Poco a poco aquella algarabía de gente vestida de fiesta transitando por la sala de espera se fue difuminando. Las amigas de mi hermana se fueron a seguir con la celebración a pesar de la ausencia de mi hermana. Juan Carlos y Andrés salieron juntos tras despedirse de mí y yo me quedé sola, esperando poder entrar a ver a mi hermana cuando salieran mis padres.
Mi estado de ánimo era una mezcla de tristeza, envidia, soledad y alegría, pero a pesar de todo, tenía la extraña sensación de que todo me iba a ir mejor desde aquel momento. Había aclarado mis ideas, había sido por fin sincera, tanto conmigo misma como con los demás y mi futuro no tenía mal aspecto: de nuevo sola en casa y con trabajo.
David volvió a salir de su consulta y al verme en la sala de espera se acercó hasta mí. Mi corazón se revolvió gratamente.
-No te he preguntado antes qué es lo que hacías aquí. La verdad es que a veces soy un poco despistado.
-Mi hermana acaba de tener un niño. Estoy esperando a ver si me dejan verla.
-Ven conmigo, no hace falta que esperes.-Dijo sonriente.
David me acompañó hasta la habitación donde ya habían ubicado a María.
-Hoy estoy muy liado, pero si te apetece podías venir un día a eso de las seis que es cuando hago un descanso y tomamos un café. Así me cuentas algo de tu vida. –Dijo David antes de despedirse dándome dos besos.
-Claro, me encantaría. Nos vemos.-Dije yo bastante nerviosa.
Entré en la habitación de mi hermana. María estaba tumbada en la cama y no tenía muy buen aspecto. El parto la había dejado agotada. Miré a su alrededor y no vi al pequeño.
-¿Y el niño?
-Está en una cuna térmica. Me han dicho que la primera noche es lo mejor.-Contestó María.
-¿Cómo se va a llamar?
-Nos gusta Daniel.-Contestó orgulloso Manuel.
Mi madre y Salvatore estaban sentados en el sofá cama en el que Manolo dormiría esa noche y parecían realmente felices uno al lado del otro. Por un instante, me alegré de que mi madre no estuviera sola. Desde que Salvatore había vuelto, el carácter de mi madre había mutado por completo. Ya no se metía tanto en mi vida y parecía estar siempre de buen humor.
Me despedí de todos y salí del hospital. No quería coger un taxi a pesar de lo tarde que era. Necesitaba aire puro tras salir de allí. Caminaba lentamente por las calles, contemplando el horizonte desde una nueva perspectiva. La verdad es que tras el divorcio, aquel año había estado cargado de sorpresas y estaba segura de que el próximo tendría aún más. Me sentía más segura de mí misma y más convencida de que todo iba a ir bien.
Ya no leo las revistas de cotilleos y cada vez me aburre más la tele, sé que existen otros mundos y otros hombres. Aunque este año no haya encontrado al hombre de mi vida, sé que pronto encontraré lo que quiero. Tengo 37 años y a pesar de haber engordado dos kilos, no me he abandonado y sigo viéndome atractiva cuando contemplo mi figura en los espejos de El Corte Inglés. Adiós a los líos con mi vecino y con Juan Carlos, al desorden de mi casa provocado por Clara y adiós a mi situación de parada temporal y a la tiranía de mi jefe.
Hoy mismo comienzo una nueva vida.