La mirada que inconscientemente debí de echar a Vicente no debió ser muy amigable, dado que éste se excusó de inmediato.
-No deberías preocuparte, soy un hombre casado. Puedes estar completamente tranquila conmigo.
-No hay problema, lo sé –concluí yo, intentando demostrar seguridad aunque interiormente estaba algo dubitativa.
Precisamente no hacía mucho tiempo había leído en un periódico el elevado porcentaje de infidelidad que se daba entre los hombres casados. Echar una cana al aire debido al hastío y aburrimiento de la vida conyugal se había convertido en un hecho habitual e incluso había experimentado en los últimos años un notable incremento debido al auge de las nuevas tecnologías y a la posibilidad de ligar fácilmente desde casa. Los chats eran la puerta hacia la perdición de muchos de ellos, era más fácil seguir con la rutina que cortar valientemente por lo sano como había decidido yo.
Quizás Vicente era la excepción en ese mar de pecadores: un trébol en un campo de grama, el perfecto casado, feliz con su vida conyugal, aún enamorado de su bella esposa y buen padre de sus hijos, educados, obedientes y un ejemplo a seguir entre sus compañeros del colegio de pago al que acuden, que por supuesto es bilingüe. Desconocía sus aficiones, pero nada me extrañaba que dedicara las mañanas de los sábados a jugar al pádel, vestido por entero para la ocasión con ropa de marca, y los domingos se fuera al nuevo golf recién construido en tierra baldía, al lado de una nueva urbanización.
Al llegar a la habitación, deposité mis bártulos encima de la cama situada más próxima a la ventana y dejé a Vicente la que quedaba, situada al lado de la puerta del baño, la más cómoda en caso de una crisis prostática que dudaba que aún tuviera, aunque nunca se sabía…
En ese momento ambos nos sentíamos tensos e incómodos. Creo que Vicente comenzaba a arrepentirse de haberse ahorrado el importe de una segunda habitación. Si su mujer se llegaba a enterar de que había compartido habitación de hotel con una recién divorciada se le caería tanto el pelo como el dinero de los bolsillos, dado que la pensión millonaria que estaría obligado a pasar a su mujer y a sus dos hijos le dejaría en una precaria situación económica. Eso si no llegaba la historia a oídos de alguno de los gerentes de la compañía, gente de recatadas costumbres y estrechas miras. Vicente perdería su buena e impoluta reputación de inmediato.
Como no sabía muy bien como pasar el limitado tiempo del que disponíamos cogí mi bolsa de aseo y me encerré en el baño buscando intimidad. Tras refrescarme un poco y reconstruir el aspecto de mi cara tras el viaje, salí de allí relajada, aunque mi sosiego duró poco al contemplar el aspecto entre impaciente e inquieto de Vicente, que me esperaba sentado en su cama.
-Nos tenemos que ir ya o llegaremos tarde. –Dijo nada más verme.
-Creí que íbamos bien de tiempo. Perdona si me he entretenido más de la cuenta. –Dije yo excusándome.
Nos encaminamos al Palacio de Congresos a buen paso. En las inmediaciones del mismo había numerosos congresistas que, sin ningún tipo de pudor, exhibían con orgullo la tarjeta acreditativa que llevaban prendida de una pinza en un lugar destacado de su atuendo. El restaurante estaba a rebosar, jamás hubiera distinguido por los trajes a unos de otros, dado que prácticamente en su mayoría el color predominante era el azul.
No me sorprendió en absoluto la mayoría masculina del lugar, consecuencia de la típica política machista de las empresas privadas que desconfiaban irracionalmente del sexo femenino para ocupar puestos directivos. A pesar de que mi presentación saliera perfecta, sospechaba que Vicente, a la hora de la verdad, remolonearía a la hora de concederme ese ascenso que mi economía tanto deseaba.
Tras la exquisita comida con la que nos agasajaron, comenzaron las ponencias. El sopor del almuerzo unido al tono monótono y cansino de los ponentes se me estaba haciendo insoportable. Luchaba denostadamente por no quedarme dormida, pellizcaba mis dedos con las uñas, me revolvía en el asiento intentando buscar la más incómoda postura que me impidiera abandonarme en aquellas mullidas butacas de color granate.
Observé de reojo a Vicente, pero aguantaba firme y despierto, así que me olvidé de él como un aliado para escapar de allí. Miraba mi reloj con desesperación una y otra vez, intentaba hechizar las agujas para que éstas se movieran más deprisa, pero lo más que conseguía era aumentar mi relajación. Y caí tras luchar contra mí misma, tras rendirme ante aquella fuerza que cerraba mis ojos y me transportaba con todo su poder a un maravilloso mundo de paz y ausencia.
Los aplausos finales me despertaron antes de que lo hiciera mi jefe.
-Me ha parecido la ponencia más interesante. -Dijo Vicente mientras seguía aplaudiendo con intensidad.
-Sí, sí, a mí también me lo ha parecido.-Mentí.
-Quizás te pida que me hagas algo parecido a lo expuesto por el ponente el próximo mes. –Sonrío malicioso.
Y yo callé ante la falta de respuestas que venían a mi cabeza. Cualquier cosa que en ese momento me hubiera pedido me habría parecido más fácil y sencillo que lo que el soporífero ponente había expuesto en su presentación. Aunque esa sonrisa suya me despistaba. ¿Y si uno de los temas que hubiera tocado el ponente fuera de tipo sexual y lo que tuviera en mente mi jefe era que me dedicara a hacerle una buena mamada?
3 comentarios:
Vaya conversaciones anodinas con tu jefe, él hablando por hablar y tú pensando en hacerle horas extras.
Que te traiciona el subconsciente.....
¿ Y tú crees que el se merece lo qué por tu mente pasa ? Es cuestión de valorar...lo.
Buen blog, sobre todo para los lectores..con "e".
Me cae bien este Vicente, un tipo de lo más coherente y fiel... eso si, estos suelen ser los que más gustan.
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