sábado, 27 de junio de 2009

Baile de placer

Mi vecino Andrés se movía tan insinuantemente, que era difícil mantenerse fría a su lado. Ahora comprendía sus horarios, su facilidad para el ligoteo y su reiterada negativa a explicarme en qué consistía realmente su trabajo. Sus movimientos pélvicos hacia delante y hacia atrás incitaban a aquellas mujeres alcoholizadas a gritar con todas sus ganas. Yo no sabía qué hacer, si taparme, si largarme de allí y no ver más, o esperar a que terminara su espectáculo, que por lo que parecía, podía incluir un desnudo en toda regla. Andrés se iba quitando una a una sus prendas ante la mirada babosa de todas las mujeres que habían ido allí precisamente para eso. La verdad es que no me hacía ninguna gracia y sentía que me hervía la sangre por dentro. ¿Sería capaz de aguantar una relación en la que, no sólo había una mujer cerca como en el caso de Juan Carlos, sino una multitud de ellas dispuestas a acostarse con él a la mínima ocasión?

Andrés por fin se quedó con un minúsculo taparrabos cuyo relieve era toda una provocación. Alguna mujer se había levantado incluso de la mesa y se había acercado hasta el escenario en busca de un contacto más directo. Entre ellas, una procedente del grupo de mi hermana se había aventurado a subirse al escenario y ahora acompasaba sus movimientos a los de Andrés, con tal descaro, que sobó su cuerpo de arriba abajo sin ningún tipo de reparo. Seguro que su marido se hubiera quedado bastante sorprendido al ver a su mujer comportarse tan espontáneamente.

Aquella idiota no sólo comenzó a tocarle más descaradamente sin que Andrés hiciera nada por evitarlo, sino que encima aventuró su mano dentro del taparrabos en busca de una diversión mayor.

En ese instante ya no me pude contener ni un segundo más. Me levanté como una leona a la que le hubieran quitado su presa a traición, me subí al escenario y ante la sorpresa de Andrés al reconocerme, me abalancé sobre ella tirándola al suelo y dándole un sonoro tortazo.

A partir de ese momento el baile cambio de ritmo.

sábado, 20 de junio de 2009

La despedida de soltera

Ir a la fiesta que daba mi hermana en honor a su despedida como divorciada era una de las cosas que menos me apetecía en la vida, pero María estaba decidida a hacer todo tipo de rituales relacionados con el evento, suponía que para tener más suerte que en su primer matrimonio. El hecho de que incluso hubiera buscado a mi padre para que fuera su padrino y no se dirigiera al altar como en la primera vez, cogida de la mano de mi madre, era otra muestra más de su afán de perfección.

Las amigas de María eran clavadas a ella, suplían su inseguridad y aburrimiento marital con una falsa apariencia de felicidad absoluta y dicha inigualable. Yo conocía de sus vidas por mi hermana, que en más de una ocasión había criticado con todo detalle a cada una de ellas. Las críticas casualmente habían arreciado tras ser abandonada por Fernando, como una manera más de autoprotegerse para superar la envidia que le daba pensar que sus amigas habían tenido más suerte que ellas.

Mis pensamientos se desvanecieron al escuchar el timbre de mi casa. No podía ser otro que Andrés así que volé hacia la puerta y abrí ilusionada.
-¡Juan Carlos! ¿Qué haces aquí?
-Necesitaba hablar contigo.
-Ven, pasa. Pero no tengo mucho tiempo, tengo que ir a la despedida de soltera de María.
-Estoy hecho un lío- Confesó él.
-¿Y?
-Te echo de menos. Ya sé que ambos hemos cometido errores, pero podíamos empezar de nuevo.
-¿Y qué pasa con Silvia?
-No te puedo mentir, sigo queriéndola. Pero sigo pensando en ti.
-Mira Juan Carlos, no me marees más. No cuentes conmigo si quieres estar con ambas, no soy tan moderna como parezco.
-Podrías darme un tiempo, el suficiente para que me aclare.
-Te tienes que marchar Juan Carlos, no tengo ganas de hablar ahora de nada.- Dije levantándome e invitándole a marcharse.
-¿Te parece si quedamos un día y hablamos más tranquilamente?
-Vale, pero ahora vete-Respondí con la única intención de que me dejara ya.
-Hasta pronto Ninetta.
-Adiós. –Me despedí de él cerrando la puerta sin darle tiempo a que dijera una palabra más. Seguía sintiendo algo por él, pero dudaba si aquel amor sería suficiente para tolerar que continuara su relación con Silvia.

Llegué al restaurante donde se iba a celebrar la cena con un pensado retraso. El camarero me condujo hasta el salón privado donde estaban todas aquellas mujeres, hubiera podido adivinar donde se ubicaban tan sólo siguiendo el rastro de las risas que llegaban hasta mí. Parecía mentira pero sospechaba que más de una se había bebido ya unas cuantas copas antes de la cena. Por un instante, pensé en largarme poniendo cualquier excusa. Me sentía ridícula sabiendo que el hombre del que hablaban una y otra vez y le hacían ser el protagonista de sus chistes era Manolo, mi ex, al que no me imaginaba lo más mínimo como María parecía describirlo: un buen y apasionado amante. ¿Tendría mi ex una doble personalidad? ¿Se habría independizado por fin de su madre y ello le había vuelto más fogoso? ¿Sería María una embustera y realmente sólo quería casarse con él para fastidiarme una vez más? Miré su oronda panza y alivié la tortura de mis pensamientos elucubrando sobre la mejor ropa que le podía quedar a mi sobrino en caso de que el color de su piel fuera chocolateada. Me podía imaginar la cara de susto de Manolo, los lloros de María pidiendo perdón y explicando que fue un error de una noche. Me sentí más aliviada.

La cena trascurrió sin grandes sobresaltos y de inmediato cogimos tres taxis para dirigirnos al “Local boys” el club donde ejerceríamos de penosas y hambrientas mujeres sin miedo a hacer el ridículo. Yo sí que lo tenía y por eso, había llenado mi cuerpo de alcohol para poder superarlo.

Salimos de los vehículos y tras comprobar que no nos equivocábamos de local, la zona estaba plagada de ellos, bajamos las escaleras y nos sentamos alrededor de varias mesitas circulares justo al lado del escenario. Nuestra vista era privilegiada y estaba segura de que no nos perderíamos un detalle.

De pronto sonó la música y salió el boy. Miré atónica a aquel hombre que se contoneaba tan insinuantemente. No podía creerlo, era él…

viernes, 12 de junio de 2009

Triunfo total

Al día siguiente me vestí de ejecutiva agresiva con una falda y una chaqueta de color rojo pasión. Me calcé los zapatos de tacón más altos que encontré y me dirigí a mi antiguo lugar de trabajo. Cuando llegué a la planta donde se ubicaba Vicente me crucé con Clara, pero ésta ni siquiera me dirigió una palabra. Realmente, era injusto, había pasado muchos meses conmigo y eso no parecía tenerlo en cuenta. La paciencia de todos tiene un límite y la mía parecía estirarse tanto que la gente abusaba de ella. Eso se había acabado.

Llamé al despacho de Vicente mientras abría su puerta. Al verme se sorprendió tanto que se levantó como un resorte.
-Hola Ninetta… ¿Qué haces por aquí? –Preguntó bastante sorprendido.
-He venido a proponerte un pequeño negocio.

Abrí mi bolso y saqué las fotos. Vicente las vio incrédulo, pero a medida que yo las pasaba sentí que empalidecía y que incluso parecía no sostenerse bien.
-Si me das mi antiguo trabajo las rompo, si no, creo que las va a conocer alguien que tú no quieres…

Vicente me miró sabiendo que tenía perdida la batalla. Sabía que no le quedaba otro remedio que tragar con el chantaje si quería seguir con su vida de siempre. Por fin había llegado la hora de hacer justicia.

-Está bien Ninetta. Me rindo. Pero quiero que traigas todos los soportes donde están las fotos y que las borres delante de mí.
-No hay problema. ¿Cuándo me incorporo?
-Puedes venir el lunes que viene, si quieres.
-Claro Vicente, respondí yo. Estoy deseándolo.

Salí de su despacho y no pude contener un salto de alegría. Había recuperado mi trabajo y volvía a recuperar mi dignidad.

sábado, 6 de junio de 2009

Entre basura

Al llegar al contenedor, mi esperanza creció. Estaba rebosante de papeles e incluso había alguno fuera con lo que por lo menos podría tener acceso a las bolsas sin mayores problemas. Mi labor era ardua y penosa, pero necesitaba recuperar mis fotos como fuera.

Intenté ordenar mi trabajo cogiendo primero las bolsas que se encontraban fuera del contenedor. Una a una fui abriéndolas y mirando en su interior. Poco a poco fui aprendiendo a descartarlas a mayor ritmo, era fácil distinguir aquellas bolsas que era imposible procedieran de mi casa, dados los cartonajes de juguetes o periódicos que contenían.

Una vez terminé con todas las bolsas que estaban fuera del contenedor no tuve más remedio que meter la mano dentro para sacar las bolsas que estaban accesibles. La gente que pasaba por la calle me miraba entre sorprendida y malhumorada. Estaba dejando la calle hecha un auténtico asco, pero por alguna extraña razón, nadie se atrevía a decirme lo que en ese momento estaban pensando. Quizás mi aspecto impecable les chocaba, no parecía ninguna pordiosera y estaba claro que no buscaba comida.

Tenía las manos completamente negras, estaba cansada y desesperada, pero no me rendía. Abrí una bolsa y tras ver la caja de salvaslips que yo usaba en ella, tuve un pálpito. Saqué uno a uno los periódicos y fui abriéndolos con gran cuidado. ¡Ahí estaba mi carpeta!

Abracé mi tesoro y sin preocuparme de volver a tirar al contenedor todas las bolsas que había dejado desperdigadas en la calle comencé a caminar.

Una mano en mi hombro derecho me retuvo de seguir haciéndolo. Me di la vuelta y encontré ante mí un policía municipal.

-¿Se puede saber qué hace señorita? –preguntó muy serio aquel hombre alto y delgado.
-Nada, ya me iba a mi casa. Es que había perdido algo.
-No se irá dejando esto así ¿verdad?
-No, no, ahora lo recojo todo –Me adelanté a decir al ver que él sacada de su bolsillo algo que podía ser perfectamente una multa.

Y ante la mirada implacable del policía, recogí todo aquel desastre, feliz, sin embargo, porque había logrado mi objetivo.

Al volver a casa, encontré que su aspecto ya no era la misma. Clara se había marchado. Aunque sentía algún remordimiento por la forma en que la había echado, en mi fuero interno me sentía inmensamente feliz. Volvía a tener la casa para mí sola.

miércoles, 3 de junio de 2009

En busca de las fotos perdidas

Por más que miré y remiré por todos los sitios no fui capaz de encontrarlas. Estaba convencida de que las había dejado allí, pero estaba muy nerviosa y era incapaz de pensar con cordura.

Tras buscar en cada rincón hice lo mismo con el resto de la casa. Busqué en el baño, en la cocina, en el salón. Volví a mirar dentro del bolso por si las había metido allí sin querer. No estaban. No podía entenderlo así que le pregunté a Clara.

-Sí, sí, lo he cogido yo. –Respondió para mi tranquilidad.
-Pues dámelo por favor. Había un artículo en ese periódico que quería recortar.-Le dije para no tener que darle más explicaciones.
-Imposible. Ya no lo tengo.
-¿Cómo que ya no lo tienes? –Dije yo con la voz algo entrecortada.
-Los he tirado. La casa estaba llena de papeles viejos así que lo he llevado todo al contenedor de papel.
-¡Serás patosa! –Le dije intentando no decirle nada más fuerte.
-Ninetta, es que no hay quien te entienda. Dices que no limpio nunca y cuando lo hago te parece mal. Cada vez eres más insoportable.

En ese momento mi sangre hervía tanto en mis venas que sentía la quemazón en mi piel. Había llegado la hora de limpiar la casa más profundamente.

-¡Hasta aquí ha llegado mi buena voluntad! ¡Te doy una hora para coger tus cosas, meterlas en una maleta y largarte de mi casa para siempre!

-Pero mujer, no seas así. Si sabes que me iré algún día con Emilio.
-Tienes casa ¿no? Pues no entiendo qué coño haces en la mía. Vale que al principio necesitaras compañía para superar la fuga de tu marido, pero ahora estás bien, tienes novio y lo único que haces en esta casa es dejarla echa un desastre. No te soporto, no aguanto tus manías, ni que dejes tirado todo por el suelo, ni que te comas lo que he comprado exclusivamente para mí. Se acabó. Has agotado mi paciencia por completo.
-Pero…--Empezó a decir Clara.
-¡Ni peros ni nadas, me voy a la calle, a la vuelta no quiero verte!

Me largué dando un portazo y corrí en busca del contenedor de papel cruzando los dedos para que lo pudiera encontrar.

Sabía que era como buscar una aguja en un pajar.