Abrí los ojos al no sentir la bala lacerando mi cuerpo y vi que lo que aquella mujer había sacado del bolso no era una pistola, sino unas cuantas fotos impresas en folios en blanco que lanzó contra mí con rabia y un odio absoluto.
-¡No tienes ninguna vergüenza, so guarra!
Contemplé anonadada las fotos. No tuve que detenerme mucho en cada una de ellas, no cabía duda que eran las fotos que Andrés me hiciera un día y que con poca fortuna acabaron siendo exhibidas por su culpa en el congreso al que asistí con Vicente, mi jefe.
-No entiendo nada-Dije yo sincera-¿Pero se puede saber por qué tienes mis fotos?
-No disimules, guapita. Sabía que había una pelandusca detrás de Vicente, pero no supe de quien se trataba hasta que encontré tus “bonitas” fotos en su ordenador. ¡Te juro que me vengaré!
Y mientras yo intentaba procesar sus palabras en mi cerebro, salió dando un sonoro portazo tan digna y altivamente como había entrado.
Finalmente me incorporé, coloqué la silla, me recompuse el vestido y me peiné con los dedos. Cogí todas las fotos que me había dejado la mujer de Vicente y me encaminé al despacho de éste con la esperanza de encontrarme con él y con la loca de su mujer para aclarar las cosas de una vez. A pesar de la paliza que me había dado, estaba dispuesta a aceptar las disculpas de ambos, de Vicente, por haberse apropiado indebidamente de un material fotográfico que no era suyo, y de ella, por haberse precipitado sin pruebas contra mí.
Llamé a la puerta del despacho y esperé respuesta.
-¡No tienes ninguna vergüenza, so guarra!
Contemplé anonadada las fotos. No tuve que detenerme mucho en cada una de ellas, no cabía duda que eran las fotos que Andrés me hiciera un día y que con poca fortuna acabaron siendo exhibidas por su culpa en el congreso al que asistí con Vicente, mi jefe.
-No entiendo nada-Dije yo sincera-¿Pero se puede saber por qué tienes mis fotos?
-No disimules, guapita. Sabía que había una pelandusca detrás de Vicente, pero no supe de quien se trataba hasta que encontré tus “bonitas” fotos en su ordenador. ¡Te juro que me vengaré!
Y mientras yo intentaba procesar sus palabras en mi cerebro, salió dando un sonoro portazo tan digna y altivamente como había entrado.
Finalmente me incorporé, coloqué la silla, me recompuse el vestido y me peiné con los dedos. Cogí todas las fotos que me había dejado la mujer de Vicente y me encaminé al despacho de éste con la esperanza de encontrarme con él y con la loca de su mujer para aclarar las cosas de una vez. A pesar de la paliza que me había dado, estaba dispuesta a aceptar las disculpas de ambos, de Vicente, por haberse apropiado indebidamente de un material fotográfico que no era suyo, y de ella, por haberse precipitado sin pruebas contra mí.
Llamé a la puerta del despacho y esperé respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario