La rabia se había apoderado de mí dotándome de una fuerza inusitada pero la amiga de mi hermana andaba a la zaga arañándome con tal ferocidad que sentía la piel de mis brazos en carne viva. Andrés intentaba separarnos sin éxito pero mientras, un tropel de mujeres subió a hacernos compañía tomando posiciones a favor de una u otra hasta que se montó una típica pelea digna de una buena película del oeste. Andrés llamó a los guardias de seguridad al ver que sus esfuerzos resultaban inútiles, la música dejó de sonar y en vez de eso, la voz de mi hermana María gritando como una poseída nos distrajo unos segundos de nuestra labor.
-¡He roto aguas! ¡Socorro! Ninetta, ayúdame.
A pesar de que me quedaba con ganas de seguir desfogándome con aquella golfa, sentí el deber filial de ayudar a mi hermana así que me desasí como pude de las garras que atenazaban mi piel y me fui con María.
-¿Qué te pasa? –Pregunté yo intentando recuperar el resuello.
-¡Creo que el bebé viene ya! –Dijo ella evidentemente asustada.
-Pero si no le toca todavía. –Dije yo mientras hacía mis cuentas.
-¡Y a mí que me dices! ¡Llévame al hospital de una puñetera vez o voy a tener el hijo en medio de este lío!
Andrés, entre molesto, confuso, avergonzado y sorprendido, se acercó a mí tras oír a mi hermana.
-Podemos ir en mi coche, esperad a que me vista.
-No hay tiempo, tienes que llevarme ya.-Dijo María evidentemente fuera de sí.
-Venga Andrés, ya tendrás tiempo de cambiarte. ¡Es una urgencia! –Dije yo.
Salimos en tropel del local de boys. María y yo nos dirigimos al coche de Andrés y detrás, varios taxis con las amigas de María que no querían abandonar a mi hermana en tales momentos, insistieron en seguirnos.
Justo antes de entrar en el coche de mi vecino, observé que había más gente conocida en el lugar de la que a mí me apetecía ver.
-¿Se puede saber lo que estás haciendo aquí, Juan Carlos?
-Te he ido siguiendo, necesitaba hablar contigo. No podía esperar.
-Mal momento, nos vamos al hospital, mi hermana está a punto de parir.
-Venga, os llevo en mi coche.-Se ofreció él.
-No te preocupes, ya tenemos vehículo. Anda, vete a casa. –Dije yo.
-Ni hablar. Os sigo.-Dijo él en un fastidioso alarde de altruismo.
La noche se iba estropeando hasta extremos insospechados.
-¡He roto aguas! ¡Socorro! Ninetta, ayúdame.
A pesar de que me quedaba con ganas de seguir desfogándome con aquella golfa, sentí el deber filial de ayudar a mi hermana así que me desasí como pude de las garras que atenazaban mi piel y me fui con María.
-¿Qué te pasa? –Pregunté yo intentando recuperar el resuello.
-¡Creo que el bebé viene ya! –Dijo ella evidentemente asustada.
-Pero si no le toca todavía. –Dije yo mientras hacía mis cuentas.
-¡Y a mí que me dices! ¡Llévame al hospital de una puñetera vez o voy a tener el hijo en medio de este lío!
Andrés, entre molesto, confuso, avergonzado y sorprendido, se acercó a mí tras oír a mi hermana.
-Podemos ir en mi coche, esperad a que me vista.
-No hay tiempo, tienes que llevarme ya.-Dijo María evidentemente fuera de sí.
-Venga Andrés, ya tendrás tiempo de cambiarte. ¡Es una urgencia! –Dije yo.
Salimos en tropel del local de boys. María y yo nos dirigimos al coche de Andrés y detrás, varios taxis con las amigas de María que no querían abandonar a mi hermana en tales momentos, insistieron en seguirnos.
Justo antes de entrar en el coche de mi vecino, observé que había más gente conocida en el lugar de la que a mí me apetecía ver.
-¿Se puede saber lo que estás haciendo aquí, Juan Carlos?
-Te he ido siguiendo, necesitaba hablar contigo. No podía esperar.
-Mal momento, nos vamos al hospital, mi hermana está a punto de parir.
-Venga, os llevo en mi coche.-Se ofreció él.
-No te preocupes, ya tenemos vehículo. Anda, vete a casa. –Dije yo.
-Ni hablar. Os sigo.-Dijo él en un fastidioso alarde de altruismo.
La noche se iba estropeando hasta extremos insospechados.
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