domingo, 30 de diciembre de 2007

Días de vino y espumillón


No me lo puedo creer. Mi madre ha invitado a Manolo a comer con nosotros el día de Navidad. Lo peor de todo ha sido encontrármelo ya sentado esperando mi llegada. Si lo hubiera sabido, ni aparezco. Aunque esté mal decirlo, no soporto a mi familia más de una hora seguida, pero si aderezamos el encuentro con la presencia de un ex marido entonces el tiempo de aguante se divide drásticamente a la mitad.

Así que sin poder evitar la situación, comí el pavo enfurruñada y echando chispas en cada tajada que metía en mi boca. Estaba deseando quedarme a solas con mi querida familia para soltar todo lo que ya no podía contener dentro de mí sin explotar.

Manolo se muestra aburridamente amable conmigo, empalagoso con mi madre y ocurrente con mi hermana. Ambas parecen entusiasmadas por su presencia y yo hago esfuerzos por no pensar mal de ambas en tan señaladas fechas. ¿Habrá sido una treta por parte de mi madre para vengarse del plantón en el restaurante?

La tertulia del café se me hace cuesta arriba y decido largarme de allí, escapando de la orgía alimenticia de los dulces y turrones. Me siento como una boa haciendo la digestión de un rinoceronte recién engullido, pero alegre por haber superado otra comida de Navidad.

A pesar de vivir lejos de mi madre, decido volver andando. El frío de la tarde alivia mi pesadez de estómago y reduce la temperatura de mi cuerpo. Las calles están llenas de gente, familias enteras paseando supuestamente en son de paz, parejas que se miran embelesadas tras haber pasado unas horas de separación obligatoria por los compromisos navideños, niños jugando con sus juguetes recién traídos.

La basura rebosa de los contenedores, cajas multicolores de los regalos de Nochebuena se apilan en los laterales. Todo lo que veo a mi paso me hace sentirme cada vez más sola, echo de menos ir de la mano de un hombre que me quiera, echo de menos no amar a nadie. Vuelvo a sentir la llamada de la selva cuando veo a las madres agarrando las manos de sus hijos.

Al llegar a casa me siento completamente hundida y desdichada, no tengo ganas de hacer nada y me refugio en mi cama deseando que pase pronto la Navidad.


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