuando yo reflexionaba sobre ello se encargó de sacarme del error. ¿Acaso tendré algo de bruja?
-¡Hola Ninetta! Perdona que no te haya llamado antes.
-No pasa nada, he estado con gripe, pero ya me encuentro mejor.-Mentí- ¿Pudiste volver a poner la casa en orden después de la fiesta?
-Sí, más o menos. Pero me he encontrado debajo del sofá un sostén rojo. Y lo que me extraña es que nadie lo haya reclamado todavía. ¿Es tuyo?
-Pues no, como bien demostré sin querer, esa noche yo no llevaba nada más que el vestido.
-Oh sí, puff, menuda rabia que tu hermana se desmadrara... te invito esta noche a cenar a mi casa ¿tienes planes?
-Muchas gracias, acepto la invitación. Tengo que preparar una presentación pero puedo hacerlo otro día.
-Pues genial, te espero.

En ese momento, la ilusión del encuentro mató los últimos virus que aún quedaban en mi organismo. Al salir del trabajo me compré en las rebajas un excitante conjunto de encaje color Burdeos que yo aspiraba a poder enseñar tras la cena. Estaba convencida de que quería acostarse conmigo, que era justo lo que yo deseaba, así que, dado que mi vida sexual estaba experimentando una segunda oportunidad, me compré en una farmacia una caja de preservativos de tamaño gigante.
Al abrirme la puerta de su casa y verle de nuevo, sentí otra vez nuevos escalofríos recorriendo mi cuerpo y golpeando mi corazón, nada que ver con los que había sentido horas antes por culpa de la gripe.

La mesa donde íbamos a cenar tenía varias velas encendidas, anunciadoras silenciosas de lo que iba acontecer “Estamos encendidas esperando a apagarnos cuando os acostéis juntos”. La comida ya estaba preparada: una bandeja de embutidos diversos, entre los que figuraba sorprendentemente una sonrosada mortadela de aceitunas verdes, un plato con pan tostado recién sacado de la bolsa, varias latas de patés dispersas por encima de la mesa, queso de untar y unos trozos de zanahoria cortados longitudinalmente para zambullirlos con vehemencia en el queso. Ningún olor procedente de la cocina delataba que hubiera algo caliente para comer después. Estaba claro que lo suyo no era la alta cocina y que la frase “preparar la cena” consistía simplemente en trasladar los alimentos de un sitio a otro sin ningún tipo de elaboración.

El vino tinto tenía un maravilloso sabor afrutado y entraba con facilidad en el organismo, era toda una ayuda para digerir aquel cúmulo de frías viandas recién sacadas del frigorífico. Tras hartarnos de patés, zanahorias y dejar la mortadela intacta, nos trasladamos al sofá y sin más preámbulos comenzamos a besarnos. Juan Carlos desabotonó lentamente mi blusa.
-Hoy sí llevas sujetador.
-¿Te gusta?
-Mucho, pero me gusta más si te lo quitas.

Me rodeó con sus brazos y desabrochó mi sostén, acariciando mis senos mientras yo seguía sus pasos usurpándole su camisa de cuadros azules y dejando su torso desnudo.

Tumbándose sobre mí, volvimos de nuevo a deleitarnos mutuamente con una nueva sesión de besos y caricias, esta vez mucho más indiscretas y atrevidas. Juan Carlos jugueteó con mis pechos y devoró ambos en su boca. Los jadeos y gemidos que yo emitía se solapaban con los sonoros chupetones que depositaba sobre mis pezones hasta dejarlos endurecidos de forma casi perenne.

Sentí que luchaba con el cierre de mis vaqueros así que yo misma me desprendí de ellos. Estaba tremendamente excitada, la curiosidad que provocaba en mí hacer el amor con otro hombre empezaba a tener algo de adictiva. Necesitaba experimentar todo lo que no había podido conocer en mi época de casada.

Se desprendió de sus pantalones y tras unos calzoncillos de marca asomó su miembro, rotundo, grueso y sorprendentemente circuncidado. Situó estratégicamente una mano sobre mi sexo y enredando en él con sus dedos, consiguió casi al instante aumentar mi estado lúbrico a la par que mi humedad, dejando a aquellos mojados por entero.

Extendí mi mano y capturé dulcemente su miembro, lo acaricié curiosa y hambrienta, necesitaba saborearlo en mi boca y sentir su calor, por lo menos, el segundo plato iba a ser caliente. Fue en ese sublime momento cuando un móvil comenzó impertinentemente a sonar.
-Disculpa un momento.

Juan Carlos, semidesnudo, cogió el teléfono y se encerró en su dormitorio mientras que yo yacía espatarrada sobre el sofá. Los minutos que trascurrieron se me hicieron eternos, la humedad de mi sexo desapareció, la abundante insalivación de mi boca cesó y mi mal humor aumentó en progresión geométrica.

Al cabo de unos diez minutos, salió con cara de susto mesándose su cabello.
-Joder Ninetta, ¡cuanto lo siento! Me ha llamado mi madre. Se ha caído en la cocina y parece que se ha hecho daño en una pierna, me la voy a llevar ahora a urgencias.
-¡Qué mala pata…! Perdón, no quería decir eso. No te preocupes por mí, ¿quieres que te acompañe?
-Gracias, no hace falta, te llamo otro día ¿vale?
-Claro, cuando quieras.

Me plantó un largo beso en la boca, recogí mi ropa y me vestí con rapidez, Juan Carlos estaba nervioso y tenía una lógica prisa.

Nada más llegar a mi casa, me desnudé, cogí mi vibrador y me proporcioné una buena sesión de sexo en solitario. Empezaba a tener clara una cosa: mi consolador no tenía madre que tropezara, ni hermana que molestara y no se me quedaba dormido. Aparte de mi veleidoso vecino, resultaba ser mi mejor compañía sexual...


sábado, 5 de enero de 2008

Juegos de vecinos

Ya en casa, me puse cómoda y tras volver a ingerir mi dosis de medicamentos comencé a preparar, no sin esfuerzo, la presentación en mi portátil.

Al cabo de media hora, sonó el timbre de mi puerta.
-¡Hola corazón! ¡Feliz Año! Mira, he traído una botella de cava para celebrarlo juntos.
Andrés entró como una exhalación en mi casa, me plantó un húmedo beso en la boca y sin apenas decirle “hola” comenzó a desabrocharme la blusa.
-¡Espera Andrés! ¿Dónde vas?
Pero él ya no escuchaba, tenía un objetivo fijo y siguió a lo suyo.

Las sorpresivas visitas de mi vecino se estaban convirtiendo en una extraña rutina en mi vida. Lo cierto es que me gustaba acostarme con él, intentaba repetirme mentalmente tras cada visita que sólo se trataba de un rollo y que no debía preocuparme por sus encuentros con otras mujeres, como él tampoco sabía nada de mi vida, pero a veces, mi cabeza se confundía pensando que podía haber algo más entre nosotros.

Esa noche, mi libido estaba dormida en una cueva por culpa de la enfermedad, pero Andrés parecía conocer con exactitud todos los resortes que debía tocar para despertarla y hacerla salir de un brinco al exterior. Me llevó hasta la cocina, me despojó de la ropa que cubría mi cuerpo y tumbándose sobre la mesa y abriendo mis piernas, hizo que se esfumaran mis males de repente gracias al excitante y magnífico trabajo que sus labios y lengua comenzaron a hacer en mi sexo.

Volvía a sentirme bajo su mando, él me dominaba a base del placer que me proporcionaba, sucumbía de goce con su arte amatorio, era todo un experto en la materia, y tan a pocos pasos de mi casa... Creo que podía ser algo tan importante o más que tener a un médico o un abogado por vecino.

Lamía mi vulva con entrega absoluta, clavaba su lengua en mi interior hasta hacerme retorcerme de placer y tan sólo bastó que uno de sus dedos se acercara a mi clítoris para que yo estallara en un gozoso y prolongado orgasmo.

Le ayudé a bajarse los pantalones y de pie, me poseyó sin darme un respiro. La mesa golpeaba los azulejos y mis gemidos intensificaban su volumen a medida que volvía a sentir que de nuevo me desataba en palpitaciones sucesivas.
-Andrés., ¿seguro que no hace falta que te pongas un preservativo?
-Que no, yo controlo, tranquila.

Pero yo no lo estaba, no por el hecho de la posibilidad de que sus espermatozoides ligaran con mis óvulos, sino porque intuía que el salvaje goce que sentía con él en cada encuentro hacía que perdiera más el control de mi cuerpo y de mi mente. Ya no pensaba, era sólo sexo. En ese momento me sentía tan suya que si hubiera querido hacerme su esclava le hubiera dicho que sí sin dudarlo.

Andrés se dejó ir y allí nos quedamos unos segundos descansando. Enseguida se retiró de mí, dándome un corto beso mientras subía su bragueta.
-Anda chata, estoy agotado y hambriento. Te espero en el sofá mientras preparas algo de cenar y nos bebemos la botellita que he traído.
Aún estaba desnuda encima de la mesa y con las piernas abiertas, sentía resbalar el semen por mis muslos. Mi cerebro en ese momento estaba tan obtuso y relajado que no me salieron las palabras y no fui capaz de expresar lo que realmente hubiera dicho un hombre si repetidamente me trataba de esa forma que yo creía tan machista.

Así que me vestí, preparé la cena y me fui con él al sofá…


jueves, 3 de enero de 2008

De nuevo en la oficina


Tras doparme convenientemente con una ingente dosis de ibuprofeno, salí de mi casa en dirección a la oficina. La helada caída la noche anterior había sido espectacular y a pesar de haberme puesto más capas que una cebolla, sentía mi cuerpo helado. El metro estaba maravillosamente vacío y pude hacer todo el trayecto sentada. Tenía pereza de volver al trabajo, ganas de volver a mi casa y de descansar hasta encontrarme de nuevo como siempre.

En la oficina había incluso menos gente que en el metro, tan sólo parecía estar Clara, que había aumentado considerablemente de volumen tras las navidades, supongo que por comer compulsivamente para intentar olvidar lo aburrida que estaba al lado de su eterno marido.

Dada la poca actividad que se respiraba en el ambiente y las contadas llamadas que llegaban a mi teléfono decidí, excepcionalmente, cerrar la puerta de mi despacho, reclinar mi silla y darme una buena siesta reparadora.

El silencio absoluto era tal que no tardé ni dos minutos en dormirme. Al cerrar los ojos sentí otra vez el ardor en mis parpados por causa de la fiebre y de nuevo, las recurrentes pesadillas sobre la fiesta de fin de año hicieron su aparición, bailando sin orden y concierto dentro de mi cabeza. Un brusco ruido hizo que me despertara.
-Perdona que te moleste Ninetta…
Abrí los ojos y la figura de Vicente, mi jefe, me despertó de un manotazo. Sus brazos en jarras y su mirada clavada en mí evidenciaban su enojo.
-Esto, yo…bueno. Perdóname. No sé que me ha pasado. Creo que me he quedado algo transpuesta por culpa de la gripe.
-Sí, sí, claro…Sólo venía para desearte Feliz Año y hablar sobre nuestro viaje de la próxima semana. Pero ya tendremos tiempo de hacerlo cuando tengas un rato “libre”.-Su tono y la forma de decirlo no podía ser más desagradable.
-No, no, de verdad, ya estoy mejor…Dime.
-Necesito que prepares una presentación en el ordenador para uno de los días del congreso. Te daré la documentación para que puedas ir haciendo los esquemas y lo tengas todo preparado para cuando lo expongas.
-¿Exponerlo? ¿Yo? Creía que sólo iba de oyente.
-¿No te lo dije? Sí mujer, es una cosa muy sencilla, no te costará. En principio iba a haberlo hecho yo, pero he estado muy liado y no he podido.

Y con un gesto con la mano a modo de despedida salió de allí para volver casi al instante con una pila de papeles y cuadernillos. Los depositó con alivio sobre mi mesa y dándome una palmadita a modo de ánimo y de comprensión, que hizo que tuviera que tragarme todas las culebras que querían salir de mi boca, me explicó muy sucintamente cómo debía elaborarlo.

Al quedarme sola, volví a sentir el mareo de la fiebre unido al agobio por el escaso tiempo que tenía para preparar el trabajo. En ese instante, recibí un mensaje en el móvil. Era de Juan Carlos, pero tampoco era portador de buenas noticias dado que se disculpaba por no poder quedar conmigo y retrasaba la cita a la semana siguiente. Sentí un gran desánimo por todo el cúmulo de adversas circunstancias.

Así que sin planes para esa noche, cogí todo los papeles que pude en mi cartera y al calor de la calefacción intentaría adelantar en mi casa algo de trabajo. Eso sí la gripe me dejaba…


miércoles, 2 de enero de 2008

Fuego en el cuerpo

A pesar de la alegría que supuso para mí el mensaje de Juan Carlos, no me encontraba bien, pero esta vez, el culpable no era el alcohol sino la gripe. Me dolía el cuerpo y me ardía la cabeza. Me levanté e intenté ir a la cocina a prepararme algo ligero para desayunar, pero el esfuerzo acabó con las pocas reservas de energía que atesoraba y tuve que regresar a mi lecho y taparme concienzudamente. Sentía escalofríos. Me puse el termómetro y éste se encargó de corroborar lo que ya sospechaba. Tenía casi 38 grados, bonita forma de celebrar el comienzo del nuevo año. Por el contrario, en el exterior la temperatura era unos 40 grados inferior a la mía. La cencellada caída por la noche había dejado un paisaje típicamente navideño, y realmente parecía que hubiera nevado copiosamente. La niebla era espesa y la telaraña que acompañaba mi maceta con el cadáver momificado de geranio que lucía en mi ventana se había congelado por completo.

Llamé a mi madre para decirle con delicadeza que no iba a comer a su casa.
-Haced lo que os dé la gana. ¡Menudas hijas tengo! Ya no respetáis ni las celebraciones de Navidad.
-Te he dicho que tengo fiebre, no me puedo ni levantar de la cama.
-Tu hermana aún no ha querido levantarse. ¡Sois un par de vagas! Si es que me dais más disgustos…

Y mi madre comenzó una imparable perorata de reproches y sermones que yo era incapaz de soportar en mi estado, así que colé de refilón mi intención de hablar con mi hermana y conseguir así que mi madre callara. Tampoco es que deseara realmente conversar con ella, es cierto que quizás necesitaba desahogarse con alguien y quien mejor que conmigo. Pero a mí realmente lo que me apetecía era decirle que la noche anterior se había portado como una patosa y que ya iba siendo hora de que hiciera borrón y cuenta nueva en su vida. Quizás adivinó mi intención dado que no quiso ponerse, así que antes de que mi madre volviera de nuevo con su homilía, le deseé feliz año y colgué.

En mi estado febril, imágenes confusas se mezclaban en mi mente, me veía besando a Juan Carlos, pero éste se transformaba súbitamente en Pepe, completamente desnudo salvo en sus pies, en los cuales llevaba sus inseparables calcetines. Mientras, mi vecino Andrés se acercaba a mí por detrás y levantando mi vestido me poseía una y otra vez. Si no hubiera tenido fiebre estoy convencida de que habría tenido uno de los orgasmos más intensos y plenos de toda mi vida, pero desgraciadamente el mareo podía conmigo y mi cuerpo tenía mayores preocupaciones que la de satisfacer los caprichos de mi sexo.

Busqué en el cajón donde guardo los medicamentos caducados y encontré algo que por el nombre podía servirme para pasar dignamente el resto de la jornada. Tenía que recuperarme como fuera, no podía faltar al día siguiente al trabajo ya que mi jefe hubiera pensado que estaba prolongando mis días de descanso navideño.

Miré el calendario que colgaba al lado del cuadro, los días que quedaban para que llegaran las vacaciones de verano se me agolpaban agobiantes en el cerebro y con el mareo del deseo estival entré en un estado de duermevela hasta que por fin las pastillas hicieron su efecto y me dormí.


martes, 1 de enero de 2008

La fiesta de Fin de Año


¿Para qué me habré comprado un vestido sin tirantes? En el taxi he tenido que subírmelo ya un par de veces y perfectamente he advertido la mirada que el taxista ha echado al retrovisor cuando casi han asomado mis pezones por encima de las lentejuelas. Eso mismo dice mi hermana, que me acompaña a la fiesta. A última hora he sentido lástima de ella por tener que quedarse a solas con mi madre y he llamado a Pepe a ver si no había ningún impedimento en que aceptaran una invitada más. Dado que se trata de una mujer no ha puesto pega alguna.

Juan Carlos, el amigo de Pepe, vive en un edificio de reciente construcción en la parte norte de la ciudad. No tengo muy controlado el mercado inmobiliario, pero estoy convencida de que su piso de tres dormitorios, dos baños y todo exterior, como bien me contó con envidia Pepe, pasa de los 400.000€.

Llamo a la puerta y me abre un hombre bajo y regordete que por su aspecto parece primo hermano de Pepe. Veo su camisa azul de seda salvaje y me horrorizo con el corro de sudor que mancha la tela bajo sus axilas. No quiero ni imaginarme como estará tras la fiesta…
-¡Hola, soy Ninetta! Y ésta es María, mi hermana ¿Eres tú Juan Carlos?
-No, no, soy Emilio, el primo de Pepe.
Le miro de nuevo y pienso en los estragos que hace a veces la genética y la suerte que he tenido yo en no parecerme en absoluto a mi querida madre.

Entramos en el salón. Vestida con mi discreto vestido de lentejuelas contemplo horrorizada mi equivocación al ponerme dicho atuendo. El tejido imperante es el vaquero y las únicas piernas de mujer que van a lucir en la fiesta son las mías. Mi hermana, con más sentido común, se ha puesto unos finos pantalones negros y una camiseta de terciopelo rojo, va elegante pero sin pretensiones. Me miro en un espejo de soslayo, parezco un paquete de regalo envuelto en papel de oro.

Pepe se acerca acompañado de un hombre de estatura media, pelo castaño y perfecta sonrisa, quizás conseguida a base de un sufrido tratamiento de ortodoncia. Es Juan Carlos.
-Muchas gracias por venir Ninetta. ¿Tú eres…?
-María, encantada. Su hermana.
-Gracias por invitarnos.-Dije yo mientras nos dábamos dos besos. Al acercar mis labios a su piel, sentí su olor y las excitantes feromonas que desprendía me produjeron un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.
-Pepe me ha hablado mucho de ti. Ven, que os presento a los demás.

Esa frase me asustó. A saber lo que Pepe habría contado de mí, pero no seguramente había destrozado mi imagen.

Juan Carlos agarró mi brazo y dejó que mi hermana nos siguiera. Nos llevó hasta un pequeño grupo de hombres de aspecto no muy agraciado. Rodolfo, Adolfo y Chema eran íntimos amigos de Pepe y Emilio. El “quinteto de la muerte” parecía el nombre más indicado para el peculiar grupeto. En el breve lapso de tiempo que pasamos con ellos por las obligadas presentaciones sentí un pellizco en mis nalgas del tal Rodolfo, acercamientos demasiado cercanos para lo que yo podía aguantar de Adolfo y el beso húmedo y correoso que esquivé a tiempo de que no rozara mis labios de Chema. Supongo que María, dados sus gestos de sorpresa había sido víctima de los mismos ataques. Escuchamos de ellos aproximadamente unos 10 chistes verdes que se sabían de corrido cual tabla de multiplicar, hasta que por fin el anfitrión volvió a agarrar mi brazo y nos salvó de allí.

Oscar y Ana eran una pareja de recién casados, melosos, empalagosos y cariñosos entre sí como si de una pareja de agapornis se tratara. Oscar cuidaba de Ana con la misma delicadeza con que se trataba las finas piezas de porcelana china.

Raquel era la hermana de Juan Carlos, 30 años y soltera, veía con buenos ojos el quinteto de hambrientos solteros. De aspecto tímido y discreto miró con horror mi vestido dorado y mis piernas al aire. Me incomodé por su gesto y me protegí mentalmente pensando que realmente lo que tenía era cochina envidia.

En ese instante sonó el timbre. Creí que ya estábamos al completo, pero desgraciadamente me había equivocado. Empecé a pensar que esta ciudad se estaba quedando demasiado pequeña al ver que precisamente los que se sumaban a la fiesta eran mi ex cuñado Fernando y su pechugona pareja, Lisa, íntima amiga de Ana e invitados gracias a ésta. Miré a mi hermana y vi sus ojos encendidos en fuego.
-María, nos vamos si quieres.
-¡Y una mierda! ¡Qué se vaya él si quiere!
Fernando percibió nuestra presencia y por un instante clavó sus pies en el suelo sin saber muy bien qué hacer. Juan Carlos se encargó de decidir por él, acercándose a ellos y saludándoles.
-María, vámonos.
-¡Te digo que no me voy! ¡Pero mira que pinta lleva la zorra esa!

Vi una mesa llena de botellas de alcohol y me preparé una copa bien cargada. El principio de año venía cargado de cierta tensión.

Juan Carlos, alertado por Fernando, decidió que suspendía las presentaciones y fue la pareja con la que aún no habíamos tenido contacto, la que amablemente se acercó a hablar con nosotras. Se trataba de Nicolás y Luisa, los mejores amigos de Juan Carlos y los encargados de amenizar la noche ocupándose de la música. Miré a Juan Carlos y percibí una mirada de tensión en sus ojos. Nicolás y Luisa volvieron a su puesto y Juan Carlos se acercó a mí en busca de bebida. Aprovechando el momento en que mi hermana se fue de mi lado me puse a hablar con él.
-Tranquilo, si veo que mi hermana se desmanda me la llevo de inmediato.
-Dudo que pase nada. ¿Verdad? –Dijo no muy convencido.

Me quedé hablando con él mientras bebía. A la par, mis ojos vigilaban de cerca los movimientos de mi hermana. Ésta se había arrimado al quinteto de la muerte y reía histérica con sus presuntas ocurrencias. Tenía que controlar que no bebiera demasiado o la fiesta acabaría de mala manera.

Pero a medida que hablaba con Juan Carlos, menos me preocupaba mi hermana. Era ingenioso, divertido, cariñoso y atento. Me contó su vida y en ella, afortunadamente, no parecía haber más que alguna ex novia, sólo pasados sentimentales y un presente limpio de mujeres a su lado. Un alivio.

Levanté la vista y todo parecía en orden. Oscar y Ana conversaban amigablemente con Fernando y Lisa. Nicolás y Luisa ahora bailaban en el reducido espacio que los sofás retirados habían dejado en el salón. Emilio, el primo de Pepe, intentaba convencer a mi hermana de que bailara con ella. Raquel se había integrado con los solteros de oro y ahora sonreía feliz pensando en sus adentros quien la llevaría a la cama.

La conversación con Juan Carlos era tan amena que apenas me di cuenta de lo que ya había bebido. Descubrimos aficiones comunes y una pasión compartida: la ópera, y de ello hablamos un buen rato. Sentía de nuevo el fuego en el cuerpo y el deseo sexual entre mis piernas. Pero había prometido moderarme y no ser la primera en hacer ninguna proposición, para variar.
No hizo falta detener mucho mis instintos, fue Juan Carlos, con la excusa de enseñarme sus últimas adquisiciones operísticas, el que me llevó a su dormitorio. El tiempo pasaba fugazmente y yo deseaba conservar cada segundo en mi memoria, estaba realmente a gusto a su lado. Ya en su dormitorio, Juan Carlos me acorraló contra la pared y me dio un cálido beso en los labios. Sentí como mi sangre circulaba a mayor velocidad en el interior de mi cuerpo, gracias al denostado trabajo de mi corazón agitado, bombeando apresuradamente bajo las órdenes de mi cerebro.

Comenzó a acariciar mis piernas, subió su mano por ellas y palpó mis glúteos, erizados por su contacto. Abracé su cuerpo y respondí a sus besos, latió con más fuerza mi corazón hasta que mi sexo se desperezó ante su necesidad.

Un terrible grito procedente del salón nos sacó de nuestro particular paraíso terrenal. Corrimos hasta el lugar y nos encontramos a mi hermana a horcajadas sobre Lisa, que yacía en el suelo gritando e intentando defenderse de la fiera que tenía encima. Mi hermana abofeteaba su cara y tiraba de su rubio pelo tintado mientras ella intentaba arañar sus brazos con sus uñas perfectamente esculpidas con manicura. Fernando y Pepe agarraban a mi hermana y no sin esfuerzos la pudieron apartar de su enemiga.

En el otro lado del salón, Raquel con blusa desabrochada y su sostén luciendo con toda su plenitud, dudaba si escapar del tormento de uno de los integrantes del quinteto infernal: Rodolfo. La pareja de agapornis, pasando del resto de los invitados se hacían sus arrumacos tumbados en el sofá impoluto y marfileño del anfitrión. Nicolás y Luisa, demostrando mucha sensatez, aprovecharon el momento para salir de allí con sigilo y volverse a su casa.

Mi hermana de nuevo se tiró en plancha sobre Lisa, ante un descuido de sus capturadotes. Juan Carlos pretendía parar la pelea, pero ahora los integrantes de la misma se habían duplicado. Pepe se había pasado al bando contrario por los efluvios alcohólicos y tras una patada que sin querer recibió de Fernando, le pegó un puñetazo en pleno rostro que casi le deja sin sentido. La peluquera estaba histérica y desatada y ahora era ella la que dominaba la pelea, rasgando la camiseta de mi hermana hasta dejarla semidesnuda. Yo intentaba coger a mi hermana usando toda la fuerza que podía, pero el tirón sólo sirvió para que mi vestido se desplazara hacia abajo unos centímetros y mis pechos quedaran a la intemperie ante la divertida mirada de todos.

Adolfo era víctima de un ataque de risa mientras bebía encima de un alto taburete y no perdía detalle de la lucha. Realmente era para reírse dado que el aspecto conjunto de todos era lamentable.

Tras la guerra vino la paz. Agarré a mi hermana como pude y me la llevé de allí de inmediato sin apenas haber tenido tiempo de despedir a nadie, principalmente a Juan Carlos. Odiaba a mi hermana por haber destrozado mi encuentro con él y estaba convencida de que no querría volver a verme en la vida.

Dejé a mi hermana en casa de mi madre víctima de un ataque de llanto, volví a mi hogar y me tumbé vestida sobre la cama. Estaba agotada y algo borracha. Decidí en ese momento escribir un mensaje de disculpa al teléfono de Juan Carlos, pero tras unos minutos sin tener contestación, me dormí con la decepción.

Por la mañana, mi teléfono parpadeaba con un sms recién llegado que había sido víctima de la saturación de mensajes enviados en aquella especial noche. “No ha sido culpa tuya, pero podemos quedar después de Año Nuevo y te doy la oportunidad de que te disculpes por tu hermana…"

Creo que el nuevo año va a venir cargado de emociones. Me deseé a mí misma un “Feliz Año Nuevo”.