La cara de sorpresa que puso Clara al contemplar mi cuerpo desnudo no fue nada en comparación con la que debí de poner yo al ver que no era Andrés el que estaba en el umbral de la puerta.
-¡Clara!-dije yo con algo de susto.
-¡Ninetta!- dijo mi compañera a modo de mono de imitación-Siento haber venido sin llamarte antes, pero necesitaba hablar con alguien.
Después de descubrir que mi verdadero nombre era “alguien”, la invité a pasar. No era precisamente la mejor compañía que yo deseaba en esos momentos, pero su cara de disgusto y sus profundas ojeras me inspiraron sentimientos de ayuda y protección y mi lado de hermanita de la caridad flotó entre el mar de desesperanza y agobio en el que me había hundido el fin de semana.
-¿Qué te ha pasado? No has ido al trabajo estos días.
-No he podido ni levantarme de la cama-dijo Clara evidentemente agobiada. -Estoy mal Ninetta, muy mal. Nunca me había sentido peor en toda mi vida. Jerónimo…Jerónimo ya no está.
-¡Le has matado!-exclamé dejando traslucir mi lado morboso.
-¡No mujer, mira que siempre me dices lo mismo! No te enteras. Se ha ido, me ha dejado para siempre- Aquel “siempre” lo dijo con mayúsculas, recalcando en cada sílaba el profundo dolor que sentía por el futuro incierto que se le avecinada de posible soledad.
Clara comenzó a llorar y yo acerqué mi brazo a su hombro para tranquilizarla, pero sabía que poco podía hacer. Tendría que superar ella sola el duelo de la separación y el abandono del hogar de su marido, el tiempo acabaría borrando aquellos malditos días. Intentaba consolarla, pero vi que simplemente rellenando su copa conseguía mucho más que con todas las bonitas palabras que se decían en situaciones similares.
Así que tras bebernos toda la botella de ron, comenzamos a criticar a los hombres y comprobamos que tampoco teníamos ideas tan dispares sobre ellos. El alcohol hizo desaparecer nuestras penas y nos sumimos en tal estado de embriaguez que acabamos durmiendo de mala manera, Clara en el sofá y yo tirada en la alfombra del salón.
Me dormí como una bendita, me sentía feliz y contenta a pesar de no saber por qué. Mis problemas habían desaparecido.
-¡Clara!-dije yo con algo de susto.
-¡Ninetta!- dijo mi compañera a modo de mono de imitación-Siento haber venido sin llamarte antes, pero necesitaba hablar con alguien.
Después de descubrir que mi verdadero nombre era “alguien”, la invité a pasar. No era precisamente la mejor compañía que yo deseaba en esos momentos, pero su cara de disgusto y sus profundas ojeras me inspiraron sentimientos de ayuda y protección y mi lado de hermanita de la caridad flotó entre el mar de desesperanza y agobio en el que me había hundido el fin de semana.
-¿Qué te ha pasado? No has ido al trabajo estos días.
-No he podido ni levantarme de la cama-dijo Clara evidentemente agobiada. -Estoy mal Ninetta, muy mal. Nunca me había sentido peor en toda mi vida. Jerónimo…Jerónimo ya no está.
-¡Le has matado!-exclamé dejando traslucir mi lado morboso.
-¡No mujer, mira que siempre me dices lo mismo! No te enteras. Se ha ido, me ha dejado para siempre- Aquel “siempre” lo dijo con mayúsculas, recalcando en cada sílaba el profundo dolor que sentía por el futuro incierto que se le avecinada de posible soledad.
Clara comenzó a llorar y yo acerqué mi brazo a su hombro para tranquilizarla, pero sabía que poco podía hacer. Tendría que superar ella sola el duelo de la separación y el abandono del hogar de su marido, el tiempo acabaría borrando aquellos malditos días. Intentaba consolarla, pero vi que simplemente rellenando su copa conseguía mucho más que con todas las bonitas palabras que se decían en situaciones similares.
Así que tras bebernos toda la botella de ron, comenzamos a criticar a los hombres y comprobamos que tampoco teníamos ideas tan dispares sobre ellos. El alcohol hizo desaparecer nuestras penas y nos sumimos en tal estado de embriaguez que acabamos durmiendo de mala manera, Clara en el sofá y yo tirada en la alfombra del salón.
Me dormí como una bendita, me sentía feliz y contenta a pesar de no saber por qué. Mis problemas habían desaparecido.
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