domingo, 14 de diciembre de 2008

Silvia la dulce

Cuando vi a una mujer al otro lado de la puerta en vez de a Juan Carlos me quedé completamente turbada. No sabía ni qué decir, aunque más intrigada estaba ella al ver aparecer a esas horas intempestivas a una desconocida mujer que emanaba efluvios alcohólicos, que lucía un aspecto bastante lamentable y llevaba el rimel corrido por la cara. En ese preciso instante me vi reflejada en sus pensamientos y hasta sentí cierta vergüenza por ser tan espontánea de haber ido a cantarle las cuarenta a ese desgraciado que me había engañado.
-¿Te puedo ayudar en algo?-Dijo ella intentando averiguar la razón de mi extraña visita.
-Yo…-dije sin terminar la frase.

Era tan alta como yo, quizás algo más delgada y su pelo era rubio y liso. Llevaba gafas y eso le daba cierto aspecto intelectual. Su voz era tranquila y dulce, como un remanso de agua en un día caluroso. Estaba claro que no sabía quien era yo y que desconocía las actividades de su futuro marido mientras ella estaba pendiente de sus estudios y su proyecto. Miré al interior de forma disimulada e intuí que estaba sola. El salón estaba iluminado con una luz directa que incidía sobre el sofá. Papeles y libros se apilaban con minucioso orden encima de la mesa de centro de tal forma que apenas quedaba un pequeño resquicio para una botella de agua y un vaso de cristal. Aquellos detalles hacían vislumbrar una mujer metódica y cuidadosa.

Era muy fácil vengarse del desgraciado de Juan Carlos y dejarle compuesto y sin novia. Sin novia y por supuesto sin su estúpida amante. Sólo tenía que explicarle quien era, cómo nos enrollamos hacía casi un año y la cantidad de mentiras y verdades a medias que seguramente nos había contado a las dos. Si no le decía la verdad a aquella mujer seguiría adelante con sus planes de boda y se casaría con un hombre al que no conocía en absoluto. Estaba convencida de que si le había engañado una vez, le volvería a engañar en un futuro. El día que se diera cuenta ya sería demasiado tarde, hijos en común, una casa a medias, demasiados detalles que complicaban la vida para mandar con facilidad a la mierda a alguien. Ahora era el momento, aún no era tarde para que abriera los ojos, aún no era tarde para mandar a paseo a se capullo…
-Perdona que te moleste a estas horas.-Dije yo-Pero es que estaba buscando a Juan Carlos para saber si ya había elegido un libro. Soy del Círculo de Lectores.
-Juan Carlos vendrá tarde hoy, ha salido con sus amigos. Ya le diré que has venido.-Dijo ella evidentemente extrañada.

Cerró la puerta, me di la vuelta y llamé al ascensor. No sabía aún si había hecho una buena acción o una verdadera faena a aquella mujer. Tan sólo el tiempo lo diría.

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