sábado, 27 de diciembre de 2008

Patas arriba

El blanco techo de yeso fue lo primero que vi cuando bruscamente recuperé la conciencia. Fue precisamente aquella loca la que, a base de cachetes y empujones hizo que volviera en sí. La silla estaba completamente tumbada en el suelo, mi nuca reposaba algo dolorida sobre el respaldo de tela y la postura de mis piernas lucía un aspecto entre lamentable y morbosamente sexual. Intenté incorporarme haciendo fuerza con ellas hacia arriba pero lo único que conseguí fue mostrar sin pudor alguno mis bragas de encaje azul.
-¡Hija de puta! ¿Pensabas que no me iba a enterar nunca? ¿Pero te crees que soy idiota?
-No tengo ni idea de lo que me estás hablando-dije yo algo aturdida.

La mujer no cesaba de pegarme y yo intentaba protegerme poniendo mis brazos en aspa tapando mi rostro. Lo único que me faltaba era acabar siendo una mujer marcada para siempre por aquella inmerecida paliza que no sabía a qué se debía. Grité socorro una y otra vez pero, a esas horas lo más posible era que la cafetería de enfrente rebosara plena de gente, la misma que había desaparecido del lugar de trabajo para deleitarse con el consabido café.

Cuando por fin pude posicionarme adecuadamente para pasar de la postura de defensa a la de ataque, la agresora abrió su bolso y metió su mano dentro. Pensé que era el fin, que iba a morir asesinada por una desconocida y que todo había acabado para siempre.

Toda mi vida pasó por mi cabeza en cuestión de dos segundos y no dudé incluso en olvidar mi agnosticismo y rogar a Dios que me ayudara.

Jamás volvería a disfrutar de nuevos cumpleaños.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Vegetando

Aún no recuerdo cómo fui capaz de sobrevivir tras el día de mi cumpleaños. Me he dado cuenta de que soy capaz de aguantar todo lo que me echen sin peligro de que me tiente tirarme desde el balcón de mi casa. Los días siguientes simplemente aprendí a sobrevivir funcionando con una especie de semi conciencia carente de todo tipo de emociones o sentimientos. Me levantaba como un autómata, desayunaba lo primero que pillaba y me iba al trabajo en el autobús con unos cuantos autómatas como yo. No soy la única que vive dejándose llevar, puedo reconocer a decenas de personas que como yo, hacen lo mismo día tras día sin plantearse ninguna razón para no hacerlo, sin querer buscar una salida a su rutinaria existencia y sin querer pensar en la solución a sus problemas, ya que el esfuerzo de pensar resultaba demasiado grande y agotador.

En el trabajo, mi jefe mantenía una prudencial distancia conmigo y se limitaba a entregarme los expedientes que debía de mirar sin hacer ningún otro comentario. Ni siquiera hizo referencia alguna al bajo rendimiento de mi trabajo en los últimos días, quizás temía que le pudiera comprometer de alguna forma al conocer de sus andanzas con la secretaría y tragaba sin más mi desidia laboral.

Pero el destino no dejaba de sorprenderme desagradablemente. Mientras reposaba mi barbilla sobre mis nudillos y miraba ensimismada la blanca pared de pladur de mi despacho buscando inspiración y fuerza de voluntad para terminar el expediente que tenía entre manos, entró sin llamar a mi despacho una mujer completamente sofocada vestida como si fuera a ir a misa de doce: zapatos de un charol negro impoluto, traje de chaqueta azul marino y chaquetón de pieles que tenían todo el aspecto de haber sido arrebatadas a alguien de cuatro patas que las necesitaba más. Se acercó a mi mesa y para mi sorpresa me pegó un sonoro bofetón mientras gritaba a los cuatro vientos.
-“Eres una hija de puta”

Antes de que pudiera siquiera decirle ni una frase y explicarle que seguramente estaba cometiendo una equivocación, se echó sobre mí y empujándome junto con la silla caí al suelo.

No recuerdo nada más. Creo que perdí el conocimiento.

martes, 23 de diciembre de 2008

Crisis

Estaba claro que ese día lo iba a recordar como uno de los más aciagos de mi vida, porque las sorpresas, casi todas ingratas, no se habían terminado todavía. Lo que menos me esperaba al llegar a mi casa y salir del ascensor era encontrarme con mi vecino entrando en su casa con una de sus rubias de bote, una hilarante pechugona minifaldera con patas de alambre y tacones de aguja a la que hubiera empujado escaleras abajo de no ser porque no tenía ni fuerzas para ello. Andrés y yo cruzamos nuestras miradas tan sólo un segundo, pero fue suficiente para entender que lo nuestro ya era agua pasada y que no tenía ningún derecho a reprocharle nada, igual que había hecho él mientras yo estaba con Juan Carlos.

Al entrar en casa y ver el aspecto lamentable en la que había quedado tras la fiesta sorpresa, se me cayó el alma a los pies. Estaba convencida de que Clara, que en ese momento ya estaba durmiendo plácidamente en la habitación de invitados, no me ayudaría lo más mínimo a recoger aquel desastre al día siguiente. A punto estuve de levantarla y decirle que se marchara en ese mismo momento pero tan sólo me quedaba batería suficiente para tirarme en mi cama e intentar olvidar, olvidar y superar cuanto antes el dolor del engaño.

Me desvestí con rabia tirando mi ropa al suelo y me tumbé completamente desnuda tapándome con el edredón. Las imágenes de aquel aciago día se agolpaban en mi cerebro sin pausa alguna y por más que intentaba relajarme y dejar la mente en blanco era incapaz.

Sentí frío y me di cuenta de que estaba tiritando a pesar de que dentro de la cama hacía calor. Probé a frotar mis piernas entre sí y comprobé que mi temperatura subía ligeramente, así que comencé a acariciar mi cuerpo vehementemente para apaciguar mi ira y calmar mis nervios. Últimamente la masturbación se había convertido en mi mejor aliada para conseguir desconectar de todos mis problemas.

Mientras lo hacía, los ruidos del muelle de la cama de mi vecino, que tan familiares me resultaban, alteraron la paz que estaba a punto de lograr. Oí los alaridos que la acompañante de Andrés daba en ese momento y sentí rabia y envidia por no estar en ese momento en su lugar.

Y yo también empecé a gemir. Esperaba que Andrés me oyera y se diera cuenta de que me lo estaba pasando igual de bien que él o más.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Encuentros en el portal

Al abrirse la puerta del ascensor vislumbré la silueta de un hombre metiendo una llave en la cerradura para entrar al portal. De inmediato me di cuenta de que no era otro que mi querido Juan Carlos. Al entrar y verme se pegó uno de los sustos más grandes de su vida, jamás le había visto tan pálido o a lo mejor era simplemente la débil luz que entraba del exterior procedente de las farolas.
-Ninetta… ¿Qué haces aquí?
-Eres un hijo de puta. ¿Pero tú que te piensas, que soy idiota? Acabo de llevar a tu madre unas flores… ¡al cementerio!
-No fue más que una pequeña mentira, no te tengo por qué contar toda mi vida. Ya sabes lo mucho que valoro mi independencia.
-Sí, sí, ¡lo entiendo hombre! –Dije yo de forma sarcástica- Creo que tu novia también lo entiende. Le acabo de contar nuestra pequeña relación de amistad, desde principio a fin. Ahora ya no tiene tan claro que seas el amor de su vida. ¡Qué lástima! Pero es lo que tiene caminar entre aguas cenagosas, que a veces te puedes hundir.

Esperaba que me dijera que era una mujer despreciable y ruin que había arruinado su vida para siempre, pero me equivoqué.
-La vida no es tan fácil como la pintan en esas películas que ves, Ninetta. Yo te quiero…
-Ya, tienes mucho amor que dar, ya lo veo. Pero mira, te puedes meter tu amor por donde te quepa. No quiero saber nada más de ti en toda mi vida. Eres un miserable.
-Lo siento.
-Y yo más. Ah por cierto, muchas gracias por no felicitarme. Hoy es mi cumpleaños, o mejor dicho dada la hora que es, ayer fue mi cumpleaños.

Me encaminé hacia la puerta y Juan Carlos me agarró del brazo para detenerme, pero me desasí de él y mirándole con todo el desprecio que guardaba en mi interior me marché caminando apresuradamente mientras llamaba por el móvil al servicio de taxis para que me sacaran de aquel lugar cuanto antes.

Ya en el taxi y de regreso a casa, conseguí desbloquear mis ganas de desahogarme y lloré, lloré durante todo el trayecto. Y se me hizo demasiado corto, mis lágrimas parecían no tener fin.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Silvia la dulce

Cuando vi a una mujer al otro lado de la puerta en vez de a Juan Carlos me quedé completamente turbada. No sabía ni qué decir, aunque más intrigada estaba ella al ver aparecer a esas horas intempestivas a una desconocida mujer que emanaba efluvios alcohólicos, que lucía un aspecto bastante lamentable y llevaba el rimel corrido por la cara. En ese preciso instante me vi reflejada en sus pensamientos y hasta sentí cierta vergüenza por ser tan espontánea de haber ido a cantarle las cuarenta a ese desgraciado que me había engañado.
-¿Te puedo ayudar en algo?-Dijo ella intentando averiguar la razón de mi extraña visita.
-Yo…-dije sin terminar la frase.

Era tan alta como yo, quizás algo más delgada y su pelo era rubio y liso. Llevaba gafas y eso le daba cierto aspecto intelectual. Su voz era tranquila y dulce, como un remanso de agua en un día caluroso. Estaba claro que no sabía quien era yo y que desconocía las actividades de su futuro marido mientras ella estaba pendiente de sus estudios y su proyecto. Miré al interior de forma disimulada e intuí que estaba sola. El salón estaba iluminado con una luz directa que incidía sobre el sofá. Papeles y libros se apilaban con minucioso orden encima de la mesa de centro de tal forma que apenas quedaba un pequeño resquicio para una botella de agua y un vaso de cristal. Aquellos detalles hacían vislumbrar una mujer metódica y cuidadosa.

Era muy fácil vengarse del desgraciado de Juan Carlos y dejarle compuesto y sin novia. Sin novia y por supuesto sin su estúpida amante. Sólo tenía que explicarle quien era, cómo nos enrollamos hacía casi un año y la cantidad de mentiras y verdades a medias que seguramente nos había contado a las dos. Si no le decía la verdad a aquella mujer seguiría adelante con sus planes de boda y se casaría con un hombre al que no conocía en absoluto. Estaba convencida de que si le había engañado una vez, le volvería a engañar en un futuro. El día que se diera cuenta ya sería demasiado tarde, hijos en común, una casa a medias, demasiados detalles que complicaban la vida para mandar con facilidad a la mierda a alguien. Ahora era el momento, aún no era tarde para que abriera los ojos, aún no era tarde para mandar a paseo a se capullo…
-Perdona que te moleste a estas horas.-Dije yo-Pero es que estaba buscando a Juan Carlos para saber si ya había elegido un libro. Soy del Círculo de Lectores.
-Juan Carlos vendrá tarde hoy, ha salido con sus amigos. Ya le diré que has venido.-Dijo ella evidentemente extrañada.

Cerró la puerta, me di la vuelta y llamé al ascensor. No sabía aún si había hecho una buena acción o una verdadera faena a aquella mujer. Tan sólo el tiempo lo diría.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Encuentros desafortunados


Hacía mucho que no iba a la casa de Juan Carlos, creo que desde el principio de la relación no había vuelto a ir. Al salir del taxi y despedir con viento fresco al taxista miré a mi alrededor para orientarme y me sorprendió la profusión de edificios que antes no existían. A esas horas, aquel lugar parecía una ciudad fantasma de torres sin habitar alumbradas por las escuálidas farolas que intentaban iluminar la vida que no tenían aquellos edificios. En aquel lugar se notaban con toda intensidad los efectos del parón inmobiliario. Decenas de pisos lucían en sus ventanas los carteles de “se vende”. Rivalizaban en tamaño, pero era evidente que allí nada se vendía, ni siquiera el que ostentaba el cartel de mayores dimensiones.

Busqué el portal y me encontré con la puerta abierta. No podía haber lugar mejor para robar sin que se enterara nadie, porque no creía que aparte de Juan Carlos hubiera muchos vecinos en el edificio. Al subir en el ascensor empecé a dudar. Era una estupidez decirle que sabía que era un mentiroso y que me había engañado. Si lo que me había contado Pepe era verdad, no podría más que asentir y decirme que amaba a Silvia más que a nada en el mundo y que yo simplemente había sido un capricho para suplir sus ausencias. No conseguía absolutamente nada con ello pero me sentía tan mal, insegura y nerviosa que a pesar de todo, necesitaba verle para desahogarme. No podía contener todo lo que mi corazón quería gritar tras haberle asestado unas cuantas cuchilladas. La palabra miserable se repetía en mi interior tanto como cobarde, cabrón, mentiroso e hijo de puta. ¿Por qué no me lo dijo al conocerme? ¿Acaso merecía la pena tanta mentira continuada para llevarse a alguien a la cama?

Llamé al timbre y esperé a que mi ex-nada me abriera. Lo que no me esperaba es que no me abriera él…

lunes, 8 de diciembre de 2008

Furiosa y con ganas de venganza

Creo que en mi vida me había sentido tan furiosa. Juan Carlos vivía en las afueras, así que cogí el primer taxi libre que se dio cuenta de mi presencia y me dirigí en su busca. No tenía preparado el guión de lo que le iba a decir, pero estaba convencida de que la fluidez verbal no me faltaría gracias a la sobredosis de adrenalina que circulaba por mi cuerpo amenazando con provocarme un paro cardiaco. Tenía tanta rabia que ni siquiera era capaz de llorar. ¡Cómo había podido ser tan tonta de no darme cuenta antes! ¡Cómo había podido ese hijo de puta ser tan desgraciado para jugar con mis sentimientos! ¡Y yo pensando que el problema era lo absorbente que era su madre! Bajo tierra era imposible que tuviera ninguna influencia sobre su hijo, lo más, sobre los gusanos que podría alimentar.

El viaje se me estaba haciendo eterno, mi furia no tenía paciencia para esperar en los semáforos rojos, ni frenar en los pasos de cebra para dejar pasar a los peatones. Creo que hice bien en dejar el coche en el garaje, dado mi estado, hubiera tenido con toda probabilidad algún accidente. Y es lo que me hubiera faltado para celebrar el día de mi cumpleaños por todo lo alto.

Lo cierto es que el taxista pareció percibir mi estado de nervios porque intentó darme conversación y no encontró mejor tema que el de la crisis económica. Si pretendía relajarme precisamente con eso lo llevaba claro. Es curioso ver como en épocas de bonanza la gente habla de todo: de cine, de bares, de sexo, de informática, de juegos…, de todo menos de economía, y en épocas de recesión nacen expertos economistas por todas las esquinas. El taxista, que hablaba con la seguridad de creerse conocedor de la verdad, me expuso con un detalle encomiable las recetas económicas que él tenía preparadas y que solucionarían definitivamente el hundimiento económico mundial. Yo le miraba sin mirar, le oía sin querer escuchar, en esos momentos, la crisis económica me daba igual, sus soluciones me resbalaban y sólo pretendía llegar a la casa de Juan Carlos y ver cara a cara a aquel mamón de agua dulce.

Mi cuerpo temblaba, pero no de frío, y mi corazón hacía tan sólo un rato que parecía haberse roto en mil pedazos. Mis 37 años me habían traído como regalo una desagradable sorpresa, me habían traído de regalo la verdad.

jueves, 4 de diciembre de 2008

3-La verdad de la mentira


De regreso a casa sentía que mi ánimo había mejorado considerablemente. No es que hubiera decidido todavía acudir a aquel mago sanador que podría cambiar mi vida, pero el hecho de saber que tenía la posibilidad de ver a alguien que podría ayudarme era suficiente motivo para encontrarme mejor.

Cuando abrí la puerta de mi casa a punto estuve de cerrarla de nuevo pensando que me había equivocado de piso, hasta que la voz de Clara asomó con fuerza entre aquella maraña de gente y serpentinas.
-¡Feliz cumpleaños Ninetta! –dijo Clara acercándose a mí y echándome sobre la cabeza toda una bolsa de confeti de colores.

Me quedé sin habla. Clara se había encargado de llamar a unos cuantos compañeros de trabajo con los que solía tener más contacto, incluido Pepe, al que vi más bajo y rechoncho que nunca, quizás debido al efecto de las luces multicolores que habían colocado a modo de ornamento en las paredes.

Por más que miré y remiré no vi sin embargo a Juan Carlos, del que pensaba mejor de lo que realmente se merecía dado que no había dado señales de vida en todo el día. El caso es que no iba a dejar que su ausencia me amargara el resto de mi cumpleaños, así que cogí la copa que me proporcionó Clara y brindé por la futura felicidad de todos los allí presentes.

Tras tres o cuatro copas en mis venas, todo volvió a ser de color azul, posiblemente porque la mayoría de las serpentinas eran de aquel puro color. Me acerqué a Pepe y le pregunté, intentando parecer lo más indiferente posible, por Juan Carlos. Me costaba articular cada palabra, notaba la lengua algo torpe dentro de mi boca, tanto como mi cerebro. Pepe no sabía nada de nuestra relación y no quería tampoco darle muchas pistas, mi vida no le incumbía a nadie más que a mí.
-¿Qué tal tu amigo Juan Carlos? Me acordé de él el otro día que pasé cerca de su casa. Creo que su madre andaba mal de salud ¿no? –pregunté con gran esfuerzo por mi parte.
-¿Su madre? ¿La madre de Juan Carlos? Supongo que seguirá bajo tierra. ¡Menudo susto si se levantara ahora! Lleva casi dos años muerta. Juan Carlos no se llevaba precisamente muy bien con ella.

No acababa de asimilar aquel comentario cuando Pepe, bastante alegre a causa del alcohol que había ingerido, me fulminó con una pregunta que en realidad era una terrible afirmación.

-¿Sabes que por fin se casa? Anda que no llevaba años con Silvia, ya era hora de que se decidiera a pasar por el altar. Menos mal que por fin ella terminó el proyecto y ha conseguido instalarse esta misma semana en la ciudad en un estupendo trabajo. La cantidad de veces que se ha quejado Juan Carlos por los continuos viajes que tenía que hacer y lo poco que la veía. Lo ha pasado mal el pobre, ¿sabes?

Las palabras de Pepe seguían resonando en mi interior hasta deformarse desagradablemente. Juan Carlos era un embustero con mayúsculas, me había mentido reiteradamente resucitando a su madre una y otra vez y encima había simultaneado la relación conmigo con un largo noviazgo con una tal Silvia con la que encima tenía planes de boda.

Di las gracias a todos los que me habían acompañado el día de mi cumpleaños, les insté a que se marcharan ipso facto empujándoles tanto verbal como físicamente y bajé las escaleras furiosa y con unas incontenibles ganas de acabar con alguien.

Mañana enviaré un correo a la Real Academia de la Lengua para sugerirles que pongan como sinónimo de hombre, la palabra mentiroso.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Cumpleaños feliz

Si me hubieran preguntado hace un año cómo celebraría mi trigésimo séptimo cumpleaños jamás hubiera contestado que lo haría prácticamente sola, eso a pesar de tener supuestamente dos amantes, o mejor dicho, un vecino que ni siquiera ha respondido mi mensaje de móvil invitándole a tomar una cerveza a mi salud en cualquier bar de la ciudad y un semi novio e hijo amantísimo de su madre que está tan estresado en el trabajo que ya no recuerda las veces que le he comentado que precisamente hoy era mi cumpleaños.

Nada he dicho a Clara, le estoy cogiendo tanta manía que creo que un día perderé los papeles y la empujaré por la ventana. No concibo otra solución más civilizada que aplaque mi ira por ser tan estúpida y no haberla echado ya con la conjunción de bellas palabras como “lárgate ya” o “no te aguanto más”.

Creo que soy víctima de un bloqueo emocional que me impele a la indecisión más absoluta y a la incapacidad para decir las cosas claramente. Esta no soy yo. La diaria tortura a la que me somete Clara de pensamientos negativos está haciendo mella en mí. Siento que mi interior grita “socorro” y no encuentra en el exterior auxilio alguno. A pesar de todo, encuentro fuerzas suficientes para arreglarme, coger el bolso y despedirme de mi compañera de piso cuya abominable imagen compuesta de bata guateada, rulos y una palangana de palomitas se sellan en mi mente como una terrible pesadilla. Le respondo con desgana diciéndole que voy a casa de mi madre y a pesar de su insistencia en que me quede, hago oídos sordos y cierro la puerta con fuerza.

Camino sin rumbo enlazando una calle con otra. Respiro el aire tibio del verano que se esfumó sin apenas darme cuenta, el sol ejerce un efecto acelerador del tiempo. Los días de calor pasan tan rápidos como las páginas de un libro abierto en medio de una ráfaga de aire. Mis esperanzas de cambio de principios de verano se han convertido con la llegada del equinoccio de otoño en decepción. Me adentro en el gran parque situado en la zona norte de la ciudad y me siento en un banco frente al lago. Observo comer con ansia a las ánades de mano de los niños que empachan sin compasión a los patos que se acercan a ellos. Me dejo resbalar en el asiento y estiro mis piernas mientras cierro por unos segundos los ojos consiguiendo relajarme con el sonido de las hojas que se agitan con el viento.

Al abrirlos, observo que encima del banco hay una tarjeta de visita que me había pasado desapercibida al sentarme. Leo y releo una y otra vez su contenido y me sorprendo tanto que miro en todas las direcciones por si acaso hay alguien cerca que me conoce y pretende investigar mis reacciones al descubrir el pequeño trozo de papel. Porque si no, ¿quién es el que me ha dejado una tarjeta de visita de una especie de sanador energético que se dedica a eliminar precisamente bloqueos emocionales?

viernes, 28 de noviembre de 2008

TERCERA PARTE: 1-La vida sigue igual

Se dice que pasar de lo malo a lo bueno no cuesta, que los cambios si son a mejor son siempre bienvenidos y que es más difícil asimilar cualquier modificación en nuestra vida de carácter negativo. Esta reflexión es tan obvia como que el mar es azul y todos los ombligos son redondos, o casi redondos.

Lo cierto es que mi vida no estaba yendo por muy buen camino en todos los sentidos. Trabajaba de sol a sombra por un mísero sueldo que se esfumaba como si estuviera formado por esencias altamente volátiles. El sobresueldo conseguido a causa de las horas extras era una buena ayuda, pero simplemente para sobrevivir, miraba los días que faltaban para final de mes con angustia, y a pocos cálculos que hiciera nada más cobrar sabía que ese mes, tampoco ahorraría.

Para no tener problemas de encuentros inesperados en los aseos mientras trabajaba por las tardes, decidí que lo mejor era subir a los aseos del piso superior, el camino era más largo, pero se agradecía para hacer acortar el tiempo que restaba para salir de aquella prisión. Me acostumbré resignada a trabajar más tiempo, aunque dudo que mi productividad aumentara lo más mínimo, es más, creo que durante la jornada normal de trabajo me tomaba más tiempo en resolver los expedientes, entreteniéndome con cada cliente que viniera más de lo acostumbrado.

Mi familia tampoco me daba muchas alegrías. Mi hermana llevaba ya demasiados meses saliendo con mi ex como para pensar que la relación era simplemente un rollo. El niño que esperaban era la evidente muestra del amor que se profesaba el uno por el otro. Aunque al hacerlo se me pusieran los pelos de punta, se podía decir que era una relación realmente consolidada de paseos, cine, cenas y domingos en casa de mi madre, la cual me echaba unos cuantos rapapolvos cada vez que faltaba a aquellas terribles comidas familiares en las que tenía que tragarme mi orgullo y mi dignidad. Y faltaba mucho. Siempre había excusas para no ir: un catarro, una cita importante, una gastroenteritis, trabajo atrasado. Supongo que mi madre no era tonta y se daba cuenta de la verdadera razón para no ir a aquellos encuentros, si bien es cierto que nunca me preguntó por mi estado de ánimo porque María y Manolo estuvieran juntos y encima embarazados.

Respecto a mi vida sexual-amorosa-sexual tampoco iba viento en popa. Mi vecino sufrió una especie de mutación y comenzó a desaparecer noche tras noche de su casa de lunes a viernes, y aunque es verdad que intentaba verme los fines de semana, eran justo los días en que estaba con Juan Carlos. Yo le ponía todo tipo de excusas más o menos creíbles, aunque dudo que fuera tan estúpido como para no saber que estaba con alguien. Yo contraatacaba y le intentaba llevar a mi terreno, diciéndole que las semanas tenían siete días y que podíamos vernos entre semana si a él le apetecía. Por más que le preguntaba la razón de sus salidas nocturnas, no me decía nada más que había cambiado de turno en el trabajo y que tenía que trabajar toda la noche. A mí me resultaba difícil de creer, dado que dudaba de que su trabajo de administrativo le requiriera aquel horario tan especial. Intuía que la razón era otra completamente distinta: la existencia de otra mujer a la que veía fuera de su apartamento para no encontrarse conmigo. Echaba de menos sus visitas de improviso, las noches de sexo desenfrenadas y las cenas juntos, le echaba mucho de menos la verdad... No quería prescindir de él o mejor dicho, no podía. La unión que había conseguido con él en la cama no la había conseguido jamás con nadie y sentía que a pesar de no beber o fumar, tenía una incontenible adicción por tener su cuerpo junto al mío. Pero yo ya había hecho mi elección y a pesar del mar de dudas en el que vivía, me había decantado finalmente por Juan Carlos.

Y es que Juan Carlos y yo seguíamos juntos más o menos, las menos era cuando me plantaba misteriosamente por su madre, a la que quería conocer para darle la enhorabuena por tener un hijo tan atento y cumplidor. Me empezaba a escamar de todo lo que me decía, o de lo que no me decía. Es cierto que no le pillaba en ninguna mentira, pero mi intuición me decía que era un embustero. Nuestra relación iba y venía como las olas que chocan contra la arena y después vuelven hacia el mar. Salíamos, hacíamos el amor, volvíamos a salir, pero no hacíamos planes juntos, ni hablábamos de un futuro próximo, eso estaba fuera de discusión. Era él el que decidía dónde íbamos, qué noches salíamos y cuales no. Cuando llegaba el fin de semana, no sabía qué sería de mi vida hasta que él comenzaba a exponer sus planes. Ni siquiera, a pesar de mi insistencia, coincidimos durante las vacaciones de verano ni un solo día. Es verdad que tampoco tenía mucho dinero para irme a ningún sitio, pero lo hubiera sacado de debajo de las piedras si hubiera querido que pasáramos juntos aunque fuera una semana juntos.

Esta forma de comportarse me reportaba una gran inseguridad en mi vida, me gusta saber lo que tengo en cada momento y dejar atadas las cosas. Era una sensación de estar con alguien y no estar, sentía que me estaba dando menos de lo que él podría, se reservaba tanta parcela de su vida para él, que yo me sentía como Alicia intentando entrar por la pequeña puerta que daba al País de las Maravillas. Lo mismo que Alicia tenía que hacer yo, tomaba el brebaje de “no pasa nada, tengamos paciencia” y me empequeñecía para poder pasar al mundo de Juan Carlos. Nada de preguntas, nada de interrogantes, nada de dudas, todo ello atacaba su infinita independencia. No eran infrecuentes las ocasiones en las que él me amenazaba con dejar la relación si no le dejaba “su espacio”.

Tras sus amenazas intentaba no perder la paciencia y contaba en silencio hasta cien para no mandarle definitivamente a la mierda y que cada uno se fuera con su independencia donde le diera la gana. Porque realmente lo que yo pensaba en aquellos fines de semana en los que él decidía y yo asumía era que el egoísmo se había enquistado en él desde tiempos remotos, quizás desde que su madre le mimaba en su tierna infancia.

Pero lo peor de todo de mi vida actual es que no sé decir que no, Clara lleva instalada en mi casa tantos meses que ni me acuerdo la razón por la que vino, miento, me lo recuerda cada noche cuando yo intento ver la televisión y evadirme de su presencia. Es cierto que paga los gastos de la casa a medias, con el alivio que me supone, pero es una auténtica calamidad, desordenada, sucia y caótica. Mi casa con ella no ha vuelto a ser la misma y bien pensado, ha resultado ser algo gafe para mí, ya que justamente desde que ella vino, Andrés dejó de entrar en mi casa. Me he propuesto de aquí a final de año, echarla definitivamente, necesito volver a sentir la paz interior que a veces sentía en la soledad de la que ahora carezco, de volver a tener colocadas mis cosas, de no contemplar horrorizada bragas ajenas tiradas en el suelo del baño y de no ver todo tan sucio y desaseado.

Hago la lista de las tareas que tengo pendientes, de las metas que me gustaría conseguir y siento que tengo todavía demasiado camino por delante, es más, parece que cada vez está todo más alejado. Me miro al espejo, aspiro firmemente y me digo a mí misma que mañana todo cambiará.

Mañana cumplo 37 años.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Maldito domingo

El despertar fue terrible por múltiples motivos. La luz del amanecer tras una borrachera aporta una desagradable perspectiva de la vida. Me dolía la cabeza y tenía el cuerpo entumecido, pero lo peor era ver que estaba Clara y no un hombre a esas horas a mi lado.

Me incorporé como pude y me fui directa a la ducha, mi amiga más fiel en los malos momentos que siempre conseguía aliviar, por lo menos a nivel epitelial, mi malestar. Al salir me sobresalté al ver que Clara se abalanzaba sobre mí y me daba un fuerte abrazo. Es cierto que el alcohol puede transformar en íntimos a amigos que hacía unos minutos tan sólo eran simples conocidos, pero de ahí a tener un contacto carnal por su culpa me resultaba algo exagerado.
-¡Eres un cielo Ninetta!-afirmó Clara dándome un sonoro beso en la mejilla- No sabes lo que te agradezco que me dejes quedarme en tu casa, me horroriza la idea de estar sola sin Jerónimo.

Miré a Clara sin comprender lo que me estaba diciendo o más bien, sin querer hacerlo por miedo a conocer la terrible verdad que parecía pesar sobre mí: que Ninetta, aparte de buena, era una completa estúpida que además era incapaz de beber con algo de sensatez sin soltar ninguna majadería.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Fin de semana en compañía

La cara de sorpresa que puso Clara al contemplar mi cuerpo desnudo no fue nada en comparación con la que debí de poner yo al ver que no era Andrés el que estaba en el umbral de la puerta.
-¡Clara!-dije yo con algo de susto.
-¡Ninetta!- dijo mi compañera a modo de mono de imitación-Siento haber venido sin llamarte antes, pero necesitaba hablar con alguien.

Después de descubrir que mi verdadero nombre era “alguien”, la invité a pasar. No era precisamente la mejor compañía que yo deseaba en esos momentos, pero su cara de disgusto y sus profundas ojeras me inspiraron sentimientos de ayuda y protección y mi lado de hermanita de la caridad flotó entre el mar de desesperanza y agobio en el que me había hundido el fin de semana.
-¿Qué te ha pasado? No has ido al trabajo estos días.
-No he podido ni levantarme de la cama-dijo Clara evidentemente agobiada. -Estoy mal Ninetta, muy mal. Nunca me había sentido peor en toda mi vida. Jerónimo…Jerónimo ya no está.
-¡Le has matado!-exclamé dejando traslucir mi lado morboso.
-¡No mujer, mira que siempre me dices lo mismo! No te enteras. Se ha ido, me ha dejado para siempre- Aquel “siempre” lo dijo con mayúsculas, recalcando en cada sílaba el profundo dolor que sentía por el futuro incierto que se le avecinada de posible soledad.

Clara comenzó a llorar y yo acerqué mi brazo a su hombro para tranquilizarla, pero sabía que poco podía hacer. Tendría que superar ella sola el duelo de la separación y el abandono del hogar de su marido, el tiempo acabaría borrando aquellos malditos días. Intentaba consolarla, pero vi que simplemente rellenando su copa conseguía mucho más que con todas las bonitas palabras que se decían en situaciones similares.

Así que tras bebernos toda la botella de ron, comenzamos a criticar a los hombres y comprobamos que tampoco teníamos ideas tan dispares sobre ellos. El alcohol hizo desaparecer nuestras penas y nos sumimos en tal estado de embriaguez que acabamos durmiendo de mala manera, Clara en el sofá y yo tirada en la alfombra del salón.

Me dormí como una bendita, me sentía feliz y contenta a pesar de no saber por qué. Mis problemas habían desaparecido.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Chats y desidia

Efectivamente, el número de gilipollas que pueblan los chats es mayor que el de ligones rurales que pululan los bares de la capital un sábado por la noche. Me niego a escribir como una tarada que no controla los signos de puntuación y a poner estúpidas caritas sonrientes de color amarillo cuando lo que realmente me apetece es poner un bulldog con hambre de una semana.

Tras intentar tener una conversación mínimamente coherente con seis candidatos y descubrir que el cien por cien de ellos lo único que pretende es tener sexo virtual conmigo, me rindo y me voy directa a la cama. A pesar de que es temprano y que no tengo sueño, me cobijo bajo las sábanas en busca de calor, protección y una desconexión del cerebro que me haga cambiar mi estado de ánimo. Ni siquiera tengo ganas de darme una alegría con mi vibrador y eso me preocupa, quiere decir que estoy peor de lo que parece.

Después de dar vueltas en la cama unas dos horas y media a izquierda y a derecha y dejar las sábanas parecidas a una cordillera montañosa, me levanto y voy a la cocina a cenar. Creo que el hambre me impide conciliar el sueño. Me decanto por hacerme una ensalada y confío en que las propiedades relajantes de la lechuga hagan su efecto y pueda dormir en paz. Me miro al espejo del baño y contemplo mi desastrada figura, haciendo un sobreesfuerzo me ducho e intento relajarme con el agua caliente cayendo por mi piel.

Mientras me seco con la toalla el timbre de mi puerta me sorprende alegremente. Me pinto los labios y acudo desnuda a abrir. No me hace falta preguntar quien es, lo sé, puedo oler a distancia las excitantes feromonas que desprende mi apasionado vecino.

El fin de semana va a mejorar por fin.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Fin de semana sin compañía

Sólo el que haya pasado un fin de semana como el que estaba pasando yo es capaz de entender en toda su magnitud la terrible esencia de la soledad cuando no se la desea como compañera. Cuántas veces he deseado quedarme sola cuando aún estaba casada con Manolo y cuántas ideas tenía para pasar aquellas pocas horas que me quedaba conmigo misma. ¿Qué ha sido de aquella Ninetta independiente que quería descubrir quién era? Aún no lo sé y dudo que me llegue a entender jamás. Me protejo contra las preguntas sin respuesta, contra las ilusiones desvanecidas y a las que he renunciado sin más. A medida que pasan los años siento más confusión en cuanto a lo que quiero y las metas que han de conducir mi vida. Camino sin rumbo entre los árboles de un tupido bosque y resignada sigo buscando el claro donde deseo descansar.

Deberían prohibir visionar a todos los que hemos pasado por un divorcio, películas románticas. Crecimos con ellas y con su esperanza y sólo la realidad nos ha despertado bruscamente. Acabo de llorar de principio a fin una lánguida película americana cuyo argumento no es más que una copia de tantas de su estilo. Un paquete entero de pañuelos para secar el mar de lágrimas en que se ha convertido mi rostro resulta insuficiente. Aún quedan lágrimas en mi corazón que dudo que desaparezcan nunca, se han quedado fosilizadas en él y responden ante cualquier alerta de tipo sentimental provocando nudos que comprimen mi garganta. Siento ese nudo ahora y me dejo arrastrar por las tristes sensaciones que me envuelven, muy parecidas a las que experimento al llegar las Navidades. Miro la ventana y el cielo gris no invita nada más que a seguir en ese estado de dejadez total. Suplico mirando hacia el techo que pase pronto el fin de semana para volver a tener cerca el calor humano de los compañeros de trabajo.

Apago la televisión, tantas horas en su compañía no me han provocado más que tristeza y jaqueca. Me preparo con desgana una infusión y busco en Internet la compañía que el mundo real no me ha dado en estas horas llenas de pensamientos negativos y filosofía barata. La conversación con mi hermana me ha dejado hundida por completo, ha sido un golpe bajo que no me esperaba. Siempre pensé que lo de María y Manolo sería un calentón temporal fruto de la sequía que ambos experimentaban. Me equivoqué.

Me meto en un chat y con una cierta dosis de ilusión, busco alguien inteligente con quien conversar. ¡Quizás hasta encuentre al hombre de mi vida! O por lo menos, si no lo encuentro, me encuentra alguien que consiga levantarme el ánimo.

viernes, 31 de octubre de 2008

Desagradables noticias

Mi hermana parecía ser la única persona en el mundo que se había acordado de mí ese fin de semana. A pesar de que su llamada me sorprendió, manteníamos un trato bastante distante desde que se relacionaba “profundamente” con mi ex, sentí que me venía bien hablar con alguien. María irradiaba alegría, era increíble que Manolo hubiera conseguido con ella lo que jamás consiguió conmigo. ¿Habría aprendido mi ex a follar durante los meses que estuvimos separados? Lo cierto es que aparte del encuentro que tuve con él una noche en la que estaba desesperada, dudaba que hubiera tenido ninguno más. Tampoco le veía capaz de irse de putas sabiendo lo recatada que era su madre y las ideas que le había inculcado sobre moralidad desde pequeño. Pero ese derroche de carcajadas que no estaba acostumbrada a ver en mi hermana tenía que ser por ese motivo. Nunca me contó nada de Fernando y sus artes amatorias, aunque presupuse que algo, aunque fuera mínimamente, había mejorado.

Pero mi hermana no me había llamado simplemente para charlar un rato conmigo y preguntar qué tal estaba. Eso le daba exactamente igual, me había llamado para pasarme por las narices su plena felicidad.
-Te tengo que contar una cosa Ninetta-dijo mi hermana bajando su voz y creándome intriga.
-Dime María... ¿Te ha tocado la lotería aparte de mi ex?
-Ja ja ja, ¡Qué mala eres! Menos mal que no me enfado. ¡Estoy embarazada!

Me quedé completamente muda. Por nada del mundo pensé que en vez de un hijo con Manolo iba a tener un sobrino. No lo soñé ni en mis peores pesadillas.
-Qué bien…Je je.
-Y otra cosa… Hemos decidido casarnos a finales de otoño. Bueno, va a ser algo sencillo, que por esas fechas ya estaré muy gorda ja ja ja. La familia y poco más. Pero queremos formalizar nuestra relación, no sabes lo que te agradezco que no os fuera bien. Bueno, no quería decir eso, ya me conoces.

Claro que la conocía, a la perfección. La muy cabrona me había restregado por la cara con el estropajo metálico toda su felicidad, su futuro marido y su futuro hijo. Me dolía la cara y me dolía todo el cuerpo de rabia. A veces parece que el destino premia y castiga a unos y otros con una total falta de justicia.

Yo me sentía en ese momento injustamente castigada.

jueves, 30 de octubre de 2008

¿Planes para el fin de semana?

Otro fin de semana de típica divorciada sin relación estable. Tras haber hecho las paces con Juan Carlos y prometerme que las cosas de aquí en adelante iban a mejorar, me ha plantado en el último momento. La excusa es la de siempre, su incombustible madre otra vez con problemas de salud. Sé que no debería ser mal pensada, pero no puedo evitarlo y más tras pillar a Vicente haciendo piruetas. Lo que es indiscutible es la multitud de hombres en edad de merecer o próximos a cumplir cuatro o cinco decenas de años que son incapaces de ser fieles y su máxima ilusión es compaginar dos o incluso en ocasiones para los más promiscuos, hasta tres relaciones. La mayor parte de las infidelidades se producen principalmente con compañeros de trabajo y la jornada laboral tan extensa es ideal para que se prodiguen los furtivos encuentros. Una vez elegida la presa y cuando ésta ha dado el visto bueno, todo resulta relativamente sencillo. Se mantiene una relación de cara a la galería y se tiene en horas de oficina otra más apasionada con el compañero o compañera al que, exceptuando esos momentos furtivos en escondites al cobijo de miradas indiscretas, no se ve nunca.

Respecto a Juan Carlos no sabía qué pensar. A veces montaba en cólera contra mí misma al llegar a la conclusión de que aquellas desapariciones se debían a la existencia de una tercera en discordia y otras veces simplemente pensaba que era una estúpida pensando así, llegando a la conclusión de que en realidad me quería. La única duda que se me planteaba en este segundo caso era si me quería más o menos que a su madre.

Lo cierto es que no quedar con él el fin de semana me producía algo de desaliento, quizás el mismo que me producía desconocer el paradero de Andrés, del cual nada sabía desde la última vez que nos acostamos juntos.

Sin planes, sin sexo y sin dinero. Creo que me dedicaré a ver alguna película en la televisión y sacaré del cajón mi maravilloso consolador a pilas. El sexo compartido es uno de los mejores inventos pero a falta de él, un buen revolcón con una misma siempre es una buena terapia.

martes, 28 de octubre de 2008

Croquetas y más croquetas

Tras pensar unas cuantas estupideces más me fui a la cocina. Mi trabajo aún no había terminado, la dichosa masa de las croquetas me esperaba como una maldición en el frigorífico. Coloqué la fuente sobre la mesa y comencé a dar forma a las croquetas. Las primeras salieron perfectas, semejantes a las de compra, pero al echar un vistazo a la masa que había gastado, la que me faltaba por consumir y haciendo unos rápidos cálculos, me di cuenta de que no podía seguir a ese ritmo y que tenía que reducir la perfección en busca de una mayor eficiencia, así que comencé a hacerlas mucho más grandes y deformes.

Pero la masa no estaba dispuesta a desaparecer sin más. Había cubierto toda la mesa de la cocina con las croquetas, la encimera entera y había colocado bandejas en el suelo con más croquetas. Con la ingente cantidad de ellas que me estaban saliendo podía alimentar a todo el vecindario durante un mes. Estaba harta de aquella bechamel que se burlaba de mi cansancio y a punto estuve de echar el resto por la taza del water, pero mi parte del cerebro dedicada al cálculo y a la economía, me lo impidió.

Tras jurar que no volvería a repetir la experiencia y haber perdido el apetito, decidí congelar toda aquella profusión de bolas aplastadas, intentando tener cuidado de que no se pegaran las unas contra las otras. Tenía clara una cosa: la experiencia me había servido para odiar las croquetas y dudaba que fuera capaz siquiera de probarlas algún día. Tendría que llamar a Andrés a menudo para que fuera él quien se las comiera. ¿Andrés? ¿Y por qué no me he acordado de Juan Carlos, si también cena de vez en cuando conmigo? ¿Cuál habrá sido el motivo para que no me haya llamado hoy? ¿Cómo es posible que se me haya olvidado echar sal en la masa de las croquetas?

jueves, 23 de octubre de 2008

Sorprendentes revelaciones

Estaba claro que mi querido jefe Vicente había olvidado por completo que a esas horas quizás su secretaria y él no fueran las únicas personas que estuvieran trabajando en la oficina. Bueno, lo cierto es que tampoco se podía aplicar la palabra “trabajar” a lo que hacían en esos momentos. Pili mantenía una difícil postura encima del lavabo y mi jefe parecía querer empotrar contra la pared tanto a su amante como al lavabo, sus arriesgadas maniobras tenían más de ejercicio que de trabajo.

-Perdón. –Dije yo cuando ambos se dieron la vuelta al verme aparecer.-Cerré la puerta de inmediato y corrí a mi despacho en busca de mi bolso para salir por pies de allí. No quería saber nada de las andanzas de Vicente y meterme en medio de ninguna historia, bastante tenía con las mías propias. Cerré el ordenador a golpe de botón y ni siquiera esperé a que viniera el ascensor, encaminándome a la salida por las escaleras.

Cuando llegué a la calle, comencé a tranquilizarme. Tampoco pasaba nada por haber pillado a la fogosa pareja, es más, aparte de que por fin había saciado mi curiosidad, siempre podría servirme de moneda de cambio para chantajear a Vicente si fuera necesario. Mientras caminaba, mi humor mutó y pude contemplar cómo me miraba la gente cada vez que me acordaba de la escena pensando que yo era una chiflada en cada una de las carcajadas que soltaba.

No sabía cuanto tiempo llevaría Vicente enrollado con su secretaria, pero quizás la escena de sonambulismo del hotel había sido el inicio de una etapa de relaciones extra conyugales fruto del aburrimiento. O simplemente ya la había comenzado hacía tiempo y yo podía haberme convertido en su nuevo rollo si me hubiera mostrado ante él “más abierta”.

Al llegar a casa, mi humor volvió a cambiar. Soy una mujer influenciable por las fases de la luna y esa noche parecía que más. Pensé que quizás no había en este mundo ningún hombre que fuera fiel y yo no iba a tener mejor suerte, dudaba de las ausencias de Juan Carlos y sabía de las andanzas de mi vecino. ¿Por qué nos resultaba tan difícil a las mujeres separar el amor del sexo? ¿Sería viable una operación para separar en el cerebro ambas cosas?

sábado, 18 de octubre de 2008

Un día interminable de trabajo

Hoy empiezo mi jornada laboral ampliada. El tiempo que voy a permanecer en el trabajo no alcanza a la mitad de un día completo, pero se aproxima peligrosamente. Ahora entiendo que la esclavitud jamás desapareció y que simplemente ha sufrido una especie de mutación en la que conseguimos encontrarnos más o menos a gusto sin sentirnos completamente frustrados. Creo que el hecho de ser consciente de ello es lo que me está provocando que la jornada se me esté haciendo tan terriblemente pesada. Aún no ha llegado siquiera la hora de salir para los trabajadores en general y ya me he movido tantas veces en mi asiento que creo que empiezan a notarse en el suelo una especie de surcos provocados por la rueda de mi silla.

El aburrimiento hace mella en mí y enlazo bostezo tras bostezo mientras intento, con gran esfuerzo, resolver los expedientes. Dudo de mi capacidad para trabajar a diario tantas horas y dejo volar mi imaginación de forma terapéutica pensando en cómo cambiaría mi vida si fuera afortunada en la lotería.

He pasado por el despacho de Clara pero hoy sorprendentemente no ha venido. No sé si su ausencia tendrá que ver con los problemas que tiene con su marido. Por lo menos espero que ambos tengan la cordura necesaria para no matarse el uno al otro, con que se separen sería más que suficiente.

Poco a poco mis compañeros de trabajo abandonaron sus puestos de trabajo y me quedé completamente sola. Las luces de los despachos apagadas y la luz de emergencia del pasillo me imponían cierto respeto. Resurgieron los miedos de mi infancia, mis dedos se empezaron a llenar de sudor y me fui a refrescarme al baño, esperando que el agua corriendo por mis manos y mi cuello me despertara para poder aguantar lo que me quedaba de castigo.

Al abrir la puerta de los servicios descubrí que no estaba sola y que por fin tenía respuesta a la identidad de los extraños gemidos que escuché hace unos días.

domingo, 12 de octubre de 2008

Reconciliación

Juan Carlos llegó a mi casa una hora después de haber aceptado su propuesta. No hablamos de nada que pudiera significar describir el tipo de relación que manteníamos, yo por lo menos, lo desconocía. Lo que sí me resultaba algo extraño era verle en mi sofá, cuando en días pasados el que se había sentado en él era Andrés. Por lo menos, demostraba la suficiente “profesionalidad” como para no confundirme de nombre entre uno y otro, porque de alguna manera, en esta etapa de mi vida estaba pasando por una extraña y recurrente bigamia, legalmente permitida dado que no me había unido en matrimonio a ninguno de los dos. Lo que empezaba a ver menos claro es con cual de ellos me apetecía tener una relación al cien por cien, con Juan Carlos y su defensa a ultranza de la independencia y sus frecuentes desapariciones parecía difícil, y con Andrés, del que nada sabía más que su lugar habitual de residencia y sus artes amatorias, menos. Mi vecino tenía por costumbre no hablar después del sexo, algo usual en la mayoría de los hombres, pero tampoco antes; en cambio, se explayaba ampliamente durante las relaciones. Su lenguaje en esos momentos de placer distaba mucho de ser correcto, pero era efectivo y conseguía calentarme lo suficiente en poco tiempo. Aparte de la temática sexual no hablaba prácticamente de nada más con él. Intentaba sonsacarle de su vida, su trabajo, sus relaciones pasadas, pero siempre evitaba contestar, lo más, me miraba con una media sonrisa en la boca y me instaba con su gesto a desistir.

Crucé los dedos para que aquella noche mi vecino estuviera ocupado y no se presentara de improviso en mi casa. Tener al amante al lado puede tener sus ventajas, fundamentalmente en términos de ahorro energético, pero también tenía sus inconvenientes, el principal lo tenía ahora entre mis piernas, aunque lo cierto es que tampoco le puedo llamar inconveniente, más bien al contrario, ¡oh cielos, qué placer…!

martes, 7 de octubre de 2008

Cocinando

Al llegar a casa tras una dura jornada de trabajo lo único que me apetecía era descansar en el sofá mientras miraba indiferente cualquier cosa que echaran en la televisión, pero saqué fuerzas de flaqueza, me puse mi inmaculado mandil y me propuse hacer de una vez aquellas croquetas de jamón que tanto se me resistían. El elaborarlas suponía más para mí de lo que pudiera parecer desde el exterior, era una necesidad de saber que era capaz de cumplir con unos planes establecidos a priori. Dado que mi vida amorosa era algo caótica, tanto como mi vida sexual, no me venía nada mal tener un punto de referencia en el que centrarme, aunque en este caso fuera culinario y comprobar que puedo decidir lo que hacer con mi futuro cuando me dé la gana.

Al leer la receta pensé que la mejor forma de maximizar mi tiempo para no tener que repetir todo el aparatoso proceso de creación de algo comestible era multiplicar los ingredientes por 5. No me venía nada mal tener caseras croquetas congeladas para sacar como buena anfitriona a mis invitados, concretamente a Andrés, el más fiel a la hora de degustar mis cenas.

Así que cogí una caja de mantequilla, un paquete de harina y la cazuela más grande que encontré y comencé a elaborar la salsa bechamel. Por lo que señalaba la receta, era algo simple y sencillo, tan simple como remover hasta que las muñecas flojearan mientras se iba echando la leche con la mano libre.

Tras cinco minutos en los que sentí que mi mano ya no era de mi propiedad y que los pinchazos que sentía en los dedos me recordaban que estaba equivocada y que el dolor sí era mío, y gastar unos tres litros largos de leche, conseguí una masa grumosa de aspecto no muy apetecible. Por más que mataba aquellas duras burbujas llenas de harina contra las paredes de la cazuela a medida que iban apareciendo, no conseguí bajar su número, es más, yo creo que se multiplicaban como por arte de magia.

Busqué ayuda en un cajón y la encontré en forma de batidora, la metí con ansiedad y obtuve por fin una bonita masa color crema, perfectamente elástica y sin un solo grumo. Eché el jamón en pequeños trozos tras cortarme un dedo y lo revolví ilusionada. Cuando apagué el fuego contemplé mi obra una y otra vez y me sentí orgullosa de mí misma, guardé la masa en el frigorífico y me fui a mi sofá. El guerrero necesitaba un merecido descanso tras la batalla. Encendí la televisión y en el preciso instante en que me acomodaba en el hueco que ya tengo domado en el sofá, mi móvil parpadeó anunciando la llegada de un mensaje: “¿Te apetece que nos veamos esta noche?”

Apagué la televisión y me dirigí al dormitorio para vestirme.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Salvatore Pizzo, el galán del mar


La historia de Clara removió todo lo que yo deseaba que quedara olvidado para siempre. Sabía que era imposible, formaba parte de mi pasado y ni siquiera el transcurso de los años era capaz de borrarlo. Realmente pensar en la historia de mi madre me daba cierto miedo, igual que cuando uno no quiere tener contacto con alguien enfermo para no ser víctima de contagio.

Fue cuando yo tenía siete años cuando mi madre nos reunió a mi hermana y a mí y nos confesó que mi padre había desaparecido en la mar. Había fallecido fatalmente una noche en la que el barco en el que trabajaba zozobró, lanzándole a las aguas como si de un maldito se tratara. Lloré su muerte bajo las sábanas de mi cama muchas noches, aunque no comprendía la frialdad de mi madre por aquel hecho que parecía no perturbar su espíritu. No derramó ni una sola lagrima en nuestra presencia. Al principio pensé que era simplemente para que viéramos que su fortaleza podía con las calamidades y como buena madre, tenía que dar ejemplo a sus hijas, huérfanas en ese momento de padre. Fue un día de rebeldía adolescente cuando criticando duramente su falta de sentimientos en comparación con los que el recuerdo me daba de mi padre cuando saltó, confesándonos la cruda verdad.

Mi padre se llamaba Salvatore Pizzo, y lo digo en pasado, porque a estas alturas de mi vida poco me importa ya que esté vivo o muerto. Había nacido en un pequeño pueblo de Italia llamado Positano, situado en el sur de Italia. De padres pescadores, comenzó muy temprana su afición a la mar, haciéndose marino mercante al cumplir los dieciocho años. Su porte distinguido y su cálida voz hacían embaucar a las muchachas a las que iba enamorando de puerto en puerto. Fue en unas vacaciones que mi madre pasó con su familia en Cádiz cuando se conocieron. Se enamoraron perdidamente y en un acto de locura se casaron tras dos meses de relaciones, justamente antes de que Salvatore tuviera que embarcarse de nuevo. Por aquel entonces trabajaba en un petrolero, no le faltaba el dinero y convenció a mis abuelos de que era más que un buen partido, un partidazo para su niña.

Pero en dos años, la familia se duplicó, y nacimos María y yo. Salvatore no llevaba nada bien la vida casera con hijas a cargo y anhelaba ya al segundo día de estar en casa volver a la mar y a su independencia. Las ausencias de mi padre se hicieron más prolongadas y mi madre cada vez estaba más desesperada intentando vivir sin marido y con dos hijas a su custodia. La memoria es algo injusta, pues de aquellas ausencias y los pesares de mi madre no me acuerdo, tan sólo recuerdo la alegría de ver regresar a mi padre y los regalos que traía de lejanos lugares.

Y un buen día no volvió. Mi madre miraba el calendario, haciendo cuentas sobre los días que había estado en la mar, pero ya eran demasiados, el obligado descanso tenía que haberle llegado hacía tiempo. Al no tener noticias pensó que le habría pasado algo, quizás había enfermado y sus compañeros de barco no la querían alarmar hasta no estar bien. Nerviosa por la espera no tardó en llamar a la mujer del mejor amigo de mi madre y fue por ella por la que se enteró de que mi padre había conocido a otra mujer y que no tenía pensado volver a casa, ni siquiera para dar explicaciones o despedirse. Abandonó a su mujer y nos abandonó a nosotras sin ningún cargo de cargo de conciencia por su parte.

Quizás haya influido aquella historia ahora en mi vida y haya condicionado mi forma de relacionarme con los hombres, todos mis miedos, mis dudas y mi necesidad de buscar al hombre perfecto, sí, ese que no te abandona por otra. La verdad es que, tras ver lo que le ha pasado a Clara, a veces pienso si no merecería la pena hacerse un cruce en los genes para convertirse en lesbiana, olvidar el proceloso e incomprensible mundo masculino y tratar simplemente con mujeres que tienen la misma forma de pensar que yo. Lástima que sigan sin gustarme y me pierda por una voz masculina y un buen instrumento entre las piernas…

Blognovela de oro del mes de septiembre


El directorio de novelas blog en español: www.blognovelas.es ha concedido a "Las confesiones eróticas de Ninetta" a través de votación popular el premio "Blognovela de oro del mes de septiembre"

Muchas gracias!

Besos

Ninetta

viernes, 26 de septiembre de 2008

Experiencias con el ordenador

De regreso a mi despacho veo que Clara me espera intranquila paseando en círculos, me aborda sin dejar siquiera que me siente, cierra la puerta y me agarra los brazos para que no sea capaz de moverme sin antes haberla escuchado con toda la atención.
-¡Ay Ninetta! ¡Ni te imaginas que le he hecho a Jerónimo!
-¿No le habrás matado? –pregunté esperando lo peor.
-Mujer, no. Pero no te miento si te digo que lo he pensado muchas veces-confesó con seriedad.-He chateado con la tía esa con la que se escribe haciéndome pasar por él.
-Eso suena bien, anda, siéntate y me lo cuentas con calma, aunque ya me lo imagino.
-Jerónimo tiene pensado traer a esa mujer a España-dijo Clara dejando un cinematográfico silencio tras el comentario- Cuando me ha dicho la ilusión que le hacía venirse a vivir con él el próximo mes me he quedado de piedra, le he sonsacado llevándole la corriente y me ha dicho que ya tiene todos los papeles preparados y que desea que él consiga el divorcio cuanto antes. Se ha vuelto completamente loco. A mí no me ha comentado nada, simplemente pensaba que teníamos una mala racha y que con el tiempo la superaríamos.
-¡Qué hijo de puta!
-Al principio no sabía si cortar la conversación, descubrirme o mandarla a la mierda, pero después las ideas me han venido solas. Le he dicho que antes de consolidar nuestra unión quería ser honesta con ella y confesarle ciertas cosas de mi vida.
-¿Y?
-Le he contado que realmente mi economía está muy mal, que están a punto de embargar mi piso y que hay un expediente de regulación de empleo en la empresa donde trabajo, teniendo todos los boletos para que me despidan prontamente dada mi edad.
-¿Y a ella no le importó lo que le dijiste?
-Bueno, no lo sé, no le dejé meter baza. Continué diciéndole que tenía una infecciosa enfermedad en mis genitales que me provocaba erupciones cutáneas pustulosas por todo mi cuerpo. Imposible de curar, me lo han confirmado varios médicos.
-¡Qué asco Clara, ja ja ja!
-También le dije que la monogamia me aburría y que tenía previsto traerme otras dos mujeres de Ecuador y Bolivia que compartirían con ella su amor por mí.
-Te has pasado.
-Bueno, un poco, pero se lo merecía. Reconozco que mi afán de venganza supera mis remordimientos.

Lo cierto es que Clara tenía mucho mejor aspecto desde que las infidelidades cibernéticas la habían despertado de la modorra marital. Estaba más guapa y los ojos le brillaban de forma especial.
-¿Y Jerónimo? ¿Le has notado algo raro después? –pregunté con curiosidad.
-Aún no le he visto. Se fue de viaje y vendrá esta tarde. Supongo que por la noche se meterá a chatear, como siempre.
-Mañana me lo cuentas todo.
-No dudes que lo haré-dijo Clara seriamente-.
-Gracias.
-A ti por tus consejos.

Clara se marchó de mi despacho y yo me quedé sola elucubrando sobre la posibilidad de suplantar a alguien para enterarme de sus trapos sucios. Creo que mi venganza hubiera sido peor, y más después de conocer, cuando aún era una niña, de labios de mi madre, la historia de nuestro padre. Pero matarle no, no le mataría, eso creo…

domingo, 21 de septiembre de 2008

Dolores musculares

Al despertar por la mañana casi no podía moverme, tenía la espalda rígida y numerosos moratones por todo mi cuerpo, principalmente en mis nalgas. La próxima vez imitaría la necesidad de comodidad de mi ex a la hora de hacer el amor y llevaría a Andrés a la cama, otro día de sexo tirada por los suelos y me tengo que pedir la baja.

Hoy el autobús ha llegado algo retrasado y he experimentado en toda su plenitud la cercanía de la humanidad: me han pisado, aplastado y he tenido que aguantar la respiración para no tener que percibir nauseabundos olores producto de una mala higiene diaria. Echo de menos la soledad de mi coche, mi climatizador y mi bienestar. Ser pobre tiene más inconvenientes de los que yo pensaba.

Al llegar al trabajo dejo mi bolso encima de la mesa de mi despacho y me dirijo directamente a ver a Vicente. Dado que observo que es difícil disminuir el montante mensual de mis gastos he pensado que podría aumentar mis ingresos haciendo horas extras después de la jornada habitual. Se lo digo a mi jefe no sin antes dar un pequeño rodeo hablándole de la cantidad de expedientes que se acumulan en mi mesa por la falta de tiempo y de ayuda de algún subordinado. Le expongo tan crudamente la cuestión que incluso es él el que me comenta la posibilidad de hacer horas extras. Me encanta saber que mis artes manipulatorias con los hombres siguen dando resultado. Me digo a mí misma que me encanta ser mujer, igual que en los abominables anuncios de compresas, donde lo afirman con una inconsciente alegría.

¿Quién será el responsable de estas penosas campañas de publicidad donde tratan a las mujeres como si fueran idiotas?

viernes, 19 de septiembre de 2008

Un desastre de cocina

Tras la orgía de polvo de harina Andrés se dirigió al salón a ver la televisión, rutina habitual en él tras el sexo, y yo me quedé en la cocina contemplando el desaguisado: aún había polvo en el aire, el suelo estaba intransitable y sobre la mesa había una extraña mezcla de harina y cerveza que comenzaba a fermentar. No sabía por donde empezar así que pensé que, dado que estamos bajo la influencia de la fuerza de la gravedad, lo mejor era ir de arriba abajo.

Limpié los pegotones que se habían incrustado sobre la mesa y fregué el suelo una y otra vez hasta contemplar que el agua que quedaba en el cubo de la fregona no lucía blanquecino. Estaba agotada, más por la limpieza que por la placentera sesión que habíamos tenido, aunque intuía que la espalda me dolía principalmente por lo segundo. Cogí unas latillas recién compradas en el supermercado, las vertí sobre unos vistosos platos y las llevé al salón para cenar con Andrés. Tendría que esperar a otro momento para mostrarle mi arte culinario. Todavía me quedaba otro paquete de harina para hacer las croquetas, no todo se había perdido.

Me senté a su lado y Andrés, en vez de atacar la comida cual naufrago que acaba de encontrar en la isla por fin algo con lo que alimentarse, se arrimó a mí y me dio un tierno abrazo.

Si tuviera una margarita a mano la deshojaría mientras lanzaba al aire la única pregunta que se me ocurría en ese momento. ¿Sería verdad que me quería? ¿O simplemente era una muestra de agradecimiento por la cena?

viernes, 12 de septiembre de 2008

Enharinados

Cuando abro no me sorprendo de ver al otro lado a Andrés, no he respondido a su mensaje multimedia que me envió hace unas horas y estará escamado. Mis planes de ahorro popular no me permiten enviar más que algún mensaje de texto en caso de urgente necesidad. Espero que esto no afecte a mis relaciones personales demasiado.
-Hola mi vecina favorita-dijo Andrés agarrando mi cintura y besando mis labios-¿qué hacías?
-Estaba guardando la compra en el frigorífico e intentaba hacer unas croquetas.
-Genial, me quedo a cenar, me encantan las croquetas-dijo auto invitándose.

Nos dirigimos a la cocina y mientras él bebe de una lata de cerveza yo voy colocando los artículos en el refrigerador, es increíble lo vacio que estaba. Leo Con detenimiento la receta ante la atenta mirada de Andrés que aprovecha la cercanía para acariciar mis piernas, intento concentrarme en la lectura, pero es imposible, mi vecino se coloca detrás de mí, besa mi cuello repetidas veces rozando suavemente con sus labios la fina pelusilla de mi nuca. Sufro una estremecedora descarga eléctrica por todo mi cuerpo que me hace permanecer inmóvil. Planta una mano sobre mi glúteo izquierdo y la otra sobre mis pechos. Estoy de nuevo a su merced, el placer de estar a su lado vuelve a dominar mis actos. Achucha su pelvis contra mis nalgas y percibo su miembro erecto. Soba mi cuerpo hasta no dejar ni una parte de mí sin tocar. Intento acercar mi mano hasta su sexo pero sujeta mis muñecas y me tumba sobre la mesa de la cocina. Pego mi barbilla sobre el tablero con algo de incomodidad pero con gran excitación. Andrés levanta mi vestido con una mano y baja mis bragas hasta las rodillas. Siento desfallecer de goce cuando resbala su miembro en mi interior y comienza una alocada cabalgada sobre mí.

Las sacudidas y el traqueteo hacen que el paquete de harina recién abierto se caiga, mitad sobre la mesa y la otra sobre mi cara, intento quitármela pero consigo todo lo contrario, que me ponga aún más blanca, que se expanda por mis pechos y que el fino polvillo se introduzca en mi garganta forzándome a toser. Hago un gesto a Andrés pidiendo socorro y cambiamos de postura, yéndonos directamente al suelo junto con el paquete de harina, que lo empuja mi vecino sin querer. Siento las baldosas de la cocina en mi carne, mis riñones estrujados pero aún soy capaz de gozar con mi vecino, que hace que me olvide poco a poco de lo duro que está el suelo de mi cocina.

En el momento de máximo apogeo, Andrés me sorprende con un “te quiero” inesperado. Le miro pero tiene sus ojos cerrados y disfruta plenamente de un intenso orgasmo.

¿Lo habrá dicho en serio o era simplemente fruto de la pasión del momento?

lunes, 8 de septiembre de 2008

En la cocina

Al llegar a casa contemplo ofuscada que mis planes de ahorro no van a ser tan fáciles de cumplir como yo pensaba. Tendré que ir lentamente, eliminando poco a poco aquellas cosas que hasta ese momento calificaba de imprescindibles. Como quien intenta dejar una droga y necesita consumir metadona para no sufrir el síndrome de abstinencia.

Sumando y comparando veo que, lamentablemente, la mitad del dinero me lo he gastado en dulces y chucherías. Muy mal para mi economía y peor para mis caderas, quiero seguir conservando el buen tipo que mantengo no sin esfuerzo.

Extraigo de las bolsas de plástico, que por cierto he tenido que abonar, todas las materias primas y las distribuyo sobre la mesa. Por más que las miro no encuentro la solución al problema de cómo mezclarlas y en qué cantidades y acudo al libro de recetas de cocina, pero la tarea es ardua: carezco de muchos de los ingredientes para elaborar las recetas, el confuso lenguaje de “pizcas”, “puñados” y extrañas expresiones como “harina, la que embeba” me resultan imposibles de descifrar y observo que, tras pasar una larga temporada sin cocinar absolutamente nada, he olvidado lo poco que aprendí. ¿Sabré aún montar en bicicleta?

Tras hacer un concienzudo estudio sobre lo que puedo hacer me decanto por elaborar unas croquetas de jamón, no me gustan las congeladas, tienen una masa pastosa que se me pega al paladar al intentar deglutirla y sus indefinidos tropezones me producen cierto respeto, no soy capaz de identificarlos dentro de ningún grupo de comida y eso me preocupa lo suficiente para intentar filtrarlos uno a uno con la lengua. Tengo todo lo necesario para hacer unas exquisitas croquetas caseras así que me pongo manos a la obra de inmediato. Me cambio de ropa, lavo mis manos concienzudamente y comienzo la labor abriendo un paquete de harina, pero en ese preciso instante alguien llama a mi puerta.

Creo que voy a colgar del pomo de la puerta un cartel similar al que se pone en las habitaciones de los hoteles. El texto sería algo así como “no molesten” o “quiero que me dejen en paz de una puñetera vez”

jueves, 4 de septiembre de 2008

Planes de ahorro

Hoy mismo he empezado mi plan de ahorro popular comprando unas cuantas materias primas en el supermercado que está en la calle paralela a donde vivo. Me gustan las tiendas de alimentación donde todo está pulcramente ordenado y en sus estanterías rebosan productos de múltiples marcas, la curiosidad me impele a probar las nuevas exquisiteces y manjares que en cada visita me ofrecen. Eso se acabó. Cambio mi supermercado de capricho por éste, más parecido a una nave industrial, donde los artículos se amontonan con desgana en las mismas cajas que sirvieron para su traslado desde la fábrica. Cambio a las amables empleadas con uniforme de marca y aspecto perfecto por éstas, que lucen su cara lavada, pelo recogido con un grueso coletero, bata azul y toscos zuecos.

El supermercado acoge mi presencia con un frío glacial, fruto de la ausencia de calefacción y de algún sistema de ventilación que transforme el lugar en una cálida estancia donde pasar largo tiempo, el invierno se ha quedado impregnado en cada una de sus paredes. El gran portón que comunica la zona de ventas con el almacén provoca desagradables corrientes de aire y en general, es como si quisieran echar de allí a los pocos clientes que tenemos la valentía de comprar por primera vez.

Tras coger un carro y ver que me es imposible dominarlo dada su constante tendencia a desviarse hacia la izquierda, comienzo mi peregrinación de consumidora venida a menos. Aquí no hay productos multicolores, sólo grises artículos extranjeros de marcas imposibles de pronunciar correctamente sin sufrir una luxación mandibular.

Lleno mi carro de latillas variadas, muy socorridas para apaños de última hora y de sanos productos hortofrutícolas, imprescindibles para preparar sanas recetas. El carro rebosa salud por los cuatro costados.

Tras pasillear un buen rato consigo acostumbrarme al gélido ambiente del lugar, no ha sido tan traumático como yo pensaba. Diviso de lejos la línea de cajas con sus aguerridas empleadas, me encamino con paso firme y decidido hasta ellas, pero algo consigue desviar mi atención: a mi derecha, una estantería algo más cuidada que las anteriores ofrece todo tipo de bollos y chocolates de múltiples colores, tamaños y sabores. Siento que me tiemblan las piernas, que mi voluntad se debilita y que la caja, antes a tan sólo dos metros de distancia, ha sufrido un extraño alejamiento y apenas soy capaz de distinguirla.

Ninetta recuerda, tienes una activa vida sexual como para comprar chocolate, puedes prescindir de él por completo y lo que es más importante: posees una lozana hipoteca a la que hay que alimentar. ¡Contente por Dios!

martes, 2 de septiembre de 2008

Problemas de números

Hace varios días que Juan Carlos y yo no nos llamamos. Un breve periodo de reflexión tampoco nos viene mal a pesar todo. No obstante, he suplido las carencias afectivas que él me proporcionaba con unos buenos achuchones por parte de mi vecino. No puedo evitar ponerme como una moto a su lado, el cerebro se me ablanda en esos instantes como por arte de magia.

El juego de los mensajes porno multimedia me está gustando más de lo que yo hubiera pensado. El reto: sacarnos fotos en los lugares más insospechados o arriesgados. He vuelto a tener otra sesión fotográfica con él. Un provocativo y sugerente vestido de red ha sido el protagonista. Jamás me habían regalado nada tan excitante, me ha gustado sentirme dentro de él, ver como ceñía mis pechos y achuchaba mis nalgas. No podía dejar de mirarme narcisistamente al espejo, olvidando por unos momentos a Ninetta, su vida y sus preocupaciones y me he convertido en otra mujer, cuya única preocupación era la de satisfacer sus deseos. Porque lo cierto es que este mes no ha sido muy bueno y no me refiero simplemente a los problemas sentimentales, los problemas económicos empiezan a tomar una preocupante primera posición. Necesito urgentemente que llegue final de mes y cobrar de nuevo. El seguro del coche me ha subido vertiginosamente por culpa del accidente que tuve a finales del año pasado cuando llevaba a Andrés al hospital y tuve la mala fortuna de chocar justamente con un coche de policía. Creo que esto está doblemente gravado por las compañías aseguradoras. Es imposible entrar en un supermercado sin salir después con una extraña sensación de que has sido timada miserablemente. Y las gasolineras últimamente parece que no expenden gasóleo, sino caviar iraní del bueno, dados sus precios.

Pero lo peor ha sido el aviso de mi banco comunicándome amablemente mi nueva cuota hipotecaria, recién revisada tras las últimas subidas del Euribor. Cuando he leído la cuota unas veinte veces, he sentido un extraño mareo que me ha hecho sentarme en el sillón de mi propiedad para asimilarlo. Miro las baldosas de mi piso y me pregunto cuántas de ellas serán ya realmente mías. 140 euros de aumento suponen todo un trastorno en mi vida. ¡Hace siglos que no ahorro!

Tras el susto inicial y tras intentar hacer cuentas con los dedos sin mucho éxito para buscar una solución a mi problema, he optado por coger un papel, un bolígrafo y me he propuesto hacer un plan de ahorro urgente. Tengo que disminuir mis gastos en la misma proporción en la que ha aumentado el maldito tipo de interés. Aún recuerdo mi etapa de casada con Manolo, cuando el pago del préstamo que solicitamos por la casa no nos suponía ningún problema y lo pagábamos cómodamente entre los dos. Tras divorciarme y quedarme yo con ella, tuve que rehipotecarla para dar a Manolo la parte que le correspondía.

Así que hasta final de mes, nada de lujos. Se acabaron las copas de fin de semana, la ropa de temporada y los taxis al salir del trabajo. Echaré un vistazo a las recetas del libro de cocina que mi madre me regaló al casarme y haré comida casera para evitar los restaurantes. Haré un serio estudio de las ofertas de los supermercados y compraré en el más barato. Intentaré usar menos el coche y más el transporte público, por mucho que odie que la gente se agolpe contra mí. El petróleo amenaza con ponerse por las nubes y de momento, las colonias que me han regalado desde hace años y que acumulo en un cajón, dudo que funcionen como sustituto.

Me siento igual que el ministro de economía mientras explica en la televisión su política restrictiva del gasto público para afrontar la crisis económica.

¿Tendré que reducir también el número de mis mensajes multimedia?

lunes, 23 de junio de 2008

Cambio de papeles

Hoy he quedado con mi hermana a tomar un café. Hace varios días que Juan Carlos y yo no nos llamamos y no me encuentro demasiado animada. Sé que ver a María es un puro acto de masoquismo, pero me resigno al castigo y a la humillación familiar.

Antes de nada le he prohibido que hable de su relación con Manolo. Se me revuelve el estómago sólo de pensar que mi ex folla con mi hermana. ¿Será más apasionado con ella de lo que era conmigo?

-¿Y qué tal en la cama? –Pregunto finalmente cuando siento mi curiosidad a punto de estallar.

-¡Maravilloso! Mejor que con Fernando –responde casi sin pensar y con tal sonrisa de felicidad en su cara que me dan ganas de levantarme e irme para que no pueda percibir la rabia que me da- Por cierto, no sabes lo de Fernando ¿verdad?

-¿Qué le pasa? –pregunto sin mucho interés.

-La peluquera le ha dejado por un camarero cachas mucho más joven que él. Le han castigado con la misma moneda, ja ja ja. ¡Qué se fastidie!

-Si es que Fernando es otro gilipollas, como Manol…- me doy cuenta de lo que estoy diciendo y me callo-

-Pero lo mejor de todo- continuó María haciendo caso omiso a mi anterior comentario- es que el muy desgraciado me llamó un día para decirme que me amaba, que me echaba de menos y que quería que volviéramos a estar juntos. Yo alucino. Ahí fue el momento en que me aproveché de su debilidad para darle la puntilla. Le conté que estaba reformando el piso para irme a vivir con mi novio, ja ja ja. ¡Se quedó mudo!

Tan muda como me quedé yo al escucharla. Por lo visto había parejas que tenían un ritmo mucho más rápido que el que me imponía Juan Carlos. Ella se iba a vivir con Manolo y yo, luchaba por tan sólo pasar un fin de semana con él.

¡Pero qué vida tan injusta!

viernes, 6 de junio de 2008

Peleas

Esta noche Juan Carlos y yo hemos discutido. Rechaza sistemáticamente todas mis proposiciones para irnos juntos un fin de semana a una casa rural. Él dice que eso es ir demasiado deprisa y yo no estoy de acuerdo. Simplemente me apetece desconectar de todo junto a la persona que quiero. ¿Acaso es un delito? Insiste en que necesita espacio y tiempo y me ha insinuado que en ocasiones resulto agobiante, cosa que me ha repateado. Tengo la impresión de que su reacción es la típica de los hombres con miedo al compromiso. ¿Es que piensa que yo lo tengo más claro que él? ¿Realmente cree que pasar un fin de semana conmigo es un paso previo al matrimonio? ¡Será estúpido!

Lo cierto es que en esta ocasión no he tenido paciencia y en vez de esperar a una próxima fecha en la que él por fin se encuentre en condiciones de aceptar, le he mandado directamente a la mierda y a su casa, y no he podido dejar de decirle mientras le daba con la puerta en las narices, que la única razón de que no quiera que vayamos juntos de viaje es que no me ama y que en realidad, lo único que mantenemos entre nosotros es un rollo continuado.

Al irse de mi casa me siento más sosegada pensando que he hecho lo más adecuado, pero tras media hora, mi cabeza me juega una mala pasada y la alegría por haberle echado se enturbia. ¿Habré sido demasiado dura con él? ¿Realmente me quiere como yo quiero que me quieran? ¿Era mañana o pasado cuando me venía la regla?


sábado, 31 de mayo de 2008

Curiosidad infinita

Salgo del baño cual alma que lleva el diablo y en el pasillo, cuando creo que los apasionados amantes no son capaces ya de escuchar mi voz, contesto a Juan Carlos su llamada. Su madre está mejor, pero le ha sido imposible llamarme puesto que se olvidó el teléfono en su casa. Acepto sus disculpas y le miento diciéndole lo mucho que le he echado en falta esos días. Me ha prometido compensarme esa misma noche. Dejaré que lo haga, los mimos siempre le han venido bien a mi cutis.

El resto de la jornada no puedo dejar de pensar en la pareja del baño. Me resulta extraño no haberme dado cuenta de ningún nuevo lío entre mis compañeros y tampoco ha llegado hasta mis oídos cotilleo alguno sobre la cuestión. Lo que sí he hecho de inmediato es cambiar la melodía de mi teléfono que me identifica tanto como mis huellas digitales. La obertura de Guillermo Tell puede descansar en mi archivo de melodías por una buena temporada. No quiero ser descubierta ni tachada de curiosa.

Llega un mensaje a mi móvil y lo abro sin detenerme a mirar su procedencia, pero su contenido me deja atónita: es un mensaje multimedia con una fotografía de un primer plano del pene del mensajero. Busco el emisor con curiosidad y ciertas sospechas, me resulta familiarmente conocido, y confirmo que el apéndice retratado es de mi vecino. Pero no conforme simplemente con la imagen y por si acaso me hubiera quedado alguna duda sobre sus pretensiones, le acompaña un escueto texto con dos palabras “TE DESEO”.

Mi morbo me impide borrar la imagen, reconozco que disfruto mirando una y otra vez aquel miembro a todo color del tamaño de la uña de mi meñique. Me teletransporto por unos instantes a la casa de Andrés y a la última noche que hicimos el amor, salvaje y apasionadamente. Son sólo mis instintos primitivos, lo sé, a veces se manifiestan con tanta transparencia que tengo miedo de que me dominen por completo y lo que es peor, echen a perder mi relación con Juan Carlos.

Vuelvo al baño. Ha pasado el tiempo suficiente para que el lugar esté de nuevo tranquilo. Me cierro a cal y canto en uno de los servicios y con algo de nerviosismo me desabrocho mis pantalones y bajo mis bragas. Mi sexo depilado es muy fotogénico, así que sin pensarlo demasiado, intento enfocar de oídas y le hago una foto con el móvil. El resultado es lamentable: falta luz, me ha salido algo borrosa y mi sexo ha salido tan cortado que ni siquiera se distingue de qué se trata. Dudo que alguien se pueda excitar con mi foto por muy imaginativo y calenturiento que sea, así que intento quedarme quieta, colocarme de cara a la luz y hacerme una nueva foto con las piernas abiertas. Miro el teléfono y me sorprendo por lo bien que ha quedado. Pero antes de enviarla pienso que no estoy haciendo bien. Vuelven los remordimientos y la sensatez se vuelve a sentar en mi hombro derecho para explicarme pacientemente la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Así que no la envío.

Cuando llego a mi despacho y me siento, noto como mi cuerpo se recalienta de deseo, cojo el teléfono y le doy a la tecla de enviar…



viernes, 23 de mayo de 2008

Fogosidad en el baño

No me he equivocado. En el baño contiguo se acaban de meter un hombre y una mujer. Intento adivinar por sus jadeos de quien se trata, pero me resulta imposible, no tengo recuerdo de otros jadeos anteriores que me permitan comparar. Pepe, el único con el que he tenido una noche de “no sexo” no recuerdo que gimiera siquiera antes de quedarse dormido. Intento permanecer lo más quieta posible, pero comienza a picarme la nariz. Esta maldita alergia primaveral cada vez aparece antes, quizás algún día llegue a parecerse a las cigüeñas y ni siquiera desaparezca de mi cuerpo durante el invierno, sumiéndome en un perenne estado de estornudos y picor nasal. Los ojos me lloran como venganza a mi contención, muevo la nariz de izquierda a derecha cual protagonista de “Embrujada” y por fin parece que mi sistema inmunitario logra salir victorioso en la lucha contra los alergenos.

Por el ritmo de los jadeos y movimientos de la fogosa pareja, intuyo que están a punto de finalizar. Han subido el volumen de sus gemidos mientras pegan involuntariamente alguna que otra patada a la puerta del baño.

En ese mismo instante, mi teléfono móvil comienza a sonar y yo finalmente estornudo nerviosa sin poder evitarlo. No podía haber elegido Juan Carlos un momento más inoportuno para contactar conmigo…



sábado, 17 de mayo de 2008

Y el mundo marcha

Es increíble como pueden cambiar las cosas a medida que pasan los años. Durante mi época de casada, ondeaba la bandera de la fidelidad con orgullo y pasión. Daba igual que no fuera feliz, que no tuviera ni un mísero orgasmo en mi vida sexual, y que no conociera la delicia de tener un hombre a mi lado que me hiciera estremecerme. Y ahora, cuando el tiempo ha pasado y siento que disfruto de una relativa estabilidad emocional al lado de Juan Carlos, no siento haber hecho nada especialmente malo acostándome con Andrés. Sé que no es una correcta forma de actuar, de acuerdo, pero Juan Carlos no tiene por qué enterarse, los ignorantes viven felices en su ignorancia. Y así haré que sea.

Pero me he propuesto que no volverá a repetirse de nuevo. Me dejé llevar por el alcohol, por la pasión que despierta en mí Andresito y por mi incontenible deseo, a veces parece que mi sexo tiene más peso específico que mi propio cerebro. He decidido olvidarme de lo que pasó, un error lo tiene cualquiera, a veces soy una mujer débil y eso es excusable. No creo que una pequeña falta merezca ningún castigo. Además, estoy algo molesta con Juan Carlos, no se ha dignado llamarme en todo el fin de semana y ni siquiera he obtenido respuesta cuando le he intentado llamar yo. ¡Pero qué injusta soy! Quizás su madre ha empeorado y haya tenido que ir con ella al hospital. De todas formas, me hubiera gustado una llamada suya en busca de mi ayuda. Habría estado dispuesta incluso a hacerle compañía mientras su madre deliraba en el lecho de muerte.

No puedo evitar desviar mi atención de los papeles que tengo encima de la mesa. Cada vez me aburro más en el trabajo, y especialmente los lunes, cuando la semana amenaza con hacerse terriblemente larga: el motivo es que Vicente ha vuelto. Parece que lo suyo ha sido algo más leve de lo que todos pensábamos y más de uno deseaba. Le he visto pasar por delante de mi puerta más de media docena de veces. No sé que pretende: si controlar mi trabajo, si acumular el valor suficiente para decirme que me despide o simplemente que se aburre lo mismo que yo.

Clara me pone al día de sus avances detectivescos. Por fin ha descubierto con quien chatea su marido la mayor parte del tiempo que pasa frente al ordenador: una guapa y tetuda brasileña llamada Malena ha encendido su corazón. Jerónimo pecó de confiado y guardó ingenuamente todas sus contraseñas en una carpeta al alcance de cualquiera, en este caso de Clara, que ha conseguido en un sorprendente periodo de tiempo alcanzar unos cualificados e indispensables conocimientos informáticos que le han permitido hacerse con el historial de sus conversaciones y averiguar el lugar donde escondía su querido marido las fotos de la tal Malena. Clara, al contrario de lo que yo pensaba, ha resurgido tras descubrir las andanzas de Jerónimo, convirtiéndose en una mujer luchadora y enrabietada que espera la hora de su venganza.

Me levanto y me dirijo al servicio. Aún restan dos horas para finalizar la mañana de trabajo. Encuentro encima del lavabo el “20 minutos” y me encierro con él para ponerme al día de lo que pasa en el mundo. Paso las hojas apresuradamente, perfectamente podría ser el periódico de hace dos meses, las noticias son recurrentes hasta el aburrimiento. Me detengo a leer mi horóscopo: me sorprendo por sus consejos: “…ten cuidado, tu carácter casquivano puede traerte serias consecuencias…” ¡Dios mío!, ¿acaso el que lo ha escrito me conoce?

Cuando estoy a punto de finalizar mi lectura alguien entra en el servicio. No me hubiera llamado la atención de no ser porque estoy convencida de que se acaban de encerrar en el baño no una, sino dos personas.

Permanezco en silencio para no ser descubierta e intentar averiguar de quien se trata. ¿Será que la incipiente primavera está provocando una calentura generalizada?