martes, 1 de enero de 2008

La fiesta de Fin de Año


¿Para qué me habré comprado un vestido sin tirantes? En el taxi he tenido que subírmelo ya un par de veces y perfectamente he advertido la mirada que el taxista ha echado al retrovisor cuando casi han asomado mis pezones por encima de las lentejuelas. Eso mismo dice mi hermana, que me acompaña a la fiesta. A última hora he sentido lástima de ella por tener que quedarse a solas con mi madre y he llamado a Pepe a ver si no había ningún impedimento en que aceptaran una invitada más. Dado que se trata de una mujer no ha puesto pega alguna.

Juan Carlos, el amigo de Pepe, vive en un edificio de reciente construcción en la parte norte de la ciudad. No tengo muy controlado el mercado inmobiliario, pero estoy convencida de que su piso de tres dormitorios, dos baños y todo exterior, como bien me contó con envidia Pepe, pasa de los 400.000€.

Llamo a la puerta y me abre un hombre bajo y regordete que por su aspecto parece primo hermano de Pepe. Veo su camisa azul de seda salvaje y me horrorizo con el corro de sudor que mancha la tela bajo sus axilas. No quiero ni imaginarme como estará tras la fiesta…
-¡Hola, soy Ninetta! Y ésta es María, mi hermana ¿Eres tú Juan Carlos?
-No, no, soy Emilio, el primo de Pepe.
Le miro de nuevo y pienso en los estragos que hace a veces la genética y la suerte que he tenido yo en no parecerme en absoluto a mi querida madre.

Entramos en el salón. Vestida con mi discreto vestido de lentejuelas contemplo horrorizada mi equivocación al ponerme dicho atuendo. El tejido imperante es el vaquero y las únicas piernas de mujer que van a lucir en la fiesta son las mías. Mi hermana, con más sentido común, se ha puesto unos finos pantalones negros y una camiseta de terciopelo rojo, va elegante pero sin pretensiones. Me miro en un espejo de soslayo, parezco un paquete de regalo envuelto en papel de oro.

Pepe se acerca acompañado de un hombre de estatura media, pelo castaño y perfecta sonrisa, quizás conseguida a base de un sufrido tratamiento de ortodoncia. Es Juan Carlos.
-Muchas gracias por venir Ninetta. ¿Tú eres…?
-María, encantada. Su hermana.
-Gracias por invitarnos.-Dije yo mientras nos dábamos dos besos. Al acercar mis labios a su piel, sentí su olor y las excitantes feromonas que desprendía me produjeron un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.
-Pepe me ha hablado mucho de ti. Ven, que os presento a los demás.

Esa frase me asustó. A saber lo que Pepe habría contado de mí, pero no seguramente había destrozado mi imagen.

Juan Carlos agarró mi brazo y dejó que mi hermana nos siguiera. Nos llevó hasta un pequeño grupo de hombres de aspecto no muy agraciado. Rodolfo, Adolfo y Chema eran íntimos amigos de Pepe y Emilio. El “quinteto de la muerte” parecía el nombre más indicado para el peculiar grupeto. En el breve lapso de tiempo que pasamos con ellos por las obligadas presentaciones sentí un pellizco en mis nalgas del tal Rodolfo, acercamientos demasiado cercanos para lo que yo podía aguantar de Adolfo y el beso húmedo y correoso que esquivé a tiempo de que no rozara mis labios de Chema. Supongo que María, dados sus gestos de sorpresa había sido víctima de los mismos ataques. Escuchamos de ellos aproximadamente unos 10 chistes verdes que se sabían de corrido cual tabla de multiplicar, hasta que por fin el anfitrión volvió a agarrar mi brazo y nos salvó de allí.

Oscar y Ana eran una pareja de recién casados, melosos, empalagosos y cariñosos entre sí como si de una pareja de agapornis se tratara. Oscar cuidaba de Ana con la misma delicadeza con que se trataba las finas piezas de porcelana china.

Raquel era la hermana de Juan Carlos, 30 años y soltera, veía con buenos ojos el quinteto de hambrientos solteros. De aspecto tímido y discreto miró con horror mi vestido dorado y mis piernas al aire. Me incomodé por su gesto y me protegí mentalmente pensando que realmente lo que tenía era cochina envidia.

En ese instante sonó el timbre. Creí que ya estábamos al completo, pero desgraciadamente me había equivocado. Empecé a pensar que esta ciudad se estaba quedando demasiado pequeña al ver que precisamente los que se sumaban a la fiesta eran mi ex cuñado Fernando y su pechugona pareja, Lisa, íntima amiga de Ana e invitados gracias a ésta. Miré a mi hermana y vi sus ojos encendidos en fuego.
-María, nos vamos si quieres.
-¡Y una mierda! ¡Qué se vaya él si quiere!
Fernando percibió nuestra presencia y por un instante clavó sus pies en el suelo sin saber muy bien qué hacer. Juan Carlos se encargó de decidir por él, acercándose a ellos y saludándoles.
-María, vámonos.
-¡Te digo que no me voy! ¡Pero mira que pinta lleva la zorra esa!

Vi una mesa llena de botellas de alcohol y me preparé una copa bien cargada. El principio de año venía cargado de cierta tensión.

Juan Carlos, alertado por Fernando, decidió que suspendía las presentaciones y fue la pareja con la que aún no habíamos tenido contacto, la que amablemente se acercó a hablar con nosotras. Se trataba de Nicolás y Luisa, los mejores amigos de Juan Carlos y los encargados de amenizar la noche ocupándose de la música. Miré a Juan Carlos y percibí una mirada de tensión en sus ojos. Nicolás y Luisa volvieron a su puesto y Juan Carlos se acercó a mí en busca de bebida. Aprovechando el momento en que mi hermana se fue de mi lado me puse a hablar con él.
-Tranquilo, si veo que mi hermana se desmanda me la llevo de inmediato.
-Dudo que pase nada. ¿Verdad? –Dijo no muy convencido.

Me quedé hablando con él mientras bebía. A la par, mis ojos vigilaban de cerca los movimientos de mi hermana. Ésta se había arrimado al quinteto de la muerte y reía histérica con sus presuntas ocurrencias. Tenía que controlar que no bebiera demasiado o la fiesta acabaría de mala manera.

Pero a medida que hablaba con Juan Carlos, menos me preocupaba mi hermana. Era ingenioso, divertido, cariñoso y atento. Me contó su vida y en ella, afortunadamente, no parecía haber más que alguna ex novia, sólo pasados sentimentales y un presente limpio de mujeres a su lado. Un alivio.

Levanté la vista y todo parecía en orden. Oscar y Ana conversaban amigablemente con Fernando y Lisa. Nicolás y Luisa ahora bailaban en el reducido espacio que los sofás retirados habían dejado en el salón. Emilio, el primo de Pepe, intentaba convencer a mi hermana de que bailara con ella. Raquel se había integrado con los solteros de oro y ahora sonreía feliz pensando en sus adentros quien la llevaría a la cama.

La conversación con Juan Carlos era tan amena que apenas me di cuenta de lo que ya había bebido. Descubrimos aficiones comunes y una pasión compartida: la ópera, y de ello hablamos un buen rato. Sentía de nuevo el fuego en el cuerpo y el deseo sexual entre mis piernas. Pero había prometido moderarme y no ser la primera en hacer ninguna proposición, para variar.
No hizo falta detener mucho mis instintos, fue Juan Carlos, con la excusa de enseñarme sus últimas adquisiciones operísticas, el que me llevó a su dormitorio. El tiempo pasaba fugazmente y yo deseaba conservar cada segundo en mi memoria, estaba realmente a gusto a su lado. Ya en su dormitorio, Juan Carlos me acorraló contra la pared y me dio un cálido beso en los labios. Sentí como mi sangre circulaba a mayor velocidad en el interior de mi cuerpo, gracias al denostado trabajo de mi corazón agitado, bombeando apresuradamente bajo las órdenes de mi cerebro.

Comenzó a acariciar mis piernas, subió su mano por ellas y palpó mis glúteos, erizados por su contacto. Abracé su cuerpo y respondí a sus besos, latió con más fuerza mi corazón hasta que mi sexo se desperezó ante su necesidad.

Un terrible grito procedente del salón nos sacó de nuestro particular paraíso terrenal. Corrimos hasta el lugar y nos encontramos a mi hermana a horcajadas sobre Lisa, que yacía en el suelo gritando e intentando defenderse de la fiera que tenía encima. Mi hermana abofeteaba su cara y tiraba de su rubio pelo tintado mientras ella intentaba arañar sus brazos con sus uñas perfectamente esculpidas con manicura. Fernando y Pepe agarraban a mi hermana y no sin esfuerzos la pudieron apartar de su enemiga.

En el otro lado del salón, Raquel con blusa desabrochada y su sostén luciendo con toda su plenitud, dudaba si escapar del tormento de uno de los integrantes del quinteto infernal: Rodolfo. La pareja de agapornis, pasando del resto de los invitados se hacían sus arrumacos tumbados en el sofá impoluto y marfileño del anfitrión. Nicolás y Luisa, demostrando mucha sensatez, aprovecharon el momento para salir de allí con sigilo y volverse a su casa.

Mi hermana de nuevo se tiró en plancha sobre Lisa, ante un descuido de sus capturadotes. Juan Carlos pretendía parar la pelea, pero ahora los integrantes de la misma se habían duplicado. Pepe se había pasado al bando contrario por los efluvios alcohólicos y tras una patada que sin querer recibió de Fernando, le pegó un puñetazo en pleno rostro que casi le deja sin sentido. La peluquera estaba histérica y desatada y ahora era ella la que dominaba la pelea, rasgando la camiseta de mi hermana hasta dejarla semidesnuda. Yo intentaba coger a mi hermana usando toda la fuerza que podía, pero el tirón sólo sirvió para que mi vestido se desplazara hacia abajo unos centímetros y mis pechos quedaran a la intemperie ante la divertida mirada de todos.

Adolfo era víctima de un ataque de risa mientras bebía encima de un alto taburete y no perdía detalle de la lucha. Realmente era para reírse dado que el aspecto conjunto de todos era lamentable.

Tras la guerra vino la paz. Agarré a mi hermana como pude y me la llevé de allí de inmediato sin apenas haber tenido tiempo de despedir a nadie, principalmente a Juan Carlos. Odiaba a mi hermana por haber destrozado mi encuentro con él y estaba convencida de que no querría volver a verme en la vida.

Dejé a mi hermana en casa de mi madre víctima de un ataque de llanto, volví a mi hogar y me tumbé vestida sobre la cama. Estaba agotada y algo borracha. Decidí en ese momento escribir un mensaje de disculpa al teléfono de Juan Carlos, pero tras unos minutos sin tener contestación, me dormí con la decepción.

Por la mañana, mi teléfono parpadeaba con un sms recién llegado que había sido víctima de la saturación de mensajes enviados en aquella especial noche. “No ha sido culpa tuya, pero podemos quedar después de Año Nuevo y te doy la oportunidad de que te disculpes por tu hermana…"

Creo que el nuevo año va a venir cargado de emociones. Me deseé a mí misma un “Feliz Año Nuevo”.


1 comentario:

Anónimo dijo...

ansio saber, quien es el siguiente guapo que se puede meter entre tus piernas sin tantos reparos.

pareceria que tu libido, le juega una mala pasada a tu paciencia.

beosos en el yoyopo

rulo