martes, 15 de enero de 2008

Prisas y nervios

Aquella tarde salí como una exhalación del trabajo. Al día siguiente había quedado en que Vicente vendría a mi casa a las 9 de la mañana para recogerme y emprender juntos el viaje a Madrid. Tenía que terminar definitivamente la presentación y hacer la maleta. Estaba nerviosa y quería que todo saliera bien, me jugaba mi puesto, un posible ascenso y que Vicente siguiera confiando en mí.

Pero al llegar a casa recibí una llamada de Juan Carlos, su madre estaba mejor y tenía la tarde libre para vernos. De nada me sirvieron las justificadas excusas y realmente, creo que tampoco fui muy convincente en exponerlas dado que me apetecía quedar con él y rematar aquello que parecía que se nos resistía. Quedó en venir a las 10, así que tenía el tiempo justo para terminarlo todo y meter cuatro cosas en la maleta.

A punto de terminar el trabajo, llamaron a la puerta. Miré el reloj y vi que todavía quedaba media hora para la cita. Me levanté con fastidio por la anticipación con que se presentaba Juan Carlos, pero al abrir la puerta con quien me encontré fue con Andrés.
-¡Hola guapa! ¿Me invitas a una cerveza?
-No puedo, estoy muy liada. Tengo que terminar urgentemente un trabajo, salgo mañana de viaje con mi jefe.
-Venga mujer, que sólo van a ser cinco minutos. Además, te traigo un regalo -Andrés rodeó mi cintura y bajó sus manos hasta mis nalgas, achuchándolas levemente.
-Bueno, pasa, pero sólo cinco minutos -No tenía deseo alguno de presentar a mi vecino y a Juan Carlos y confiaba en que se fuera de inmediato.
-Mira, traigo las fotos que te hice el otro día.-Andrés me enseñó su pen drive a modo de trofeo-ven que te las enseño.
-No tengo tiempo ahora. Vuélcalas en el ordenador y después echo un vistazo a tu reportaje. Así voy haciendo yo la maleta mientras tanto.
-¿Te las dejo en la carpeta de “mis documentos”?
-¡Si! –Exclamé con decisión mientras salía.

Llegué a mi dormitorio y tras elaborar mentalmente una lista de cosas que debía meter en la maleta, las fui metiendo sin mucho orden. El estado de nervios en el que me encontraba me impelía a actuar como si viviera en un estado de excepción. Cuatro minutos me bastaron para volver al lado de Andrés, y él tenía un solo minuto de gracia para irse a su casa.
-Te tienes que marchar, tengo que hacer muchas cosas todavía.
-Bueno, puedes hacerlas después -Andrés me agarró y me llevó hasta el sofá, tumbándose sobre mí. Balanceó su pelvis sobre la mía e hizo amago de desabrochar mi blusa, pero fui más rápida que él impidiéndoselo.
-¡Qué no! ¡Hoy no puedo! Cuando regrese nos vemos, ¿de acuerdo? Que estoy muy liada, ¡vete!
-Vale, vale, ya me voy, pero tú te lo pierdes. Cuando veas las fotos me das tu opinión. Lo que me cuelga entre las piernas ya la tiene…
-Pero que burro eres a veces. Adiós, nos vemos a la vuelta.

Abrí la puerta para dejarle salir con tan mala fortuna que en ese mismo instante, Juan Carlos salió del ascensor y ambos se encontraron en el rellano. Andrés me miró sorprendido y sonrió maliciosamente mientras yo saludaba a Juan Carlos de forma no muy efusiva dado el espectador que nos contemplaba y que se tomaba con calma el hecho de entrar a su casa, haciéndose el remolón en la puerta. En ese momento no sé por qué, pero no me sentía bien, de alguna forma me veía como una traidora sin corazón. Sabía que nada le debía y más cuando seguía escuchando a través del tabique que separaba nuestros dormitorios, los ruidos de los muelles de su colchón y los gemidos de alguna que otra mujer con la que seguía acostándose. En ese instante me di claramente cuenta de la insensatez de mis hábitos sexuales. Cualquier médico adscrito a un centro de planificación familiar me daría una buena reprimenda por ser tan inconsciente. No sólo podía quedarme embarazada, riesgo que parecía asumir sin muchos problemas, sino que además podía coger cualquier enfermedad que portaran tanto él como sus conquistas. Me estaba portando como una adolescente.

Cuando Juan Carlos entró en mi casa, yo seguía teniendo cargo de conciencia, en ese instante incluso hasta deseé que Juan Carlos se fuera de inmediato, no tenía ganas de sexo y no podía dejar de pensar que me faltaba repasar toda la presentación de nuevo. Confiaba que, a pesar de los flecos que quedaban sin resolver, pudiera hacerlo en el momento de mi exposición.

La suave música de fondo que escuchábamos, la conversación con Juan Carlos y sus ojos mirándome hicieron que mis nervios lentamente se fueran apaciguando. Realmente teníamos muchas cosas en común, nuestra conversación era fluida y no decaía. Mi atracción por él aumentaba en cada uno de los encuentros que teníamos. Era culto, inteligente, dulce pero no empalagoso y con cierto aire canalla que yo intuía en su mirada. La lista de sus virtudes era muy amplia, tanto, que realmente pensé que por fin había tenido la suerte de encontrar al hombre de mi vida.

Las prisas me habían impedido hacer una cena digna y lamentablemente no pude lucir mis encantos culinarios al tener que acudir a una socorrida pizza congelada y una ensalada de bolsa para salir del paso. No obstante, Juan Carlos en todo momento alabó la cena y parecía disfrutar de mi compañía tanto como yo con la suya.

Tras la cena, iniciamos nuestra sesión de conocimiento carnal mutuo. Había desconectado mi teléfono para evitar cualquier tipo de inoportunas llamadas, entre ellas las de mi madre, había silenciado el timbre de mi puerta con una mordaza de algodón y tras desnudarnos, hábilmente retiré sus pantalones en los que guardaba celosamente su teléfono móvil.

Ahora llegaba la prueba de fuego: ¿Sería realmente Juan Carlos mi hombre perfecto en el plano sexual?

2 comentarios:

Félix Amador dijo...

Muchas preguntas en el aire, modelo ocasional.

Es que te pierdes. Haz la maleta. ¿No sabes que primero es la obligación y luego la pasión?

Vaya líos en los que te metes (o te meten).

Ninetta dijo...

Ja ja ja, bueno Félix, y me lo dices tú precisamente. Yo que confiaba en el nuevo ligue que se había echado tu personaje!!! Me temo que actualmente, en vez de relación habría q hablar de graduación de una relación. Eso da para todo un tratado. Una complicación...