sábado, 25 de abril de 2009

El despertar

-Hemos terminado-Dijo el maestro despertándome.
-Creo que me he dormido.
-No te preocupes, es normal.

El maestro se había quitado la chaqueta. Supongo que el calor que yo sentía tenía que ser el mismo que él notaba ahora en la habitación, ahora tibia y adormecedora.
-¿Qué tal te sientes? –Me preguntó con una franca sonrisa.
-La verdad es que muy bien, muy relajada.-Contesté intentando incorporarme.
-Espera un poco, sigue tumbada, quizás sientas algo de mareo, es normal. La verdad es que te he notado los chakras muy bloqueados.
-¿Los chacas me has dicho?
-No, no, los chakras, una especie de embudos que tenemos en el cuerpo etérico y por donde entra la energía, si están cerrados no fluye y podemos tener todo tipo de problemas, tanto físicos como psíquicos, una depresión por ejemplo. Yo te los he abierto y te he limpiado los meridianos para que la energía vuelva a circular libremente por todo tu cuerpo. Por cierto, hazte unos análisis de sangre, creo que tienes colesterol. Y haz algo de ejercicio o en breve tendrás problemas en la espalda.

Yo le oía hablar, pero poco le entendía, en mi vida había oído hablar de que en el cuerpo teníamos embudos y menos que la energía tenía que entrar por ellos. Lo cierto es que me hablaba como si me conociera de toda la vida, describió a la perfección mi estado de ánimo actual, los errores que cometía y como debía superar la tristeza con pensamiento positivo.

Cuando por fin quise levantarme es cuando me di cuenta de que su tatuaje me resultaba muy conocido, tanto, como que lo había visto antes en la pantalla del ordenador de Clara. ¡Por supuesto! ¡Emilio Sambala! Lo ponía en todos sus títulos. ¿Y éste era el director comercial divorciado sin hijos? ¿Acaso Clara sabía que yo iba a visitarle y por eso sabía de mi vida? Todo me resultaba muy confuso, lo cierto es que no me parecía un impostor, en esos momentos me sentía realmente bien, mi relajación era absoluta, pero aquella foto con un niño y una mujer me hacían presentir que Clara se iba a llevar un nuevo chasco en su vida.

Al preguntarle lo que le tenía que pagar simplemente me hizo un gesto negativo.
-Los sanadores sólo aceptamos la voluntad.-Dijo rotundamente.

Acostumbrada a mi trabajo, donde sólo existen números exactos me resultaba algo un poco incómodo de valorar. Abrí mi cartera y decidí que 25€ pagaban sus servicios de forma generosa, dado que apenas me había tocado siquiera. Me despedí dándole la mano y me mordí la lengua para no preguntarle por su vida familiar.

-Y recuerda Ninetta-dijo mientras ya bajaba las escaleras-
la energía sigue al pensamiento.

domingo, 19 de abril de 2009

El sanador energético

Acudí a la consulta del maestro Sambala, diez minutos antes de la cita. Vivía en un segundo piso en una calle estrecha del centro de la ciudad. Carecía de ascensor, algo muy típico de las casas viejas de la zona centro, y tuve que subir por las escaleras. Al llegar a la segunda planta, me encontré con un hombre corpulento que despedía muy efusivamente a una mujer y a un niño pequeño. Me identifiqué para no darle tiempo a que se metiera de nuevo en casa y de inmediato con mucha cordialidad me invitó a pasar.

Mis fosas nasales se impregnaron de inmediato de un olor a incienso que me embriagó por completo, haciendo que mi tensión se aliviara ligeramente. Me llevó hasta una habitación donde había un pequeño sofá azul, una camilla en medio y una mesa de madera de roble con una silla a cada lado. Me señaló una de ellas y me acomodé. Mientras él se sentaba y ordenaba unas fotos en las que pude distinguirle a él con las personas que acababa de despedir, seguramente su mujer y su hijo, tuve tiempo de observar las paredes llenas de curiosos cuadros ambientados en la India y extraños títulos que poco tenían que ver con la medicina que yo estaba acostumbrada a recibir, todos se referían a un tal “Emilio Sambala”: “Maestro de reiki”, “Sanador por aquetipos”, “Curso de flores de Bach”, “Master en pensamiento positivo”. Éste último es el que más me gustó, nada necesitaba más como una buena dosis de pensamiento positivo para dar una vuelta entera a mi vida.

Tras hacerme las típicas preguntas de por qué estaba allí y quién le había dado su teléfono le expliqué brevemente que mi vida últimamente no parecía ir muy bien y que la angustia y la ansiedad se habían hecho mis compañeras más cercanas. Cuando le conté que realmente nadie me había dado su teléfono sino que simplemente me había encontrado por azar su tarjeta en un banco el día de mi cumpleaños sonrió.
-Bueno, eso fue un regalo de cumpleaños. No creo que fuera el azar.

Poco más me preguntó, me invitó a ponerme de pie, ambientó el lugar con una música agradable y simplemente me dijo que cerrara los ojos y que me relajara. Yo intuía que aquel hombre daba vueltas alrededor de mí e incluso en una ocasión sentí el calor de sus manos cerca de mi estómago. Lo cierto es que poco a poco sentí que me iba relajando.
-Túmbate ahora en la camilla.-Dijo de repente.
Agradecí la invitación y me tumbé de inmediato dejando mis zapatos en un rincón de la habitación. Sentí como me iba poniendo las manos encima de mi cuerpo pero sin ni siquiera posarlas sobre él. Me sorprendía el intenso calor que desprendían, era lo más relajante que hubiera sentido en mi vida, mi corazón pausó su ritmo, la música me transportó a otros mundos y me quedé en un estado de duermevela donde se mezclaban imágenes de mi vida con otras, fruto de mi imaginación. Se sucedían con una gran rapidez, tanta, que apenas pasaba una y venía la siguiente se esfumaba de mi memoria. Era un repaso en toda regla, mi cuerpo ya no parecía pertenecerme, era una mera espectadora de una paciente cuyos problemas carecían de importancia.

Me sentía feliz y muy relajada.

sábado, 11 de abril de 2009

Dudas y deseos

Ahora que mi tiempo libre se extendía durante toda la jornada, sentía que no tenía apenas aficiones a las que dedicarme para que el tiempo pasara lo menos angustiosamente posible. Porque a pesar de tener el dinero del paro y de la indemnización, estaba agobiada pensando en la posibilidad de no conseguir un nuevo trabajo de la misma categoría profesional que el que había tenido hasta hace apenas unos días. Me imaginaba a mí misma con un pañuelo atado a la cabeza, con la falda remangada y un trapo limpiando portales, no pudiendo aspirar, por culpa de la crisis, a nada mejor que eso. La angustia se hacía presa de mí impidiéndome centrarme en nada más que en mis propios pensamientos negativos. Era incapaz de leer, de ver la televisión o incluso de cocinar. Mis pensamientos lo dominaban todo, incluso hasta mis músculos, los sentía débiles y laxos.

Me tumbé en el sofá intentando relajarme un rato tras malcomer como lo hacía a diario y el sonido de mi móvil, cada vez más apocado y triste como yo, sonó insistentemente. No conocía el número y lo cogí intrigada.
-Hola Ninetta, soy yo, Juan Carlos.
Me quedé completamente inmóvil y sin saber siquiera qué decir por unos segundos, pero el enfado que arrastraba desde el día de mi cumpleaños tras enterarme de la doble vida de Juan Carlos fue suficiente para ponerme las pilas de nuevo.
-¿Y este teléfono? Si sé que eres tú ni lo cojo- Dije yo con bastante mal humor.
-Quiero que me perdones, Ninetta, sé que no estuvo muy bien lo que hice, pero a veces me cuesta tener las cosas claras. Y realmente estaba muy bien contigo.
-Ya, y con Silvia. Admiro tu capacidad de dar amor a varias mujeres a la vez- Dije yo.
-Joder Ninetta. Vamos a hablar claramente. Estoy hasta las narices de que te hagas la víctima cuando sabes que mientras estabas conmigo tenías una dilatada relación con tu vecino. ¿Pero te crees que soy gilipollas? Sé lo del congreso, lo de las fotos, sé muchas cosas que tú no me has contado y que esperaba que me dijeras arrepentida por haberlas hecho. Creo que realmente tú eres la embaucadora y la mentirosa compulsiva. Aclárate primero tú y tu vida y después, si quieres algo conmigo, puedes llamarme.
Por un instante sentí que mis piernas no me sostenían. Y realmente, por mucho que me doliera todo lo que me estaba diciendo, tenía algo de razón. Pero lejos de reconocerlo, tan sólo pude hacer una pregunta.
-¿Y qué pasa con Silvia? ¿Acaso vamos a ser tres en la relación?
-No tengo ni idea, quizás Ninetta, dependa más de ti de lo que te crees. Llámame si te aclaras. Pero no te busques excusas fuera de ti para no estar conmigo. Eres tú la culpable de tu vida, no los demás.

Juan Carlos colgó y yo me quedé más hundida si cabe de lo que estaba. Miré el calendario y sorprendida observé que al día siguiente, tenía cita con el sanador. Necesitaba ayuda externa o quizás no volvería a levantar cabeza en mi vida.

domingo, 5 de abril de 2009

Anécdotas de un lobo de mar

A pesar de que los primeros minutos fueron tan tensos como una reunión en la cumbre para resolver un conflicto internacional, poco a poco se fueron disipando las energías negativas que provocaban silenciosamente auténticas corrientes de mala leche y de resquemor por el pasado. Salvatore había tenido una intensa vida y, aunque dejó intencionadamente aparte la narración de sus aventuras como mujeriego, nos deleitó con numerosas historias de su vida en la mar. Era como leer una apasionante novela de sus labios. Tenía una forma de contar todo lo que le había acontecido de un modo tan cómico, que hasta las más terribles desgracias eran pasto de nuestras risas.
-Lo peor fue cuando el cocinero y el segundo oficial de máquinas se pelearon por culpa de la ayudante de cocina, que por cierto, creo que era la mujer más fea que hubiera visto nunca. Pero eso carece de importancia tras dos meses en la mar. Giuseppe llamó un día al oficial y le amenazó con matarle si se acercaba a la chica. No era raro la vez que se presentaba con la cazuela a servir a la tripulación ondeando uno de los cuchillos de cocina que tenía para cortar la carne. Como estaba tan loco, a veces no empezábamos a comer hasta que él no hubiera dado el primer bocado, no sea que hubiera envenenado la comida para acabar con su rival. De hecho le había amenazado más de una madrugada llamando a su camarote para contarle lo que le haría. La verdad es que nuestro cocinero llevaba ya años tocado, dicen que fue a raíz de coger la malaria. Estuvo a punto de palmar y todo.
-¿Y qué pasó con la chica? –Preguntó intrigada María-¿Con quién se fue al final?
-La verdad es que duró poco en el barco. Se enamoró de un chico novato recién incorporado a la empresa al que convenció para largarse de allí en busca de un trabajo en tierra firme. Pobre muchacho, yo dudo que realmente quisiera irse con ella, pero Caqui era una mujer de armas tomar, ja ja ja. ¡Era difícil decirle que no!

Pensé que Salvatore había tenido también sus andanzas con aquella mujer, lo intuía por la forma en que hablaba sobre ella, pero no quise preguntarle para corroborarlo por no hacer daño a mi madre, que dudaba que le hiciera mucha gracia conocer las andanzas de su marido. Lo cierto es que mientras Salvatore hablaba, mi madre no paraba de sonreír y de alguna forma era como si como por arte de magia, hubiera rejuvenecido. Mi padre la miraba de vez en cuando y ella bajaba la miraba como si tuviera los años de una adolescente.

Tras mis fracasos con los hombres, no me resultaba fácil confiar en ninguno de ellos, y menos en mi padre. Me temía que su llegada no nos iba a deparar nada bueno.