lunes, 22 de octubre de 2007

Gemidos nocturnos


Hoy si no me hubiera levantado de la cama hubiera sido un día perfecto. He tenido atasco al ir a mi trabajo como todos los días, estoy resignada a ellos, pero no a los inútiles que van al volante contemplando el paisaje a esas horas intempestivas. Creo que el porcentaje de daltonismo es más alto en esta ciudad que en otra cualquiera. Porque si no ¿Cómo es posible que irremediablemente tenga que pitar al de delante para que al cambiar a verde inicie su marcha? No creo estar estresada pero no me gusta perder el tiempo por las mañanas.

Respecto a la jornada de trabajo no voy a contar nada, con decir que ha sido pésima, suficiente: sé que en mi despacho hay un agujero negro por donde desaparecen los más importantes expedientes y un lugar estratégico donde me van echando aquellos trabajos más engorrosos y que no los quiere nadie. Sospecho que la liga antivicio encabezada por Clara me está castigando sutilmente por salirme de mi ruta marcada y mandar a la basura mi alianza de casada. Es cierto, ¿dónde la puse? ¡Al fin y al cabo es oro y lo puedo reciclar! Si Clara supiera la vida monacal que llevo ahora… Pobre de mí, ¡hace siglos que no tengo sexo compartido…!

Y vuelta a casa por la noche. Nuestro señor alcalde es un encanto y ha decidido asfaltar la mitad de la calzada justo a la hora punta. Estoy cansada y tengo una herida en el talón que siento cada vez que piso los pedales del vehículo. Estos zapatos de tacón son una tortura pero hacen más largas mis piernas, una cosa por la otra.

Tras zapear repetidas veces con el mando de la tele me rindo y tras una frugal cena me voy a la cama con mi último libro, ese que lleva cogiendo polvo todo el verano. Dos hojas y media de forzada lectura y siento que Morfeo me quiere llevar a su lado, dejo el libro y apago la luz. Cierro los ojos y de repente un brusco portazo me saca de mi ensueño, es el vecino de al lado, Andrés, cuyo dormitorio linda con el mío. Risas y más risas, hoy Andresito parece que viene con compañía. No sé como es ella, pero sólo por su voz aguda y su esperpéntica risa me imagino su pelo rubio platino teñido de bote, sus pechos siliconados y su minifalda de cuero ceñida a sus caderas. Seguro que un piercing adorna su ombligo y un tatuaje negro engalana la parte inferior de su espalda anunciando sus nalgas.

Abro los ojos e intento aguzar el sentido del oído. No puedo remediarlo, pero soy curiosa y una aprendiza a voyeur. Escucho ensimismada y con atención e intento imaginarme las maniobras de Andrés con su rubia, camelándola con su labia y atrayéndola hacia su cuerpo buscando el fin para el que se la ha llevado a su piso: follar sin más pretensiones. Esa risa me es familiar y dudo si es similar a la de los pequeños primates que vi en el zoo la última vez que fui o a los ruidos que emite la cotorrita Carolina de mi abuela María. Los sonidos irremediablemente despiertan mi calenturienta imaginación y siento como me corroe la envidia. Yo no tengo mal aspecto, soy atractiva, inteligente y simpática, mi punto de vista nunca será objetivo, cierto. Pero ¿por qué yo estoy comiéndome los dedos en la cama mientras escucho a mi vecino pasárselo en grande? Injusticias de la vida…

Andrés y la rubia han pasado a mayores, lo sé por el ruido de los muelles, por los golpes del cabecero sobre la pared. La toco y la siento vibrar. Suben el volumen de su parca conversación mientras va disminuyendo paulatinamente el tamaño de sus frases: “Fóllame”, “así puta”, “ahhhh”, “oooooh”, “así así, sí”. Ella gime con desesperación, con fuerza, sus gemidos nocturnos me ponen los pelos de punta y siento que mi sexo atrae como un imán a mis manos. Me despojo del camisón y lo tiro al suelo, abro mis piernas y sigo el ritmo de mis vecinos. Intento seguir cada una de las embestidas de Andrés y ataco con firmeza mi coño desnudo. El silencio de mi orgasmo contrasta con el desgarrador gemido de la rubia de al lado.

Al contrario de lo que me pasa habitualmente tras darme placer, he perdido el sueño. Vuelvo a sentir de nuevo las sábanas frías y la ausencia de unos brazos que me arropen. Me acuerdo de mi ya ex marido y pienso si no habré sido demasiado injusta con él. Mañana le llamaré, aún tiene que recoger unos libros que son suyos…


4 comentarios:

Félix Amador dijo...

¿Sabes lo que haces si lo llamas? Si es un polvo y llévate ya los libros, pues bueno, pero dar marcha atrás es desvivir lo vivido. Cuidado....

Anónimo dijo...

eres la primer mujer que reconoce que siente deseo sexual tal cual sin aderezarlo con adornos de amor, pareja, cariño, etc para darle un aspecto mas adecuado al instinto carnal y las bajas pasiones que los hombres tenemos y que parece ser que solo son patrimonio nuestro.
Me alegra leer Ninetta que cuando estas caliente deseas una polla o un sucedaneo de ella, como nosotros deseamos un coño, una mujer, una hembra.

Anónimo dijo...

amiga mia si de quitar neesidades se trata...
nepemex@hotmail.com...

milton 64 dijo...

hola. creo q todos tenemos nuestros momentos de solledad, y muchas veces experimente lo mismo q tú.
solo, en mi cama, asi mismo en momentos en que uno se encuentra con las neuronas al tope y ganas de accion.
y lo q me dicen a mí te lo digo yo, todo a su tiempo, llegara e l momento.
Besitos des de Ecuador.