miércoles, 12 de marzo de 2008

Hogar dulce hogar


Tras dejarme Vicente en el portal de mi casa comenzaron los problemas. No encontraba las llaves de mi casa, así que tuve que abrir la maleta en plena calle y rebuscar entre todas mis prendas. Empiezo a pensar que mi maleta peca de defectuosa y tiene un considerable agujero. La próxima vez me compraré una nueva y evitaré el problema. Cuando resignada a mi suerte volví a meter de nuevo todas las cosas en la misma, caí en la cuenta de que las llaves estaban en el bolsillo de mis pantalones, dado que ya me había encargado de cogerlas previamente antes de salir de viaje. Tendré que tomar algún complemento vitamínico para mi penosa memoria…

Al entrar en el portal me encontré con otro “pequeño” problema: un cartel del tamaño de un folio avisaba de la avería del ascensor. No me importa hacer deporte, pero no me gusta que me fuercen a ello cuando no me apetece. Comencé a subir las escaleras a buen ritmo, pero la maleta pesaba como si dentro hubiera una tonelada de piedras, las escaleras me resultaban un suplicio y la llegada a mi casa, que se encontraba en el quinto piso, me parecía una quimera.

Cuando por fin llegué, me dolían los brazos y las piernas y sentía un hambre atroz. Miré de reojo la puerta de mi vecino Andrés, ya habría tiempo para echarle una buena bronca por lo patoso que había sido colocando mis fotos en la carpeta equivocada. Puedo ser igual de paciente que los chinos y esperar el momento adecuado para ejecutar mi venganza.

Pero fue al abrir la puerta de mi casa cuando me di cuenta de que mis problemas aún no habían finalizado. Mi casa estaba llena de cajas, paquetes y algún que otro cacharro variado por el suelo. Me sentí como si estuviera en medio de un bazar repleto de múltiples e inútiles enseres. No se podían dar dos pasos seguidos sin tropezar con alguno de aquellos cachivaches de mi querida hermana. Otra cosa que había afortunadamente olvidado y con la que me encontraba de sopetón. María había decidido usar mi casa como si fuera un almacén. Me sentí furiosa, sobre todo cuando comprobé que mi hermana había tenido la desfachatez de mover algunos de mis muebles para colocar sus trastos.

Así que ahora no sólo tenía que matar a Andrés. Mi hermana se había ganado el honor de ser la segunda en mi nueva carrera criminal. Sólo restaba elegir el arma a utilizar.


1 comentario:

Félix Amador dijo...

¿Por qué las hermanas levantan instintos criminales?

¿Quieres el arma? Consigue que se líen los dos, jaja

Un beso