sábado, 13 de diciembre de 2008

Encuentros desafortunados


Hacía mucho que no iba a la casa de Juan Carlos, creo que desde el principio de la relación no había vuelto a ir. Al salir del taxi y despedir con viento fresco al taxista miré a mi alrededor para orientarme y me sorprendió la profusión de edificios que antes no existían. A esas horas, aquel lugar parecía una ciudad fantasma de torres sin habitar alumbradas por las escuálidas farolas que intentaban iluminar la vida que no tenían aquellos edificios. En aquel lugar se notaban con toda intensidad los efectos del parón inmobiliario. Decenas de pisos lucían en sus ventanas los carteles de “se vende”. Rivalizaban en tamaño, pero era evidente que allí nada se vendía, ni siquiera el que ostentaba el cartel de mayores dimensiones.

Busqué el portal y me encontré con la puerta abierta. No podía haber lugar mejor para robar sin que se enterara nadie, porque no creía que aparte de Juan Carlos hubiera muchos vecinos en el edificio. Al subir en el ascensor empecé a dudar. Era una estupidez decirle que sabía que era un mentiroso y que me había engañado. Si lo que me había contado Pepe era verdad, no podría más que asentir y decirme que amaba a Silvia más que a nada en el mundo y que yo simplemente había sido un capricho para suplir sus ausencias. No conseguía absolutamente nada con ello pero me sentía tan mal, insegura y nerviosa que a pesar de todo, necesitaba verle para desahogarme. No podía contener todo lo que mi corazón quería gritar tras haberle asestado unas cuantas cuchilladas. La palabra miserable se repetía en mi interior tanto como cobarde, cabrón, mentiroso e hijo de puta. ¿Por qué no me lo dijo al conocerme? ¿Acaso merecía la pena tanta mentira continuada para llevarse a alguien a la cama?

Llamé al timbre y esperé a que mi ex-nada me abriera. Lo que no me esperaba es que no me abriera él…

1 comentario:

Pepe Castro dijo...

Qué suspense. No tardes en actualizar.