sábado, 18 de octubre de 2008

Un día interminable de trabajo

Hoy empiezo mi jornada laboral ampliada. El tiempo que voy a permanecer en el trabajo no alcanza a la mitad de un día completo, pero se aproxima peligrosamente. Ahora entiendo que la esclavitud jamás desapareció y que simplemente ha sufrido una especie de mutación en la que conseguimos encontrarnos más o menos a gusto sin sentirnos completamente frustrados. Creo que el hecho de ser consciente de ello es lo que me está provocando que la jornada se me esté haciendo tan terriblemente pesada. Aún no ha llegado siquiera la hora de salir para los trabajadores en general y ya me he movido tantas veces en mi asiento que creo que empiezan a notarse en el suelo una especie de surcos provocados por la rueda de mi silla.

El aburrimiento hace mella en mí y enlazo bostezo tras bostezo mientras intento, con gran esfuerzo, resolver los expedientes. Dudo de mi capacidad para trabajar a diario tantas horas y dejo volar mi imaginación de forma terapéutica pensando en cómo cambiaría mi vida si fuera afortunada en la lotería.

He pasado por el despacho de Clara pero hoy sorprendentemente no ha venido. No sé si su ausencia tendrá que ver con los problemas que tiene con su marido. Por lo menos espero que ambos tengan la cordura necesaria para no matarse el uno al otro, con que se separen sería más que suficiente.

Poco a poco mis compañeros de trabajo abandonaron sus puestos de trabajo y me quedé completamente sola. Las luces de los despachos apagadas y la luz de emergencia del pasillo me imponían cierto respeto. Resurgieron los miedos de mi infancia, mis dedos se empezaron a llenar de sudor y me fui a refrescarme al baño, esperando que el agua corriendo por mis manos y mi cuello me despertara para poder aguantar lo que me quedaba de castigo.

Al abrir la puerta de los servicios descubrí que no estaba sola y que por fin tenía respuesta a la identidad de los extraños gemidos que escuché hace unos días.

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