sábado, 20 de diciembre de 2008

Encuentros en el portal

Al abrirse la puerta del ascensor vislumbré la silueta de un hombre metiendo una llave en la cerradura para entrar al portal. De inmediato me di cuenta de que no era otro que mi querido Juan Carlos. Al entrar y verme se pegó uno de los sustos más grandes de su vida, jamás le había visto tan pálido o a lo mejor era simplemente la débil luz que entraba del exterior procedente de las farolas.
-Ninetta… ¿Qué haces aquí?
-Eres un hijo de puta. ¿Pero tú que te piensas, que soy idiota? Acabo de llevar a tu madre unas flores… ¡al cementerio!
-No fue más que una pequeña mentira, no te tengo por qué contar toda mi vida. Ya sabes lo mucho que valoro mi independencia.
-Sí, sí, ¡lo entiendo hombre! –Dije yo de forma sarcástica- Creo que tu novia también lo entiende. Le acabo de contar nuestra pequeña relación de amistad, desde principio a fin. Ahora ya no tiene tan claro que seas el amor de su vida. ¡Qué lástima! Pero es lo que tiene caminar entre aguas cenagosas, que a veces te puedes hundir.

Esperaba que me dijera que era una mujer despreciable y ruin que había arruinado su vida para siempre, pero me equivoqué.
-La vida no es tan fácil como la pintan en esas películas que ves, Ninetta. Yo te quiero…
-Ya, tienes mucho amor que dar, ya lo veo. Pero mira, te puedes meter tu amor por donde te quepa. No quiero saber nada más de ti en toda mi vida. Eres un miserable.
-Lo siento.
-Y yo más. Ah por cierto, muchas gracias por no felicitarme. Hoy es mi cumpleaños, o mejor dicho dada la hora que es, ayer fue mi cumpleaños.

Me encaminé hacia la puerta y Juan Carlos me agarró del brazo para detenerme, pero me desasí de él y mirándole con todo el desprecio que guardaba en mi interior me marché caminando apresuradamente mientras llamaba por el móvil al servicio de taxis para que me sacaran de aquel lugar cuanto antes.

Ya en el taxi y de regreso a casa, conseguí desbloquear mis ganas de desahogarme y lloré, lloré durante todo el trayecto. Y se me hizo demasiado corto, mis lágrimas parecían no tener fin.

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