sábado, 30 de mayo de 2009

Las fotos de la verdad

Al llegar a casa me fui directa al ordenador a descargar las fotos. Una a una fueron pasando de mi cámara hasta la carpeta que había preparado exclusivamente para ellas. Lentamente comenzaron a mostrarse las imágenes a tamaño reducido. A pesar de que la mayoría se veían mal y muy borrosas, encontré que algunas eran realmente muy útiles para enseñar. Sabía que no estaba obrando muy bien, el chantaje no era mi debilidad, pero me justificaba al pensar en lo miserable que había sido Vicente al despedirme sin más argumentaciones que seguir teniendo una amante.

Imprimí en alta calidad las que me parecieron mejores, metiéndolas en una pequeña carpeta que escondí dentro de un viejo periódico. No quería que Clara las descubriera y se enterara de mi pequeña afición. Fue en ese instante cuando el teléfono sonó.
-Hola Ninetta. ¿Qué tal te va todo?
-Hola hermana. No me quejo demasiado. ¿Y tú, como vas con tu embarazo?
-Cada vez más pesada y cansada, menos mal que ya sólo quedan dos meses de suplicio. Además, no soporto la incertidumbre. Tengo pesadillas cada noche soñando que mi hijo sale negro. Es horrible.
-Tampoco pasa nada mujer. Si le echas un poco de imaginación seguro que encuentras una buena excusa para explicarlo-Dije yo riéndome entre dientes.
-Lo dudo. Te llamaba para lo de la despedida de soltera. No se te ha olvidado que es este sábado ¿Verdad?
-Claro que no mujer -mentí yo- ¿Y es obligatorio acudir?
-Pues sí. –Contestó María secamente.

María me explicó detalladamente lo que sus amigas habían preparado para ella aquella noche. Algo tan típico como un local de boys, unas copas y unas cuantas diademas con nabos como aderezo. Nada me podía apetecer menos en esos momentos.

Después de la tensión pasada haciendo las fotos sentía que necesitaba relajarme, me abrigué y salí a la calle para darme un largo paseo. Me apetecía sentir el aire frío en mi rostro, el olor de las hojas caídas por el otoño y contemplar a los viandantes que, como yo, habían elegido salir a la calle en lugar de ver la televisión.

Cuando miré el reloj me di cuenta de que había estado deambulando casi dos horas sin darme cuenta. Me sentía plena de vitalidad. Pensé en Andrés y en las ganas que tenía de acostarme de nuevo con él. Cogí el camino e regreso a casa y antes de meter la llave en la puerta de mi cerradura, le llamé, pero no estaba.

Entré en casa y saludé a Clara. Al entrar en mi dormitorio, dirigí mi vista al lugar donde había escondido las fotos.

Allí no había nada. Las fotos y el periódico que las escondía habían desaparecido.

domingo, 24 de mayo de 2009

Un poco de suerte

Al día siguiente, tenía deberes pendientes por realizar, me vestí con mi disfraz y tras esquivar al guardia de nuevo y a unos cuantos ex compañeros que no me reconocieron me dirigí a mi lugar de trabajo: un precioso baño alicatado hasta el techo con una esmaltada taza de color blanco que hacía de asiento y escalera a la vez, ornamentado en su pared izquierda por un escuálido rollo de papel higiénico cuyos trozos hacían de improvisados pañuelos.

Como tenía una larga jornada de trabajo por delante había tenido la precaución de llevarme un libro para leer en la espera, una bolsa con frutos secos para calmar mi hambre, una botella de agua y mi móvil, bien cargado de batería y completamente mudo para no ser descubierta, al que había metido unos cuantos juegos que había descargado previamente en la web. Me estaba convirtiendo en toda una profesional del espionaje. Mi cámara de fotos estaba preparada para el momento crucial. Tenía el extraño presentimiento de que esta vez sí tendría suerte.

Al llegar la tarde ya me había comido toda la bolsa de frutos secos, me había cansado de leer y los juegos del teléfono ya no me llamaban la atención, así que me recliné sobre la pared y cuando estaba a punto de dormirme oí un ruido.
-¿Seguro que estamos solos? –Dijo una conocida voz.
-Estoy completamente convencida, he dado una vuelta por todos los despachos, me he acercado a la máquina del café, se ha ido todo el mundo.-Respondió la voz de una mujer.
-¡Qué ganas tengo de follar contigo! Cada vez es más difícil.-Dijo Vicente mientras se oía claramente el ruido de una cremallera.
-Sí, ya lo sé. No sabes cómo necesito estos momentos. Venga Vicente, es todo tuyo.-Instó Pili, mientras parecía desvestirse.

Desde mi escondite ya no se escuchaban más que intensos jadeos así que me subí a la taza con sumo cuidado y comencé a hacer fotos a la ardiente pareja. Apenas podía verles por lo que cogí todo tipo de ángulos para que por lo menos alguna de las fotos pudiera aprovecharse. Mientras estaba en pleno apogeo fotográfico el libro resbaló del bolso cayendo hasta el suelo.
-¿Has oído eso?-Dijo Pili.
-No, no he oído nada, serán las cañerías.-Dijo Vicente sin parar su ritmo amatorio.

Sin poder evitarlo comencé a temblar, no sé si por miedo a ser descubierta o porque las piernas me flaqueaban después de un buen rato de esfuerzo, lo cierto es que comencé a pensar en positivo, tal y como me había recomendado el maestro Sambala y visualicé en mi mente que aquellos dos se iban de una vez y yo podía marcharme a mi casa tranquila y con el botín en mi bolso. Y mientras me concentraba en aquella idea, el tiempo fue pasando y por fin unos gritos finales de Pili y Vicente me llenaron de esperanza.
-Venga, vámonos, he quedado en ir de compras con mi mujer.-Dijo algo sofocado mi antiguo jefe.
-Y yo he quedado con mi novio-Respondió de inmediato Pili.
-Yo no sé por qué no dejas a ese gilipollas. No me gusta nada.
-Lo mismo te digo Vicente. –Respondió la secretaria algo ofendida.
-No es lo mismo.-Se excusó Vicente.

Mientras seguían discutiendo se alejaron por fin del baño y tras esperar un prudencial tiempo salí de allí escapando por la escalera de incendios hasta llegar directamente a la calle. Tenía ganas de llegar a casa y contemplar las fotografías que había hecho.

Estaba claro que mi suerte comenzaba a cambiar.

lunes, 18 de mayo de 2009

Andrés y sus secretos

Cuando más profundamente dormida estaba, el frío de sentir que no estaba Andrés a mi lado me despertó bruscamente. Era de noche y las luces de las farolas entraban por la ventana iluminando de tonos naranjas las paredes. Me levanté con dificultad, estaba claro que la sequía que había arrastrado me había dejado los músculos poco preparados para aguantar una tórrida y completa sesión de sexo sin tener posteriormente unas terribles agujetas, las que yo sentía en esos momentos. Tras acercarme al baño y echar un vistazo a la cocina me di cuenta de que Andrés había desaparecido, así que volví al dormitorio y mientras me vestía, me di cuenta de que me había dejado una escueta nota en una de las mesillas: “He tenido que irme a trabajar, besos”

Al contrario que en otras ocasiones, no me sentí mal, acepté lo que decía sin hacerme ninguna extraña elucubración acerca de su curioso horario nocturno de trabajo o de que pudiera haber quedado con otra mujer. Simplemente me creí lo que decía y sin más me fui a mi casa.

Al abrir la puerta, Clara reclamó mi presencia en el salón. Estaba algo preocupada por mi ausencia y con una sonrisa en la boca me dijo que quería contarme algo.

-Espera Clara- dije yo con semblante serio- Antes de que me expliques nada, quiero que te sientes porque he de decirte algo.
-Me estás asustando.-Dijo algo preocupada.

Clara se sentó y yo comencé mi narración del hombre al que acababa de acudir aquel mismo día: la coincidencia del nombre, su tatuaje.
-¿Me dejas decir algo? –Dijo Clara interrumpiéndome.
-Prefiero contártelo todo y después me dices lo que quieras. Pero me siento en la obligación de ser sincera contigo. Aquel hombre no es director comercial sino sanador, y estoy casi segura que tiene una mujer y un hijo. Lo siento Clara, pero me parece que está mintiéndote.

Clara se quedó en silencio mientras me miraba algo estupefacta.
-Ahora te voy a decir yo lo que no me has dejado contarte. Después del trabajo, quedé a comer con Emilio, ese que tú ya conoces. Era la primera vez que nos veíamos así que me explicó todo lo que no se atrevía a relatarme a través del ordenador para que yo no pensara que era un chalado. Efectivamente, es una especie de sanador o naturópata, no es director comercial. Realmente está divorciado, pero como le encantan los niños, tiene mucha relación con su hermana, que está en paro y va mucho a su casa con su hijo, que tiene dos años.
-¿Así que te lo ha contado todo?
-Todo
-¿Y te ha dicho que he estado en su consulta?
-No tenía ni idea que habías ido a verle. No sabe quien eres y no me relaciona contigo, pero si quieres se lo comento.
-No, no no le digas nada. Enhorabuena Clara, a lo mejor hasta has acertado y todo con él. Como te haga unas cuantas sesiones como la que he disfrutado yo hoy, vas a estar como nunca.
-Sesiones… ¡Espero que lo que hayas disfrutado con él no sea de una sesión de sexo! Ja ja ja.
-Te juro que no, con él no ha sido.

Guiñé un ojo y me fui a la cocina. Después de la terapia doble de apertura de canales por parte de Emilio y Andrés, ahora lo único que tenía
era hambre, un hambre atroz.

domingo, 10 de mayo de 2009

Mejor imposible

Andrés y yo estuvimos haciendo el amor largo rato. Queríamos prolongar el momento lo más posible, no abandonarnos sin más, recrearnos con todo tipo de posturas y vueltas. Era como si estuviéramos recuperando la asignatura que habíamos suspendido anteriormente. Acariciar su cuerpo desnudo me resultaba tan placentero, que no entendía cómo había estado tanto tiempo sin hacerlo. Incluso por un instante, pensé que me daba igual si alguna otra mujer lo disfrutaba también. Me sentía tan feliz y relajada, que mis celos se habían atenuado como por arte de magia.

Y sin querer, salió de mi boca algo que en otra ocasión me hubiera abstenido de decir.
-Te quiero, Andrés.
Ni lo pensé, fluyó de mis labios sin más, sin saber muy bien lo que estaba diciendo, o sabiéndolo, pero sin desear conocer si él sentía lo mismo por mí o no. Creo que el maestro Sambala me había dejado mis canales tan abiertos que ni siquiera era capaz de protegerme y ahora mostraba mis sentimientos alegremente. Esta vez, sin embargo, fue Andrés el que calló después de mis palabras, tan sólo me abrazó de nuevo mientras seguíamos tumbados en el lecho descansando tras la batalla.

Cerré los ojos y apenas tardé dos minutos en quedarme dormida. No sabía qué hora era, pero me daba igual todo, sólo quería seguir pegada a mi vecino mientras disfrutaba del olor que hacía tanto no tenía tan cerca.

martes, 5 de mayo de 2009

Desbloqueada

Al llegar a casa, me tumbé un rato en el sofá a ver la tele y esperar a mi compañera de piso. Estaba algo cansada, pero intuía que era otro tipo de cansancio distinto al habitual, me sentía muy bien. Sabía, sin embargo, que estaba obligada a avisar a Clara de que el tal Emilio, a pesar de que su oficio de abridor de canales era realmente encomiable, era hombre y como tal, otro mentiroso.

Lo cierto es que notaba mi cuerpo más vivo que nunca, tanto, que poco a poco descubrí que la energía que ahora circulaba sin trabas se estaba concentrando toda en mis zonas erógenas. No quería ni pensar el tiempo que llevaba sin hacer el amor. Lo cierto es que cuanto más intentaba no pensar cuán excitada estaba, más subía mi calentura, tanto que mis manos me resultaban insuficientes para aplacar toda la fogosidad acumulada y que ahora se había destapado como una botella de champán a la que se le hubiera agitado antes de abrir.

Tras levantarme y dar unos cuantos paseos por el pasillo, salí de casa en dirección a la casa de Andrés, dudaba que estuviera, aun así llamé con firmeza, esperando en silencio con la oreja pegada a la puerta en busca de un ruido delator.

El sonido de la llave en la cerradura me sobresaltó, resultando ensordecedor en mi oído. Andrés abrió la puerta y me miró sorprendido. Parecía haberse despertado en ese momento y tan sólo vestía unos calzoncillos negros. Suficiente para que mi excitación no pudiera contenerse más.

-Te deseo, Andrés.-Dije yo empujándole hacia dentro y cerrando la puerta de una patada. Le besé con pasión, como si me fuera la vida en ello mientras mi mano jugaba a buscar debajo de su calzoncillo algo que yo quería en ese momento.

La verdad es que me estaba comportando en ese instante como lo había hecho Andrés en mi casa unas cuantas ocasiones, y por lo que parecía crecer entre sus piernas, no es que estuviera precisamente disgustado por mi descaro…