jueves, 26 de febrero de 2009

Clara y su lío nocturno

Tras hacer los papeles del paro volví a casa y me tumbé en la cama. Me dolían horriblemente los pies, ¿por qué se me ocurriría llevar los tacones más altos precisamente aquel día? Me quedé profundamente dormida y cuando desperté ya había anochecido. Ni siquiera había comido pero no tenía hambre, desde el despido, mi estómago parecía no tolerar la comida más que lo justo. Me levanté y vi que Clara tenía la puerta abierta de su dormitorio, me asomé discretamente y comprobé que no tenía nada de lo que avergonzarse si yo entraba, así que llamé con los nudillos y esperé su invitación.
-¿Qué tal lo llevas, Ninetta? –preguntó ella con cierta preocupación.
-Lo llevo, con eso es suficiente. ¿Y tú? ¿Qué tal vas con tu Romeo? –Dije yo con algo de burla.
-Se llama Emilio, es jefe comercial y se dedica a la distribución. Creo que está en el sector alimentario, no sé. Lo único que sé es que tiene que viajar mucho por su trabajo, por eso no podemos vernos a diario.
-Ya… La verdad es que eso no me suena muy bien. ¿Pero le has visto alguna vez?
-Aún no, seguramente quedaremos la semana que viene, esta semana está muy liado en su trabajo, pero mira, tengo una foto que me envió el otro día.
Clara abrió la carpeta con las fotos que iba guardando y disimulé no haber visto las que tenía de aquel hombre en paños menores.
-Mira, éste es Emilio.- Me dijo sonriendo.

Miré la foto. La calidad era pésima y apenas se distinguían las facciones de su cara. Me pareció ver que llevaba gafas y tenía rizos, nada más. Tenía tatuado en su brazo derecho una especie de espiral que descansaba sobre un trébol de cuatro hojas. Tenía un cuerpo ancho pero blando, realmente no tenía nada que me atrajera lo más mínimo de él.
-¿A que es guapo?-Preguntó Clara poniéndome en un aprieto.
-Hombre, guapo, guapo…Es majo. Mujer, ya sabes que lo importante no es el físico.-mentí yo.
-Me ha dicho que se ha enamorado de mí. Se ha divorciado hace dos años y no tiene hijos, su mujer le hacía la vida imposible. Ya sabes, la típica amargada que no ha podido tener hijos y fastidia la vida a los que tiene alrededor. Ahora me alegro que Jerónimo tomara la decisión de que nos divorciáramos, no hacíamos nada juntos. Y mira, he tenido la suerte de encontrar a alguien.
-Espero que no te lleves un chasco…
-¡Pues claro que no! Que soy ya mayorcita para saber cómo es la gente.

Eso pensaba yo antes de conocer a Juan Carlos, creía que mi intuición acerca de las personas actuaba como una especie de muro que me protegía de los engaños. Pero me equivoqué, mi intuición hacía mucho que no me servía nada más que para hacerme la puñeta.

viernes, 20 de febrero de 2009

En la cola del paro

Tras unos días lamentándome de mi penosa existencia me di cuenta de que tenía que recoger en el banco el cheque con mi indemnización, calculaba que me corresponderían aproximadamente unos veinticuatro mil euros, lo correspondiente a los diez años de trabajo que había permanecido en la misma empresa. No era mucho pero sí creía que era suficiente para buscarme con calma otro empleo. Tenía una carrera, una dilatada experiencia y un buen currículo, aparte de unas buenas piernas que las iba a utilizar en caso necesario para incentivar mi contratación.

El banco estaba abarrotado de gente, era principios de mes y día de pago de recibos no domiciliados. Tras esperar una larga cola por fin conseguí mi cheque, que no me duró mucho entre las manos ya que un amable bancario me convenció para que lo dejara en depósito en su banco a cambio de un razonable tipo de interés y una tele plana, salí de allí alegre por el regalo inesperado y me dirigí con cierto temor a la oficina del paro que me correspondía. Estaba nerviosa, jamás había tenido que solicitar una prestación por desempleo y me sentía como si fuera la única en el mundo que tuviera ese problema. Me di cuenta sin embargo de que estaba equivocada cuando aún estaba a cien metros de la oficina. La cola que se dirigía hasta la oficina del paro era inmensa, no quise contar a la gente que se hallaba delante de mí pero debían de llegar a cien. Me coloqué detrás de una señora bajita y me armé de paciencia. Tenía para toda la mañana, y eso si tenía suerte. Me acordé de la cita con el sanador que había concertado la semana siguiente, necesitaba la energía que suministraba toda una central hidroeléctrica para que me subiera la moral.

Eran las doce de la mañana y tenía los pies helados, me acordé de mi trabajo y de Vicente y tomé una decisión: me iba a tomar la justicia por mi mano.

jueves, 12 de febrero de 2009

La mañana tras la pesadilla

Cuando por la mañana entró la luz por la persiana de mi dormitorio y llegó hasta mi rostro logrando despertarme, deseé que lo acaecido el día anterior hubiera sido tan sólo una pesadilla, pero me bastaron apenas tres segundos para darme cuenta de mi nueva y penosa situación laboral.

Me levanté con desgana y me dirigí hasta la cocina. Clara se había dejado abierta la puerta de su dormitorio y lo que se vislumbraba era todo un caos, el desorden campaba a sus anchas en un mar de ropa sucia y descolocada. Ahora precisamente necesitaba más que nunca compartir los gastos, no importaba que fuera con Clara o con el mismísimo diablo.

Entré en mi ordenador y busqué en la red las páginas de ofertas de trabajo, pero fueron suficientes tan sólo diez minutos para que me angustiara de tal forma que no pude sino cerrar el portátil con fuerza. Lo mejor sería tomárselo con calma y concederme una tregua en forma de unos días de descanso y reflexión.

Cogí el tazón de desayuno y me tire en el sofá a ver la tele, pero a esas horas proliferaban los programas del corazón y los anuncios de detergentes, nada que me distrajera lo más mínimo de mi principal preocupación. Tampoco los libros que dormían en la estantería y que jamás había leído me motivaban lo más mínimo, tenía que hacer algo para dejar de darle vueltas a la injusticia cometida por Vicente. Decidí darme un paseo por la ciudad para olvidarme por un rato de todo, me vestí con lo primero que pillé a mano y cogí mi bolso, pero al meter mi mano dentro de él en busca de las llaves, me topé de nuevo con la misteriosa tarjeta que me había encontrado en el banco de forma casual en la que venía el nombre y el teléfono del sanador energético. Quizás el destino me estaba forzando a ponerme en contacto con él. Tras dudar unos segundos, le llamé. No perdía nada por intentarlo, lo más, el dinero que me costara la consulta. ¿Sería un curandero negro con un hueso en la nariz que bailaría en torno a mí una danza de guerra? A lo mejor era alto y musculoso y si no sanaba mi mente por lo menos podía intentar sanar mi cuerpo…

martes, 3 de febrero de 2009

Una buena faena

Miré las paredes de mi despacho por última vez. Aún no me podía creer que mi jefe me hubiera echado del trabajo tan impunemente y aplicando como único criterio para hacerlo simple y llanamente la injusticia. Aunque por unos instantes tuve la peregrina idea de volver de nuevo su despacho y arrastrarme hasta él miserablemente suplicando la readmisión una vez que hubiera convencido a la loca de su mujer de que yo no quería nada con su marido, descarté la idea de inmediato, ni mi orgullo ni mi dignidad maltrecha merecían ser pisoteadas una vez más por aquel gilipollas.

Me pasé el resto de la mañana recogiendo las pocas pertenencias que guardaba en mis cajones y borrando del disco duro del ordenador todos los archivos que de alguna forma me podrían comprometer. Cuando salí para despedirme de mis compañeros más cercanos, sentí una opresión en mi pobre corazón malherido. Deseaba desahogarme con alguien en ese momento así que cogí mi teléfono móvil y llamé a Andrés. Tras intentarlo tres veces desistí y me rendí, guardé mi teléfono derrotada e intenté contener mis lágrimas. No quería que mis compañeros se dieran cuenta de la absoluta debilidad psicológica que me dominaba en esos instantes. Ya llegaría la hora de vengarme en un futuro de todos los que de alguna forma u otra me estaban fastidiando el presente.

-Lo siento mucho Ninetta-se lamentó Pepe al ir a contarle la noticia.-Si necesitas algo, llámame cuando quieras. Ya sabes que para mí siempre serás especial...

Pepe me miró media décima de segundo a los ojos y bajó su mirada mientras movía en círculos su pie derecho igual que si fuera un chiquillo tras haber cometido una fechoría.

Al salir a la calle sentí que de nuevo me obligaban a comenzar una etapa nueva en mi vida, otra vez las dudas y la incógnita sobre lo que iba a deparar mi futuro dominaban mis pensamientos. Esta vez, sin embargo, no era yo la que me divorciaba, el destino se burlaba de mí con una forzada separación laboral.

La crisis sumaba a las listas de desempleados una nueva parada más.