domingo, 29 de marzo de 2009

De progenitores y demás

Mi madre me mostró el salón como si fuera la primera vez que entraba en su casa y desconociera cada una de sus habitaciones. Dentro de él encontré sentados alrededor de la mesa a mi hermana, a mi ex y a un extraño personaje que parecía haberse escapado de una novela de Charles Dickens. Llevaba un largo abrigo azul marino al que poco le faltaba caerse a pedazos, sus puños raídos así lo predecían. Vestía unos vaqueros desgastados a base de un extremo uso y una curiosa gorra de marinero con un escudo bordado en letras doradas. Tenía la barba encanecida y algo descuidada que tapaba prácticamente todo su cuello. Le miré con curiosidad y cierto nerviosismo, intuía algo, pero de inmediato lo rechacé. No hizo falta, sin embargo, esperar mucho para saber quien era el desconocido invitado.
-Ninetta-empezó mi madre en tono solemne-es tu padre.
La cabeza me empezó a dar vueltas y sentía que mi ser parecía querer desprenderse de su cuerpo para irse de inmediato a cualquier lugar en el que no le obligaran a enfrentarse con fantasmas del pasado. No me podía creer que mi padre, tras una larga ausencia, hubiera venido al lugar que nos vio nacer. Extendí mi mano y le saludé como si nada en la vida nos hubiera unido nunca. De hecho, es lo que yo sentía en esos instantes.
-Hola Salvatore. –Fue lo único que salió de mis labios. Me senté a la mesa, pero al observar que mi hermana se dirigía a la cocina en busca del primer plato la seguí y abordé tras cerrar la puerta.
-¿Se puede saber que hace este tío aquí?
-¿Cómo que qué hace? Parece mentira con lo mucho que me ha costado buscarle y lo poco que me lo agradeces. Le he dicho que me casaba y no ha dudado en venir. Estoy convencida de que hubiera hecho lo mismo por ti cuando te casaste con Manolo, pero vas a lo tuyo y te da igual el resto del mundo.
-No mujer, es mejor que no le dijera nada en su día, le iba a parecer un poco raro que en los dos casos coincidiera el novio ¿no crees? De todas formas, sigo sin entender por qué después de toda una vida tiene la poca vergüenza de regresar al hogar del que huyó. ¿Qué pasa? ¿Es que no tiene dinero y ahora quiere vivir del cuento?
-No tengo ni idea, pero a pesar de estar tan sorprendida como tú, me encanta saber que estará en mi boda.
-Y que te llevará al altar, claro. La verdad es que a mí ese tipo de cosas ya no me importa. Dudo que me vuelva a casar jamás.
-Nunca se sabe, Ninetta, la vida da muchas vueltas.
-Lo sé, María, no sabes cómo lo sé.

Volvimos al salón y de camino, respiré profundamente intentando que todo lo malo que había dentro de mí saliera de mi cuerpo. Por mucho que me apeteciera preguntar a mi padre la razón por la que nos abandonó, no me parecía el mejor momento. Intentaría ser lo más conciliadora posible a pesar de que mis circunstancias personales no me dejaban volver al estado de paz en el que yo creía que estaba antes.

Quizás nunca estuve en paz conmigo misma ni con el mundo. ¿Es que mi problema era que había empezado una guerra que no quería terminar por mi culpa?

sábado, 21 de marzo de 2009

Familia y más familia

Aquel domingo lamentablemente tenía planes. Mi desidia me impelía a la absoluta soledad pero la brutal insistencia de mi madre en que fuera a comer a su casa el domingo me hizo enarbolar la bandera de la rendición. Suponía que se trataba de la típica comida familiar de paz y armonía para celebrar los desposorios de uno de sus miembros. Pero nosotros no éramos una típica familia de clase media, no había ni paz ni armonía entre nosotras y que mi hermana se casara era algo que no me importaba a pesar de que su contrincante fuera precisamente el hombre con el que me había casado yo hace años.

Lo que más me disgustaba sin embargo no era el hecho de una falsa unión fraternal, sino tener que explicar a mi madre y a mi hermana que me habían despedido. Estaba convencida de que si no lo contaba yo, se enterarían por terceros. Prefería narrar a mi manera la situación sin tener que dar mayores explicaciones.

Al salir de casa me despedí de Clara que miraba ensimismada la pantalla de su ordenador. Las relaciones con su novio cibernético proseguían por buen camino y eso a pesar de que eran más las veces que Clara esperaba a Emilio sentada frente a la pantalla. Por más que le intentaba decir una y otra vez que no se enganchara con una ilusión que llegaba a través del wifi, no quería siquiera escucharme. Intuía que el día en que ambos se conocieran, todo se desvanecería y volverían a la realidad. De algo estaba convencida: las heridas que le había provocado su separación con Jerónimo sanarían con las próximas provocadas por el misterioso internauta.

Cuando llegué a casa de mi madre, me recibió con una sospechosa e inusual alegría impropia de ella. ¿Le habría tocado la lotería y estaba a punto de hacer el generoso reparto entre sus hijas?

Al llegar al salón me di cuenta de que el dinero brillaba por su ausencia y que la sorpresa que me esperaba no me la hubiera imaginado jamás.

domingo, 15 de marzo de 2009

Chasco

Agucé mi oído y contuve la respiración a la espera de que llegara el momento de actuar. La pareja reía sin mesura y parecían tener claro que a esas horas y en ese lugar, nadie podría perturbar su cálido rato de placer. La risa languideció para dar paso a toda una colección de jadeos y gemidos, respiraciones entrecortadas y pequeños gritos. Bajé con cuidado la tapa del water y me subí encima. Saqué la cámara del bolsillo de la gabardina y me incliné sobre la puerta apoyando mis manos sobre ella para poder tener una buena visión de conjunto. Pero mi altura no resultaba suficiente para ver por encima así que me puse de puntillas intentando aguantar lo más posible. Sentía punzadas en las pantorrillas y me hice el propósito de ir cuanto antes a un gimnasio que me quitara las telarañas de mis lacios músculos.

Al otro lado, la pareja aceleraba su impulso amatorio, de la misma manera me impulsé yo en mi escondite, haciendo que mis ojos contemplaran por fin la escena y me diera cuenta de mi error. No era Vicente el que embestía ni era su secretaría la que recibía los empujes. Aquella oficina era lo más parecido a Sodoma y Gomorra que otra cosa. Mientras intentaba saciar mi curiosidad intentando averiguar de quien se trataba me desequilibré, el zapato de tacón se torció y me quedé colgada de la puerta mientras gritaba a los cuatro vientos mi torpeza. No hubo que hacer nada más para que la pareja se fuera de allí ipso facto sin querer conocer a la cotilla que investigaba sus movimientos.

Me descolgué como si fuera un primate tras haber recogido una banana, me enfadé conmigo misma tanto por la mala suerte al haberme caído como por no haber encontrado a Vicente con la secretaria y me escapé de allí de inmediato. Por fortuna, el vigilante se encontraba en la hora del bocadillo vespertino y no prestó atención a mi salida.

Me quité mi disfraz en el primer bar que encontré en mi camino y regresé a mi casa. No había que perder la esperanza, mi momento llegaría más tarde o más temprano.

sábado, 7 de marzo de 2009

Ropa de camuflaje


Al día siguiente me levanté pronto y con ganas de hacer cosas. Tenía un plan que ejecutar y había pasado la noche anterior dándole vueltas, era la hora de actuar.

Salí de casa y me dirigí a la tienda de disfraces que se hallaba cerca del centro. Tras echar un vistazo a toda la tienda me decidí por una peluca negra con el pelo rizado, unas gruesas gafas de plástico negro y una especie de corsé que aumentaba los pechos cuatro tallas más. Me sentía igual que los detectives en horas de trabajo y sentía que la adrenalina comenzaba a circular de nuevo por mi cuerpo produciéndome un agradable cosquilleo en todo él. Posteriormente adquirí en una tienda de oportunidades una falda gris recta, una blusa verde, una gabardina negra y un gran bolso gris. Con todas mis adquisiciones me fui a un bar y tras tomarme un café me dirigí al baño y me disfracé con prisas. Estaba irreconocible y dudaba que nadie se diera cuenta de quien era. Metí mis prendas en el bolso que acababa de comprar y me encaminé hacia mi antiguo trabajo.

El primer obstáculo era el vigilante de la entrada. Intenté sosegarme respirando con calma, me acerqué a él y le expliqué cual era el motivo de mi visita, tenía un dinero que había heredado y quería saber las posibilidades de hacer una buena inversión con él. El agente no sospechó nada, al contrario, los nuevos clientes siempre eran bien recibidos, significaba que la crisis no afectaría a su empleo.

Subí por las escaleras y al llegar a la planta donde se ubicaba mi antiguo lugar de trabajo, caminé lentamente intentando no mirar los despachos abiertos para no ser reconocida. Me temblaban las piernas pero intentaba concentrarme en caminar con paso firme. Llegué a los baños, saqué un cartel que había preparado en casa donde ponía con gruesas letras de imprenta “NO FUNCIONA” y me encerré en un servicio a esperar. Sabía que tenía que armarme de paciencia y que a lo mejor no tenía la suerte que esperaba, pero crucé los dedos y pensé de forma positiva.

Tras seis horas de espera infructuosa me encontraba desfallecida. Habían pasado por aquel baño decenas de personas cientos de veces. Había tenido que aguantar las consecuencias de la dieta vegetariana de una compañera con problemas de meteorismo, el aroma a tabaco de más de un fumador compulsivo que se negaba a pasar frío en la calle y los cotilleos de algunas compañeras criticando a las demás. Ahora llegaba la calma, era la hora de comer y la oficina estaba tranquila. Sabía que por la tarde había más posibilidades de pillarle así que me puse en guardia con la cámara preparada.

Tenía los dedos agarrotados pero mi corazón pegó un vuelco cuando oí que entraba por la puerta un hombre y una mujer riéndose.

Había llegado mi turno.