Tras hacer el amor, Andrés se repantigó en el sofá y yo me pegué una corta ducha. Me vestí y me senté a su lado. En ese momento sentía agotadas las piernas y un hambre feroz.
-¿Te apetece que prepare algo de cena?
-Claro. –Dijo Andrés sin desviar su mirada de la pantalla del televisor.
-No tardo nada, espera.
Y me fui a la cocina, contenta y feliz por agradecer culinariamente a mi vecino la maravillosa sesión de sexo con que me había sorpresivamente obsequiado. Mientras batía los huevos en el plato para preparar una tortilla, oigo a Andrés que me llama. Corro rauda al salón, me acerco a él y le beso.
-Anda chata, ¿no querrás traerme una cerveza y unas patatas fritas mientras espero la cena?
Y sin más que decir, me propina un pequeño azote en mis glúteos. Creo que en ese momento, si hubiera llevado una cofia, un delantal y una corta minifalda de camarera hubiera ido más a tono con el momento y con la forma de ser que parecía que tenía mi vecino, que con el camisón de satén rojo pasión que yo llevaba.
Lo cierto es que no le di mayor importancia, volví a prepararlo todo y pensé que al fin y al cabo, Andrés aún estaba en mi corta lista de candidatos a contemplar en mi vida amorosa.
Tras la cena, Andrés volvió a su hogar y yo a mi cama. Era una lástima que a la noche siguiente tuviera la cena de empresa, aquellas sesiones de sexo salvaje con mi vecino me dejaban el cuerpo realmente bien…
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