sábado, 8 de diciembre de 2007

Volando hacia urgencias


Iba por las calles a toda velocidad, intentando apurar en las curvas y saltándome más de un semáforo en rojo. A esas horas las calles estaban prácticamente desiertas y apenas había tráfico salvo taxis y algún que otro cliente motorizado en busca de prostitutas.

Andrés a mi lado se retorcía sin parar, no abría la boca excepto para soltar algún gemido quejumbroso. Estábamos ya cerca del hospital cuando al ir a torcer en la penúltima calle veo de nuevo un semáforo acechando a cambiar a encarnado, acelero el motor, pero no me doy cuenta de que delante de mí hay otro vehículo más civilizado que frena bruscamente. Piso el pedal de freno a fondo, pero hace años que no hago un cambio de ruedas y patinan hasta que inevitablemente me empotro contra el trasero del otro vehículo. Andrés ha pasado de sus plañideros lamentos y de sus “¡ay!” a unos terribles alaridos que me dejan aturdida. Maldigo mi mala suerte en el idioma que domino.

Froto mis ojos e intento pensar que nada de lo que me está pasando es real. Los ojos se me nublan cuando veo que no hace falta llamar a un agente de la autoridad para que me ayude a rellenar los papeles que creo que tiré la última vez que limpié el coche. Precisamente he chocado contra un vehículo de la policía. El golpe no ha sido muy fuerte. Intento relajarme ante la llegada de los “amables” ocupantes del coche accidentado por mí. El daño material ha sido escaso, pero la multa que me va a caer va a ser de órdago. Intento explicar mi estado de nervios, la cara de dolor de mi acompañante me ayuda a que se crean toda la historia, o eso quiero creer. Me extienden el papel con el castigo, relleno los documentos del parte y firmo todo lo que me ponen por delante. Parecen satisfechos por fin y amablemente nos escoltan hasta el hospital. Creo que realmente han pensado que todo era una mentira y sólo se están cerciorando de lo contrario. El letrero luminoso de urgencias parpadea rítmicamente y se asemeja a un letrero de un prostíbulo de carretera. Los policías ayudan a Andrés a entrar en la sala de espera y les sigo.

Hemos tenido suerte y han atendido a Andrés antes que a nadie. Parece que ha sufrido un corte de digestión. Sale de la consulta con mejor cara, sabiendo que no es la última noche de su vida. Aún tiene dolores pero está más calmado.

Volvemos a casa, me mira con ojos de cordero degollado y me cuenta que no le apetece pasar el resto de la noche solo. Me pide titubeante que le deje dormir en mi casa. Tengo que revisar mi buzón, no sea que alguien haya cambiado el nombre de “Ninetta” por el de “Pensión Paqui”

Le he cedido la habitación de invitados, creo que tras muchos años de ser el cuarto de la plancha, por fin puedo hacer uso de dicho nombre.


1 comentario:

Félix Amador dijo...

No, de enfermera y madre no te veo: te veo de gerente de clínica privada con pocos medios, o dicho de otra forma, que vas a tener que hacer de gerente, médico, cocinera, enfermera y limpiadora sin cobrar como puesto directivo y sin derecho a jugar a médicos (o ¿quién sabe?).

Esperando impaciente el desenlace.....