viernes, 12 de septiembre de 2008

Enharinados

Cuando abro no me sorprendo de ver al otro lado a Andrés, no he respondido a su mensaje multimedia que me envió hace unas horas y estará escamado. Mis planes de ahorro popular no me permiten enviar más que algún mensaje de texto en caso de urgente necesidad. Espero que esto no afecte a mis relaciones personales demasiado.
-Hola mi vecina favorita-dijo Andrés agarrando mi cintura y besando mis labios-¿qué hacías?
-Estaba guardando la compra en el frigorífico e intentaba hacer unas croquetas.
-Genial, me quedo a cenar, me encantan las croquetas-dijo auto invitándose.

Nos dirigimos a la cocina y mientras él bebe de una lata de cerveza yo voy colocando los artículos en el refrigerador, es increíble lo vacio que estaba. Leo Con detenimiento la receta ante la atenta mirada de Andrés que aprovecha la cercanía para acariciar mis piernas, intento concentrarme en la lectura, pero es imposible, mi vecino se coloca detrás de mí, besa mi cuello repetidas veces rozando suavemente con sus labios la fina pelusilla de mi nuca. Sufro una estremecedora descarga eléctrica por todo mi cuerpo que me hace permanecer inmóvil. Planta una mano sobre mi glúteo izquierdo y la otra sobre mis pechos. Estoy de nuevo a su merced, el placer de estar a su lado vuelve a dominar mis actos. Achucha su pelvis contra mis nalgas y percibo su miembro erecto. Soba mi cuerpo hasta no dejar ni una parte de mí sin tocar. Intento acercar mi mano hasta su sexo pero sujeta mis muñecas y me tumba sobre la mesa de la cocina. Pego mi barbilla sobre el tablero con algo de incomodidad pero con gran excitación. Andrés levanta mi vestido con una mano y baja mis bragas hasta las rodillas. Siento desfallecer de goce cuando resbala su miembro en mi interior y comienza una alocada cabalgada sobre mí.

Las sacudidas y el traqueteo hacen que el paquete de harina recién abierto se caiga, mitad sobre la mesa y la otra sobre mi cara, intento quitármela pero consigo todo lo contrario, que me ponga aún más blanca, que se expanda por mis pechos y que el fino polvillo se introduzca en mi garganta forzándome a toser. Hago un gesto a Andrés pidiendo socorro y cambiamos de postura, yéndonos directamente al suelo junto con el paquete de harina, que lo empuja mi vecino sin querer. Siento las baldosas de la cocina en mi carne, mis riñones estrujados pero aún soy capaz de gozar con mi vecino, que hace que me olvide poco a poco de lo duro que está el suelo de mi cocina.

En el momento de máximo apogeo, Andrés me sorprende con un “te quiero” inesperado. Le miro pero tiene sus ojos cerrados y disfruta plenamente de un intenso orgasmo.

¿Lo habrá dicho en serio o era simplemente fruto de la pasión del momento?

1 comentario:

Anónimo dijo...

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