sábado, 12 de enero de 2008

Modelo ocasional

-¡Hola mi vecina favorita! –Me susurró excitantemente al oído una conocida voz.
-Hola vecino. Apareces en los momentos más insospechados.
-Ven a mi casa, te voy a enseñar lo que me he regalado de Reyes.

Entré detrás de él con algo de curiosidad. Su mirada pícara me intrigó y más cuando vi que me conducía directamente a su dormitorio.
-Te voy a vendar los ojos para que sea más divertido.

No sabía muy bien si fiarme de él y de sus ocurrencias, pero al sentir el pañuelo de seda sobre mis ojos y sus manos desplazándose voluptuosamente por mi cuerpo entregándose a él con sus caricias, quise entrar en el juego.

Andrés abordó una de mis partes más débiles de mi anatomía: mi cuello. Sentí su cálido aliento erizando mi vello, su lengua en punta resbalando por mi piel y sus manos librándome de la ropa, mientras susurraba a mis oídos su deseo por mí.

La sensación de oscuridad y la inquietud por no saber lo que Andrés me iba a enseñar provocó en mí una gran excitación. Estaba de pie, completamente desnuda, él me sorprendía con sus movimientos, avivando el resto de mis sentidos. Apretó su pelvis contra mis nalgas y mordisqueando la piel que cubría mi yugular, cogió mis pechos, masajeándolos incansable. Un ruido de cremallera me anunció la presencia de su impetuoso miembro que se arropó entre mis glúteos, aumentando salvajemente mi deseo por él.
-¿Cuándo me vas a enseñar el misterioso regalo? –susurré entre gemidos.
-Aún no, espera.

Mientras su pene encontraba un definitivo hueco entre mis muslos, una de sus manos se dedicó a mimar mi sexo con parsimonia, abriendo mi vulva y hundiendo varios dedos en el ya acuoso interior. Fue en ese momento cuando me empujó con suavidad hasta su cama y me tumbé en ella esperando obediente a que me poseyera. Pero me equivoqué. A pesar de tener mis ojos vendados, percibí claramente la brusca y repentina luz del flash de una cámara.

-¿Pero qué haces?-subí el pañuelo que cubría mis ojos y vi a Andrés desnudo concentrado en su cámara nueva.
-¿Te gusta?
-¿Pero quieres parar ya? No tengo ninguna gana de que me fotografíes, ¡ a saber el uso que vas a hacer de las fotos!
-Tan sólo alguna más. Mujer, el uso está más que justificado: es para masturbarme después con ellas, nada más.

Conociendo a Andrés estaba convencida de que contaba la verdad, pero mi intuición me decía que lo mejor era irse de allí, quizás mis fotos acabarían circulando casualmente por Internet. De nuevo, Andrés se encargó de convencerme de lo contrario. Se inclinó sobre mí, buscó mi placer en mi sexo mojado y cogiéndome la mano, la llevó hasta su miembro. Sentir su pene en la palma de mi mano me excitaba, me hacía sentir fuerte y poderosa, así que ni me moví. Andrés cogió el pañuelo de seda y agarrando mis muñecas, me ató a los barrotes de su cama. El deseo por él me empezaba a poseer y me rendí a sus requerimientos.

Mientras me fotografiaba, me iba indicando las posturas que debía adoptar. Así que por primera vez en mi vida hice de modelo erótica. Sorprendentemente descubrí que el hecho de ser fotografiada me excitaba, experimentaba una creciente confianza con él que me ayudaba a mostrar todo lo que yo creía que no existía en mí. Aquellas fotos inmortalizaban por primera vez mi sexo húmedo, sus manos tocándolo y mis oscuros pezones mostrando con su dureza toda mi excitación.

Andrés estaba tremendamente alterado y más a medida que paulatinamente, veía que me soltaba más e improvisaba morbosas posturas, cada vez más comprometidas. Me desató las manos e hicimos apasionadamente el amor. No recuerdo haberme portado de forma tan desinhibida en toda mi vida. Sin soltar su cámara, siguió ejerciendo de fotógrafo amateur, retratando nuestro salvaje encuentro.

Volví a mi casa agotada pero maravillosamente relajada. Me puse de nuevo con el ordenador para seguir con la presentación, pero fui vencida en dos asaltos por el cansancio y me quedé profundamente dormida.

El tiempo se me estaba echando encima.


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