jueves, 8 de mayo de 2008

Fuego y pasión

No sé el tiempo que estuvimos haciendo el amor, ni siquiera cuánto tardamos en dormirnos, pero lo que no puedo olvidar es cómo nos despertamos. A pesar de que aún debía de circular por mi sangre un alto porcentaje de alcohol, pude percibir en mi modorra un sospechoso olor a quemado que llegó hasta la habitación donde dormía con Andrés. Abrí los ojos ante la sospecha, y la visión nebulosa que llegó hasta ellos del dormitorio confirmó mi temor, haciéndome levantar de inmediato.
-¡Andrés: fuego!
-¡Ostias!

Ambos nos incorporamos ipso facto y corrimos hacia el salón, lugar de donde procedía la humareda. La pasión nos había hecho olvidarnos de las velas que habíamos dejado inoportunamente encendidas. Una de ellas había sido con toda seguridad la causante del desaguisado. Pero habíamos tenido mucha suerte a pesar de todo: tan sólo las cortinas habían sido las víctimas de nuestro terrible descuido. Mientras Andrés intentaba apagar una de ellas con los pantalones vaqueros que se había quitado la noche anterior, yo hacía lo mismo con la otra, utilizando para ello lo primero que me encontré a mano: el jersey que me acababa de regalar Juan Carlos.

No tardamos ni tres minutos en apagar el pequeño incendio pero la humareda era asfixiante. Lo malo es que el alcohol se había diluido en mis venas y comenzaba a tener remordimientos. Contemplar el jersey que había quedado hecho unos zorros no hizo sino aumentar mi desasosiego.

Pero ante todo me considero una buena “amiga” así que decidí que el resto de la noche la pasaríamos juntos en mi casa. No iba a dejar a mi vecino solo después del susto, pobrecito…

1 comentario:

Félix Amador dijo...

Muy hospitalaria, sí. Virtudes no te faltan, visto lo visto (cómo hacéis subir la temperatura, jajaja).

Y lo del jersey es una metáfora (llámalo augurio si quieres) de lo de Juan Carlos. Al final, me huelo que tendrás que elegir. ¿Qué tipo de pasión te pide el cuerpo?