Ya en casa, me puse cómoda y tras volver a ingerir mi dosis de medicamentos comencé a preparar, no sin esfuerzo, la presentación en mi portátil.
Al cabo de media hora, sonó el timbre de mi puerta.
-¡Hola corazón! ¡Feliz Año! Mira, he traído una botella de cava para celebrarlo juntos.
Andrés entró como una exhalación en mi casa, me plantó un húmedo beso en la boca y sin apenas decirle “hola” comenzó a desabrocharme la blusa.
-¡Espera Andrés! ¿Dónde vas?
Pero él ya no escuchaba, tenía un objetivo fijo y siguió a lo suyo.
Las sorpresivas visitas de mi vecino se estaban convirtiendo en una extraña rutina en mi vida. Lo cierto es que me gustaba acostarme con él, intentaba repetirme mentalmente tras cada visita que sólo se trataba de un rollo y que no debía preocuparme por sus encuentros con otras mujeres, como él tampoco sabía nada de mi vida, pero a veces, mi cabeza se confundía pensando que podía haber algo más entre nosotros.
Esa noche, mi libido estaba dormida en una cueva por culpa de la enfermedad, pero Andrés parecía conocer con exactitud todos los resortes que debía tocar para despertarla y hacerla salir de un brinco al exterior. Me llevó hasta la cocina, me despojó de la ropa que cubría mi cuerpo y tumbándose sobre la mesa y abriendo mis piernas, hizo que se esfumaran mis males de repente gracias al excitante y magnífico trabajo que sus labios y lengua comenzaron a hacer en mi sexo.
Volvía a sentirme bajo su mando, él me dominaba a base del placer que me proporcionaba, sucumbía de goce con su arte amatorio, era todo un experto en la materia, y tan a pocos pasos de mi casa... Creo que podía ser algo tan importante o más que tener a un médico o un abogado por vecino.
Lamía mi vulva con entrega absoluta, clavaba su lengua en mi interior hasta hacerme retorcerme de placer y tan sólo bastó que uno de sus dedos se acercara a mi clítoris para que yo estallara en un gozoso y prolongado orgasmo.
Le ayudé a bajarse los pantalones y de pie, me poseyó sin darme un respiro. La mesa golpeaba los azulejos y mis gemidos intensificaban su volumen a medida que volvía a sentir que de nuevo me desataba en palpitaciones sucesivas.
-Andrés., ¿seguro que no hace falta que te pongas un preservativo?
-Que no, yo controlo, tranquila.
Pero yo no lo estaba, no por el hecho de la posibilidad de que sus espermatozoides ligaran con mis óvulos, sino porque intuía que el salvaje goce que sentía con él en cada encuentro hacía que perdiera más el control de mi cuerpo y de mi mente. Ya no pensaba, era sólo sexo. En ese momento me sentía tan suya que si hubiera querido hacerme su esclava le hubiera dicho que sí sin dudarlo.
Andrés se dejó ir y allí nos quedamos unos segundos descansando. Enseguida se retiró de mí, dándome un corto beso mientras subía su bragueta.
-Anda chata, estoy agotado y hambriento. Te espero en el sofá mientras preparas algo de cenar y nos bebemos la botellita que he traído.
Aún estaba desnuda encima de la mesa y con las piernas abiertas, sentía resbalar el semen por mis muslos. Mi cerebro en ese momento estaba tan obtuso y relajado que no me salieron las palabras y no fui capaz de expresar lo que realmente hubiera dicho un hombre si repetidamente me trataba de esa forma que yo creía tan machista.
Así que me vestí, preparé la cena y me fui con él al sofá…
Al cabo de media hora, sonó el timbre de mi puerta.
-¡Hola corazón! ¡Feliz Año! Mira, he traído una botella de cava para celebrarlo juntos.
Andrés entró como una exhalación en mi casa, me plantó un húmedo beso en la boca y sin apenas decirle “hola” comenzó a desabrocharme la blusa.
-¡Espera Andrés! ¿Dónde vas?
Pero él ya no escuchaba, tenía un objetivo fijo y siguió a lo suyo.
Las sorpresivas visitas de mi vecino se estaban convirtiendo en una extraña rutina en mi vida. Lo cierto es que me gustaba acostarme con él, intentaba repetirme mentalmente tras cada visita que sólo se trataba de un rollo y que no debía preocuparme por sus encuentros con otras mujeres, como él tampoco sabía nada de mi vida, pero a veces, mi cabeza se confundía pensando que podía haber algo más entre nosotros.
Esa noche, mi libido estaba dormida en una cueva por culpa de la enfermedad, pero Andrés parecía conocer con exactitud todos los resortes que debía tocar para despertarla y hacerla salir de un brinco al exterior. Me llevó hasta la cocina, me despojó de la ropa que cubría mi cuerpo y tumbándose sobre la mesa y abriendo mis piernas, hizo que se esfumaran mis males de repente gracias al excitante y magnífico trabajo que sus labios y lengua comenzaron a hacer en mi sexo.
Volvía a sentirme bajo su mando, él me dominaba a base del placer que me proporcionaba, sucumbía de goce con su arte amatorio, era todo un experto en la materia, y tan a pocos pasos de mi casa... Creo que podía ser algo tan importante o más que tener a un médico o un abogado por vecino.
Lamía mi vulva con entrega absoluta, clavaba su lengua en mi interior hasta hacerme retorcerme de placer y tan sólo bastó que uno de sus dedos se acercara a mi clítoris para que yo estallara en un gozoso y prolongado orgasmo.
Le ayudé a bajarse los pantalones y de pie, me poseyó sin darme un respiro. La mesa golpeaba los azulejos y mis gemidos intensificaban su volumen a medida que volvía a sentir que de nuevo me desataba en palpitaciones sucesivas.
-Andrés., ¿seguro que no hace falta que te pongas un preservativo?
-Que no, yo controlo, tranquila.
Pero yo no lo estaba, no por el hecho de la posibilidad de que sus espermatozoides ligaran con mis óvulos, sino porque intuía que el salvaje goce que sentía con él en cada encuentro hacía que perdiera más el control de mi cuerpo y de mi mente. Ya no pensaba, era sólo sexo. En ese momento me sentía tan suya que si hubiera querido hacerme su esclava le hubiera dicho que sí sin dudarlo.
Andrés se dejó ir y allí nos quedamos unos segundos descansando. Enseguida se retiró de mí, dándome un corto beso mientras subía su bragueta.
-Anda chata, estoy agotado y hambriento. Te espero en el sofá mientras preparas algo de cenar y nos bebemos la botellita que he traído.
Aún estaba desnuda encima de la mesa y con las piernas abiertas, sentía resbalar el semen por mis muslos. Mi cerebro en ese momento estaba tan obtuso y relajado que no me salieron las palabras y no fui capaz de expresar lo que realmente hubiera dicho un hombre si repetidamente me trataba de esa forma que yo creía tan machista.
Así que me vestí, preparé la cena y me fui con él al sofá…
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