sábado, 25 de julio de 2009

Decisiones e indecisiones

Salí del baño algo confusa. Mi estómago seguía revuelto y el alcohol que había ingerido pugnaba dentro de mí produciéndome un terrible malestar. Me prometí a mí misma no beber más la próxima vez mientras suplicaba para que al llegar a donde estaba nuestro peculiar grupo de borrachas y ex, las cosas se hubieran calmado. Mi aspecto no debía ser realmente bueno, me iba tambaleando y más de una vez tuve que apoyarme en la pared para no perder el equilibrio. Estaba tan concentrada en mantener una mínima estabilidad que ni siquiera me di cuenta de que se había acercado hasta mí un hombre vestido con bata blanca.
-¿Te encuentras bien? –preguntó preocupado.
-Sí, bien. Creo que ha sido la cena, me ha sentado fatal. Tengo algo revuelto el estómago.
-Estás bastante pálida, será mejor que te sientes si no quieres desmayarte. Mira, aquí tienes un asiento.

Mientras me sentaba me detuve a mirarle con calma. Era joven, quizás incluso de mi edad, tenía el pelo corto y ligeramente ondulado, llevaba perilla y tenía unos maravillosos ojos azules. Acababa de salir del infierno y me encontraba ahora en el paraíso. Lo cierto es que su aspecto me era familiar, lejanamente familiar.
-¿Estás mejor?
-Sí gracias. –Respondí mostrándole mi mejor sonrisa.
-Tú yo nos conocemos. Mi nombre es David. Tú eres Ninetta ¿verdad? Estuve un tiempo saliendo con una amiga tuya, Virginia.
-David… ¡Claro, es verdad! Apenas te había reconocido. Han pasado unos cuantos años. ¿Qué tal te va? Perdí el contacto con Virginia hace mucho, ¿sabes algo de ella?
-No, que va, cortamos cuando me fui a Estados Unidos. Oye, tengo que volver a mi consulta, pero no dudes en llamarme si te sigues encontrando mal. Me alegro de verte.
-Yo también, y gracias.

David me hizo un gesto con la mano y caminó por el pasillo hasta meterse por una puerta que ponía “ginecología”. Me acordé de lo mucho que hacía que no iba a hacerme una revisión y me prometí a mí misma concertar una cita cuanto antes con él.

Me levanté de la silla y caminé de nuevo hacia mi destino. Al torcer la esquina y llegar al lugar de autos, todo había cambiado. Las amigas de mi hermana reían alegremente y Juan Carlos y Andrés, con la cara algo más amoratada que antes, hablaban tranquilamente entre ellos, sorprendiéndome aún más al ver que Juan Carlos había puesto su brazo encima del hombro de mi vecino en una postura de camaradería que jamás hubiera creído que vería entre ambos. Incluso Juan Carlos había tenido el detalle de dejar la chaqueta de su americana a Andrés para que éste se tapara algo.

Cuando llegué hasta ellos no quise siquiera preguntarles lo que había pasado para que de repente todos sus odios se hubieran convertido en amistad. ¿Acaso habían decidido que tres era mejor que dos y nos íbamos a convertir en los protagonistas de un remake de “Una mujer para dos”? ¿Los puñetazos les habían dejado tan confundidos que ya no sabían lo que hacían? ¿Se habían dado cuenta realmente que era una estupidez luchar por mí y que al fin y al cabo, un amigo es para siempre?

Me puse junto a ellos y les miré interrogante. Fue Juan Carlos el que tomó la palabra.
-Ninetta, es hora de que te decidas por uno de los dos.-Afirmó con rotundidad.
Miré a Juan Carlos y a punto estuve de decirle que era él el que tenía que elegir, dada su relación con Silvia, pero no quise siquiera mover los labios. ¿Y si me elegía a mí? ¿Realmente quería yo estar con él? ¿Era eso lo que me apetecía’
-Juan Carlos tiene razón.-Dijo Andrés mirándole mientras Juan Carlos hacía un movimiento afirmativo de cabeza.
Miré a Andrés y me pregunté si sería capaz de tener una relación normal con él. Pensándolo fríamente, lo que había entre nosotros estaba relacionado fundamentalmente con el sexo, muy buen sexo, eso sí, pero nada que me hiciera pensar que en un futuro podría haber una relación normal de pareja entre nosotros. El hecho de no poder tener hijos había inclinado la balanza en su contra. Mi reloj biológico sonaba cada vez con más fuerte.

Me aparté por un segundo de ambos pretendientes para intentar tomar una decisión. La duda me consumía, pero mi cerebro mandaba señales en una sola dirección.

Cuando volví con ellos para darles mi veredicto, mi madre y mi padre llegaron hasta a mí para preguntarme por María.

Había sido salvada de momento.

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