viernes, 20 de febrero de 2009

En la cola del paro

Tras unos días lamentándome de mi penosa existencia me di cuenta de que tenía que recoger en el banco el cheque con mi indemnización, calculaba que me corresponderían aproximadamente unos veinticuatro mil euros, lo correspondiente a los diez años de trabajo que había permanecido en la misma empresa. No era mucho pero sí creía que era suficiente para buscarme con calma otro empleo. Tenía una carrera, una dilatada experiencia y un buen currículo, aparte de unas buenas piernas que las iba a utilizar en caso necesario para incentivar mi contratación.

El banco estaba abarrotado de gente, era principios de mes y día de pago de recibos no domiciliados. Tras esperar una larga cola por fin conseguí mi cheque, que no me duró mucho entre las manos ya que un amable bancario me convenció para que lo dejara en depósito en su banco a cambio de un razonable tipo de interés y una tele plana, salí de allí alegre por el regalo inesperado y me dirigí con cierto temor a la oficina del paro que me correspondía. Estaba nerviosa, jamás había tenido que solicitar una prestación por desempleo y me sentía como si fuera la única en el mundo que tuviera ese problema. Me di cuenta sin embargo de que estaba equivocada cuando aún estaba a cien metros de la oficina. La cola que se dirigía hasta la oficina del paro era inmensa, no quise contar a la gente que se hallaba delante de mí pero debían de llegar a cien. Me coloqué detrás de una señora bajita y me armé de paciencia. Tenía para toda la mañana, y eso si tenía suerte. Me acordé de la cita con el sanador que había concertado la semana siguiente, necesitaba la energía que suministraba toda una central hidroeléctrica para que me subiera la moral.

Eran las doce de la mañana y tenía los pies helados, me acordé de mi trabajo y de Vicente y tomé una decisión: me iba a tomar la justicia por mi mano.

1 comentario:

Gonzo dijo...

Espero que seas capaz de urdir el más cruel de los planes. ¡Que sufraaaa!