Intenté olvidar la metedura de pata cometida con mi hermana por ser tan mal pensada y dejé que mi trabajo me abstrajera de otros pensamientos. Por fin no tenía planes para esa tarde y definitivamente tendría tiempo para darme el capricho de curiosear en la sex shop.
Salí del trabajo con paso ligero pero al llegar a la tienda ralenticé mi marcha. Sabía que era una tontería avergonzarse por entrar allí, pero no podía evitarlo. Miré a mi alrededor antes de entrar, deseando que nadie conocido me viera. El local era pequeño y algo oscuro, incluso yo lo describiría como tenebroso. Un hombre alto y desgarbado con lentes redondas y cabello largo y despeinado repasaba un libro en el que iba haciendo anotaciones con un bolígrafo. Saludé intentando demostrar seguridad y dominio de la situación y me puse a curiosear de forma acelerada todos los productos que había en los estantes. Al llegar a la zona de los consoladores paré en seco. Ese era el objetivo de mi visita. La variedad de nabos siliconados era infinita y no sabía cuál de ellos regalarme: ¿el grande o el gigante? ¿El de grosor mediano tipo zanahoria o similar al calabacín? ¿A pilas o manual? Todos me resultaban muy apetecibles, en la vida había tenido un cacharro semejante así que me decidí por uno supuestamente estándar: 22 de largo por dos y medio de ancho, era vibrador y estimulador del clítoris, muy completo.
Agarré la caja que lo contenía y fui al mostrador a pagar la mercancía. El vendedor metió el vibrador en una bolsa blanca, mientras me miraba con disimulo. El plástico era fino, demasiado y lamentablemente se trasparentaba el contenido. Al salir de la tienda intenté introducir el paquete en el bolso, pero era muy grande y por mucho que empujé resultó un esfuerzo inútil.
Estaba tan concentrada en la labor que sin querer resbalé con las miles de hojas caídas por el otoño. Tras las lluvias de días anteriores se había formado una especie de masa marrón con vida propia y caí lamentablemente al suelo. Denunciaría al Ayuntamiento por su dejadez en los servicios de limpieza. Mi bolsa salió despedida por los aires, haciendo aterrizar a mi flamante vibrador en medio de la acera a expensas de la vista de todo el mundo. El viento hizo volar la bolsa mientras yo me incorporaba del suelo e intentaba rescatar mi fuente de futuros placeres. Pero llegué tarde, alguien se había adelantado y cogido mi tesoro. No podía tener peor suerte, pues había sido mi vecino de al lado, Andrés, el agraciado con el premio pasando casualmente por allí.
-¿Te has hecho daño?
-No, no, no ha sido nada. Gracias.-Le cogí mi paquete con el vibrador deseando que no se hubiera fijado de lo que se trataba, pero su maliciosa sonrisa me confirmaba de lo contrario. Metí la caja de pinote en mi bolso, intenté cerrarlo con la cremallera como si de una tripa de chorizo se tratara pero era imposible: un hermoso culo fotografiado en la caja asomaba de él. Me despedí precipitadamente de Andrés y salí en dirección contraria a mi casa, lo que menos me apetecía es que volviéramos juntos.
Las palabras claves de mi nueva vida no parecían ser separación o divorcio sino mala o peor suerte.