sábado, 31 de mayo de 2008

Curiosidad infinita

Salgo del baño cual alma que lleva el diablo y en el pasillo, cuando creo que los apasionados amantes no son capaces ya de escuchar mi voz, contesto a Juan Carlos su llamada. Su madre está mejor, pero le ha sido imposible llamarme puesto que se olvidó el teléfono en su casa. Acepto sus disculpas y le miento diciéndole lo mucho que le he echado en falta esos días. Me ha prometido compensarme esa misma noche. Dejaré que lo haga, los mimos siempre le han venido bien a mi cutis.

El resto de la jornada no puedo dejar de pensar en la pareja del baño. Me resulta extraño no haberme dado cuenta de ningún nuevo lío entre mis compañeros y tampoco ha llegado hasta mis oídos cotilleo alguno sobre la cuestión. Lo que sí he hecho de inmediato es cambiar la melodía de mi teléfono que me identifica tanto como mis huellas digitales. La obertura de Guillermo Tell puede descansar en mi archivo de melodías por una buena temporada. No quiero ser descubierta ni tachada de curiosa.

Llega un mensaje a mi móvil y lo abro sin detenerme a mirar su procedencia, pero su contenido me deja atónita: es un mensaje multimedia con una fotografía de un primer plano del pene del mensajero. Busco el emisor con curiosidad y ciertas sospechas, me resulta familiarmente conocido, y confirmo que el apéndice retratado es de mi vecino. Pero no conforme simplemente con la imagen y por si acaso me hubiera quedado alguna duda sobre sus pretensiones, le acompaña un escueto texto con dos palabras “TE DESEO”.

Mi morbo me impide borrar la imagen, reconozco que disfruto mirando una y otra vez aquel miembro a todo color del tamaño de la uña de mi meñique. Me teletransporto por unos instantes a la casa de Andrés y a la última noche que hicimos el amor, salvaje y apasionadamente. Son sólo mis instintos primitivos, lo sé, a veces se manifiestan con tanta transparencia que tengo miedo de que me dominen por completo y lo que es peor, echen a perder mi relación con Juan Carlos.

Vuelvo al baño. Ha pasado el tiempo suficiente para que el lugar esté de nuevo tranquilo. Me cierro a cal y canto en uno de los servicios y con algo de nerviosismo me desabrocho mis pantalones y bajo mis bragas. Mi sexo depilado es muy fotogénico, así que sin pensarlo demasiado, intento enfocar de oídas y le hago una foto con el móvil. El resultado es lamentable: falta luz, me ha salido algo borrosa y mi sexo ha salido tan cortado que ni siquiera se distingue de qué se trata. Dudo que alguien se pueda excitar con mi foto por muy imaginativo y calenturiento que sea, así que intento quedarme quieta, colocarme de cara a la luz y hacerme una nueva foto con las piernas abiertas. Miro el teléfono y me sorprendo por lo bien que ha quedado. Pero antes de enviarla pienso que no estoy haciendo bien. Vuelven los remordimientos y la sensatez se vuelve a sentar en mi hombro derecho para explicarme pacientemente la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Así que no la envío.

Cuando llego a mi despacho y me siento, noto como mi cuerpo se recalienta de deseo, cojo el teléfono y le doy a la tecla de enviar…



viernes, 23 de mayo de 2008

Fogosidad en el baño

No me he equivocado. En el baño contiguo se acaban de meter un hombre y una mujer. Intento adivinar por sus jadeos de quien se trata, pero me resulta imposible, no tengo recuerdo de otros jadeos anteriores que me permitan comparar. Pepe, el único con el que he tenido una noche de “no sexo” no recuerdo que gimiera siquiera antes de quedarse dormido. Intento permanecer lo más quieta posible, pero comienza a picarme la nariz. Esta maldita alergia primaveral cada vez aparece antes, quizás algún día llegue a parecerse a las cigüeñas y ni siquiera desaparezca de mi cuerpo durante el invierno, sumiéndome en un perenne estado de estornudos y picor nasal. Los ojos me lloran como venganza a mi contención, muevo la nariz de izquierda a derecha cual protagonista de “Embrujada” y por fin parece que mi sistema inmunitario logra salir victorioso en la lucha contra los alergenos.

Por el ritmo de los jadeos y movimientos de la fogosa pareja, intuyo que están a punto de finalizar. Han subido el volumen de sus gemidos mientras pegan involuntariamente alguna que otra patada a la puerta del baño.

En ese mismo instante, mi teléfono móvil comienza a sonar y yo finalmente estornudo nerviosa sin poder evitarlo. No podía haber elegido Juan Carlos un momento más inoportuno para contactar conmigo…



sábado, 17 de mayo de 2008

Y el mundo marcha

Es increíble como pueden cambiar las cosas a medida que pasan los años. Durante mi época de casada, ondeaba la bandera de la fidelidad con orgullo y pasión. Daba igual que no fuera feliz, que no tuviera ni un mísero orgasmo en mi vida sexual, y que no conociera la delicia de tener un hombre a mi lado que me hiciera estremecerme. Y ahora, cuando el tiempo ha pasado y siento que disfruto de una relativa estabilidad emocional al lado de Juan Carlos, no siento haber hecho nada especialmente malo acostándome con Andrés. Sé que no es una correcta forma de actuar, de acuerdo, pero Juan Carlos no tiene por qué enterarse, los ignorantes viven felices en su ignorancia. Y así haré que sea.

Pero me he propuesto que no volverá a repetirse de nuevo. Me dejé llevar por el alcohol, por la pasión que despierta en mí Andresito y por mi incontenible deseo, a veces parece que mi sexo tiene más peso específico que mi propio cerebro. He decidido olvidarme de lo que pasó, un error lo tiene cualquiera, a veces soy una mujer débil y eso es excusable. No creo que una pequeña falta merezca ningún castigo. Además, estoy algo molesta con Juan Carlos, no se ha dignado llamarme en todo el fin de semana y ni siquiera he obtenido respuesta cuando le he intentado llamar yo. ¡Pero qué injusta soy! Quizás su madre ha empeorado y haya tenido que ir con ella al hospital. De todas formas, me hubiera gustado una llamada suya en busca de mi ayuda. Habría estado dispuesta incluso a hacerle compañía mientras su madre deliraba en el lecho de muerte.

No puedo evitar desviar mi atención de los papeles que tengo encima de la mesa. Cada vez me aburro más en el trabajo, y especialmente los lunes, cuando la semana amenaza con hacerse terriblemente larga: el motivo es que Vicente ha vuelto. Parece que lo suyo ha sido algo más leve de lo que todos pensábamos y más de uno deseaba. Le he visto pasar por delante de mi puerta más de media docena de veces. No sé que pretende: si controlar mi trabajo, si acumular el valor suficiente para decirme que me despide o simplemente que se aburre lo mismo que yo.

Clara me pone al día de sus avances detectivescos. Por fin ha descubierto con quien chatea su marido la mayor parte del tiempo que pasa frente al ordenador: una guapa y tetuda brasileña llamada Malena ha encendido su corazón. Jerónimo pecó de confiado y guardó ingenuamente todas sus contraseñas en una carpeta al alcance de cualquiera, en este caso de Clara, que ha conseguido en un sorprendente periodo de tiempo alcanzar unos cualificados e indispensables conocimientos informáticos que le han permitido hacerse con el historial de sus conversaciones y averiguar el lugar donde escondía su querido marido las fotos de la tal Malena. Clara, al contrario de lo que yo pensaba, ha resurgido tras descubrir las andanzas de Jerónimo, convirtiéndose en una mujer luchadora y enrabietada que espera la hora de su venganza.

Me levanto y me dirijo al servicio. Aún restan dos horas para finalizar la mañana de trabajo. Encuentro encima del lavabo el “20 minutos” y me encierro con él para ponerme al día de lo que pasa en el mundo. Paso las hojas apresuradamente, perfectamente podría ser el periódico de hace dos meses, las noticias son recurrentes hasta el aburrimiento. Me detengo a leer mi horóscopo: me sorprendo por sus consejos: “…ten cuidado, tu carácter casquivano puede traerte serias consecuencias…” ¡Dios mío!, ¿acaso el que lo ha escrito me conoce?

Cuando estoy a punto de finalizar mi lectura alguien entra en el servicio. No me hubiera llamado la atención de no ser porque estoy convencida de que se acaban de encerrar en el baño no una, sino dos personas.

Permanezco en silencio para no ser descubierta e intentar averiguar de quien se trata. ¿Será que la incipiente primavera está provocando una calentura generalizada?




jueves, 8 de mayo de 2008

Fuego y pasión

No sé el tiempo que estuvimos haciendo el amor, ni siquiera cuánto tardamos en dormirnos, pero lo que no puedo olvidar es cómo nos despertamos. A pesar de que aún debía de circular por mi sangre un alto porcentaje de alcohol, pude percibir en mi modorra un sospechoso olor a quemado que llegó hasta la habitación donde dormía con Andrés. Abrí los ojos ante la sospecha, y la visión nebulosa que llegó hasta ellos del dormitorio confirmó mi temor, haciéndome levantar de inmediato.
-¡Andrés: fuego!
-¡Ostias!

Ambos nos incorporamos ipso facto y corrimos hacia el salón, lugar de donde procedía la humareda. La pasión nos había hecho olvidarnos de las velas que habíamos dejado inoportunamente encendidas. Una de ellas había sido con toda seguridad la causante del desaguisado. Pero habíamos tenido mucha suerte a pesar de todo: tan sólo las cortinas habían sido las víctimas de nuestro terrible descuido. Mientras Andrés intentaba apagar una de ellas con los pantalones vaqueros que se había quitado la noche anterior, yo hacía lo mismo con la otra, utilizando para ello lo primero que me encontré a mano: el jersey que me acababa de regalar Juan Carlos.

No tardamos ni tres minutos en apagar el pequeño incendio pero la humareda era asfixiante. Lo malo es que el alcohol se había diluido en mis venas y comenzaba a tener remordimientos. Contemplar el jersey que había quedado hecho unos zorros no hizo sino aumentar mi desasosiego.

Pero ante todo me considero una buena “amiga” así que decidí que el resto de la noche la pasaríamos juntos en mi casa. No iba a dejar a mi vecino solo después del susto, pobrecito…

sábado, 3 de mayo de 2008

Algo embriagada


A pesar de que me había prometido a mí misma no beber demasiado, no he podido evitarlo. La cena estaba exquisita, pero el vino que había comprado Andrés me ha sorprendido gratamente. Era suave, maravillosamente aromático y ha entrado en mi cuerpo de maravilla. Del mío mejor no hablar. Lo cierto es que a pesar de lo que raspaba, no hemos dejado ni una gota, es posible que el paladar se haya ido adormeciendo a medida que las botellas se iban vaciando. Creo que si no estoy borracha me falta poco para ello. Afortunadanente, tengo un chip en mi cerebro que me alerta de la situación de peligro instándome a salir de inmediato de allí. La tentación se encuentra sentada a mi lado. Andrés está más cariñoso y dulce conmigo que nunca. Se acerca, intenta besarme, le rehuyo entre risas, vuelve a acecharme y de nuevo consigo rechazarle.

La verdad es que me lo estoy pasando bien con él y el alcohol me vacuna contra posibles remordimientos por no echar de menos a Juan Carlos. Andrés vuelve a acercarse, me acorrala contra el sofá, mi respiración se agita, acerca sus labios a los míos y me besa sin que yo pueda evitarlo. ¿Intento apartarle? Debería hacerlo, ¿no es cierto? No puedo. Me gusta el sabor de su boca. Le aparto con el brazo, pero él vuelve a pegarse a mí y esta vez no encuentro escapatoria, realmente ni la busco. Mi deseo se descontrola, mi sexo se pone en guardia, correspondo a su beso. Nos abrazamos, me acaricia los pechos, nos volvemos a besar, esta vez más lentamente. Roza sus labios con los míos, avanza por ellos a base de pequeños besos, los mordisquea suavemente. Tengo los pelos de punta. La punta de mi lengua busca la suya mientras Andrés forcejea con el cierre de mi sostén.

Ninetta, no lo olvides: eres una mujer fiel ¿No es cierto?