sábado, 5 de abril de 2008

Vuelta a la rutina




De nuevo en el despacho. Nadie se ha apiadado de mí durante mi ausencia y mi mesa está rebosante de expedientes que hay que resolver con urgencia. Vicente no ha venido aún al trabajo y yo suspiro aliviada. Le he cogido bastante manía, la verdad. No me he sentido jamás apoyada por él y eso no lo voy a poder olvidar fácilmente.

En la oficina, todo sigue igual. Pepe con sus chistes y Clara con su actitud monjil pese a su matrimonio. No conozco a su marido, pero me lo imagino semejante a ella: apocado, pesimista y algo intolerante con las opiniones contrarias. Hoy sin embargo, está especialmente conversadora conmigo. Tras un tiempo en el que me perseguía reprochándome que me hubiera divorciado, ahora parece más serena y condescendiente con el resto de la humanidad. No sé, pero intuyo que quiere decirme algo y no sabe como hacerlo. Ha venido ya cuatro veces a mi despacho con extrañas excusas, aunque se ha vuelto a ir sin contarme nada de interés. Espero que lo que me tenga que comunicar no sea que existen claros rumores sobre mi próximo despido.

La secretaria de Vicente, Pili, irrumpe en mi despacho mientras Clara y yo conversábamos:
-¡El jefe ha tenido un cólico al riñón y está en el hospital!
-¡Vaya por Dios! –exclamó Clara con cierto disgusto.
-Sí, ¡qué pena! –dije yo mientras pensaba todo lo contrario.

¡Por fin la suerte se ponía de mi parte! No deseaba nada malo a Vicente, pero me venía maravillosamente bien que pasara una buena temporada apartado del trabajo para que se relajara y se olvidara de mí y de mi turbulento y reciente pasado.

Pili se marchó a comunicar la noticia al resto de mis compañeros y Clara, por fin, se decidió a hablar:
-¿Qué puedo hacer para que mi marido se sienta atraído por mí? –dijo atropelladamente.
-¿Pero que me dices? –dije yo un poco confusa.
-Quiero que Jerónimo vuelva a apasionarse por mí, como cuando nos casamos. ¿Cómo lo puedo hacer?

Me quedé mirándola por un instante sin atreverme a contestar a su pregunta. No le podía describir con sinceridad lo que pensaba que era su cruda realidad: que estaba gorda, que sus beatas ropas no podían llamar la atención a su marido por muy buenos ojos que pusiera en la tarea y que descuidaba tanto su peinado que a veces me daba la impresión de que se había puesto un burdo estropajo encima de la cabeza. Tenía que ser capaz de decírselo con el mayor tacto posible, y más en aquellas circunstancias en las que se sentía rechazada por él. Mientras pensaba en ello, decidí seguir preguntándole:
-¿Pero qué problema tenéis?
-No me hace ni caso. Desde que se fue de casa nuestro hijo está todo el tiempo metido en la habitación del chico enganchado al ordenador. El único tiempo que pasamos juntos es a la hora de la comida y la cena, pero tampoco es que sea demasiado: come apresuradamente y se levanta sin casi darme tiempo a mí a acabar, y apenas me dirige la palabra. Ya se encarga él de poner la televisión para evitar que le atosigue, que según él es lo que hago cada dos por tres. Y en la cama…
-¿Y en la cama? –pregunté invitándole a seguir.
-En la cama es peor. Se acuesta tarde, me da un beso, las buenas noches, se da la vuelta y se pone a dormir. Hace siglos que no me toca.

Clara comenzó a llorar y yo me levanté para acercarme a ella y consolarla.
-Mujer, no te preocupes. Ya sabes que en el matrimonio hay rachas buenas y malas.
-Ya, pero es que esta vez la racha mala se está convirtiendo en perenne –dijo ella entre sollozos.

Mi carácter no tiene nada de pesimista, pero mi reciente experiencia de divorcio me había hecho bastante escéptica en cuanto al amor eterno y al matrimonio, a pesar de que, de vez en cuando, soñaba con tenerlo algún día. Sabía que iba a ser difícil que Clara recuperara a su marido. Pensar en regresar al momento de su juventud en el cual se enamoraron era una idea demasiado ilusa y adolescente, pero no la iba a dejar sola. Tengo alma de Celestina y no me importa ejercer de ello a la mínima oportunidad, así que tras definir la estrategia a seguir mientras intentaba calmarla, le di unos pequeños consejos para empezar: ropa nueva y provocativa, dieta controlada, una buena mano diaria de pintura en la cara y sesión semanal de peluquería. Le insinué que espiara a su marido, que se metiera en su ordenador y que intentara averiguar qué es lo que hacía tanto tiempo enganchado a él. Yo ya lo sospechaba, pero prefería que fuera ella la que lo averiguara. Intuía que su marido le estaba poniendo unos buenos “cibercuernos”.

Tras desahogarse conmigo y escuchar atentamente mis consejos, se marchó de allí con el ánimo más elevado y mucho más optimista con la situación.

Me siento bien conmigo misma después de la buena acción. Creo que hasta iré a donar sangre y todo. ¿Será mi sangre de buena calidad o los acontecimientos pasados la han estropeado para siempre?



4 comentarios:

Javier dijo...

me encanta tu blog.

Saludos veloces

http://elsupersonico.blogspot.com

Anónimo dijo...

Ya sabía yo que detrás de esa fachada de dura e independiente, había una buena persona.

Erotismo dijo...

huy q peligro eso de que investigue dónde se conecta... Ninetta, tu crees q es un buen consejo???
;)

Félix Amador dijo...

¡Ahí va!

Seguro que Claro... me la puedo imaginar en casa. Seguro que no tiene nada de monja ja ja (no es un eco, es risa sarcástica). ¿Que por qué está amable contigo? Te envidia porque te has convertido en super-sex-symbol con tu aparición estelar en la pantalla y quiere imitarte, que le entregues tus secretos, etcétera.

Lo del marido está claro: o llega a la cama después de haberse ‘desahogado’ viendo guarronas en internet o ciertamente le pone los cibercuernos, que no tienen nada de virtuales a pesar del nombre.

Buenos consejos. A lo peor te estás convirtiendo en buena gente. Jaja.

Un besos.