Agucé mi oído y contuve la respiración a la espera de que llegara el momento de actuar. La pareja reía sin mesura y parecían tener claro que a esas horas y en ese lugar, nadie podría perturbar su cálido rato de placer. La risa languideció para dar paso a toda una colección de jadeos y gemidos, respiraciones entrecortadas y pequeños gritos. Bajé con cuidado la tapa del water y me subí encima. Saqué la cámara del bolsillo de la gabardina y me incliné sobre la puerta apoyando mis manos sobre ella para poder tener una buena visión de conjunto. Pero mi altura no resultaba suficiente para ver por encima así que me puse de puntillas intentando aguantar lo más posible. Sentía punzadas en las pantorrillas y me hice el propósito de ir cuanto antes a un gimnasio que me quitara las telarañas de mis lacios músculos.
Al otro lado, la pareja aceleraba su impulso amatorio, de la misma manera me impulsé yo en mi escondite, haciendo que mis ojos contemplaran por fin la escena y me diera cuenta de mi error. No era Vicente el que embestía ni era su secretaría la que recibía los empujes. Aquella oficina era lo más parecido a Sodoma y Gomorra que otra cosa. Mientras intentaba saciar mi curiosidad intentando averiguar de quien se trataba me desequilibré, el zapato de tacón se torció y me quedé colgada de la puerta mientras gritaba a los cuatro vientos mi torpeza. No hubo que hacer nada más para que la pareja se fuera de allí ipso facto sin querer conocer a la cotilla que investigaba sus movimientos.
Me descolgué como si fuera un primate tras haber recogido una banana, me enfadé conmigo misma tanto por la mala suerte al haberme caído como por no haber encontrado a Vicente con la secretaria y me escapé de allí de inmediato. Por fortuna, el vigilante se encontraba en la hora del bocadillo vespertino y no prestó atención a mi salida.
Me quité mi disfraz en el primer bar que encontré en mi camino y regresé a mi casa. No había que perder la esperanza, mi momento llegaría más tarde o más temprano.
Al otro lado, la pareja aceleraba su impulso amatorio, de la misma manera me impulsé yo en mi escondite, haciendo que mis ojos contemplaran por fin la escena y me diera cuenta de mi error. No era Vicente el que embestía ni era su secretaría la que recibía los empujes. Aquella oficina era lo más parecido a Sodoma y Gomorra que otra cosa. Mientras intentaba saciar mi curiosidad intentando averiguar de quien se trataba me desequilibré, el zapato de tacón se torció y me quedé colgada de la puerta mientras gritaba a los cuatro vientos mi torpeza. No hubo que hacer nada más para que la pareja se fuera de allí ipso facto sin querer conocer a la cotilla que investigaba sus movimientos.
Me descolgué como si fuera un primate tras haber recogido una banana, me enfadé conmigo misma tanto por la mala suerte al haberme caído como por no haber encontrado a Vicente con la secretaria y me escapé de allí de inmediato. Por fortuna, el vigilante se encontraba en la hora del bocadillo vespertino y no prestó atención a mi salida.
Me quité mi disfraz en el primer bar que encontré en mi camino y regresé a mi casa. No había que perder la esperanza, mi momento llegaría más tarde o más temprano.
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