miércoles, 2 de enero de 2008

Fuego en el cuerpo

A pesar de la alegría que supuso para mí el mensaje de Juan Carlos, no me encontraba bien, pero esta vez, el culpable no era el alcohol sino la gripe. Me dolía el cuerpo y me ardía la cabeza. Me levanté e intenté ir a la cocina a prepararme algo ligero para desayunar, pero el esfuerzo acabó con las pocas reservas de energía que atesoraba y tuve que regresar a mi lecho y taparme concienzudamente. Sentía escalofríos. Me puse el termómetro y éste se encargó de corroborar lo que ya sospechaba. Tenía casi 38 grados, bonita forma de celebrar el comienzo del nuevo año. Por el contrario, en el exterior la temperatura era unos 40 grados inferior a la mía. La cencellada caída por la noche había dejado un paisaje típicamente navideño, y realmente parecía que hubiera nevado copiosamente. La niebla era espesa y la telaraña que acompañaba mi maceta con el cadáver momificado de geranio que lucía en mi ventana se había congelado por completo.

Llamé a mi madre para decirle con delicadeza que no iba a comer a su casa.
-Haced lo que os dé la gana. ¡Menudas hijas tengo! Ya no respetáis ni las celebraciones de Navidad.
-Te he dicho que tengo fiebre, no me puedo ni levantar de la cama.
-Tu hermana aún no ha querido levantarse. ¡Sois un par de vagas! Si es que me dais más disgustos…

Y mi madre comenzó una imparable perorata de reproches y sermones que yo era incapaz de soportar en mi estado, así que colé de refilón mi intención de hablar con mi hermana y conseguir así que mi madre callara. Tampoco es que deseara realmente conversar con ella, es cierto que quizás necesitaba desahogarse con alguien y quien mejor que conmigo. Pero a mí realmente lo que me apetecía era decirle que la noche anterior se había portado como una patosa y que ya iba siendo hora de que hiciera borrón y cuenta nueva en su vida. Quizás adivinó mi intención dado que no quiso ponerse, así que antes de que mi madre volviera de nuevo con su homilía, le deseé feliz año y colgué.

En mi estado febril, imágenes confusas se mezclaban en mi mente, me veía besando a Juan Carlos, pero éste se transformaba súbitamente en Pepe, completamente desnudo salvo en sus pies, en los cuales llevaba sus inseparables calcetines. Mientras, mi vecino Andrés se acercaba a mí por detrás y levantando mi vestido me poseía una y otra vez. Si no hubiera tenido fiebre estoy convencida de que habría tenido uno de los orgasmos más intensos y plenos de toda mi vida, pero desgraciadamente el mareo podía conmigo y mi cuerpo tenía mayores preocupaciones que la de satisfacer los caprichos de mi sexo.

Busqué en el cajón donde guardo los medicamentos caducados y encontré algo que por el nombre podía servirme para pasar dignamente el resto de la jornada. Tenía que recuperarme como fuera, no podía faltar al día siguiente al trabajo ya que mi jefe hubiera pensado que estaba prolongando mis días de descanso navideño.

Miré el calendario que colgaba al lado del cuadro, los días que quedaban para que llegaran las vacaciones de verano se me agolpaban agobiantes en el cerebro y con el mareo del deseo estival entré en un estado de duermevela hasta que por fin las pastillas hicieron su efecto y me dormí.


3 comentarios:

Félix Amador dijo...

¡¡Vaya navidades!! Y yo que creía que las mías eran un rollo, jajaja.

Bueno, me he puesto al día y sólo puedo desearte feliz año y darte un tirón de orejas por no pasar de tu hermana y aprovechar la noche con tu amigo. ¡Qué plan! Supongo que le tirarás de los pelos a María, ¿no? ¿O te vas a seguir conformando con rozarte con el vecino?

Mira que esto se pone bueno......

Anónimo dijo...

Muy bueno el blog. La verdad es que las historias están muy bien narradas. Feliz 2008

Ninetta dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios "señores divorciados" y Feliz Año a todos!
Besos