Tras reiterar mi llamada con los nudillos abrí la puerta y contemplé que el despacho estaba vacío. La desidia laboral no era un caso aislado en la oficina, se trataba ya de una enfermedad que había extendido sus redes hasta los confines del más diminuto de los despachos.
Al volver a mi despacho me toqué la nuca, me dolía la cabeza y sentía que me ardían los brazos tras los manotazos que me había propinado a diestro y siniestro la despechada mujer. Volví a mirar las fotos y por un instante me sentí transportada a la noche en que posé para Andrés. Era increíble la cantidad de sensaciones y sentimientos encontrados que habían provocado: placer en Andrés al hacérmelas, sensualidad en mí al ser la protagonista, risas, morbo y excitación en el público que las vio el día de la conferencia, celos en la mujer de Vicente al descubrirlas. Precisamente éste era el que más me había sorprendido, su actitud indiferente y fría que yo creí reconocer en él escondía un interior lleno de sorpresas. Seguí haciendo memoria y me trasladé hasta la habitación de hotel, buscando el momento en que las usurpó de mi ordenador. Debió de ser un instante en el que yo estaba en el baño, apenas un minuto era suficiente para guardar aquel documento reciente en un pen drive sin que yo me diera siquiera cuenta.
Clara me bajó de la nube de recuerdos en la que me había sumido, muy preocupada por mi actitud el día de mi cumpleaños. Lo cierto es que, aunque fuera una pesada, no era mala gente, pero ya ni eso me resultaba suficiente para aguantarla ni medio segundo.
-Mira Ninetta-me dijo entre pregunta y pregunta-Lo que tú necesitas es un buen polvo. Desde que estoy contigo no he visto que llevaras a ningún hombre a casa y siendo sincera, un buen revolcón te relajaría mucho. Yo sé que mi compañía te viene bien, pero como persistas en tu actitud de borde, creo que te voy a tener que dejar y volver a mi casa.
Miré a Clara y pensé que aquella mujer no se enteraba de absolutamente nada. Ahora era ella la que me hacía un favor viviendo en mi casa. Sus palabras, sin embargo, llegaron hasta mí como una dulce caricia: estaba pensando en largarse por fin, no podía sentir en ese instante una felicidad más plena.
-De todas formas Ninetta, he de confesarte algo: he conocido a un hombre, y quien sabe, a lo mejor hasta acabamos viviendo juntos.
-¿Y dónde lo has conocido? ¿En el trabajo? Pero si te pasas la vida enganchada al ordenador.
-Precisamente Ninetta, no he encontrado mejor vía para buscarlo. Como mi ex, mira, ¡a saber dónde se encontrará ahora! Te voy a contar un secreto Ninetta-dijo cerrando la puerta y mirando que no hubiera nadie cerca- He practicado ciber sexo con él y ni te imaginas lo divertido que es…
Miré sus ojos brillantes y su amplia sonrisa. No cabía la menor duda de que en esos momentos mi compañera de piso era una mujer más feliz que yo, no merecía la pena ofuscarse con pensamientos de fracaso y dolor, lo mejor era buscar el placer sin más como un fin absoluto y definitivo.
Creo que iba a empezar a buscarlo sin más pretensiones.
Al volver a mi despacho me toqué la nuca, me dolía la cabeza y sentía que me ardían los brazos tras los manotazos que me había propinado a diestro y siniestro la despechada mujer. Volví a mirar las fotos y por un instante me sentí transportada a la noche en que posé para Andrés. Era increíble la cantidad de sensaciones y sentimientos encontrados que habían provocado: placer en Andrés al hacérmelas, sensualidad en mí al ser la protagonista, risas, morbo y excitación en el público que las vio el día de la conferencia, celos en la mujer de Vicente al descubrirlas. Precisamente éste era el que más me había sorprendido, su actitud indiferente y fría que yo creí reconocer en él escondía un interior lleno de sorpresas. Seguí haciendo memoria y me trasladé hasta la habitación de hotel, buscando el momento en que las usurpó de mi ordenador. Debió de ser un instante en el que yo estaba en el baño, apenas un minuto era suficiente para guardar aquel documento reciente en un pen drive sin que yo me diera siquiera cuenta.
Clara me bajó de la nube de recuerdos en la que me había sumido, muy preocupada por mi actitud el día de mi cumpleaños. Lo cierto es que, aunque fuera una pesada, no era mala gente, pero ya ni eso me resultaba suficiente para aguantarla ni medio segundo.
-Mira Ninetta-me dijo entre pregunta y pregunta-Lo que tú necesitas es un buen polvo. Desde que estoy contigo no he visto que llevaras a ningún hombre a casa y siendo sincera, un buen revolcón te relajaría mucho. Yo sé que mi compañía te viene bien, pero como persistas en tu actitud de borde, creo que te voy a tener que dejar y volver a mi casa.
Miré a Clara y pensé que aquella mujer no se enteraba de absolutamente nada. Ahora era ella la que me hacía un favor viviendo en mi casa. Sus palabras, sin embargo, llegaron hasta mí como una dulce caricia: estaba pensando en largarse por fin, no podía sentir en ese instante una felicidad más plena.
-De todas formas Ninetta, he de confesarte algo: he conocido a un hombre, y quien sabe, a lo mejor hasta acabamos viviendo juntos.
-¿Y dónde lo has conocido? ¿En el trabajo? Pero si te pasas la vida enganchada al ordenador.
-Precisamente Ninetta, no he encontrado mejor vía para buscarlo. Como mi ex, mira, ¡a saber dónde se encontrará ahora! Te voy a contar un secreto Ninetta-dijo cerrando la puerta y mirando que no hubiera nadie cerca- He practicado ciber sexo con él y ni te imaginas lo divertido que es…
Miré sus ojos brillantes y su amplia sonrisa. No cabía la menor duda de que en esos momentos mi compañera de piso era una mujer más feliz que yo, no merecía la pena ofuscarse con pensamientos de fracaso y dolor, lo mejor era buscar el placer sin más como un fin absoluto y definitivo.
Creo que iba a empezar a buscarlo sin más pretensiones.
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