miércoles, 26 de diciembre de 2007

La cena de Navidad I


La empresa en la que yo trabajaba “Díaz y Díaz SA” había cerrado el restaurante para todos sus empleados. Ningún miembro de la plantilla había faltado a tal acontecimiento, nadie podía desaprovechar la única cena gratis con que generosamente nos regalaba llegando tan entrañables fechas. No hubiera estado mal que, excepcionalmente, hubiera llegado además a cada una de nuestras casas una gran cesta de Navidad con todo lo necesario para atiborrarnos convenientemente y como Dios manda esos días. Pero no era el caso.

Me sentía mirada fijamente por más de un compañero que hasta ese momento ni siquiera había notado que existía en la empresa. En principio nada me ataba a mi vecino y la palabra fiel no tenía que formar parte todavía de mi vocabulario.

Con la vista de un ave rapaz en busca de presa conseguí encontrar algo que merecía la pena: un atractivo moreno, alto y delgado. Llevaba un traje gris marengo de corte moderno y una corbata rosa palo que se había aflojado hacía unos minutos por el extremo calor que se empezaba a acumular en el local. Fluyó mi ya sangre caliente a gran velocidad al ver aquel gesto que a mí me pareció tan sensual. No le conocía y no sabía como acercarme a él sin parecer una descarada. Tres copas más me dieron la valentía suficiente que necesitaba, aunque mi paso distaba mucho ya de seguir una línea recta.
-¡Hola, soy Ninetta! No te conozco.-le extendí la mano pero sólo para poder atraparle y plantarle dos sonoros besos en su cara.
-Hola, me llamo Carlos. Soy el nuevo asesor de relaciones interiores.

Eso es lo que yo necesitaba: un asesor íntimo y personal que se relacionara con mi ardoroso interior. De cerca me parecía aún más sexy y atractivo. Tenía unos labios potentes y definidos, sus ojos, a pesar de estar ligeramente hundidos, eran negros y muy expresivos. Yo bebía, hablaba sin parar y tocaba de vez en cuando su brazo tal y como me habían enseñado en unos cursos de comunicación interpersonal. Él se reía con mis ocurrencias y comentarios y parecía cómodo a mi lado. No vi ningún anillo en sus manos y además respondía mis preguntas trampa dándome las respuestas que yo deseaba: recién independizado de sus padres y viviendo de alquiler en un pequeño apartamento.

Mis recientes experiencias sexuales habían conseguido hacerme más atrevida y cuando sentí que él parecía acercarse físicamente a mí, fluyeron de mi boca todo tipo de proposiciones deshonestas dichas más o menos directamente.

Carlos me miró, sonrió de forma tierna aunque algo forzada y me dio un abrazo que yo traduje como una respuesta positiva a mi descaro. Nada más lejos de la realidad cuando llegaron a mis oídos dos palabras que martillearon mi interior repetidamente a modo de eco el resto de la noche: “soy homosexual”.

En ese momento, dejé que el alcohol bloqueara las neuronas para ser capaz de olvidar la penosa metedura de pata que acababa de tener.

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