No puedo evitarlo, estoy nerviosa. Manolo viene esta tarde a por los libros de los que le hablé. Hace dos meses que no nos vemos y me apetece verle. La verdad es que le echo mucho de menos, me he dado cuenta que le sigo queriendo, justo ahora, cuando más sola me encuentro y empiezo a valorar más lo que tenía. He arreglado la casa, me he dado un baño de sales, he untado mi cuerpo con una crema que tiene un ligero olor a rosas que siempre utilizo en las ocasiones especiales y me he puesto el vestido que me compré hace una semana en un día de crisis y consumo compulsivo. Me he maquillado con mimo y he puesto en la minicadena un CD de música suave y sugerente. Miro el reloj y camino por el pasillo como una fiera enjaulada esperando que llamen a la puerta. Por fin, el timbre me hace pegar un salto y voy precipitada a abrir.
-Hola Manolo.
-¿Qué tal Ninetta?
-Pasa, anda, no te quedes en la puerta, vamos al salón.
Manolo parece un poco más delgado, creo que hasta el pelo lo tiene algo más canoso, tiene un aire triste que me inspira cierta ternura. Me siento algo culpable.
-¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza?
-Vale de acuerdo.
Voy a la cocina y le miro disimuladamente mientras abro el frigorífico. Estoy alterada, no sé ni a lo que he venido a la cocina... cierto, ¡la cerveza! Vuelvo al salón, me siento a su lado y le pongo el vaso en sus manos.
-Estás muy guapa Ninetta, veo que estar alejado de mí te ha sentado bien.
-No digas eso... No es verdad. Sabes que te echo de menos.
-Pues no lo parece, me sorprendió tu llamada el otro día. Creía que ya no iba a saber más de ti.
-Yo te quiero Manolo…
-Pues no te entiendo. ¿Me quieres y te divorcias de mí?
-Estoy confusa, sé que te quiero, pero también sé que necesito vivir por mi cuenta, independizarme, descubrir cómo soy. Yo no te puedo dar el 100% de mí. Te lo he dicho muchas veces, pero eso no quita para que te diga que te quiero y que te echo de menos...
Manolo es un hombre tranquilo y no le gusta discutir, se conforma con dar un trago al vaso de cerveza y mirarme con ojos inquisitivos. Yo no puedo aguantar esa mirada, me hace sentirme de nuevo culpable, siento que mi sensibilidad a flor de piel me va a jugar una mala pasada, intento tragar saliva, beber del vaso de agua que me he servido pero ya es inevitable. Manolo sigue recriminando de forma sosegada mi comportamiento, hace que me sienta como una chiquilla que ha cometido una travesura y ya no puedo más. Mis lágrimas comienzan a brotar irremediablemente de mis ojos, dejo el vaso y sollozo cubriéndolos con mis manos.
-Venga Ninetta, no llores, sabes que no lo soporto.
Manolo se acerca a mí, me besa en la mejilla, percibo placenteramente sus labios sobre mi piel, me abraza, me pego a él, puedo notar mi corazón en su piel y sorprendentemente me descubro a mí misma excitada, besándole con pasión y acariciando su cuerpo con mis manos. Estoy desatada y Manolo no parece rechazarme, al contrario, sigue mi juego, roza mi piel, pelea con la cremallera de mi vestido, busca un resquicio para atrapar mis pechos en sus manos. Yo le desabrocho con premura su camisa, bajo sus pantalones, nuestras respiraciones se agitan, mi boca se encuentra con la suya, mezclamos nuestras salivas. En ese instante quiero que me folle salvajemente, que me tire al suelo, que me destroce de placer, soy una gata salvaje que necesita desahogarse. Manolo me mira a los ojos:
-Vamos a la cama Ninetta, que el sofá es incómodo.
Adiós a la gata salvaje, adiós al amante descontrolado. Ninetta, no te equivoques, es tu ex marido, no ha cambiado...
Manolo se tumba encima de mí en la cama, sigue el protocolo perfectamente estudiado de besos, caricias y arrumacos, yo intento trasmitirle mi pasión pero no lo consigo, me invade la decepción y de forma rutinaria miro de nuevo la mancha de humedad que hay en el techo. Intento ponerle ánimo, me revuelvo, le muerdo, quiero jugar pero llego tarde, Manolo ya se ha derramado dentro de mí y descansa exhausto sobre mi cuerpo.
Pongo a Dios por testigo que jamás volveré a acostarme con mi ex marido.
-Hola Manolo.
-¿Qué tal Ninetta?
-Pasa, anda, no te quedes en la puerta, vamos al salón.
Manolo parece un poco más delgado, creo que hasta el pelo lo tiene algo más canoso, tiene un aire triste que me inspira cierta ternura. Me siento algo culpable.
-¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza?
-Vale de acuerdo.
Voy a la cocina y le miro disimuladamente mientras abro el frigorífico. Estoy alterada, no sé ni a lo que he venido a la cocina... cierto, ¡la cerveza! Vuelvo al salón, me siento a su lado y le pongo el vaso en sus manos.
-Estás muy guapa Ninetta, veo que estar alejado de mí te ha sentado bien.
-No digas eso... No es verdad. Sabes que te echo de menos.
-Pues no lo parece, me sorprendió tu llamada el otro día. Creía que ya no iba a saber más de ti.
-Yo te quiero Manolo…
-Pues no te entiendo. ¿Me quieres y te divorcias de mí?
-Estoy confusa, sé que te quiero, pero también sé que necesito vivir por mi cuenta, independizarme, descubrir cómo soy. Yo no te puedo dar el 100% de mí. Te lo he dicho muchas veces, pero eso no quita para que te diga que te quiero y que te echo de menos...
Manolo es un hombre tranquilo y no le gusta discutir, se conforma con dar un trago al vaso de cerveza y mirarme con ojos inquisitivos. Yo no puedo aguantar esa mirada, me hace sentirme de nuevo culpable, siento que mi sensibilidad a flor de piel me va a jugar una mala pasada, intento tragar saliva, beber del vaso de agua que me he servido pero ya es inevitable. Manolo sigue recriminando de forma sosegada mi comportamiento, hace que me sienta como una chiquilla que ha cometido una travesura y ya no puedo más. Mis lágrimas comienzan a brotar irremediablemente de mis ojos, dejo el vaso y sollozo cubriéndolos con mis manos.
-Venga Ninetta, no llores, sabes que no lo soporto.
Manolo se acerca a mí, me besa en la mejilla, percibo placenteramente sus labios sobre mi piel, me abraza, me pego a él, puedo notar mi corazón en su piel y sorprendentemente me descubro a mí misma excitada, besándole con pasión y acariciando su cuerpo con mis manos. Estoy desatada y Manolo no parece rechazarme, al contrario, sigue mi juego, roza mi piel, pelea con la cremallera de mi vestido, busca un resquicio para atrapar mis pechos en sus manos. Yo le desabrocho con premura su camisa, bajo sus pantalones, nuestras respiraciones se agitan, mi boca se encuentra con la suya, mezclamos nuestras salivas. En ese instante quiero que me folle salvajemente, que me tire al suelo, que me destroce de placer, soy una gata salvaje que necesita desahogarse. Manolo me mira a los ojos:
-Vamos a la cama Ninetta, que el sofá es incómodo.
Adiós a la gata salvaje, adiós al amante descontrolado. Ninetta, no te equivoques, es tu ex marido, no ha cambiado...
Manolo se tumba encima de mí en la cama, sigue el protocolo perfectamente estudiado de besos, caricias y arrumacos, yo intento trasmitirle mi pasión pero no lo consigo, me invade la decepción y de forma rutinaria miro de nuevo la mancha de humedad que hay en el techo. Intento ponerle ánimo, me revuelvo, le muerdo, quiero jugar pero llego tarde, Manolo ya se ha derramado dentro de mí y descansa exhausto sobre mi cuerpo.
Pongo a Dios por testigo que jamás volveré a acostarme con mi ex marido.
2 comentarios:
Mira que te lo habian avisado en el blog, no escarmentaras ninetta
Aunque la mona se vista de seda...
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