Estoy tranquila a pesar de todo. Lo que sea, será. Voy a la farmacia y espero resignada a que me atiendan. Está atestada de gente en busca de un alivio a sus males. Es otoño y la gripe empieza a brotar con ganas. A mi derecha hay una madre con sus dos niños, no calculo bien su edad, quizás unos 4 y 5 años, son revoltosos, cogen cosas de los estantes y lloran cada dos por tres y realmente no puedo evitar pensar que son un auténtico horror. Mi hijo no va a ser así, eso seguro.
Por fin es mi turno y pido dubitativa un test de embarazo. El farmacéutico no sé si se mofa de mí o simplemente está cumpliendo su trabajo, pero me pregunta la marca que quiero. ¡Y yo qué sé! Ni idea. Dejo que me aconseje y con muy bien criterio me dice que coja el más barato, que son todos iguales. Me lo extiende y lo meto casi furtivamente en el bolsillo sin esperar a salir de la farmacia. Cojo el metro y vuelvo a casa sacando de inmediato la pequeña caja rosa. Hay una especie de termómetro y un prospecto cuidadosamente plegado. Lo despliego con prisas y su tamaño es comparable al de las sábanas de mi cama. Creo que tendré lectura para toda la mañana. Leo como si tuviera el don de la memoria fotográfica y saco la conclusión de que es tan fácil como ir al servicio y acertar a echar el chorro en la punta del cacharro. Lo tapo tras la hazaña y espero ansiosa el resultado. No hay más que una raya, lo miro concentrada y tras unos minutos no veo variación. Significa que el test es negativo. Vuelvo a leer las instrucciones y encuentro una advertencia: el test es más fiable por la mañana y tras una semana de la primera falta. Son las 8 de la tarde y sólo llevo dos días de retraso. Siguen mis dudas.
Al día siguiente me viene la regla y me siento decepcionada. Ya tenía todo pensado para el pequeño retoño: a qué colegio le llevaría, el régimen de visitas con su padre y cómo organizaría las fiestas de cumpleaños. Todo se ha esfumado. Rebobino hasta el día en que me acosté con mi ex y de nuevo siento que tengo mucho camino por recorrer.
Lo peor de todo es que la ansiedad y el chocolate han ensanchado mi cintura, así que tendré que ponerme a hacer algo de ejercicio para adelgazar los dos kilos que me he cogido...