sábado, 26 de enero de 2008

El viaje

Vicente ha llegado a mi casa con puntualidad británica. No me ha dado tiempo ni a desayunar, mi despertar ha sido torpe y lento, siento mis piernas pesadas, como si la fuerza de la gravedad hubiera aumentado precisamente justo debajo de mis pies. Bajo de mi casa sin ganas y veo a Vicente esperándome en su flamante Mercedes gris metalizado. Tiene un aspecto impecable: traje recién sacado de la tintorería, camisa blanca planchada y hasta yo diría que almidonada. El nudo de su corbata ronda la perfección absoluta. Parece la imagen de un anuncio de trajes de Emidio Tucci.

Vicente sale de su coche para guardar mi maleta en su maletero. Es tan caballeroso que hasta me abre la puerta para que entre y yo intento disimular mi sorpresa dado que no estoy acostumbrada a tales brotes de amabilidad por parte del sexo masculino.

Durante el viaje intento darle conversación, pero no encuentro más temas comunes que el congreso, mi exposición y el trabajo y tras cinco minutos de verbo fluido me quedo finalmente muda. Miro el paisaje que pasa veloz por la ventanilla y noto una incipiente modorra. Vicente enciende la radio, excusa perfecta para dar por terminada nuestra conversación y abandonarme al relajo. El cansino ruido del motor balancea mis neuronas y consigue que me duerma pacíficamente.
-Hemos llegado Ninetta.

La voz de Vicente se introduce bruscamente en mis oídos y despierto algo confusa. Me doy cuenta de que he estado durmiendo en una postura muy poco sugerente: mi cabeza semi ladeada a la derecha con una tendencia a caer hacia delante y mi boca abierta impúdicamente de par en par. Esta casera intimidad que he compartido con él me avergüenza y me hubiera gustado evitarla. Me rozo los labios y contemplo con alivio que están secos y que la saliva no se ha precipitado de mi boca mientras descansaba.

El hotel que ha reservado está en pleno centro de la ciudad. En el exterior se percibe que la contaminación ha hecho mella en su fachada avejentándola prematuramente. Por el contrario, la decoración minimalista de su interior apunta a que ha sido objeto de una reciente rehabilitación. El conjunto me gusta, sólo falta poner nota a las habitaciones.

Vicente se acerca al mostrador de recepción mientras yo me quedo a unos metros esperándole. Tengo ganas de llegar a la habitación, desnudarme por completo y disfrutar de la cama en el breve lapso que supuestamente disponemos antes de ir a comer. El Palacio de Congresos está relativamente cerca del hotel y es posible que podamos ir dando un paseo. Necesito despertarme por completo o la tarde será un infierno. El congreso comenzará con la comida de bienvenida en la cual la organización nos dará un saludo colectivo y nos proporcionará el programa del evento. Le seguirá la primera ronda de ponentes que durará hasta las nueve, hora de finalización. Como aperitivo para el primer día es más que suficiente.

Vicente por fin me indica con un gesto que ya tiene en su poder las tarjetas para abrir las habitaciones y ambos nos dirigimos al ascensor.
-¿Estamos alojados en la misma planta? –pregunté ingenuamente.
-A decir verdad, sí. –Admitió Vicente- La verdad es que sólo he cogido una habitación con camas dobles… Ya sabes Ninetta, nuestra política de gastos no admite derroches.

¿Así que darme una habitación propia era tirar el dinero? ¿Y mi intimidad? ¿Acaso no tenía precio?


2 comentarios:

Félix Amador dijo...

Conociéndote, ya sé cómo acaba lo de las camas dobles.

Que no, mujer, que no te estoy llamando promiscua, pero es que tienes una tendencia obsesiva (léase: Ley de Murphy) a caer en los brazos más inesperados (y a veces desastrosos.).

De cualquier forma, en este tipo de hoteles es complicado (pero no imposible) juntar las camas.

Experiencia.

Anónimo dijo...

¿juntaran las camas? ¿pondran una sabana a modo de cortina?... no se pierdan el proximo capitulo... (para mi que si juntan las camas y hacen una tremenda king size)