Mi vecino Andrés se movía tan insinuantemente, que era difícil mantenerse fría a su lado. Ahora comprendía sus horarios, su facilidad para el ligoteo y su reiterada negativa a explicarme en qué consistía realmente su trabajo. Sus movimientos pélvicos hacia delante y hacia atrás incitaban a aquellas mujeres alcoholizadas a gritar con todas sus ganas. Yo no sabía qué hacer, si taparme, si largarme de allí y no ver más, o esperar a que terminara su espectáculo, que por lo que parecía, podía incluir un desnudo en toda regla. Andrés se iba quitando una a una sus prendas ante la mirada babosa de todas las mujeres que habían ido allí precisamente para eso. La verdad es que no me hacía ninguna gracia y sentía que me hervía la sangre por dentro. ¿Sería capaz de aguantar una relación en la que, no sólo había una mujer cerca como en el caso de Juan Carlos, sino una multitud de ellas dispuestas a acostarse con él a la mínima ocasión?
Andrés por fin se quedó con un minúsculo taparrabos cuyo relieve era toda una provocación. Alguna mujer se había levantado incluso de la mesa y se había acercado hasta el escenario en busca de un contacto más directo. Entre ellas, una procedente del grupo de mi hermana se había aventurado a subirse al escenario y ahora acompasaba sus movimientos a los de Andrés, con tal descaro, que sobó su cuerpo de arriba abajo sin ningún tipo de reparo. Seguro que su marido se hubiera quedado bastante sorprendido al ver a su mujer comportarse tan espontáneamente.
Aquella idiota no sólo comenzó a tocarle más descaradamente sin que Andrés hiciera nada por evitarlo, sino que encima aventuró su mano dentro del taparrabos en busca de una diversión mayor.
En ese instante ya no me pude contener ni un segundo más. Me levanté como una leona a la que le hubieran quitado su presa a traición, me subí al escenario y ante la sorpresa de Andrés al reconocerme, me abalancé sobre ella tirándola al suelo y dándole un sonoro tortazo.
A partir de ese momento el baile cambio de ritmo.
Andrés por fin se quedó con un minúsculo taparrabos cuyo relieve era toda una provocación. Alguna mujer se había levantado incluso de la mesa y se había acercado hasta el escenario en busca de un contacto más directo. Entre ellas, una procedente del grupo de mi hermana se había aventurado a subirse al escenario y ahora acompasaba sus movimientos a los de Andrés, con tal descaro, que sobó su cuerpo de arriba abajo sin ningún tipo de reparo. Seguro que su marido se hubiera quedado bastante sorprendido al ver a su mujer comportarse tan espontáneamente.
Aquella idiota no sólo comenzó a tocarle más descaradamente sin que Andrés hiciera nada por evitarlo, sino que encima aventuró su mano dentro del taparrabos en busca de una diversión mayor.
En ese instante ya no me pude contener ni un segundo más. Me levanté como una leona a la que le hubieran quitado su presa a traición, me subí al escenario y ante la sorpresa de Andrés al reconocerme, me abalancé sobre ella tirándola al suelo y dándole un sonoro tortazo.
A partir de ese momento el baile cambio de ritmo.