El edredón me tapa hasta las orejas. Siento mi desnudez y el suave tacto de la tela en mi piel. Abro los ojos y le miro: aún duerme. Jamás mi cama me pareció un lugar tan maravilloso.
Recuerdo la noche anterior: las risas en la cena, el vino en mis venas, el postre en la calle, cuando me cogió por la cintura y me besó apasionadamente; la llegada a mi casa, la imperiosa necesidad de desnudarnos y sentir nuestros cuerpos y por fin, la entrega total en la cama. Esta vez nos hemos entendido mejor, la maraña de manos y pies de la anterior ocasión se ha convertido en una danza acompasada, las posturas parecían haber sido debatidas previamente y la energía positiva fluía entre nosotros.
Juan Carlos, ajeno a mis recuerdos, sigue durmiendo y yo le contemplo sin prisas, no tengo ganas de levantarme. He encontrado, tras unos desafortunados días, mi propio paraíso.
Me acerco a él despacio, deseo sentir el calor de su cuerpo, pero a pesar de mis cuidadosos movimientos, abre los ojos, me mira y me sonríe. Nos abrazamos, acaricio sus brazos, resbalo mis dedos por su espalda, palpo sus nalgas. Él se estrecha más aún a mí, enreda sus dedos en mi pelo, cobija mis pechos en sus manos, juega con su rodilla entre mis muslos. Siento mi propia excitación: la sangre bombea apresurada, mi sexo comienza a inflamarse y la satisfacción de su deseo y el mío son mis objetivos primordiales. De la misma manera, siento la excitación de Juan Carlos: su estandarte ha comenzado a crecer y lo noto entre mis piernas.
No creo que haya forma mejor de empezar un nuevo día.
Al día siguiente me despertó el impetuoso timbre de mi teléfono. Vi que quien llamaba era mi madre y me abstuve de contestar. Era muy posible que María le hubiera contado lo acontecido la noche anterior, o por lo menos parte de lo ocurrido, dado lo mentirosa que era mi hermana. Al rato llamó ésta a mi teléfono móvil, y tras reiterar su llamada tres veces más, dejó de insistir. Me dolía todo el cuerpo y mi cerebro buscaba incansable la manera más fácil de desconectar de todo. Y afortunadamente la encontró al recordar a Juan Carlos. Cogí mi teléfono y le llamé:
-¡Hola Ninetta! ¿Qué tal va todo?
-Muy bien.-mentí-Pero tenía ganas de volver a casa, ha sido agotador.
La conversación con Juan Carlos me liberó de los pensamientos reincidentes y pulsátiles que atormentaban mi mente. Quedamos esa misma noche para ver una película y después a cenar. La ilusión por verle alejó mi sensación de malestar y traición que sentía al recordar a María y a Manolo. De alguna forma, ya había intuido algo hacía tiempo, pero quizás me dejé engañar como un mecanismo de defensa. Y es que no creo que le haga gracia a nadie la situación. La separación era muy reciente y aunque había sido yo la que había querido la ruptura, siempre creí que Manolo seguía amándomepesar de todo y que tardaría tiempo en encontrar a otra mujer. Pero encontrar a mi hermana nada menos, es algo que no le puedo perdonar. Respecto a María, siempre he tenido la sensación de que me envidiaba por múltiples razones, no era la primera vez que veía con buenos ojos en mi adolescencia los “novios” que me echaba y que inocentemente le presentaba. Estando casada jamás percibí su deseo por Manolo o el deseo de éste por mi hermana, aunque al decirlo se me atraganten las palabras.
Me levanté de la cama completamente helada. Había pasado toda la noche sin taparme yse notaba el frío de la mañana en la casa. Corrí hacia el termostato y lo subí, me desnudé por el camino y me deleité con el agua caliente de la ducha. Sentí como resbalaban por mi piel los pensamientos negativos y desaparecían por el desagüe.
Esta noche iba a ver a Juan Carlos, el resto del mundo no existía para mí.
Tras apartar algunas cajas pude despejar un pequeño camino hasta mi dormitorio. Dejé la maleta en el salón, ya me encargaría al día siguiente de sacar las cosas y poner la lavadora con la ropa sucia. En ese momento lo único que deseaba era acostarme y dormir plácidamente.
Pero parecía que el malévolo destino tenía otros planes para mí. Al abrir la puerta de mi dormitorio me encontré algo para lo que no estaba preparada y menos en esos instantes. Mi cansancio desapareció de repente, mi sueño tornó a furia y las ganas que tenía de matar a mi hermana se multiplicaron hasta el infinito. Añadí a mi lista de tareas pendientes la de asesinar además a Manolo, mi ex.
-¡Sois unos hijos de puta! –Grité lanzando con rabia las llaves de mi casa contra ellos mientras éstos se vestían apresuradamente al oír mi llegada.
-No, Ninetta, espera… ¡Déjanos explicarnos mujer!-dijo Manolo ajustándose de mala manera los calzoncillos blancos de tienda de barrio.
-¡Ni Ninetta ni porras! ¡Fuera de mi casa!-dije yo imprimiendo un mayor volumen a mi voz hasta que el nudo de mi garganta me impidió continuar.
-Siento que no te hayamos dicho nada antes, pero tú tampoco dejas que te cuenten las cosas –se excusó María abrochándose los pantalones.
-Me resbalan tus explicaciones y lo que hagáis juntos. Sólo quiero que os larguéis de una puñetera vez y no veros nunca más. Y por cierto María, ahora mismo te llevas toda esa basura que has metido en mi casa.
-Ahora va a ser imposible. Te prometo que vengo otro día y me lo llevo todo. Pero que sepas que es una bobada que te enfades con nosotros. Manolo y tú ya no estáis juntos…
-¡Claro, y tú te aprovechas de mi buena fe para tirártelo so zorra! Pero lo que más me joroba es que hayas utilizado mi casa para ello. No tienes perdón. Así que ahora ¡largo! Y te advierto que si no te llevas AHORA tus cosas, las tiro por la ventana, así que elige.
Sentía que me temblaban las piernas y tenía una extraña sensación, como si no fuera realmente yo la que estuviera viviendo esa situación, muy parecida a la que sentí cuando en el congreso vi mis fotos porno a todo color y en formato panorámico.
Empujé a ambos hasta la puerta y procedí a dejar en el descansillo aquellos trastos acumulados de mala manera en mi ausencia. Hice oídos sordos a sus ruegos y súplicas. Ni un favor más a la hermana traicionera.
Tras haber sacado una a una sus cosas y dejar por fin mi casa limpia, les miré con odio a ambos por última vez mientras éstos intentaban ordenar aquella ingente acumulación de cajas para ir bajándolas por el ascensor. Di un sonoro portazo y les perdí de vista.
Al verme sola en casa con mis muebles desordenados y la cama deshecha volvió mi cansancio y mi frustración por lo sucedido. Quité las sábanas usadas por ambos y las tiré al suelo, me dejé caer sobre el colchón y comencé a llorar desconsoladamente. Creo que lloré toda la noche. ¿O fue un sueño y realmente me dormí de inmediato?
Tras dejarme Vicente en el portal de mi casa comenzaron los problemas. No encontraba las llaves de mi casa, así que tuve que abrir la maleta en plena calle y rebuscar entre todas mis prendas. Empiezo a pensar que mi maleta peca de defectuosa y tiene un considerable agujero. La próxima vez me compraré una nueva y evitaré el problema. Cuando resignada a mi suerte volví a meter de nuevo todas las cosas en la misma, caí en la cuenta de que las llaves estaban en el bolsillo de mis pantalones, dado que ya me había encargado de cogerlas previamente antes de salir de viaje. Tendré que tomar algún complemento vitamínico para mi penosa memoria…
Al entrar en el portal me encontré con otro “pequeño” problema: un cartel del tamaño de un folio avisaba de la avería del ascensor. No me importa hacer deporte, pero no me gusta que me fuercen a ello cuando no me apetece. Comencé a subir las escaleras a buen ritmo, pero la maleta pesaba como si dentro hubiera una tonelada de piedras, las escaleras me resultaban un suplicio y la llegada a mi casa, que se encontraba en el quinto piso, me parecía una quimera.
Cuando por fin llegué, me dolían los brazos y las piernas y sentía un hambre atroz. Miré de reojo la puerta de mi vecino Andrés, ya habría tiempo para echarle una buena bronca por lo patoso que había sido colocando mis fotos en la carpeta equivocada. Puedo ser igual de paciente que los chinos y esperar el momento adecuado para ejecutar mi venganza.
Pero fue al abrir la puerta de mi casa cuando me di cuenta de que mis problemas aún no habían finalizado. Mi casa estaba llena de cajas, paquetes y algún que otro cacharro variado por el suelo. Me sentí como si estuviera en medio de un bazar repleto de múltiples e inútiles enseres. No se podían dar dos pasos seguidos sin tropezar con alguno de aquellos cachivaches de mi querida hermana. Otra cosa que había afortunadamente olvidado y con la que me encontraba de sopetón. María había decidido usar mi casa como si fuera un almacén. Me sentí furiosa, sobre todo cuando comprobé que mi hermana había tenido la desfachatez de mover algunos de mis muebles para colocar sus trastos.
Así que ahora no sólo tenía que matar a Andrés. Mi hermana se había ganado el honor de ser la segunda en mi nueva carrera criminal. Sólo restaba elegir el arma a utilizar.
No me puedo creer que haya concluido el soporífero congreso y que regresemos de nuevo a casa. Un día más al lado de mi jefe y me hubiera tirado por el hueco de la escalera del hotel. Vicente es frío, reservado y aburridamente moderado. Quizás simplemente sea que estoy algo ofuscada. Me he pasado la noche en vela intentando pillarle en vano. Pero ha dormido como un bendito, ni se ha movido siquiera, mis malvados planes se han visto truncados: me he quedado sin las fotos, mi moneda de cambio en caso de que me despida.
Comienza a anochecer y Vicente ha encendido las luces del coche. No hay apenas tráfico en la carretera, los clubes de carretera avisan con sus luces multicolores del inicio de las horas golfas intentando atraer con su rítmico parpadeo a los posibles clientes y yo cierro los ojos simulando dormir. El congreso se me ha hecho eterno. Lo más sorprendente es la cantidad de pretendientes que me han salido. Entre ayer y hoy y tras el visionado de mis fotos porno, he tenido siete invitaciones para tomar una cerveza, cuatro para quedar en un próximo congreso (que espero que no exista) dos para comer y quince para quedar en los baños del Palacio de Congresos. Parece que mis compañeros de profesión tienen un problema grave de carencias sexuales, me parece increíble que tan sólo unas pocas fotos porno amateur les hayan servido para quitarles la espesa telaraña que tupe su deseo provocada por el estrés en el trabajo.
Mientras seguía elucubrando sobre la condición masculina recibí un mensaje al móvil. Era increíble, pero en los tres días que había estado fuera nadie se había acordado de mí. Ni siquiera la pesada de mi madre. Abrí el mensaje pensando que sería uno de tantos que me manda al mes en concepto de publicidad mi compañía telefónica, pero por suerte me equivoqué. ¡Era de Juan Carlos!: “Hola preciosa, ¿cómo ha ido todo en Madrid? Tengo ganas de verte este fin de semana. Besos”.
Leí el mensaje una y otra vez. Estaba tan ensimismada con todo lo sucedido que casi me había olvidado de mi cita con Juan Carlos. Comencé a psicoanalizar el mensaje como toda mujer que se precie y en conjunto me pareció positivo: Me hace un piropo, se preocupa por mí y manifiesta verdaderos deseos de verme. Lo que menos me gusta es lo de “besos”, me suena frío, a despedida de carta familiar. Hubiera preferido un beso nada más, algo más íntimo y personal. Pero olvido este punto negativo enseguida, vuelvo a mi nube, me importa un rábano mi jefe y que me despida. Sé que todo me va a salir bien y un nuevo optimismo renace en mí. Creo que estoy enamorada, lo adivino por el rubor que le han salido a mis mejillas al leer el mensaje, en mi corazón palpitante y en el calor que he sentido entre mis piernas al recordarle. Me siento como una colegiala minifaldera tras recibir su primera carta de amor, como la musa que inspira al poeta.
Cojo el teléfono y le respondo con un “El congreso ha ido fenomenal, yo también deseo verte. Un beso” Creo que me abstendré de contarle mi pequeño problemilla en la presentación. Dudo que le gustara saber que mi vecino hace algún que otro “apaño” en mi casa de vez en cuando, nada sin importancia para mí, pero algo complicado de entender para un tercero. No creo que sea necesario ser totalmente sincera en una relación. Siempre he pensado que el callar no es mentir, así que si mi querido jefe se mantiene en su discreta línea de siempre, es posible que el incidente no llegue a conocerse jamás en provincias.
Pasamos una señal donde indica la distancia que aún hemos de recorrer, en una hora estaré en mi casa sacando las cosas de mi maleta y en dos, durmiendo plácidamente en mi añorada cama. Vicente y yo nos hemos relajado y ya ni siquiera nos sentimos incómodos por nuestra falta de conversación. He renunciado a preguntarle si me va a despedir, no quiero darle ideas y además, por un pequeño error tampoco puede juzgar todo mi trabajo. Me considero una buena profesional y espero que él lo crea también.
En el horizonte comienzo a ver un mar de luces anaranjadas que tiñen del mismo color el cielo nocturno. Llegamos a casa.
Jamás pensé que una buena dosis de fotografía erótica involuntaria fuera a proporcionarme tanta popularidad. Mientras salíamos de la sala tras terminar la jornada matutina se me acercaron numerosos congresistas felicitándome por mi exposición. Yo les miraba con cara de pocos amigos, pues no dudaba que aquellas efusivas felicitaciones se debían a la exposición de mi cuerpo desnudo ante sus ojos más que a la exposición de la problemática laboral en la empresa ficticia que planteaba en mi ponencia. Mi jefe me salvó de todos ellos agarrando mi brazo y llevándome a comer fuera para evitar cualquier tipo de acercamiento por parte de más admiradores. Al lado del Palacio de Congresos encontramos un restaurante francés al que se accedía por unas estrechas escaleras. El sitio era pequeño y tan sólo había media docena de mesas. La luz entraba con timidez por la única ventana que tenía el local, situada en una de sus paredes laterales. En la decoración había un color que predominaba por encima de todo, el rojo: lámparas de cristales encarnados, papel pintado hasta media altura del mismo color y manteles a juego.Si no hubiera visto el aspecto de los comensales, ejecutivos con su traje de rigor comiendo en su hora de trabajo, habría pensado que el restaurante formaba parte de una cadena de clubs de alegre moral.
El pequeño local antiguamente vivienda y ahora restaurante, proporcionaba, dadas sus dimensiones, una falta total de intimidad. Cualquier comentario o conversación de cualquiera de las mesas podía ser escuchado sin mucho esfuerzo en todo el recinto. En nuestro caso daba igual que nos oyeran, nuestra conversación era nula. Los únicos sonidos que salían de nosotros eran las toses que alternábamos con alguna inspiración más profunda y sonora, aderezada con el suave roce de los cubiertos en los platos de cerámica mientras comíamos.
Yo no tenía hambre, tan sólo sentía una insaciable sed producida por el agotamiento nervioso. Las imágenes de las fotos se sucedían en mi retina castigándome injustamente. Por más que intentara concentrarme en hacerlas desaparecer, volvían a asomar en los lugares más insospechados: en la bandeja plateada del pan, en el cristal de las gafas del hombre del traje gris que sorbía con ansiedad su sopa, en el espejo de mi bolso al que acudí para contemplar mi aspecto unos segundos aprovechando que Vicente se fue al baño…
Seguía siendo incapaz de intuir lo que podía estar pensando mi jefe. De alguna forma estaba resignada a mi suerte, fuera cual fuera ésta. Hacía mentalmente cuentas del tiempo en el que por lo menos tendría derecho a cobrar el paro para poder dedicarme en cuerpo y alma a buscar un nuevo empleo.
Al recordar lo acontecido la noche anterior en el hotel se me ocurrió una idea que al principio consideré peregrina y después brillante. Si de nuevo mi jefe esa noche mostraba sus habilidades masturbatorias, siempre podría sacarle unas bonitas fotos con mi móvil y utilizarlas en un momento dado en mi propio beneficio…