jueves, 4 de diciembre de 2008

3-La verdad de la mentira


De regreso a casa sentía que mi ánimo había mejorado considerablemente. No es que hubiera decidido todavía acudir a aquel mago sanador que podría cambiar mi vida, pero el hecho de saber que tenía la posibilidad de ver a alguien que podría ayudarme era suficiente motivo para encontrarme mejor.

Cuando abrí la puerta de mi casa a punto estuve de cerrarla de nuevo pensando que me había equivocado de piso, hasta que la voz de Clara asomó con fuerza entre aquella maraña de gente y serpentinas.
-¡Feliz cumpleaños Ninetta! –dijo Clara acercándose a mí y echándome sobre la cabeza toda una bolsa de confeti de colores.

Me quedé sin habla. Clara se había encargado de llamar a unos cuantos compañeros de trabajo con los que solía tener más contacto, incluido Pepe, al que vi más bajo y rechoncho que nunca, quizás debido al efecto de las luces multicolores que habían colocado a modo de ornamento en las paredes.

Por más que miré y remiré no vi sin embargo a Juan Carlos, del que pensaba mejor de lo que realmente se merecía dado que no había dado señales de vida en todo el día. El caso es que no iba a dejar que su ausencia me amargara el resto de mi cumpleaños, así que cogí la copa que me proporcionó Clara y brindé por la futura felicidad de todos los allí presentes.

Tras tres o cuatro copas en mis venas, todo volvió a ser de color azul, posiblemente porque la mayoría de las serpentinas eran de aquel puro color. Me acerqué a Pepe y le pregunté, intentando parecer lo más indiferente posible, por Juan Carlos. Me costaba articular cada palabra, notaba la lengua algo torpe dentro de mi boca, tanto como mi cerebro. Pepe no sabía nada de nuestra relación y no quería tampoco darle muchas pistas, mi vida no le incumbía a nadie más que a mí.
-¿Qué tal tu amigo Juan Carlos? Me acordé de él el otro día que pasé cerca de su casa. Creo que su madre andaba mal de salud ¿no? –pregunté con gran esfuerzo por mi parte.
-¿Su madre? ¿La madre de Juan Carlos? Supongo que seguirá bajo tierra. ¡Menudo susto si se levantara ahora! Lleva casi dos años muerta. Juan Carlos no se llevaba precisamente muy bien con ella.

No acababa de asimilar aquel comentario cuando Pepe, bastante alegre a causa del alcohol que había ingerido, me fulminó con una pregunta que en realidad era una terrible afirmación.

-¿Sabes que por fin se casa? Anda que no llevaba años con Silvia, ya era hora de que se decidiera a pasar por el altar. Menos mal que por fin ella terminó el proyecto y ha conseguido instalarse esta misma semana en la ciudad en un estupendo trabajo. La cantidad de veces que se ha quejado Juan Carlos por los continuos viajes que tenía que hacer y lo poco que la veía. Lo ha pasado mal el pobre, ¿sabes?

Las palabras de Pepe seguían resonando en mi interior hasta deformarse desagradablemente. Juan Carlos era un embustero con mayúsculas, me había mentido reiteradamente resucitando a su madre una y otra vez y encima había simultaneado la relación conmigo con un largo noviazgo con una tal Silvia con la que encima tenía planes de boda.

Di las gracias a todos los que me habían acompañado el día de mi cumpleaños, les insté a que se marcharan ipso facto empujándoles tanto verbal como físicamente y bajé las escaleras furiosa y con unas incontenibles ganas de acabar con alguien.

Mañana enviaré un correo a la Real Academia de la Lengua para sugerirles que pongan como sinónimo de hombre, la palabra mentiroso.

3 comentarios:

Miguel Rodríguez dijo...

...mi madre, qué historia.
Y sobre todo, qué personaje.



Saludos.

Pepe Castro dijo...

Hay que tener mucho estómago para hacer algo así, pero haberlos haylos, desde luego.
Besotes (y gracias por sacarte el pase VIP).

Pikarah dijo...

Llevo 3 días enganchada, leyendo incansablemente las peripecias de Ninetta. Me encanta, es salvaje y dulce, independiente e insegura. Es cualquier mujer, como yo, como todas. Una obra maestra. Un saludo.