jueves, 12 de febrero de 2009

La mañana tras la pesadilla

Cuando por la mañana entró la luz por la persiana de mi dormitorio y llegó hasta mi rostro logrando despertarme, deseé que lo acaecido el día anterior hubiera sido tan sólo una pesadilla, pero me bastaron apenas tres segundos para darme cuenta de mi nueva y penosa situación laboral.

Me levanté con desgana y me dirigí hasta la cocina. Clara se había dejado abierta la puerta de su dormitorio y lo que se vislumbraba era todo un caos, el desorden campaba a sus anchas en un mar de ropa sucia y descolocada. Ahora precisamente necesitaba más que nunca compartir los gastos, no importaba que fuera con Clara o con el mismísimo diablo.

Entré en mi ordenador y busqué en la red las páginas de ofertas de trabajo, pero fueron suficientes tan sólo diez minutos para que me angustiara de tal forma que no pude sino cerrar el portátil con fuerza. Lo mejor sería tomárselo con calma y concederme una tregua en forma de unos días de descanso y reflexión.

Cogí el tazón de desayuno y me tire en el sofá a ver la tele, pero a esas horas proliferaban los programas del corazón y los anuncios de detergentes, nada que me distrajera lo más mínimo de mi principal preocupación. Tampoco los libros que dormían en la estantería y que jamás había leído me motivaban lo más mínimo, tenía que hacer algo para dejar de darle vueltas a la injusticia cometida por Vicente. Decidí darme un paseo por la ciudad para olvidarme por un rato de todo, me vestí con lo primero que pillé a mano y cogí mi bolso, pero al meter mi mano dentro de él en busca de las llaves, me topé de nuevo con la misteriosa tarjeta que me había encontrado en el banco de forma casual en la que venía el nombre y el teléfono del sanador energético. Quizás el destino me estaba forzando a ponerme en contacto con él. Tras dudar unos segundos, le llamé. No perdía nada por intentarlo, lo más, el dinero que me costara la consulta. ¿Sería un curandero negro con un hueso en la nariz que bailaría en torno a mí una danza de guerra? A lo mejor era alto y musculoso y si no sanaba mi mente por lo menos podía intentar sanar mi cuerpo…

1 comentario:

Félix Amador dijo...

Qué prácticos somos los hombres, ¿no? Te despido y todo arreglado. Joder, qué fácil.

No sé qué es peor, si el despido o que te hayan cortado en medio de una web cam session.

Me he reído mucho (hasta lo del despido) aunque he tenido que ponerme las pilas para ponerme al día. Sigues siendo tú, Ninetta. Qué cosas te pasan.