jueves, 4 de septiembre de 2008

Planes de ahorro

Hoy mismo he empezado mi plan de ahorro popular comprando unas cuantas materias primas en el supermercado que está en la calle paralela a donde vivo. Me gustan las tiendas de alimentación donde todo está pulcramente ordenado y en sus estanterías rebosan productos de múltiples marcas, la curiosidad me impele a probar las nuevas exquisiteces y manjares que en cada visita me ofrecen. Eso se acabó. Cambio mi supermercado de capricho por éste, más parecido a una nave industrial, donde los artículos se amontonan con desgana en las mismas cajas que sirvieron para su traslado desde la fábrica. Cambio a las amables empleadas con uniforme de marca y aspecto perfecto por éstas, que lucen su cara lavada, pelo recogido con un grueso coletero, bata azul y toscos zuecos.

El supermercado acoge mi presencia con un frío glacial, fruto de la ausencia de calefacción y de algún sistema de ventilación que transforme el lugar en una cálida estancia donde pasar largo tiempo, el invierno se ha quedado impregnado en cada una de sus paredes. El gran portón que comunica la zona de ventas con el almacén provoca desagradables corrientes de aire y en general, es como si quisieran echar de allí a los pocos clientes que tenemos la valentía de comprar por primera vez.

Tras coger un carro y ver que me es imposible dominarlo dada su constante tendencia a desviarse hacia la izquierda, comienzo mi peregrinación de consumidora venida a menos. Aquí no hay productos multicolores, sólo grises artículos extranjeros de marcas imposibles de pronunciar correctamente sin sufrir una luxación mandibular.

Lleno mi carro de latillas variadas, muy socorridas para apaños de última hora y de sanos productos hortofrutícolas, imprescindibles para preparar sanas recetas. El carro rebosa salud por los cuatro costados.

Tras pasillear un buen rato consigo acostumbrarme al gélido ambiente del lugar, no ha sido tan traumático como yo pensaba. Diviso de lejos la línea de cajas con sus aguerridas empleadas, me encamino con paso firme y decidido hasta ellas, pero algo consigue desviar mi atención: a mi derecha, una estantería algo más cuidada que las anteriores ofrece todo tipo de bollos y chocolates de múltiples colores, tamaños y sabores. Siento que me tiemblan las piernas, que mi voluntad se debilita y que la caja, antes a tan sólo dos metros de distancia, ha sufrido un extraño alejamiento y apenas soy capaz de distinguirla.

Ninetta recuerda, tienes una activa vida sexual como para comprar chocolate, puedes prescindir de él por completo y lo que es más importante: posees una lozana hipoteca a la que hay que alimentar. ¡Contente por Dios!

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