viernes, 28 de noviembre de 2008

TERCERA PARTE: 1-La vida sigue igual

Se dice que pasar de lo malo a lo bueno no cuesta, que los cambios si son a mejor son siempre bienvenidos y que es más difícil asimilar cualquier modificación en nuestra vida de carácter negativo. Esta reflexión es tan obvia como que el mar es azul y todos los ombligos son redondos, o casi redondos.

Lo cierto es que mi vida no estaba yendo por muy buen camino en todos los sentidos. Trabajaba de sol a sombra por un mísero sueldo que se esfumaba como si estuviera formado por esencias altamente volátiles. El sobresueldo conseguido a causa de las horas extras era una buena ayuda, pero simplemente para sobrevivir, miraba los días que faltaban para final de mes con angustia, y a pocos cálculos que hiciera nada más cobrar sabía que ese mes, tampoco ahorraría.

Para no tener problemas de encuentros inesperados en los aseos mientras trabajaba por las tardes, decidí que lo mejor era subir a los aseos del piso superior, el camino era más largo, pero se agradecía para hacer acortar el tiempo que restaba para salir de aquella prisión. Me acostumbré resignada a trabajar más tiempo, aunque dudo que mi productividad aumentara lo más mínimo, es más, creo que durante la jornada normal de trabajo me tomaba más tiempo en resolver los expedientes, entreteniéndome con cada cliente que viniera más de lo acostumbrado.

Mi familia tampoco me daba muchas alegrías. Mi hermana llevaba ya demasiados meses saliendo con mi ex como para pensar que la relación era simplemente un rollo. El niño que esperaban era la evidente muestra del amor que se profesaba el uno por el otro. Aunque al hacerlo se me pusieran los pelos de punta, se podía decir que era una relación realmente consolidada de paseos, cine, cenas y domingos en casa de mi madre, la cual me echaba unos cuantos rapapolvos cada vez que faltaba a aquellas terribles comidas familiares en las que tenía que tragarme mi orgullo y mi dignidad. Y faltaba mucho. Siempre había excusas para no ir: un catarro, una cita importante, una gastroenteritis, trabajo atrasado. Supongo que mi madre no era tonta y se daba cuenta de la verdadera razón para no ir a aquellos encuentros, si bien es cierto que nunca me preguntó por mi estado de ánimo porque María y Manolo estuvieran juntos y encima embarazados.

Respecto a mi vida sexual-amorosa-sexual tampoco iba viento en popa. Mi vecino sufrió una especie de mutación y comenzó a desaparecer noche tras noche de su casa de lunes a viernes, y aunque es verdad que intentaba verme los fines de semana, eran justo los días en que estaba con Juan Carlos. Yo le ponía todo tipo de excusas más o menos creíbles, aunque dudo que fuera tan estúpido como para no saber que estaba con alguien. Yo contraatacaba y le intentaba llevar a mi terreno, diciéndole que las semanas tenían siete días y que podíamos vernos entre semana si a él le apetecía. Por más que le preguntaba la razón de sus salidas nocturnas, no me decía nada más que había cambiado de turno en el trabajo y que tenía que trabajar toda la noche. A mí me resultaba difícil de creer, dado que dudaba de que su trabajo de administrativo le requiriera aquel horario tan especial. Intuía que la razón era otra completamente distinta: la existencia de otra mujer a la que veía fuera de su apartamento para no encontrarse conmigo. Echaba de menos sus visitas de improviso, las noches de sexo desenfrenadas y las cenas juntos, le echaba mucho de menos la verdad... No quería prescindir de él o mejor dicho, no podía. La unión que había conseguido con él en la cama no la había conseguido jamás con nadie y sentía que a pesar de no beber o fumar, tenía una incontenible adicción por tener su cuerpo junto al mío. Pero yo ya había hecho mi elección y a pesar del mar de dudas en el que vivía, me había decantado finalmente por Juan Carlos.

Y es que Juan Carlos y yo seguíamos juntos más o menos, las menos era cuando me plantaba misteriosamente por su madre, a la que quería conocer para darle la enhorabuena por tener un hijo tan atento y cumplidor. Me empezaba a escamar de todo lo que me decía, o de lo que no me decía. Es cierto que no le pillaba en ninguna mentira, pero mi intuición me decía que era un embustero. Nuestra relación iba y venía como las olas que chocan contra la arena y después vuelven hacia el mar. Salíamos, hacíamos el amor, volvíamos a salir, pero no hacíamos planes juntos, ni hablábamos de un futuro próximo, eso estaba fuera de discusión. Era él el que decidía dónde íbamos, qué noches salíamos y cuales no. Cuando llegaba el fin de semana, no sabía qué sería de mi vida hasta que él comenzaba a exponer sus planes. Ni siquiera, a pesar de mi insistencia, coincidimos durante las vacaciones de verano ni un solo día. Es verdad que tampoco tenía mucho dinero para irme a ningún sitio, pero lo hubiera sacado de debajo de las piedras si hubiera querido que pasáramos juntos aunque fuera una semana juntos.

Esta forma de comportarse me reportaba una gran inseguridad en mi vida, me gusta saber lo que tengo en cada momento y dejar atadas las cosas. Era una sensación de estar con alguien y no estar, sentía que me estaba dando menos de lo que él podría, se reservaba tanta parcela de su vida para él, que yo me sentía como Alicia intentando entrar por la pequeña puerta que daba al País de las Maravillas. Lo mismo que Alicia tenía que hacer yo, tomaba el brebaje de “no pasa nada, tengamos paciencia” y me empequeñecía para poder pasar al mundo de Juan Carlos. Nada de preguntas, nada de interrogantes, nada de dudas, todo ello atacaba su infinita independencia. No eran infrecuentes las ocasiones en las que él me amenazaba con dejar la relación si no le dejaba “su espacio”.

Tras sus amenazas intentaba no perder la paciencia y contaba en silencio hasta cien para no mandarle definitivamente a la mierda y que cada uno se fuera con su independencia donde le diera la gana. Porque realmente lo que yo pensaba en aquellos fines de semana en los que él decidía y yo asumía era que el egoísmo se había enquistado en él desde tiempos remotos, quizás desde que su madre le mimaba en su tierna infancia.

Pero lo peor de todo de mi vida actual es que no sé decir que no, Clara lleva instalada en mi casa tantos meses que ni me acuerdo la razón por la que vino, miento, me lo recuerda cada noche cuando yo intento ver la televisión y evadirme de su presencia. Es cierto que paga los gastos de la casa a medias, con el alivio que me supone, pero es una auténtica calamidad, desordenada, sucia y caótica. Mi casa con ella no ha vuelto a ser la misma y bien pensado, ha resultado ser algo gafe para mí, ya que justamente desde que ella vino, Andrés dejó de entrar en mi casa. Me he propuesto de aquí a final de año, echarla definitivamente, necesito volver a sentir la paz interior que a veces sentía en la soledad de la que ahora carezco, de volver a tener colocadas mis cosas, de no contemplar horrorizada bragas ajenas tiradas en el suelo del baño y de no ver todo tan sucio y desaseado.

Hago la lista de las tareas que tengo pendientes, de las metas que me gustaría conseguir y siento que tengo todavía demasiado camino por delante, es más, parece que cada vez está todo más alejado. Me miro al espejo, aspiro firmemente y me digo a mí misma que mañana todo cambiará.

Mañana cumplo 37 años.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Maldito domingo

El despertar fue terrible por múltiples motivos. La luz del amanecer tras una borrachera aporta una desagradable perspectiva de la vida. Me dolía la cabeza y tenía el cuerpo entumecido, pero lo peor era ver que estaba Clara y no un hombre a esas horas a mi lado.

Me incorporé como pude y me fui directa a la ducha, mi amiga más fiel en los malos momentos que siempre conseguía aliviar, por lo menos a nivel epitelial, mi malestar. Al salir me sobresalté al ver que Clara se abalanzaba sobre mí y me daba un fuerte abrazo. Es cierto que el alcohol puede transformar en íntimos a amigos que hacía unos minutos tan sólo eran simples conocidos, pero de ahí a tener un contacto carnal por su culpa me resultaba algo exagerado.
-¡Eres un cielo Ninetta!-afirmó Clara dándome un sonoro beso en la mejilla- No sabes lo que te agradezco que me dejes quedarme en tu casa, me horroriza la idea de estar sola sin Jerónimo.

Miré a Clara sin comprender lo que me estaba diciendo o más bien, sin querer hacerlo por miedo a conocer la terrible verdad que parecía pesar sobre mí: que Ninetta, aparte de buena, era una completa estúpida que además era incapaz de beber con algo de sensatez sin soltar ninguna majadería.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Fin de semana en compañía

La cara de sorpresa que puso Clara al contemplar mi cuerpo desnudo no fue nada en comparación con la que debí de poner yo al ver que no era Andrés el que estaba en el umbral de la puerta.
-¡Clara!-dije yo con algo de susto.
-¡Ninetta!- dijo mi compañera a modo de mono de imitación-Siento haber venido sin llamarte antes, pero necesitaba hablar con alguien.

Después de descubrir que mi verdadero nombre era “alguien”, la invité a pasar. No era precisamente la mejor compañía que yo deseaba en esos momentos, pero su cara de disgusto y sus profundas ojeras me inspiraron sentimientos de ayuda y protección y mi lado de hermanita de la caridad flotó entre el mar de desesperanza y agobio en el que me había hundido el fin de semana.
-¿Qué te ha pasado? No has ido al trabajo estos días.
-No he podido ni levantarme de la cama-dijo Clara evidentemente agobiada. -Estoy mal Ninetta, muy mal. Nunca me había sentido peor en toda mi vida. Jerónimo…Jerónimo ya no está.
-¡Le has matado!-exclamé dejando traslucir mi lado morboso.
-¡No mujer, mira que siempre me dices lo mismo! No te enteras. Se ha ido, me ha dejado para siempre- Aquel “siempre” lo dijo con mayúsculas, recalcando en cada sílaba el profundo dolor que sentía por el futuro incierto que se le avecinada de posible soledad.

Clara comenzó a llorar y yo acerqué mi brazo a su hombro para tranquilizarla, pero sabía que poco podía hacer. Tendría que superar ella sola el duelo de la separación y el abandono del hogar de su marido, el tiempo acabaría borrando aquellos malditos días. Intentaba consolarla, pero vi que simplemente rellenando su copa conseguía mucho más que con todas las bonitas palabras que se decían en situaciones similares.

Así que tras bebernos toda la botella de ron, comenzamos a criticar a los hombres y comprobamos que tampoco teníamos ideas tan dispares sobre ellos. El alcohol hizo desaparecer nuestras penas y nos sumimos en tal estado de embriaguez que acabamos durmiendo de mala manera, Clara en el sofá y yo tirada en la alfombra del salón.

Me dormí como una bendita, me sentía feliz y contenta a pesar de no saber por qué. Mis problemas habían desaparecido.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Chats y desidia

Efectivamente, el número de gilipollas que pueblan los chats es mayor que el de ligones rurales que pululan los bares de la capital un sábado por la noche. Me niego a escribir como una tarada que no controla los signos de puntuación y a poner estúpidas caritas sonrientes de color amarillo cuando lo que realmente me apetece es poner un bulldog con hambre de una semana.

Tras intentar tener una conversación mínimamente coherente con seis candidatos y descubrir que el cien por cien de ellos lo único que pretende es tener sexo virtual conmigo, me rindo y me voy directa a la cama. A pesar de que es temprano y que no tengo sueño, me cobijo bajo las sábanas en busca de calor, protección y una desconexión del cerebro que me haga cambiar mi estado de ánimo. Ni siquiera tengo ganas de darme una alegría con mi vibrador y eso me preocupa, quiere decir que estoy peor de lo que parece.

Después de dar vueltas en la cama unas dos horas y media a izquierda y a derecha y dejar las sábanas parecidas a una cordillera montañosa, me levanto y voy a la cocina a cenar. Creo que el hambre me impide conciliar el sueño. Me decanto por hacerme una ensalada y confío en que las propiedades relajantes de la lechuga hagan su efecto y pueda dormir en paz. Me miro al espejo del baño y contemplo mi desastrada figura, haciendo un sobreesfuerzo me ducho e intento relajarme con el agua caliente cayendo por mi piel.

Mientras me seco con la toalla el timbre de mi puerta me sorprende alegremente. Me pinto los labios y acudo desnuda a abrir. No me hace falta preguntar quien es, lo sé, puedo oler a distancia las excitantes feromonas que desprende mi apasionado vecino.

El fin de semana va a mejorar por fin.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Fin de semana sin compañía

Sólo el que haya pasado un fin de semana como el que estaba pasando yo es capaz de entender en toda su magnitud la terrible esencia de la soledad cuando no se la desea como compañera. Cuántas veces he deseado quedarme sola cuando aún estaba casada con Manolo y cuántas ideas tenía para pasar aquellas pocas horas que me quedaba conmigo misma. ¿Qué ha sido de aquella Ninetta independiente que quería descubrir quién era? Aún no lo sé y dudo que me llegue a entender jamás. Me protejo contra las preguntas sin respuesta, contra las ilusiones desvanecidas y a las que he renunciado sin más. A medida que pasan los años siento más confusión en cuanto a lo que quiero y las metas que han de conducir mi vida. Camino sin rumbo entre los árboles de un tupido bosque y resignada sigo buscando el claro donde deseo descansar.

Deberían prohibir visionar a todos los que hemos pasado por un divorcio, películas románticas. Crecimos con ellas y con su esperanza y sólo la realidad nos ha despertado bruscamente. Acabo de llorar de principio a fin una lánguida película americana cuyo argumento no es más que una copia de tantas de su estilo. Un paquete entero de pañuelos para secar el mar de lágrimas en que se ha convertido mi rostro resulta insuficiente. Aún quedan lágrimas en mi corazón que dudo que desaparezcan nunca, se han quedado fosilizadas en él y responden ante cualquier alerta de tipo sentimental provocando nudos que comprimen mi garganta. Siento ese nudo ahora y me dejo arrastrar por las tristes sensaciones que me envuelven, muy parecidas a las que experimento al llegar las Navidades. Miro la ventana y el cielo gris no invita nada más que a seguir en ese estado de dejadez total. Suplico mirando hacia el techo que pase pronto el fin de semana para volver a tener cerca el calor humano de los compañeros de trabajo.

Apago la televisión, tantas horas en su compañía no me han provocado más que tristeza y jaqueca. Me preparo con desgana una infusión y busco en Internet la compañía que el mundo real no me ha dado en estas horas llenas de pensamientos negativos y filosofía barata. La conversación con mi hermana me ha dejado hundida por completo, ha sido un golpe bajo que no me esperaba. Siempre pensé que lo de María y Manolo sería un calentón temporal fruto de la sequía que ambos experimentaban. Me equivoqué.

Me meto en un chat y con una cierta dosis de ilusión, busco alguien inteligente con quien conversar. ¡Quizás hasta encuentre al hombre de mi vida! O por lo menos, si no lo encuentro, me encuentra alguien que consiga levantarme el ánimo.