Salgo del baño cual alma que lleva el diablo y en el pasillo, cuando creo que los apasionados amantes no son capaces ya de escuchar mi voz, contesto a Juan Carlos su llamada. Su madre está mejor, pero le ha sido imposible llamarme puesto que se olvidó el teléfono en su casa. Acepto sus disculpas y le miento diciéndole lo mucho que le he echado en falta esos días. Me ha prometido compensarme esa misma noche. Dejaré que lo haga, los mimos siempre le han venido bien a mi cutis.
El resto de la jornada no puedo dejar de pensar en la pareja del baño. Me resulta extraño no haberme dado cuenta de ningún nuevo lío entre mis compañeros y tampoco ha llegado hasta mis oídos cotilleo alguno sobre la cuestión. Lo que sí he hecho de inmediato es cambiar la melodía de mi teléfono que me identifica tanto como mis huellas digitales. La obertura de Guillermo Tell puede descansar en mi archivo de melodías por una buena temporada. No quiero ser descubierta ni tachada de curiosa.
Llega un mensaje a mi móvil y lo abro sin detenerme a mirar su procedencia, pero su contenido me deja atónita: es un mensaje multimedia con una fotografía de un primer plano del pene del mensajero. Busco el emisor con curiosidad y ciertas sospechas, me resulta familiarmente conocido, y confirmo que el apéndice retratado es de mi vecino. Pero no conforme simplemente con la imagen y por si acaso me hubiera quedado alguna duda sobre sus pretensiones, le acompaña un escueto texto con dos palabras “TE DESEO”.
Mi morbo me impide borrar la imagen, reconozco que disfruto mirando una y otra vez aquel miembro a todo color del tamaño de la uña de mi meñique. Me teletransporto por unos instantes a la casa de Andrés y a la última noche que hicimos el amor, salvaje y apasionadamente. Son sólo mis instintos primitivos, lo sé, a veces se manifiestan con tanta transparencia que tengo miedo de que me dominen por completo y lo que es peor, echen a perder mi relación con Juan Carlos.
Vuelvo al baño. Ha pasado el tiempo suficiente para que el lugar esté de nuevo tranquilo. Me cierro a cal y canto en uno de los servicios y con algo de nerviosismo me desabrocho mis pantalones y bajo mis bragas. Mi sexo depilado es muy fotogénico, así que sin pensarlo demasiado, intento enfocar de oídas y le hago una foto con el móvil. El resultado es lamentable: falta luz, me ha salido algo borrosa y mi sexo ha salido tan cortado que ni siquiera se distingue de qué se trata. Dudo que alguien se pueda excitar con mi foto por muy imaginativo y calenturiento que sea, así que intento quedarme quieta, colocarme de cara a la luz y hacerme una nueva foto con las piernas abiertas. Miro el teléfono y me sorprendo por lo bien que ha quedado. Pero antes de enviarla pienso que no estoy haciendo bien. Vuelven los remordimientos y la sensatez se vuelve a sentar en mi hombro derecho para explicarme pacientemente la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Así que no la envío.
Cuando llego a mi despacho y me siento, noto como mi cuerpo se recalienta de deseo, cojo el teléfono y le doy a la tecla de enviar…
1 comentario:
Vaya, vayaaaa.
Pues lo que más me has dejado es CURIOSIDAD INFINITA. A ver, Ninetta, ¿cómo no te paraste a averiguar quiénes eran los del baño? Seguro que te da para un par de capítulos.
Y segundo, tengo curiosidad por saber cómo acaba la FOTOnovela de los mensajitos, jaja.
Besos curiosos.
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